... Y la escaramuza de Fidel
EL DESEO expresado por Fidel Castro, en el discurso inaugural de la VI Conferencia de Pa¨ªses no Alineados, de que Espa?a no ingrese en la OTAN, s¨®lo podr¨ªa interpretarse como una incorrecci¨®n diplom¨¢tica si esas palabras se situaran en el contexto de las relaciones bilaterales entre los dos pa¨ªses. Pero esa pol¨¦mica intervenci¨®n adquiere un significado distinto al producirse en la asamblea de La Habana, a la que el Gobierno de Madrid asiste, en calidad de invitado, con pleno conocimiento de su historia y de sus objetivos. A nadie debe extra?ar que en una reuni¨®n de pa¨ªses no alineados se busquen pros¨¦litos para una pol¨ªtica exterior equidistante de las dos superpotencias y se exhorte a un candidato a figurar como miembro de pleno derecho para que no se incorpore a la organizaci¨®n atl¨¢ntica. Pero la constataci¨®n de esa obviedad abre la v¨ªa para otras interrogantes y algunas perplejidades.La presunci¨®n de ?no alineamiento? de Cuba descansa exclusivamente en el hecho de hallarse fuera del Pacto de Varsovia. Sin embargo, la ayuda militar sovi¨¦tica: y la convergencia de las estrategias de pol¨ªtica exterior de Mosc¨² y La Habana privan a ese argumento formal de plausibilidad. La presencia cubana en Africa coincide tan estrechamente con los intereses sovi¨¦ticos, que la versi¨®n del car¨¢cter original e independiente de la iniciativa de La Habana para intervenir en ese continente resulta poco veros¨ªmil. Los ide¨®logos cubanos recordaron s¨²bitamente, cuando comenz¨® el env¨ªo de tropas a Angola, los ancestros negros de la poblaci¨®n insular y acu?aron el concepto del ?latincafricanismo? para servir de soporte ret¨®rico al giro de su pol¨ªtica exterior. Pero las convergencias sovi¨¦tico-cubanas no se limitan al Africa negra, sino que se han extendido hasta el Cuerno de Oro, en una inversi¨®n de alianzas t¨ªpica de la realpolitik. Los rebeldes eritreos, antes apoyados por sovi¨¦ticos y cubanos, son ahora los adversarios a abatir por el r¨¦gimen et¨ªope, actual beneficiario del respaldo de Mosc¨² y La Habana. Y no se trata s¨®lo de acciones convergentes, sino tambi¨¦n de omisiones coincidentes. La pol¨ªtica cubana de los a?os sesenta hacia Latinoam¨¦rica ha sufrido un viraje tan espectacular, traducido en la sustituci¨®n del apoyo exclusivo a las guerrillas por las relaciones a nivel de Estado y el reconocimiento como interlocutores v¨¢lidos de los partidos comunistas oficiales, que no es f¨¢cil negar la influencia sovi¨¦tica sobre su dise?o.
Cabe as¨ª la tentaci¨®n de atribuir al comandante Castro cierta dosis de cinismo al presentarse como m¨¢ximo pont¨ªfice del ?no alineamiento?. Seguramente las cosas no son tan sencillas. Es un hecho cierto que el r¨¦gimen de La Habana trat¨®, hasta 1968, de evitar que la ayuda sovi¨¦tica -sin la que el castrismo, pesadamente castigado por el bloqueo estadounidense, no hubiera logrado sobrevivir- redujera a Cuba al papel de sat¨¦lite de la estrategia planetaria de Mosc¨². Tal vez el recuerdo de sus or¨ªgenes y el vago deseo de recuperar alg¨²n d¨ªa su libertad de acci¨®n hagan que esa objetiva contradicci¨®n l¨®gica entre lo que dice y hace Fidel Castro sea tambi¨¦n un autoenga?o.
En cualquier caso, las contradicciones de Castro no empa?an las de la pol¨ªtica exterior de UCD: aspirar a una posici¨®n antihegem¨®nica, no alineada y fuera de los bloques, y propiciar, al tiempo, el ingreso de Espa?a en la OTAN y la renovaci¨®n del tratado con Estados Unidos. S¨®lo los pa¨ªses que realmente tratan de crear un espacio pol¨ªtico entre Estados Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica, equidistante de ambas superpotencias, tienen derecho a invocar el esp¨ªritu de Bandung y a invitar a los dem¨¢s a incorporarse a la dif¨ªcil empresa de romper la estrategia bipolar en el planeta.
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