?Debemos ir a La Habana?
Diputado de UCD por PalenciaVenimos asistiendo en las ¨²ltimas semanas al espect¨¢culo funambulesco de quienes se empe?an en convencemos de que la verdadera independencia de la reciente democracia espa?ola est¨¢ directamente condicionada a nuestra total e inmediata sumisi¨®n a la ortodoxia atl¨¢ntica, aun antes de que se haya abierto el plazo y discutido las condiciones para nuestro ingreso en el club de los megatones.
La Espa?a democr¨¢tica parece que se encuentra irremediablemente conducida a su integraci¨®n en la OTAN, pero si la fuerza de los hechos y nuestro propio sistema pol¨ªtico nos puede imponer una opci¨®n determinada, lo que no parece ni tan obligado ni tan perentorio es que lo ten¨ªamos que hacer al trote canton¨¦s y perdiendo los papeles.
Nuestra posible presencia a t¨ªtulo de meros observadores o invitados en la conferencia de pa¨ªses no alineados ha producido consternaci¨®n y alarma en determinados medios pol¨ªticos especialmente sensibles al sism¨®grafo de Washington.
Argumentan para oponerse a nuestra asistencia que UCD, en su primer congreso, adquiri¨® el compromiso de una opci¨®n europea, occidental y democr¨¢tica. Ser¨ªa tanto como reducir toda la maravillosa aventura de la unificaci¨®n europea a una operaci¨®n sometida a la buena voluntad del Pent¨¢gono, renunciando definitivamente a la utop¨ªa de una Europa independiente y autosuficiente, al haber fracasado la tentativa de la Comunidad Europea de Defensa.
La gran naci¨®n americana ha conseguido simbolizar el sistema de convivencia democr¨¢tica m¨¢s poderoso y consolidado del mundo occidental, pero reconocerlo no debe suponer la alienaci¨®n de sus amigos y aliados, impidi¨¦ndoles todo movimiento o gesto que sirviera para afirmar su personalidad internacional.
?Desde qu¨¦ resortes se puede exigir que no asistamos -como simples observadores- a la conferencia de La Habana ?cuando podemos presentarnos con una imagen limpia y coherente en un campo que est¨¢ esperando buena voluntad y no desplantes?
No se trata de jugar, como algunos insin¨²an, una baza personal del presidente Su¨¢rez ni de situamos en el terreno de las veleidades, cuando nuestras Cortes democr¨¢ticas han dicho rotunda y un¨¢nimemente cu¨¢l es nuestra opci¨®n europe¨ªsta; pero ser¨ªa absurdo limitar la tan subrayada independencia imponi¨¦ndonos anticipadamente obligaciones todav¨ªa no contra¨ªdas. Las estrictas reglas de la pol¨ªtica internacional deben interpretarse, ?hoy y aqu¨ª?, sin que se nos pueda exigir m¨¢s de aquello que convenga a nuestros intereses y a los que estamos obligados,
A nadie se le ocurre se?alar a Francia como aislada del mundo occidental porque se haya situado en la pr¨¢ctica fuera de la OTAN y juegue sus cartas directamente con los pa¨ªses franc¨®fonos.
Nuestra presencia en La Habana no supone adquisici¨®n de compromisos tercermundistas, sino simplemente observar de cerca un fen¨®meno que puede o no gustarnos, pero que forma parte de la realidad internacional. Y resulta adem¨¢s que entre los pa¨ªses asistentes hay muchos que no son afines por su lengua, cultura e historia.
Volvernos de espaldas a unos pueblos necesitados m¨¢s que los todopoderosos de la solidaridad internacional pudiera significar la renuncia a nuestra identidad esperanzada, soslayando responsabilidades y sofocando iniciativas.
En cierta medida da la sensaci¨®n de que lo que molesta y preocupa no es tanto nuestra asistencia a La Habana como la presencia y el protagonismo creciente entre los pa¨ªses americanos de habla hispana, a los que podr¨ªamos servir de puente y enlace con la gran comunidad de pueblos europeos.
No creo en modo alguno que pueda interpretarse nuestra asistencia a La Habana como producto del complejo de inferioridad heredado del r¨¦gimen franquista, sino todo lo contrario; s¨®lo desde la autenticidad de las propias convicciones se puede buscar el di¨¢logo para la convivencia; lo otro se llama sumisi¨®n e inter¨¦s que, en ocasiones, no son confesables.
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