Los cincuenta a?os del Museo de Arte Moderno de Nueva York
Lisboa es durante estos d¨ªas un centro importante del arte contempor¨¢neo. Adem¨¢s de la exposici¨®n Pollock, rese?ada y comentada recientemente en estas mismas p¨¢ginas de arte, en la sede de la Fundacion Calouste Gulbenkian se conmemora el cincuenta aniversario del Museo de Arte Moderno de Nueva York con una exposici¨®n de algunas de las colecciones que habitualmente figura en uno de los museos m¨¢s ricos en arte contempor¨¢neo del mundo, y que mantiene, como dato curioso, una pr¨¢ctica liberal vetada en los museos europeos: la posibilidad de desprenderse y negociar con sus propios cuadros.
Las vanguardias hist¨®ricas embistieron frontalmente contra las instituciones, en general, y los museos de arte, en particular. De sus inflamadas proclamas hoy apenas queda un eco. Se han convertido en literatura para adictos y penenes, ret¨®rica militante del pasado. Este a?o, el Museo de Arte Moderno de Nueva York celebra, entre parabienes generalizados, sus primeros cincuenta a?os de vida. Se trata, quiz¨¢, de la instituci¨®n m¨¢s importante en el mundo dedicada al fomento del arte contempor¨¢neo y ha contribuido decisivamente a que aquellas vanguardias hist¨®ricas que, capitaneadas por Marineti, predicaron la quema de museos, est¨¦n hoy conveniente y generosamente coleccionadas, catalogadas y expuestas a la curiosidad p¨²blica por el precio de entrada.Hubo un tiempo, sin embargo, en que los modernistas europeos pod¨ªan mofarse de los reci¨¦n llegado americanos. A ellos no parec¨ªa importarles mucho esto. Paciente y calladamente ven¨ªan a Par¨ªs a aprender de los grandes maestros europeos, visitaban los estudios y las exposiciones de avant-garde, tomaban clases con Matisse..., Max Weber, Preston Dickinson, Charles Demuth, Mac Donal-Wright, Joseph Stella, Marsden Hartley, Stuart Davis... En sucesivas promociones fueron realizando humildemente su aprendizaje europeo, fueron impregn¨¢ndose de modernidad en el viejo continente. Delante, o a su lado, ven¨ªan los adictos -Gertrude y David Stein, Lillie Blisk, John Quinn...-, que empezaron a coleccionar masivamente a los pintores de la vanguardia europea y a popularizarlos en Estados Unidos. El fot¨®grafo Alfred Stieglitz, en su m¨ªtica Little Gallery, despu¨¦s ?291 ?, de la Fifth Avenue, organiza las primeras exposiciones de Matisse, Picasso, Severini, Picabia... En 1913 el ambiente est¨¢ ya maduro para el Armory Show, uno de los grandes acontecimientos art¨ªsticos del siglo.
Un apartado de esta exposici¨®n conmemorativa, el titulado gen¨¦ricamente Dibujos y acuarelas americanas, ayuda a comprender bien este per¨ªodo heroico. Aunque no sea una selecci¨®n ni exhaustiva ni did¨¢ctica y dejando a un lado notables ausencias, conforma un aceptable muestrario de ?piezas sueltas? del per¨ªodo 1900-1940. No es dif¨ªcil llegar a la conclusi¨®n de que los mejores artistas americanos durante las primeras d¨¦cadas del siglo son aquellos que saben ser mejores disc¨ªpulos. As¨ª, tras el realismo urbano, sordamente impresionista, de la Ash Can School, representada en esta selecci¨®n por Maurice Prendergast -seg¨²n B¨¢rbara Rose, el primer americano que ?lleg¨® a entender el modernismo parisiense?-, no es dif¨ªcil percibir la lecci¨®n de Manet, de Vuillard... El retrato a l¨¢piz de Marcel Duchamp por Stella resulta de una precisi¨®n enternecedora por respetuosa. La mano del maestro alienta, qu¨¦ duda cabe, la de Man Ray. A ella no es ajena tampoco la de Picabia. El alumno es uno; los maestros, m¨²ltiples, dicen siempre los disc¨ªpulos aventajados.
