Llerena
Llerena est¨¢ hoy aqu¨ª, Llerena somos todos, Llerena de empalados y desenterrados, leva de muertos, remolino ascendente, espiral de esqueletos hacia el campanario, visi¨®n como de un Greco que ha visto a Vald¨¦s Leal.Porque la actualidad nos trae al mismo tiempo la letra con su estampa, el documento episcopal contra el aborto / p¨ªldora / divorcio y la l¨¢mina de Llerena, estampada en carro?a por los siglos. No entro ahora -como anda la prensa- en si los esqueletos y momias de Llerena son v¨ªctimas de la Inquisici¨®n (y entre ellas hay un gato, querube inverso de la brujer¨ªa), pero digo que el documento episcopal, la mitrada prosa, la negra negativa de la Iglesia espa?ola (y supongo que romana) es un Llerena, una Llerena m¨¢s actual y grave, es una tenue y f¨¦rrea inquisici¨®n, bien respondida, glosada (negativamente) y desencapuchada por los editorialistas dominicales de este peri¨®dico, Eso es lo que digo.
La letra con su estampa, por si alguien no lee letra menuda. El p¨¢rroco de Llerena se defiende, defiende a sus momificados feligreses, incardin¨¢ndose en una culpa retroactiva que a lo mejor ni siquiera existe. Pero nada mejor que ese T¨¢pies involuntario de los muertos, ese Millares henchido por el tiempo, ese aguafuerte extreme?o de Llerena para ilustrar, siquiera sea como alegor¨ªa (g¨¦nero muy utilizado por la Iglesia), la sutil inquisici¨®n que quiere hac¨¦rsenos, dando por supuesto que la mayor¨ªa cat¨®lica espa?ola (eso que Arangur¨¦n llama certeramente cristianismo sociol¨®gico) debe imponerse celestialmente, infernalmente, a las inmensas minor¨ªas juatirramonianas y agn¨®sticas. ?Por qu¨¦?
Llerena est¨¢ entre nosotros, Llerena somos nosotros, Llerena es toda Espa?a, menos Llerena, quiz¨¢, el pueblecito de Badajoz donde se ha descubierto ahora una falsa y posible apoteosis de enterramientos en sagrado, y nada m¨¢s, que estudian ya los sabios catalanes (no se olviden del gato, por favor).
El gran emparedamiento, la Llerena de letras que pretende momificarnos en papel de barba, es ese nuevo documento episcopal, ll¨¢mese como se llame, esa pira arzobispal, tea teol¨®gica, que no se limita a orientar a sus fieles (como le se?ala este peri¨®dico), sino que distribuye entre la sociedad y los mass / media, entre la juventud y el personal, sus conceptos de lo bueno y lo malo, entrando hasta la ciencia, que nunca se ha visto un Papa besando el suelo de un laboratorio, como besan, con edificante humildad televisiva, las tierras m¨¢s infecundas de la Tierra, o los firmes hormigones del industrialismo. ?Y si entre los emparedados de Llerena estuviera Miguel Servet, con cara de jud¨ªo enterad¨ªsimo, o Galileo, humilde, terco y asustado?
Ya que los muertos de Llerena se han desenterrado a s¨ª mismos, no vamos a desenterrar los muertos de la reciente Historia, o los Ca¨ªdos (que me escribe Juan de Avalos diciendo que el Valle se hizo por desconcierto y patriotismo, vale). Pero Jes¨²s Quintero ha estado en Cuenca, en la primera misa de media docena de misacantanos, que m¨¢s no da la mucha mies de siempre, ordenados todos por monse?or Guerra Campos, y Quintero le ha grabado a Guerra unas bellas proclamas de integrismo, de inquisici¨®n conquense, que hacen palidecer, una vez m¨¢s, los colores abstractos, matinales, del Museo de Saura, recientemente injuriado por la mano inocente de la llama.
No ya el anticlericalismo viejo, comecuras, de galvanizar ahora los dudosos muertos de Llerena, pero s¨ª la estampaci¨®n de muertos hecha por la prensa como manera de decir, pronto y seguido, que un Llerena m¨¢s grave, m¨¢s urgente, es la tupida insistencia arzobispal en gobernar Espa?a desde Cuenca, Toledo, desde Madrid o desde el cielo. Hay dos Espa?as, cuando menos, y no todas cat¨®licas, ni hablar, y un d¨ªa, siglos adelante, podemos aparecer los espa?oles, f¨®siles de Llerena o del Skylab, emparedados del siglo XX, tan antiguo, en la argamasa clerical y eterna de un documento que nos momifica, que nos deja sin vida personal, sexual, relacional. Un holocausto. Con Llerena hemos topado.
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