El ruido, la herencia americana de Torrej¨®n de Ardoz
Desde hace veintis¨¦is a?os truena una vez cada cinco minutos en Torrej¨®n de Ardoz. Todo empez¨® en 1952; apenas hab¨ªa concluido la instalaci¨®n de la base norteamericana, los aviones de caza Sabr¨¦, cuyos tubos ametralladores parec¨ªan branquias, se entrenaban para combatir en Corea a aquellos Mig-15 que volaban con la boca abierta, como tiburones ascendentes.Cada cinco minutos, cuando las superfortalezas volantes B-50 despegaban para calentar un poco la guerra fr¨ªa, temblaban en Torrej¨®n los cristales de las ventanas, los platos, las l¨¢mparas y los ni?os. Fernando Juli¨¢n Ad¨¢n, que entonces ten¨ªa nueve a?os, no ha olvidado todav¨ªa ?los cazas en forma de arp¨®n que levantaban nubes de sisones?; pasaban primero los aparatos en un alarido, y luego los p¨¢jaros en un cuchicheo, como si pidieran silencio por primera vez. Fernando Juli¨¢n equilibra unas cuentas en las oficinas de la Compa?¨ªa Av¨ªcola Del R¨ªo, donde trabaja como administrativo, y recuerda, bajo una escuadrilla de Phantom, la extra?a admiraci¨®n inicial del pueblo hacia los aviones yanquis. Los veneraba a distancia, como a peque?os t¨®temes, quiz¨¢ porque representaban el progreso, la supremac¨ªa de las aleaciones ligeras sobre el hacha de s¨ªlex, y porque, en secreto, casi todos los paisanos supon¨ªan que los chicos de la Uni¨®n estaban dispuestos a proteger a Torrej¨®n y a Espa?a de las amenazas del invasor. Pero, como dice Fernando Juli¨¢n, cuando termina el balance, los chicos de la Uni¨®n no han dejado otro beneficio que el ruido.
Entonces, como ahora, la vida del pueblo fue siempre por un lado, y la de la base, por otro, a pesar de los rumores y las pel¨ªculas. ?En aquel momento se asociaba la imagen de los americanos a la prosperidad; la base ofrec¨ªa al pueblo una posible soluci¨®n para los trabajadores en paro, y unas hipot¨¦ticas ventajas econ¨®micas o industriales. La impresi¨®n era falsa: en realidad, los americanos nos ofrec¨ªan s¨®lo una oportunidad de que nos convirti¨¦ramos en sus criados. Los hemos surtido y los surtimos de limpiadoras, mantenedores y camareros sin seguridades laborales ni representaci¨®n sindical. Un d¨ªa despiden a los que les viene en gana para ajustar sus presupuestos. Nunca han ofrecido un cauce de reclamaci¨®n; siempre han mandado, eso s¨ª, una carta en la que se dice, finamente, por cierto, que ?adi¨®s, muy buenas?.
Term¨®metro de la pol¨ªtica mundial
Han emigrado varios miles de espa?oles a Torrej¨®n desde entonces, y ha tronado mucho desde que Fernando Juli¨¢n ve¨ªa ascender los Sabre. Han tronado los ingenios incesantes de la Northrop, la Lochkeed y la General Dinamics, hoy por Corea, ma?ana por Vietnam, al otro d¨ªa por la guerra del Yon Kippur. ?Sobre todo truenan con ocasi¨®n de las nuevas guerras o de las grandes crisis: en las situaciones l¨ªmite del bloqueo a Cuba estuvieron que no paraban; bastar¨ªa con mirar el cielo de Torrej¨®n para saber cu¨¢ndo las cosas no les van demasiado bien a los yanquis. ? A mediod¨ªa, Fernando se cruza, camino de la plaza mayor, con Juan Antonio Guill¨¦n, el hijo del armero Guill¨¦n, que viene de pescar. Hoy, precisamente despu¨¦s de sucesivos aturdimientos, los centinelas le han conminado a que abandone su recodo favorito de r¨ªo, que est¨¢ demasiado cerca de la base, pero gritos como los que le han dado son tambi¨¦n ruidos a los que hay que acostumbrarse para que el pueblo pueda hacer su vida. ?Yo s¨®lo tengo diecisiete a?os, y no me llevo ni bien ni mal con los americanos que vienen al pueblo: se puede decir que hoy d¨ªa no hay convivencia. Ellos van a lo suyo, y nosotros, a lo nuestro. Algunos j¨®venes como yo, que hemos visto desde lejos las bombas apiladas en el suelo de la base, a veces hemos pensado durante medio minuto en el peligro que supone el que nos pasen por encima constantemente. Eso es todo lo que pensamos en ellos.?En la plaza mayor, los grandes autom¨®viles de matr¨ªcula extranjera forman parte ya de un mundo que completan las acac¨ªas, los jubilados y los pasquines; las gentes parecen fatigadas de ver y de o¨ªr, y las cosas yanquis son tratadas con la indiferencia que se presta a los viejos decorados. Sin embargo, en los a?os cincuenta se esperaba mucho de la base. El aroma del genuino tabaco rubio y los primeros jeans hicieron so?ar a Fernando y a los otros antecesores de Juan Antonio con el economato; todos esperaban a un amigo capaz de proporcionar, a bajo precio, cigarrillos, aparatos de radio, whisky y, con suerte, alg¨²n poster central del Play Boy.
