Los coches inutilizan muchas plazas madrile?as como lugares de encuentro
Las plazas constituyen uno de los elementos m¨¢s significativos dentro del paisaje urbano. En Madrid disponemos de un amplio muestrario donde cada una tiene su raz¨®n de ser y su utilizaci¨®n, desde la de Oriente o la plaza Mayor, donde es obligada la visita tur¨ªstica por su contenido hist¨®rico-art¨ªstico, hasta las olvidadas de los extrarradios, donde la gente, que todav¨ªa no disfruta de ciertas inhibiciones, saca la silla y organiza tertulias.
Las plazas cumplen su funci¨®n al servicio inmediato de la calle, de la agrupaci¨®n de manzanas, del barrio. No se pueden plantear con independencia de la gente que las rodea; son lugares en continuo uso: en la plaza de Las Salesas, en la de Pe?uelas, en la de Chueca podemos ver todas las ma?anas c¨®mo las madres llevan a los m¨¢s peque?os, mientras a lo largo del d¨ªa los ni?os juegan y los viejos que son indudablemente quienes m¨¢s las utilizan, observan desde su banco a los grupos de j¨®venes que se dan cita en ellas.Los chiringuitos instalados en la plaza de Santa B¨¢rbara, en la de Chamber¨ª y en tantas otras favorecen la estancia, y por la noche, cuando los ni?os desaparecen, matrimonios, parejas y dem¨¢s fauna toman all¨ª el fresco junto a una horchata m¨¢s o menos adulterada.
Las hay que, por diversos motivos, traspasan sus fronteras naturales y su foco de atracci¨®n se extiende fuera de los l¨ªmites del barrio, a un sector, e incluso a toda la ciudad: la plaza de Cascorro, o la del Dos de Mayo, entre otras m¨¢s, constituyen una serie de hitos, dentro del tejido urbano, de connotaciones muy determinadas.
Pero por encima de las diversas motivaciones que promueven la afluencia de gente a las plazas (comercios, mercadillos, etc¨¦tera), su uso es muy sencillo: se est¨¢ en ellas. Suponen un desahogo inmediato frente a la estrechez de las calles, meros colectores de circulaci¨®n, y un paso intermedio frente a la inexistencia o dificultad de acceso a los parques urbanos y jardines, que, por otra parte, cumplen funciones distintas.
Desde sus primitivos or¨ªgenes, las plazas siguen evolucionando: las hay que tienen su ra¨ªz en la Edad Media, originadas por las ferias y mercados a las puertas de las ciudades, y que propiciaron el salto de las mismas fuera de las murallas, como Puerta Cerrada, o la de Ant¨®n Mart¨ªn, emplazada donde en tiempos existi¨® un portillo, derribado por los nuevos ensanches; otras proceden del Renacimiento y en ellas la articulaci¨®n geom¨¦trica de los espacios y sus proporciones es la nota predominante, caso de la plaza Mayor, terminada bajo el reinado de Felipe III, cuyas buhardillas irregulares fueron uniformadas a base de pizarra del Escorial; de la etapa barroca quedan plazas con perspectivas y efectos esc¨¦nicos (con Carlos III se traz¨® cuidadosamente todo el paseo del Prado), y est¨¢n, por ¨²ltimo, las de nuestros d¨ªas, cuando el diferente sistema de vida y, sobre todo, la presencia del tr¨¢fico rodado, ha modificado ostensiblemente su tipolog¨ªa. Tanto es as¨ª que hoy los ciudadanos disponemos de dos tipos de plazas bien diferenciadas: hay plazas para peatones y plazas para autom¨®viles; dicho de otra forma, plazas estanciales y plazas no estanciales. Estas ¨²ltimas se organizan. no ya como ornato para un monumento (antigua plaza de Col¨®n), sino como un elemento m¨¢s al servicio exclusivo del autom¨®vil, con el fin de regular la circulaci¨®n en determinados nudos. Ejemplos los hay a montones: la glorieta de Bilbao, la de Quevedo, la plaza de Cibeles o la de Independencia, en torno a la puerta de Alcal¨¢, que dej¨® de ser utilizada por la gente de a pie para convertirse en un intrincado laberinto de se?ales y pinturas en la calzada, entre las que discurre e tr¨¢fico, que, por otra parte, funciona muy bien. Pero el ejemplo m¨¢s descarado de agresi¨®n a transe¨²nte se da en la plaza de Canalejas, donde los peatones y lo comercios se han visto obligados a ejercer de topos en favor de un tr¨¢fico m¨¢s fluido por la carrera de San Jer¨®nimo.