Los nuevos laboratorios
Este proceso, en el que intervienen, como he dicho, no s¨®lo pintores, sino tambi¨¦n instituciones, fundamentalmente privadas, crea las condiciones para la aparici¨®n del Museo de Arte Moderno de Nueva York en 1929. Es el momento de la Gran Depresi¨®n y, contra lo que pueda creerse, el museo en sus comienzos no recibe apenas subvenciones por parte del Gobierno, dependiendo de donativos particulares y del apoyo del p¨²blico.
Los museos europeos ven¨ªan limitando su actividad a la labor de consagrar, coleccionar y conservar las obras de los pintores reconocidos. La ira sagrada de los vanguardistas no carec¨ªa de l¨®gica y ella ha contribuido, sin duda, al paulatino proceso de renovaci¨®n de estas instituciones. ?Pueden ser modernos o pueden ser museos, pero no pueden ser ambas cosas a la vez?, pod¨ªa comentarle con buen humor y poco despu¨¦s de su creaci¨®n Gertrude Stein a su flamante director, Alfred H. Barr, un joven profesor de veintisiete a?os.
El MOMA se organiza, sin embargo, en base a una declaraci¨®n de principios verdaderamente innovadora. Se define a s¨ª mismo como laboratorio y considera el arte moderno no como la raz¨®n de ser del propio museo, sino como una causa a defender. Se plantea intervenir no s¨®lo de cara a las artes pl¨¢sticas, como hab¨ªa sido la norma hasta el momento, sino incorporar a su ¨¢mbito de intereses a la arquitectura, el dise?o, la publicidad, la fotograf¨ªa, el cine y, en general, todo lo relacionado con la experiencia visual de nuestro tiempo. Con los a?os va dot¨¢ndose de departamentos espec¨ªficos para cada uno de estos campos, adem¨¢s de otros dedicados a las publicaciones, las actividades educativas, la realizaci¨®n de programas internacionales, etc¨¦tera.
Tambi¨¦n, desde el punto de vista de su colecci¨®n permanente, su actividad m¨¢s cl¨¢sicamente institucional, han sido grandes sus aciertos. Y no s¨®lo gracias al ojo cl¨ªnico de sus especialistas y de muchos coleccionistas y donantes americanos. Tambi¨¦n debido a una pol¨ªtica consecuentemente liberal. Un punto importante de la misma es la posibilidad de desprenderse y negociar con sus propios cuadros, posibilidad vetada a los museos espa?oles y, en general, a los europeos. Por contra, los americanos, salvo excepciones, no admiten legados que no puedan ser posteriormente vendidos. Para ellos una colecci¨®n permanente no ha de ser inmutable, sino, en comparaci¨®n gr¨¢fica de uno de sus presidentes, algo parecido a ?un torpedo ,desliz¨¢ndose a trav¨¦s del tiempo?. Fue negociando con parte del legado de Lillie Blist, coleccionista pionera y una de las fundadoras del museo, que ¨¦ste logr¨® adquirir las Demoiselles de Avignon y algunos de sus mejores Van Goglis, Matisses y Brancusis.
Una exposici¨®n que debe venir
Ocasi¨®n habr¨¢ para completar estos datos si esta exposici¨®n, junto a la de Pollock, nos visita. Esta ¨²ltima parece que va directamente de Lisboa a Par¨ªs, por lo que dudo que vuelva a cruzar los Pirineos. En cuanto a la primera, no s¨¦ todav¨ªa si alguien en este pa¨ªs ha intentado gestionarla. De no ser as¨ª, la incapacidad de nuestros museos y fundaciones para insertarse seriamente en los grandes circuitos internacionales se mostrar¨¢, una vez m¨¢s, cr¨®nica.
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