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Aquel feliz y pr¨®spero 3 de septiembre de 1929

Supongo que la mayor¨ªa de nosotros no conservamos, sin alg¨²n tipo de ayuda, un recuerdo claro de lo que hicimos aquel d¨ªa. Si nos paramos a pensarlo, puede que recordemos d¨®nde pasamos ese verano, o ese mes, o incluso esa semana; puede que incluso podamos imaginarnos, con cierta precisi¨®n, en qu¨¦ ocupamos esas horas. Pero si un juez nos preguntara amenazadoramente: ??Qu¨¦ hizo usted el 3 de septiembre de 1929??, probablemente necesit¨¢ramos que nos refrescaran la memoria. Vaya aqu¨ª, pues, esto a manera de refresco.

M¨¢s informaci¨®n
El hambre, a las puertas de Washington y en las calles
De la "ley seca" hasta el desastre del "Hindenburg"
Una visi¨®n anticipada e la alterniva tur¨ªstica
Nuevos tiempos, viejos problemas
De la dictadura a la Rep¨²blica, con la crisis perenne a cuestas
Otros tiempos, otros problemas,...
Tiempos dif¨ªciles

Fue un d¨ªa muy caluroso. En el oeste y en el sur de Estados Unidos, las temperaturas fueron moderadas; pero, de las costas del Maine a los trigales de Nebraska, el sol golpe¨® implacablemente.El d¨ªa anterior, lunes, hab¨ªa sido el D¨ªa del Trabajo, el ¨²ltimo D¨ªa del Trabajo de la ¨¦poca de prosperidad del Gobierno Coolidge-Hoover. (El p¨¢nico de la Bolsa iba a comenzar siete semanas despu¨¦s.)

A juzgar por los titulares de los peri¨®dicos neoyorquinos del d¨ªa siguiente, los acontecimientos m¨¢s emocionantes e importantes del 3 de septiembre, aparte del calor y de acontecimientos puramente locales, fueron un discurso del primer ministro brit¨¢nico, un torneo de golf y dos incidentes de aviaci¨®n.

El primer ministro era Ramsay Mac Donald; el discurso iba dirigido a la Asamblea de la Sociedad de Naciones, en Ginebra. La causa de que apareciera la noticia en la primera p¨¢gina de los diarios de Estados Unidos (el New York Times le dedic¨® titulares a tres columnas, de salida) era que Mac Donald anunci¨® que las negociaciones sobre la limitaci¨®n de armamento naval entre Estados Unidos y Gran Breta?a Iban progresando muy favorablemente y que parec¨ªa cercano el momento del acuerdo total.

?No es suficiente esta noticia para recordarles la situaci¨®n de 1929? No me extra?a; ha habido tantas negociaciones navales, antes y despu¨¦s, que las que Rarrisay Mac Donald mencionaba en particular, de forma tan esperanzadora, se pierden para la mayor¨ªa de nosotros en una tenue neblina de conferencias y fracasos diplom¨¢ticos. Pero quiz¨¢ recuerde lo que sucedi¨® unas semanas despu¨¦s: el primer ministro en persona cruz¨® el Atl¨¢ntico para continuar las conversaciones personalmente con el presidente Hoover, y los dos hombres se sentaron a charlar sobre un tronco, a orillas del r¨ªo Rapidan, cerca de la casa de campo de Hoover.

El torneo de golf que apareci¨® en los titulares era el Campeonato Nacional de Aficionados celebrado en Pebble Beach (California). El juego del 3 de septiembre fue notable, entre otras cosas, por un golpe anormal: el jugador ingl¨¦s Cyril Tolley lanz¨® la pelota hacia el decimoctavo hoyo, pero ¨¦sta aterriz¨® en la copa de un pino, y all¨ª se qued¨®, a unos veinte metros en el aire, firmemente incrustada entre dos ramas.

Vuele ?seguro? en Zepel¨ªn

De los dos incidentes de aviaci¨®n, uno se trataba de un triunfo, el otro de un desastre. El Graf Zeppelin, despu¨¦s de haber completado con ¨¦xito la vuelta al mundo, se hallaba sobrevolando el oc¨¦ano Atl¨¢ntico, en el vuelo de regreso de Lakehurst a Friedrichshafen; en la noche del martes hab¨ªa finalizado su vuelo. Los habitantes de algunas peque?as poblaciones espa?olas lo vieron pasar flotando sobre sus cabezas, las cabinas intensamente iluminadas contra el cielo. Cuando la medianoche puso fin al 3 de septiembre, la nave se hallaba ya pr¨®xima a Burdeos, superado el peor de sus muchos peligros.

