Duras cr¨ªticas de Umbral a Baroja, Gald¨®s y Machado
Charla del escritor en torno a la generaci¨®n del 98
?Espa?a es un pa¨ªs muy duro. Hay que demostrar todos los d¨ªas qui¨¦n es uno?, dijo Francisco Umbral al principio de su charla-coloquio en el Caf¨¦ Literario del Museo de Cera de Madrid el pasado viernes. Rodeado de las figuras del 98, cometi¨® Umbral algo que en pocas tertulias se permite: se dedic¨® a criticarles delante de ellos, aunque estuvieran en efigie, para esc¨¢ndalo y delicia de la concurrencia. Tan cruel como Borges, al que dedic¨® un recuerdo final, Umbral, que fue definido por Andr¨¦s Amor¨®s como ?un cl¨¢sico?, puso en su lugar a Machado y Azor¨ªn, a Baroja y a Gald¨®s y prefiri¨® a Valle-Incl¨¢n y a Juan Ram¨®n Jim¨¦nez.
En la luz confusa del Museo de Cera, en la esquina dedicada a ese caf¨¦ de principios de siglo, el propio Umbral, sentado junto a un Baroja emboinado y taciturno, hizo una primera reflexi¨®n sobre la vida de caf¨¦. Tras adjudicarla, herencias griegas aparte, a esas casas inc¨®modas, fr¨ªas y generalmente pobres del gremio de escritores, periodistas, profesores y gentes del intelecto, defini¨® el caf¨¦ como ?campo de batalla? y como ?campo de cultivo de ese tipo de escritor curioso que es el escritor oral?. Citando a Oscar Wilde (?en mi obra s¨®lo he puesto el talento. El genio lo he puesto en mi vida?), dijo que muchos escritores espa?oles pon¨ªan el genio en el caf¨¦. En la obra, muchos, ni talento ni casi nada.El caf¨¦ como centro de vida democr¨¢tica es donde se define la llamada rep¨²blica de las letras, ?precisamente como rep¨²blica y no como monarqu¨ªa?, donde se encuentran las ideolog¨ªas dispares: ?Despu¨¦s de la guerra?, dijo, ?los que no tomaban caf¨¦ en Carabanchel y pod¨ªan tomarlo en el Gij¨®n, dirim¨ªan sus diferencias alrededor de una mesa, con las heridas a¨²n abiertas. Sab¨ªan, unos y otros, que la batalla era de ingenio, y la v¨ªa, el di¨¢logo: un di¨¢logo a gritos que es la forma de convivir los espa?oles.? Y ya pas¨® a comentar las figuras de sus contertulios de la noche despu¨¦s de decir que ?lo que a m¨ª me gustar¨ªa en realidad es estar aqu¨ª, pero en cera. Ya ven: me lo est¨¢n haciendo ganar a pulso?.
De dos en dos fue enfrentando la curiosa tertulia y diciendo qui¨¦nes eran buenos y qui¨¦nes malos. Ortega y Unamuno fueron los primeros y la preferencia de Umbral por Ortega estaba clara. Entre Valle-Incl¨¢n y Benavente, tampoco pod¨ªa haber sorpresas: aparec¨ªa en escena Benavente vestido de Crisp¨ªn, ?personaje?, dijo Umbral, ?que ¨¦l cre¨ªa inmortal, pero que yo creo que est¨¢ bastante muerto?. Luego vino Rafael el Gallo, el torero desparejado (?como no sea con el burro de Juan Ram¨®n?, dijo, y lo dijo por Platero, a quien esta vez le hab¨ªan dejado tomar en el caf¨¦ suaves flores de la mano de su autor, no se piense mal). Men¨¦ndez Pidal, que se encontraba con el conde de Romanones, eran, el uno, la vida retirada, la investigaci¨®n, el trabajo diario, y el otro, las catacumbas de la pol¨ªtica, ?el hombre de las manos sucias, que, como nos ense?¨® Sartre, es otra forma de moral?.
Cuando entr¨® en Gald¨®s y Baroja empezaron a o¨ªrse las que parte del p¨²blico consider¨® barbaridades: para empezar, dijo: ?A m¨ª no me interesan nada. Escrib¨ªan muy mal.? Gald¨®s, ?el Balzac espa?ol, pod¨ªa escribir cosas tan inadmisibles como que una hero¨ªna llora a moco tendido?. ?Baroja tiene un estilo insoportable y descuidado. Desastroso.? Y tras un paso fugaz por la figura de Pepe Isbert, que hac¨ªa el camarero de esta pel¨ªcula, comenz¨® la que iba a ser otra defenestraci¨®n simb¨®lica y una defensa apasionada: Machado, defenestrado, y Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, reconocido como verdadero poeta. De Machado dijo que era ?el ¨²ltimo poeta del XIX?, ?un Campoamor con talento?. De su ¨²ltima ¨¦poca, ?un verdadero espanto. Se olvid¨® de su propia frase: el intelecto no canta, para hacer doloras?. ?Le hizo mucho da?o Castilla?, dijo. ?A m¨ª me gusta cuando le sale el Manuel Machado, el andaluz que hab¨ªa en ¨¦l.?
Entre Lorca y Pem¨¢n -?nadie se da cuenta de que Pem¨¢n es un poeta del veintisiete y de eso no hay duda. De lo que hay duda es de que si es poeta?- encontr¨® el enlace andaluz, s¨®lo que de las dos Andaluc¨ªas bien distintas, y, solitario Azor¨ªn, le compar¨® con Cela, a favor, naturalmente, de este ¨²ltimo, que posaba fuera de la tertulia, ?parecido a un modelo de sastrer¨ªa?. De Azor¨ªn, por su famoso silencio, dijo: ?Yo siempre he sospechado que es que no ten¨ªa nada que decir. Lo ¨²nico que pasa es que callar da prestigio en un pa¨ªs de voceros como este. Cuando un espa?ol calla, o no tiene nada que decir o es polic¨ªa.? Y as¨ª. En cambio, el homenaje a Cela se fue convirtiendo en el obligado a Borges, en la dedicatoria del discurso al argentino, que, despu¨¦s de todo, ha dicho las mismas cosas y de la misma gente. Maldades que, como dijo Umbral, ?son demasiadas y demasiado sospechosas y subversivas como para que sea Borges tan reaccionario como dicen. Yo personalmente no creo que lo sea?.
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