Los pasotas tambi¨¦n se casan
A pesar de todo, los pasotas tambi¨¦n se casan. La naturaleza tiene previsto un estado de imbecilidad transitoria alrededor de los veinticinco a?os en que los cuerpos m¨¢s insolentes est¨¢n con la guardia baja. La escabechina sacramental captura entonces una gran redada de inocentes. Despu¨¦s de visitar los santos lugares magn¨¦ticos con un macuto, despu¨¦s de revolcarse por el esplendor de la hierba, despu¨¦s de pasear la barba y el morral por las plazoletas inici¨¢ticas, las tabernas de moda, las barrocas escalinatas que sustentan h¨¦roes con levita, si una pareja de pasotas se ama, al final entra en un garaje convertido en capilla de suburbio, pide presupuesto, tantos cirios, tantas alfombras de estame?a, tantos geranios, tantos acordes de armonio ratonero, los tres quilos de arroz bomba y se casa. Todo por epatar. Los pasotas se arrodillan en un reclinatorio de pino, humillan ligeramente la nuca y se hacen bendecir por un cura amiguete.El novio suele ir equipado con un traje de pana lisa; la novia se adorna con traje t¨ªpico del tercer mundo, de colores vivos, tela basta bordada por las manos de un zul¨². Los pasotas nunca lloran y menos delante de sus viejos amigos de org¨ªa. Ella ni siquiera insin¨²a el m¨¢s leve moh¨ªn. Los dos admiten las maniobras del ceremonial con un rictus divertido, con un pliegue c¨ªnico en la comisura, como si la cosa no fuera con ellos. Pero lo cierto es que los pasotas se casan con papel timbrado, hisopo, arroz y consentimiento a prueba de un obispo de Detroit.
En los a?os sesenta los progresistas tambi¨¦n se casaban, aunque no eran tan inocentes ni provocadores. Entre aquella juventud avanzada estaba de moda curarse en salud. Todav¨ªa cre¨ªan en el matrimonio. La pareja, antes de visitar al cura, pasaba por la notar¨ªa y depositaba all¨ª un sobre lacrado. Sab¨ªa perfectamente que las promesas de amor y los dulces revolcones en el pajar, cuando Regaba el hermaneo de carnes, se convierten en un puro asquito. En seguida aparece la crueldad mental esa y la pareja tira cada una por su lado.
Hasta entonces la separaci¨®n matrimonial entre progresistas sol¨ªa hacerse a pelo: para ti la cer¨¢mica de Alcora, para m¨ª el mantel de Rumania; para ti el cartel de Che Guevara, para m¨ª el disco de jazz; para ti el amuleto er¨®tico de Ibiza, para m¨ª el plato limosnero que compramos en aquel anticuario de Orense; t¨² te largas por esa esquina y yo me rilo por la otra. Luego ven¨ªa lo de asumir el impacto del trauma, mandar los ni?os al Liceo Franc¨¦s, reorganizar los canales de la marihuana, mientras la curia entre resultandos, considerandos y petici¨®n de pasta dejaba que las hojas de los ¨¢rboles se doraran y cayeran diez veces y entonces fallaba. Fallaba o erraba, que eso nunca se sabe.
Pero con el truco del sobre lacrado en la notar¨ªa los progresistas m¨¢s sofisticados cog¨ªan el atajo. El sobre conten¨ªa una declaraci¨®n jurada donde se dec¨ªa que ellos no ten¨ªan intenci¨®n de casarse ni nada, que todo hab¨ªa sido una broma, por eso pon¨ªan esa cara de risa en la ceremonia nupcial. Al llegar las primeras bofetadas los progresistas rasgaban el pliego, el notario daba fe, que para eso est¨¢, presentaban la papela en la curia y el tr¨¢mite entonces era m¨¢s f¨¢cil.
Probablemente el cura que los cas¨® tampoco era cura ya y tambi¨¦n se hab¨ªa casado para llevar la contraria. Luego, todo se reduc¨ªa a repartirse equitativamente la loza.
Aunque parezca mentira, los pasotas ahora tambi¨¦n se casan. Un buen d¨ªa, alrededor de los veinticinco a?os, les pilla con los genes atontados, les da por ducharse, se les afloja el esf¨ªnter del amor y buscan un papel sellado. Entran en la turbina del sacramento con una inocencia preternatural. Mientras los burgueses se desl¨ªan en la vicar¨ªa de Detroit, los obispos espa?oles trenzan un documento latino sobre el divorcio y el Parlamento construye una escalera de incendios para el matrimonio, los dulces pasotas, ajenos a la que est¨¢ cayendo, se arrodillan en un reclinatorio de pino y blanden el dedo coraz¨®n para que les metan el aro. Es lo ¨²ltimo que se lleva en materia de cinismo, la ¨²ltima finta de la provocaci¨®n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.