El desastre fue la ca¨ªda de un avi¨®n de la Transcontinental Air Transport (TAT) sobre Nuevo M¨¦xico, a causa de una tormenta; murieron ocho personas. El golpe causado al transporte a¨¦reo norteamericano parec¨ªa grave. A comienzos de julio, la TAT, con el coronel Lindbergh como consejero, hab¨ªa comenzado un servicio de costa a costa, junto con la compa?¨ªa de ferrocarriles de Pensilvania y la de Santa Fe. En los anuncios de peri¨®dico se ve¨ªa a Lionel Barrymore descendiendo del Airway Limited, que hab¨ªa reducido la duraci¨®n del viaje de Nueva York a Los Angeles a un tiempo r¨¦cord de 48 horas. Los pasajeros tomaban un tren nocturno de la Compa?¨ªa Pensilvania, de Nueva York a Columbus, en el estado de Ohio; de d¨ªa volaban desde Columbus a Waynoke, en Oklahoma, y de all¨ª, tomaban otro tren nocturno, de la compa?¨ªa de Santa Fe, hasta Clovis, en Nuevo M¨¦xico, continuando por avi¨®n hasta la costa. Parec¨ªa que se hab¨ªan tomado todas las precauciones; no se les permit¨ªa volar de noche. Y ahora, justo antes de acabar el primer verano de servicio, uno de los grandes trimotores se encontraba destrozado en la ladera del monte Taylor, en el estado de Nuevo M¨¦xico.

Paradojas de la historia de la aviaci¨®n

Comp¨¢rense estos dos acontecimientos a la luz de los posteriores progresos en aviaci¨®n. El primero resultaba esperanzador, y, sin embargo, durante los ocho a?os siguientes ninguna nave m¨¢s ligera que el aire cruz¨® el Atl¨¢ntico norte, a excepci¨®n del Graf Zeppelin, y del malogrado Hindenburg, al tiempo que todas las experiencias con dirigibles de la Marina de Estados Unidos resultaron claramente funestas. El segundo acontecimiento resultaba desesperanzador y, sin embargo, el servicio a¨¦reo nocturno entre Nueva York y Los Angeles est¨¢ totalmente normalizado. Todav¨ªa contin¨²an ocurriendo desastres a¨¦reos ocasionalmente, pero ahora ya sabemos -o creemos que sabemos- que se tratan tan s¨®lo de ligeros contratiempos en lo que es un avance inevitable.

Abra las p¨¢ginas del peri¨®dico y encontrar¨¢ una diversidad de acontecimientos que tuvieron lugar el 3 de septiembre. Podr¨¢ leer que en Carolina del Norte se estaba formando un jurado para el juicio de diecis¨¦is huelguistas y supuestos comunistas, acusados del asesinato del jefe de polic¨ªa de la ciudad industrial algodonera de Gastonia, en la que desde hac¨ªa meses se ven¨ªa desarrollando un desagradable conflicto laboral. Podr¨¢n leer los esc¨¢ndalos petroleros del Gobierno de Harding. A Harry F. Sinclair, que cumpl¨ªa condena en la c¨¢rcel del distrito de Columbia, por desacato al Senado, se le inform¨® que no se le permitir¨ªa m¨¢s salir de la c¨¢rcel para realizar recados para el farmac¨¦utico de la prisi¨®n, a quien se le hab¨ªa asignado, en calidad de ayudante de farmacia. Ver¨¢ que el comandante Byrd (todav¨ªa no era almirante) se hallaba esperando en medio de la nieve de Little America para realizar el primer vuelo sobre el Polo Sur, pasando el tiempo en la emisi¨®n de un impulso de radio, que descorri¨® las cortinas de una gran foto suya en la Exposici¨®n Nacional de Radio de Los Angeles.

Esa noche se estren¨® en Nueva York Dulce Adelina, un espect¨¢culo musical que mostraba una nueva tendencia a un nost¨¢lgico regreso a los sentimientos y locuras de. los a?os noventa. Eddie Cantor actuaba en Whoopee. Los aficionados al teatro acud¨ªan a ver Escena callejera y El fin del viaje. Los neoyorquinos que prefer¨ªan el cine pod¨ªan elegir entre Mujeres modernas, con Joan Crawford y Rod la Rocque; La dama miente, con Claudette Colbert y Walter Huston; El feroz Drummond, con Ronald Colman, y Dilo con m¨²sica, con Al Jhonson.

