Dejemos al Ej¨¦rcito en paz
Recuerdo n¨ªtidamente los diversos grados de angustia vividos en los pre¨¢mbulos de toda operaci¨®n b¨¦lica, que protagonizamos tantas veces en tantas circunstancias. Y volvemos a experimentar estos d¨ªas parecida ansiedad, aunque ahora la padezcamos pisando ricas alfombras en los hemiciclos del Congreso o Senado de Madrid. Nunca he sabido graduar la angustia an¨ªmica que siente el combatiente en la espera del inicio de la lucha y despu¨¦s que se rompiera el fuego. Pero, personalmente, he preferido siempre encontrarme en el fragor del combate, porque la angustia de la incertidumbre y la nerviosa espera desaparecen como por encanto cuando se empieza a marcha y actuar.En esa nerviosa espera nos hallamos en Madrid los que ostentamos la representaci¨®n del pueblo vasco para desempe?ar el cometido que hemos asumido en su nombre: la consecuci¨®n del Estatuto de Guernica, cuyo esp¨ªritu recoge las aspiraciones de Euskadi en el tiempo y circunstancias objetivas en las cuales ha sido enmarcado.
Nuestra posici¨®n es bien comprometida. ?Qui¨¦nes son nuestros adversarios? La duplicidad es real, porque desgraciadamente hemos de luchar en un doble frente. Sin duda alguna que los enemigos de este proyecto de estatuto se posicionan en Madrid en un ampl¨ªo frente, reunificado ante la circunstancia. Pero, como ocurre con harta frecuencia, lo ¨²nico que abunda en casa del pobre es la discrepancia y la insolidaridad. Porque hemos de luchar tambi¨¦n en nuestra propia casa, para tratar de convencer a un determinado sector de nuestro pueblo, que lo que ellos tienen como mejor es enemigo de lo bueno que nosotros proponemos, por la sencilla raz¨®n de que todo en este mundo tiene su sitio en su correspondiente circunstancia. Porque m¨¢s vale p¨¢jaro en mano que en sue?os imposibles. Aparte de que, en triste coincidencia, hemos de constatar el paralelismo de rechazo al estatuto entre aquellos que piensan que nuestra exigencia es poca con aquellos otros que creen que nuestra pretensi¨®n es mucha...
Contemplando el campo de posiciones constatamos una realidad: Madrid se muestra intransigente, montando barricadas con monta?as de motivos de desacuerdo. Es verdad que, en el inicio de toda negociaci¨®n, las posturas se endurecen deliberadamente y cualquier detalle, al parecer intrascendente, se sit¨²a sobre la mesa como algo innegociable y rechazado de antemano. Porque el enemigo nunca pone alfombra m¨¢s que a aquel que se rinde incondicionalmente. Y ¨¦ste no es nuestro caso, porque les consta que estamos dispuestos a re?ir dura batalla en defensa de nuestro derecho. El rechazo del Estatuto de Guernica, tal y como ha sido redactado, engendra en Madrid un pesado ambiente, que se traduce en trato hosco de suspicacia y evasiva. Rumores de imposibilidad, intransigencia y velada amenaza si los vascos no se avienen a la componenda. Y la amenaza adquiere car¨¢cter catastrofista cuando frecuentemente se hace referencia a la posici¨®n de las Fuerzas Armadas...
Observadores, medios de informaci¨®n de toda ¨ªndole y agentes correveidiles del rumor intencionado -cuidadosamente inventado- lanzan sus sondas para obtener informaci¨®n en la profundidad neur¨¢lgica del escozor del d¨ªa. Lo que quema ahora en Madrid es el fuego de los estatutos de autonom¨ªa.
Y como tel¨®n de fondo, pintado en rojas tintas: ?La salvaguardia de lo permanente?, el garante de la unidad de la patria, el Ej¨¦rcito. O, dicho en otras palabras: la ocupaci¨®n militar de Euskadi -con su secuela de sangre y desdichas- si los vascos no se avienen a razones de fuerza dictadas autoritariamente para encajonarnos en el m¨¢s estrecho marco constitucional.
El vasco tiene fama de obstinado cuando defiende a los suyos y a sus pertenencias. Y por tal condici¨®n ha padecido -siempre estoicamente- los males y borrascas de la violencia, la cual venimos padeciendo, los que a¨²n vivimos, desde el 18 de julio de 1936, y de cuyas secuelas todav¨ªa no hemos escapado. Pero, pese al triste pasado, mantenemos la confianza en el mundo de hoy, donde dif¨ªcilmente tienen cabida las aventuras golpistas, porque Hitler, Mussolini y Franco descansan -al fin- en paz. Y los hombres que gobiernan las Fuerzas Armadas son realistas y respetuosos -como dem¨®cratas- de la voluntad popular.
Por otra parte, la facultad de la inteligencia distingue al hombre del animal. Y ser¨ªa un craso error el que el Ej¨¦rcito hiciera el juego de aquellos que buscan precisamente la intervenci¨®n militar en Euskadi, pensando en un caldo de cultivo ideal para sus intenciones revolucionarias.
Ateng¨¢monos todos a una realidad: Madrid tiene en Euskadi un interlocutor v¨¢lido, dispuesto al di¨¢logo en la b¨²squeda de f¨®rmulas que garanticen la solidaridad entre los pueblos que conforman el Estado espa?ol. Desconocer esa realidad es una insensatez, ya que la alternativa consiguiente est¨¢ abocada a la esterilidad. Porque el estatuto que se pretende imponer desde Madrid no ser¨¢ aceptado en Euskadi. Y si nuestras posiciones no son su agrado, podemos llevar de la mano hasta Madrid a cualquier arrogante joven abertzale revolucionario... que tambi¨¦n tiene bajo el brazo su estatuto de autonom¨ªa.
Seamos pragm¨¢ticos, se?ores de UCD. El porvenir de todos est¨¢ en juego una vez m¨¢s. Y es posible que est¨¦ en juego la ¨²ltima oportunidad. Negociemos lealmente, con amplitud de criterio, escapando del estrecho juridicismo, con talante abierto, sin coacci¨®n ni amenaza...
Que nadie apunte, como ¨²ltima instancia, al Ej¨¦rcito.
Dejemos al Ej¨¦rcito en paz.
Dejemos en paz la guerra.
Y hagamos la paz...
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