Otra vez "M¨ªster Marshall"
Fernando Juli¨¢n ten¨ªa pocos a?os m¨¢s que Juan Antonio cuando, tal d¨ªa como hoy, a tal hora como esta, ingres¨® en un bar de la base americana. Y sigui¨® viendo el economato de lejos. ?Entonces trabaj¨¢bamos all¨ª entre 7.000 y 8.000 espa?oles, todos en parecidas circunstancias a las m¨ªas. Ven¨ªan de Madrid unos cincuenta autobuses de trabajadores; los restantes proced¨ªamos de Torrej¨®n o de las poblaciones pr¨®ximas. Estas cifras han decredido desde entonces, hace unos diez a?os. Adem¨¢s de trabajar como sirvientes, cobr¨¢bamos 2.800 pesetas por quincena; no nos parec¨ªa mucho; sin embargo, la vida de entonces era m¨¢s dura.? Los obreros espa?oles de la base no disfrutaban ni disfrutan del calendario festivo nacional, sino del norteamericano. No pueden librar el d¨ªa del Corpus ni percibir paga doble por su trabajo. En cambio, siempre han podido celebrar el D¨ªa de Acci¨®n de Gracias. En las festividades yanquis, varios millares de padres de familia dispon¨ªan de las horas, pero no se les ofrec¨ªan ni el pavo ni el pudding de chocolate con nueces. El economato era un espejismo, y los nativos administraban la cocina, no la despensa. ?La despensa ha sido siempre competencia de ellos. ?En la creencia popular, ellos eran, son, los sargentos. Mari Carmen Garc¨ªa, una muchacha de veinticuatro a?os, tambi¨¦n nacida en Torrej¨®n, ha llegado a entender de sargentos y de aviones simplemente mirando desde su oficina en la plaza. ?Hay sargentos de tres rayas, que son los que ocupan el lugar m¨¢s bajo del escalaf¨®n, y sargentos mayores, que son los de ocho rayas.? Hace unos diez a?os, cuando en el pueblo eran m¨¢s evidentes los chevrolets, las jardineras y los galones, parec¨ªan, dice Mari Carmen, ?m¨¢s agresivos que ahora. Muchos de ellos se sent¨ªan solos, beb¨ªan, y entonces daba la sensaci¨®n de que los bares eran suyos. En cuatro copas pasaban del pacifismo inicial a aquel complejo posesivo?. Algunos, los m¨¢s solitarios, se casaban con espa?olas. ?Es imposible saber cu¨¢ntos matrimonios se han consumado, porque los norteamericanos est¨¢n de paso, y ni siquiera han celebrado la ceremonia en el pueblo. Adem¨¢s, ellas siempre han acabado y¨¦ndose a Estados Unidos con los sargentos.? Ahora escriben cartas desde Idaho, desde Alabama y desde Walt Whitman, como era de esperar. Pero no vuelven.
El crep¨²sculo de los sargentos
Por razones ignoradas, los sargentos parecen esfumarse lentamente hacia la base. Compran alg¨²n par de zapatos en Calzados Las Virtudes, ?s¨®lo de capricho?, como dice Agust¨ªn Garc¨ªa, el encargado, y a veces recalan en el bar Ibiza. Sin embargo, todav¨ªa emplean a espa?oles en obras y servicios. Seg¨²n Francisco Javier S¨¢nchez Lerma, camarero de Vaquer¨ªn, el restaurante que m¨¢s frecuentan los mandos, ?ahora habr¨¢ unos 5.000 trabajadores espa?oles en la base?. Siguen pagando quincenalmente, hasta un total aproximado de 34.000 pesetas al mes, y ofrecen a los obreros la soluci¨®n provisional de siempre.Poco a poco, su presencia se hace menos notoria fuera de la verja. Unicamente se les recuerda por los truenos y por las leyendas. Se habla de un accidente fortuito de aviaci¨®n, y de aquel otro aparato que derribaron. ?Se rumore¨® en el pueblo que el piloto iba borracho y que, en la duda, le mandaron un missil. A saber qu¨¦ armamento llevar¨ªa el avi¨®n cuando ni siquiera le dejaron despegar.?
En ausencia de otros datos, Fernando, Mari Carmen o Juan Antonio siguen detectando a los norteamericanos por el decorado camp de sus autom¨®viles y midiendo sus ¨¦pocas en, Torrej¨®n por decibelios: hubo una ¨¦poca subs¨®nica, que termin¨® en los Starfighters, y una ¨¦poca supers¨®nica, que termina con las copas de la vajilla. Hay, no obstante, una larga ¨¦poca, que empez¨® en 1952, en la cual son imposibles los conciertos musicales y los di¨¢logos sostenidos. Desde entonces se fueron algunas muchachas, algunos sargentos y los sisones. A pesar de todo, los chicos del pueblo empiezan a pegar pasquines antinucleares y, en vez de contar cig¨¹e?as, cuentan los proyectiles de los Phantoms.
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