Otras se han visto dedicadas a aparcamiento, ya sea en superficie como en el caso de la de Santo Do mingo, donde un edificio para este fin ocupa el escaso espacio en otra ¨¦poca libre, o subterr¨¢neos (primero, la plaza de las Descalzas; luego, la de Espa?a, Santa Ana Olavide, etc¨¦tera), soluci¨®n ¨¦sta m¨¢s adecuada, pues posibilita la utilizaci¨®n de la zona superior, donde basta un metro de tierra para permitir la existencia de vegetaci¨®n y arbolado, pero de todas maneras el tr¨¢fico agrede de forma sustancial el tipo de uso y relaci¨®n que se da en las plazas, y as¨ª nos encontramos con algunas, como la de Callao, cuya funci¨®n ha sido totalmente desvirtuada.
Convertida en isla solitaria en medio del trasiego que la rodea, sirve ¨²nicamente como punto de cita para las pocas personas que se atreven a cruzar hasta ella y que, tras el momento del encuentro, se dirigir¨¢n luego a cualquiera de los cines o grandes almacenes que la rodean.
Existe tambi¨¦n otro tipo de plazas clasificadas como estanciales (se estima la permanencia de media hora a hora y media), en las que elementos tan simples como los bancos juegan un papel primordial. Asimismo, la vegetaci¨®n es otro elemento fundamental a considerar, ya sea por la sombra que proporciona (en las plazas t¨ªpicas espa?olas, plazas mayores, no suele haber arbolado, pero los soportales cumplen su papel proporcionando sombra), como por su funci¨®n de aislante, visual y ac¨²stico, del tr¨¢fico, ya que las pantallas de ¨¢rboles, sobre todo si se ramifican hasta el suelo, constituyen existentes amortiguadores del ruido. Una plantaci¨®n de ocho metros de altura y ocho metros de profundidad absorbe ocho decibelios por metro de ancho. Una soluci¨®n de este tipo se ha dado en el cruce entre General Mola y Juan Bravo, donde el espacio del patio de manzana se dej¨® como zona verde, situ¨¢ndolo frente al edificio, y se coloc¨® una pantalla de vegetaci¨®n contra el tr¨¢fico de General Mola, o la m¨¢s reciente de los nuevos edificios de Raimundo Fern¨¢ndez Villaverde.
En otras plazas se busca el aislamiento de la circulaci¨®n mediante cambios de nivel en la superficie. La plaza del Dos de Mayo est¨¢ hundida y protegida por unos taludes que han sido ajardinados ocho veces y son sistem¨¢ticamente destruidos por los ni?os, que los utilizan a modo de tobog¨¢n. Otras se elevan sobre el nivel de la calle, como en el caso de la de Chamber¨ª o la de Tirso de Molina (antigua plaza del Progreso, creada al derribarse el convento de la Merced), aunque el aislamiento es menor que en las excavadas y los taludes ajardinados no se disfrutan desde el interior de las mismas y son m¨¢s dif¨ªciles de mantener.
Las plazas constituyen, pues, unos espacios de expansi¨®n ciudadana que, enfocados como paso intermedio entre los parques de distrito y las colmenas humanas, aportan una soluci¨®n de bajo coste y limitado desarrollo en superficie. Permiten, si son adecuadamente orientadas, recuperar determinado sentido en nuestras relaciones cotidianas y suponen un elemento importante dentro de la tipolog¨ªa urbana, que hay que tener muy en cuenta a la hora de actuaciones de remodelaci¨®n o en la creaci¨®n de nuevas zonas. Prueba de su importancia la tenemos en que cualquier urbanizaci¨®n que se precie ofrece a sus inquilinos un espacio com¨²n, ajardinado o de juegos, que, en definitiva, no es m¨¢s que un intento de privatizaci¨®n de la plaza tradicional.
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