?Viva la anormalidad!
Llegaban neutramente hasta la oscura nave. Sin aspavientos t¨ªmidos ni soberbia fingida. Ya los desorientados hab¨ªan percibido la mamola en vac¨ªo de alg¨²n probo guardi¨¢n de la Casa de Campo: ??El pabell¨®n n¨²mero cuatro? ?Ah! M¨¢s arriba, en la acera de enfrente,? No hab¨ªa aceras. Llegaban neutramente. Sin capullos bermejos en ojales, sin boquitas pintadas, sin adornos chillones, sin pelucas, sin plumas cotorriles, sin lunares postizos y sin la risa loca de un domingo campestre. Muchas barbas. Muchos bigotes. Tan s¨®lo las miradas de ciertos elegidos proclamaban al viento veraniego viejos augurios de inocencia: ver un mundo nuevo en un grano de arena y un cielo despejado en una flor silvestre; tener el infinito en la palma de la mano y la eternidad en un d¨ªa de orgullo.Detr¨¢s de la tribuna amoratada, una enorme pancarta: ?D¨ªa mundial del orgullo gay. Contra todas las normas y leyes que reprimen la homosexualidad. ? Cuatro oradores disponibles. Nombres sin apellidos. Y un borbotar com¨²n de sufrimiento, c¨¢rceles, manicomios, chacotas y desprecio. Historia necrol¨®gica o resumen: Inquisici¨®n, Hitler, Stalin, Franco, Mao, Fidel y Jomeini. Presente de la espada democr¨¢tica: un travest¨ª asesinado en Renter¨ªa, continuas agresiones de las bandas fascistas, piadosas cataratas m¨¦dicas, escarnio colectivo. En memoria de todas las v¨ªctimas, un minuto infinito de silencio. Pu?os alzados. Indices alzados. Leves silbidos que carcomen las notas lenitivas de La Internacional.
Son discursos nerviosos que enfrentan el placer a la esclavitud. Discursos que estructuran un cerrado holocausto para el que nunca hubo su Nuremberg. No son discursos; son ausencias: ?Somos humanos.? Humanos con sin¨®nimos degradantes: maricas, locas, sarasas, bujarrones,.. De ah¨ª, la fratenirdad que otra pancarta exhibe: ?Homosexuales, lesbianas, presos, mujeres, locos, minusv¨¢lidos y putas. ? Todos hablan con palabra p¨¢rvula, lirismo elemental, gui?os ecologistas y candorosa demagogia. Tremolar de banderas moradas con triangular blancura.
Estereotipos de ra¨ªces pol¨ªticas quedan pronto anegados por el poema an¨®nimo, por la confesi¨®n dulce e insostenible. Nada puede el cinismo o la bondad del militante: ?Animad a los j¨®venes: al partido le toca determinar el triunfo.? El deseo vacila en otras aguas, pues empieza a saberse que el homosexual no existe: puro fantasma es, creado por el macho para ocultar sus miedos m¨¢s dom¨¦sticos. Alto a la pestilencia oportunista.
No es una fiesta. No son muchos tampoco. Pero aguantan la ristra de mensajes en este pabell¨®n de ladrillo, sobre un suelo empolvado, cruzando, cepos quedos, sobre invisibles arrecifes de desaliento. Los vendedores de helados no hacen aqu¨ª su agosto; nadie cede a la tentaci¨®n de parodiar la imagen pornolegal del chupeteo amarillo en buen papel couch¨¦. El comunicado de las lesbianas madrile?as ser¨¢ el m¨¢s aplaudido. El de Comisiones Obreras recibe un abucheo memorable.
Contra la norma, una anormalidad reivindicada. Sin aspavientos soberbios ni timidez fingida. Se van neutramente, pero con miedo a la salida. Sin capullos bermejos en ojales, sin boquitas pintadas, sin adornos chillones, sin pelucas, sin plumas cotorriles, sin lunares postizos y sin la risa loca de un domingo campestre.
Han estado solos. Ni un l¨ªder de la izquierda parlamentaria. Ni una figura de las artes y las letras. Ni una lumbrera de la ciencia. Su soledad es firme. Tal vez porque escribieron hace tiempo en su existencia las palabras de Gide: ?Creed en aquellos que buscan la verdad, dudad de los que la encuentran; dudad de todo, pero no de vosotros mismos.? No fue una fiesta. Tampoco eran muchos. Pero, como llegaron, se fueron: con la anormalidad m¨¢s neutra. Esa que puede sernos propia a usted y a m¨ª, al polic¨ªa de la esquina y al cura de su di¨®cesis, al taxista y al profesor, a su hijo y a su propia esposa, al alba?il y al cirujano. No dir¨¢ que no entiende. Porque la duda est¨¢ en su casa y en su calle. Ya no hay salida. Ellos lo saben. Y ese es tambi¨¦n su orgullo permanente.
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