"Holocausto" y el cainismo
Embajador de Espa?a
La mancha en la tierra de la sangre de Abel clama al cielo, no porque Abel haya muerto, ya que hab¨ªa recibido de Ad¨¢n, su padre, no s¨®lo la vida, sino tambi¨¦n la muerte; clamaba porque era la primera sangre del hombre derramada por obra de su hermano y,sobre todo, porque era una sangre inocente. El que mata a un hombre mata a su hermano, ?y qu¨¦ trabajo para el homicida lavar su mano ensangrentada de sangre inocente! Por eso el que mata al que puede matarle, como en la guerra, no es un cainita.
La muerte es sobrecogedora por lo que tiene de misteriosa, pero no es terrible; lo que es terrible es el matar. La tragedia es la de Ca¨ªn, no la de Abel. La tragedia es tener que ?justificarse? diciendo: ??Soy yo acaso el guardi¨¢n de mi hermano? ? La envidia homicida de Ca¨ªn a Abel era la envidia teol¨®gica de la preferencia del menor sobre el primog¨¦nito, que se repite a menudo a trav¨¦s del G¨¦nesis -a trav¨¦s de la historia-: Isaac es preferido a Ismael; Jacob a Esa¨²; Raquel a L¨ªa, y as¨ª sucesivamente. Ca¨ªn tiene que huir, y vagabundo errante teme que le mate ?cual quiera?, dice (?los hombres pre ad¨¢nicos?), ?que le encuentre?. Pero recibe de Yahv¨¦ una se?al de protecci¨®n -la se?al de Ca¨ªn-, se casa y tiene descendencia, fundando la raza de los ?cainitas?. Es una raza inmensa. La ultima ratio del poder, y, sobre todo, de la prepotencia; es el poder matar, cruenta o in cruentamente, el poder eliminar al d¨¦bil, al desheredado, cuando, por no someterse o estar m¨¢s do tado, constituye una amenaza para el primog¨¦nito, que es la imagen y el heredero natural del padre. El primog¨¦nito se hace cainista cuando usa de ese don gratuito que es el de ser heredero, como privilegio y no como servicio, que es lo que es, y se hace homicida para defender su posici¨®n privilegiada. De esta amenaza de la primogenitura sobre el segundo g¨¦nito, arranca el ?complejo de Edipo?.
La destrucci¨®n del d¨¦bil, del pobre -pobres son los que no tienen nada, ni tienen codicia, y para los cristianos, los que no ponen su confianza en el poder, ni en el dinero, ni en s¨ª mismos, sino s¨®lo en Dios-, tiene muchos grados. El de la simple muerte no es el ¨²ltimo, sino el primero, el m¨¢s ben¨¦volo. Ca¨ªn dice a Abel: ?Salgamos al campo?, y all¨ª le mata. Le envidia, pero no le desprecia. La envidia es una forma siniestra de aprecio. El segundo grado del cainismo es cuando no solamente odia, sino que tambi¨¦n desprecia. Para el cainismo, ?el otro?, el otro hombre, es g¨¦nero humano, pero no es ?persona?. Tal cainismo ni odia ni mata, pero utiliza ?al otro?, ni siquiera como cosa -se puede ser muy humano con las cosas que se aman-, sino como ?no persona?; como un ?quasi? animal. Eso es la esclavitud, que, institucionalmente,ha durado siglos y desinstitucionalizada durar¨¢ siempre. Todo el que utiliza ?utilitariamente? a otro hombre, sea un grupo, sea un Estado, esclaviza.
Pero el cainismo toca fondo, no ya cuando rebaja la dignidad del hombre, sino cuando usa ese rebajamiento adem¨¢s de para explotarlo, conserv¨¢ndolo ego¨ªstamente como en la esclavitud, para destruirle, aniquilarle s¨¢dicamente. Para ese cainismo, cierta clase de hombres llega a ser, no s¨®lo inferior, sino contaminante por abyecta; es el caso de los parias de la India de las castas y, para los racistas, de la locura de la supremac¨ªa de la pura raza aria, de los jud¨ªos, de los cristianos, tambi¨¦n contaminados, puesto que Cristo fue jud¨ªo; de los negros, de los marginados como los gitanos, de las razas inferiores, como los semitas, y, en general, las razas no arias. Y todo racista desemboca en ese cainismo.
En Holocausto, lo que produce la n¨¢usea, mucho m¨¢s que las matanzas, que durante una guerra se convierten en pura rutina, no es s¨®lo la crueldad con que es maltratado el hombre, sinola abyecci¨®n del trato de un ser hecho a imagen y semejanza de Dios. El alucinante relato que es Holocausto, en lo que tiene realismo y de ficci¨®n, produce un doble efecto que no se ha tenido bastante en cuenta en la obra proyectada: de un lado, la reacci¨®n general es la exaltaci¨®n de las v¨ªctimas y la implacable condenaci¨®n de los verdugos. Pero hay un segundo efecto, un acorde o resonancia de onda m¨¢s corta, pero muy delet¨¦reo, que es el de una pedagog¨ªa del sadismo cainita. Pasa como con ciertos relatos condenatorios de las violencias carnales o de las violencias terroristas, que pueden encontrar su acogida en las zonas sombr¨ªas del alma humana, m¨¢s asequibles a lo tenebroso que a lo luminoso. No es bueno remover esos fondos oscuros de una naturaleza ca¨ªda, como es la naturaleza humana.
