La violencia del sexo
Robert Aldrich es uno de los realizadores americanos que mejor saben conjugar sexo y violencia. Ello, unido al marcado car¨¢cter antibelicista de algunas de sus obras -s¨®lo es preciso recordar Ataque- la vena antirracista de otras, como El ¨²ltimo apache, hacen de este antiguo ayudante de los grandes de la ¨¦poca dorada de Hollywood uno de los pocos autores personales que a¨²n restan y entre los que perdura un sentido narrativo tradicional, unido a un estilo entre violento y refinado, capaz de abordar divertidas parodias o relatos brutales.De todo ello hay en este su ¨²ltimo filme, inspirado en la novela Los chicos del coro, tambi¨¦n de reciente aparici¨®n entre nosotros. Su autor, Joseph Wambaugh, antiguo sargento de polic¨ªa de Los Angeles, ha escrito su libro partiendo de sus propios recuerdos, enriquecidos con anotaciones marginales, acerca, sobre todo, de las relaciones con sus superiores, con ausencia total de prejuicios, inconcebible en otros pa¨ªses, incluidos, por supuesto, la mayor¨ªa de los europeos.
La patrulla de los inmorales
Direcci¨®n: Robert A ldrich. Argumento y gui¨®n: Christopher Knopf, seg¨²n la novela de Joseph Wambaugh. Fotograf¨ªa Joseph Biroc y Bill Kenney, M¨²sica: Frank De Vol. Int¨¦rpretes: Charles Durning, Perry King, Tim Mac Intre, Burt Joung, Lou Gosset. EEUU. Dram¨¢tica. Locales de estreno: Rex y Urquijo.
Sin embargo, lo que m¨¢s llama la atenci¨®n en este filme particular y violento, en sus im¨¢genes y di¨¢logos, es la cr¨ªtica, a ratos risue?a y a ratos feroz, de que se hace objeto a esta brigada especial, en la que no se llega a saber a ciencia cierta d¨®nde acaba la ley y de qu¨¦ lado se roza m¨¢s asiduamente la clara delincuencia. Esta polic¨ªa estadounidense aparece bien distinta de todo cuanto nos ofrece el tradicional cine americano. A su lado, los agentes y detectives de la televisi¨®n son s¨®lo buenos chicos que juegan a perseguir bandidos. Aldrich se mueve a sus anchas en este juego un tanto s¨¢dico, mezcla de sexo y paranoia, que, a la postre, como tantos juegos, acabar¨¢ con la muerte de los m¨¢s inocentes. Es curioso c¨®mo su estilo se repite m¨¢s all¨¢ de los a?os, por encima de los g¨¦neros, pues en este filme, como en todos los suyos, corre una vena entre s¨®rdida y sombr¨ªa, inconfundible e inevitable, que no olvida ciertos momentos de sadismo.
No hay aqu¨ª alusiones a la vida familiar, capaz de compensar a los protagonistas de los d¨ªas de espera y las noches de riesgo. La ¨²nica recompensa concedida, en forma de medalla, la recibe el personaje menos humano, m¨¢s antip¨¢tico, y aunque Aldrich procura, dentro de lo posible, suavizar las tintas, el conjunto es un combinado ¨¢cido en forma de conjunto social y marginado, cuya ¨²nica compensaci¨®n fuera de las horas de servicio son sus juegos, entre vac¨ªos e infantiles, en el vecino jard¨ªn, en donde se emborrachan, deliran o disputan
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