A falta de la Casa Blanca, bueno es el Empire State

Por las columnas sociales de los peri¨®dicos se pod¨ªa uno enterar de que el antiguo gobernador Alfred E. Smith se hab¨ªa alejado de las aceras de Nueva York lo suficiente para encontrarse como invitado de honor de un banquete de la elegante Southampton, durante el cual habl¨® a los otros invitados sobre el servicio social. Despu¨¦s de haber sido derrotado por Herbert Hoov¨¦r en las elecciones de 1928, Smith se estaba preparando ahora para una presidencia m¨¢s elevada, si bien algo m¨¢s reducida, la del Empire State Building. Pero, por el momento, el rascacielos no era m¨¢s que un proyecto. En la esquina de la Quinta Avenida con la calle Treinta y Cuatro, donde pronto se alzar¨ªa, los obreros estaban demoliendo el viejo edificio de ladrillo y piedra del hotel Waldorf Astoria.

Encontrar¨¢ m¨¢s cosas en el peri¨®dico que no aparecen como noticias, que cobran ahora un significado diferente del que parec¨ªan tener para los lectores de septiembre de 1929. Los anuncios de los grandes almacenes, por ejemplo, aparec¨ªan entonces naturales; ahora resultan curiosos. Aparecen chicas con vestidos con grandes escotes y largas caderas, en un intento de atraer lo que parece seguir siendo el deseo de toda mujer: parecer lo m¨¢s estrecha y de pecho plano posible (las curvas de Mae West no se hab¨ªan convertido todav¨ªa en una influencia nacional). Los vestidos de noche llegan, por delante, justo hasta debajo de las rodillas, aunque en los costados llegaban hasta el suelo, presagiando la llegada del vestido largo del comienzo de los a?os treinta.

O volvamos a repasar la lista de las pel¨ªculas. Encontrar¨¢ algunas clasificadas como sonoras, y otras, en cantidades parecidas, aparecen como mudas. En septiembre de 1929, el cine sonoro constitu¨ªa todav¨ªa una novedad; los cr¨ªticos discut¨ªan de las diferentes t¨¦cnicas con el cine mudo, considerando al sonoro m¨¢s o menos como un torpe arribista.

La noticia hist¨®rica no estaba

El porqu¨¦ el 3 ce septiembre de 1921) ser¨¢ recordado durante m¨¢s tiempo es algo que no encontrar¨¢ en los peri¨®dicos. Efectivamente, no podr¨ªa haber un ejemplo mejor del contraste entre la perspectiva period¨ªstica y la perspectiva period¨ªstica y la perspectiva hist¨®rica que la manera, casi despreocupada, en la que los diarios publicaron un fen¨®meno de gran significado hist¨®rico: la lista diaria de precios de la Bolsa de Nueva York.

El hecho de que en el 3 de septiembre el precio de las acciones de la Dow Jones hab¨ªa alcanzado una nueva cota no era por entonces noticia de importancia. No se merec¨ªa grandes titulares. Los comentaristas financieros se?alaron que un exceso de entusiasmo hab¨ªa provocado ?otro de una larga serie de nuevos precios r¨¦cords establecidos por el mercado de acciones?. Ese, era todo. Los directores de peri¨®dicos no suelen volverse locos por acontecimientos normales. Y no pod¨ªan saber entonces que la marca que esta ¨²ltima ola de agitaci¨®n especulativa hab¨ªa dejado en el mercado financiero permanecer¨ªa Imbatida durante mucho tiempo.

Y, sin embargo, fue el 3 de septiembre de 1929 cuando el gran mercado de ganado lleg¨® a su punto culminante. En efecto, si hay que considerar un d¨ªa en particular para se?alar el punto m¨¢ximo del per¨ªodo de prosperidad del Gobierno de Coolnidge-Hoover, la estad¨ªstica se muestra clara: ese d¨ªa fue el 3 de septiembre de 1929. En esta fecha, el pueblo de Estados Unidos traspas¨® la l¨ªnea divisoria econ¨®mica y comenz¨® el descenso hacia la Gran Depresi¨®n.