Pero ser¨ªa la m¨¢s pura injusticia sacar la conclusi¨®n de que el pueblo alem¨¢n, en su conjunto, es responsable de una operaci¨®n de exterminio del pueblojud¨ªo -?la soluci¨®n final?- concebida por unas pocas mentes enloquecidas y ejecutada por un reducido n¨²mero de seres al¨²cinados por la imbecilitas de la superioridad de la raza aria; seres endurecidos por el clima de guerra e ignorantes de que la, obligaci¨®n de obedecer ¨®rdenes, inherente a la disciplina militar, tiene en todo tiempo, incluido el tiempo de guerra, el l¨ªmite infranqueable de que hay que obedecer a Dios o simplemente a los principios m¨¢s elementales de la moral humana, antes que a los hombres que abusan y prostituyen el poder.
Los jud¨ªos -?que no reconocieron al que hab¨ªa de venir cuando vino a los suyos?- saben por experiencia en su propia carne la injusticia que ha constituido el imputar a todo el pueblo hebreo el sacrificio de la cruz, obra de un Sanedr¨ªn compuesto por unos sacerdotes y doctores con una fe fan¨¢tica de la letra -que no en el esp¨ªritu- de la ley de Mois¨¦s. A la pobre calidad humana de esos pocos jud¨ªos, buenos manipuladores de la plebe, se uni¨® el protagonismo pol¨ªtico de unjerarca romano que menospreci¨® lo que constitu¨ªa la grandeza y la gran aportaci¨®n de Roma a la humanidad, es, a saber, la majestad de la ley y del derecho. Siempre queda el misterioso drama del pueblo jud¨ªo.
Adem¨¢s, los hornos crematorios, aparte de la novedad de la industrializaci¨®n de la muerte, no son sino un eslab¨®n m¨¢s en la cadena interminable de los holocaustos de la historia, sufridos, no s¨®lo por los jud¨ªos, sino, en su turno, por todos los pueblos y razas, altern¨¢ndose los papeles de v¨ªctimas y verdugos. No hay que remontarse a, las persecuciones de los cristianos desde Ner¨®n; Polonia, Polonia entera, ha sufrido uno de los mayores holocaustos en la ¨²ltima gran guerra. Los refugiados vietnamitas y camboyanos son las v¨ªctimas m¨¢s recientes, y el holocausto que puede causar una guerra at¨®mica solamente. con los ingenios disponibles hasta el presente, ¨¦se, s¨ª que puede representar la ?soluci¨®n final? del g¨¦nero humano.
Los holocaustos los engendran, porque son engendros, las ?ideas? m¨¢s est¨²pidas. No hay nada que m¨¢s arrebate a la gente simple que una simpleza. Todas las demagogias est¨¢n basadas en el simplismo. La ?superioridad de la raza aria? nadie sabe ni puede saber lo que es. Nada m¨¢s incierto, menos homog¨¦neo y unitario, en suma, m¨¢s misterioso, que el concepto de raza. Dentro de cada raza hay mestizaje, y hay mestizaje entre todas ellas. Hablar de una raza pura es hablar por hablar. Y si esto se puede decir de las razas, qu¨¦ no se podr¨¢ decir de la ?superioridad?. Una raza superior a otra, ?en qu¨¦? Nada humano consiente una superioridad absoluta. Las superioridades y las inferioridades en cierto modo se complementan. Usando la raz¨®n no cabe pensar en una ?raza? que. sea superior a las otras en cultura, religi¨®n, bellas artes, filosof¨ªa, literatura, t¨¦cnicas, moralidad, belleza, etc¨¦tera. Pues bien, esa simpleza de la superioridad absoluta de la raza aria produjo millones y millones de muertos y heridos, destrucciones incalculables y mares de sangre, sudor y l¨¢grimas.
De la misma manera, es contra el sentido com¨²n que haya ?cainismo? de derechas y de izquierdas. Para el respectivo cainismo, en los actos criminales no hay m¨¢s cainismo que el de la otra mano, el propio no existe, Y, si se reconoce, se justifica, cuando no se considera como ?cainismo? bueno. A esa bajeza puede llegar la pasi¨®n pol¨ªtica.
Para los cristianos, el supremo holocausto es la cruz, porque la v¨ªctima es el Mes¨ªas, el hijo de Dios vivo; porque es la pura inocencia y porque se entreg¨® voluntaria y ag¨®nicamente a la muerte, y muerte de cruz. Holocausto quiere decir ?todo quemado?. El Se?or, en la cruz, dijo: ?Todo est¨¢ consumado.?
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