El significado hist¨®rico de las cifras de las p¨¢ginas financieras nos pas¨® inadvertido, tanto a usted como a m¨ª. No ten¨ªamos ni la m¨¢s m¨ªnima idea de que est¨¢bamos cruzando una l¨ªnea divisoria. Pens¨¢bamos que todav¨ªa pod¨ªamos seguir avanzando. Y, sin embargo, en ese mismo momento, la tierra sobre la que pis¨¢bamos estaba empezando a abrirse.

Hombres y mujeres, desde Portland hasta Portland, en grandes masas, abarrotan las oficinas de los corredores de Bolsa, observando c¨®mo los teletipos daban los precios del d¨ªa: Por todas partes se habla de la Bolsa, de las fabulosas ganancias de fulanito, de bedeles vaqueros y criadas que han hecho una fortuna; se escucha en las fiestas, en los tranv¨ªas, en los trenes de cercan¨ªas.

Tengo un alambique en casa

La prohibici¨®n del alcohol es otro tema constante. La enmienda decimoctava est¨¢ en pleno vigor, igual que los contrabandistas de licor. Muy poca gente ve la abrogaci¨®n de la enmienda como una razonable posibilidad. Los estudiosos pol¨ªticos bien informados argumentan, con total convicci¨®n, que algunos Estados secos podr¨ªan bloquearla indefinidamente. Los moralistas achacan la ola de delincuencia a la influencia de las tabernas clandestinas y lamentan que incluso hombres y mujeres de peso e influencia sigan acudiendo de cuando en cuando ante la puerta, con la ventanita de barrotes, donde Tony o Mino les escudri?an antes de permitirles que pasen a disfrutar unos Martinis.

El presidente Hoover ha nombrado una comisi¨®n para estudiar la cuesti¨®n del cumplimiento de la ley, y hoy mismo, el presidente del comit¨¦, George W. Wickersham, se encuentra en viaje de Nueva York a Washington, estudiando la agenda de la reuni¨®n de ma?ana por la ma?ana, en la cual se decidir¨¢n las personas encargadas de realizar varios estudios. Van a comenzar la realizaci¨®n de unos estudios sobre la forma en que se comportan los tribunales, la libertad vigilada, la libertad provisional, el ¨ªndice de delincuencia entre los nacidos en el extranjero, la falta de respeto a la ley entre los funcionarios del Gobierno, y as¨ª hasta completar una larga lista. La prohibici¨®n es tan s¨®lo uno de los muchos asuntos que se proponen investigar; efectivamente, de cinco largas p¨¢ginas de las actas de la reuni¨®n de ma?ana, tan s¨®lo se le menciona en dos l¨ªneas. Pero a la gente com¨²n s¨®lo parece importarles la prohibici¨®n.

El coronel Lindbergh acaba de regresar a Hicksville, en Long Island, despu¨¦s de haber realizado alguna acrobacia espectacular con el escuadr¨®n High Hat, de aviadores de la marina, en la competici¨®n a¨¦rea de Cleveland. El coronel lleva varios meses casado. Hace tan s¨®lo unos d¨ªas, su esposa efectu¨® su primer vuelo en solitario en Hicksville. Hasta el a?o siguiente no nacer¨¢ Charles A. Lindbergh, hijo, y todav¨ªa pasar¨¢n dos a?os y medio antes de que la tragedia entre en la familia.

Sin novedad en el frente encabeza la lista de libros m¨¢s vendidos, a bastante distancia de Dodsworth, de Sinclair Lewis, y de El arte de pensar, de Dimnet. La primera edici¨®n de Adi¨®s a las armas, de Ernest Hemingway, se encuentra en encuadernaci¨®n; aparecer¨¢ dentro de unas semanas... Al Capone est¨¢ cumpliendo una sentencia de un a?o en la penitenciar¨ªa oriental de Filadelfia por llevar una pistola, pero su nombre sigue siendo todopoderoso... Mire en las calles, a su alrededor; f¨ªjese en los autom¨®viles, largas l¨ªneas horizontales con ¨¢ngulos rectos en las ventanas; pocas curvas, ning¨²n extremo acabado en punta, en ninguna parte se ve una l¨ªnea aerodin¨¢mica...

Entre los nombres familiares a la gente com¨²n, nombres que aparecen frecuentemente en la prensa, est¨¢n los del obispo Cannon, Texas Guinan, el senador Heflin, Mabel Walker Willebrandt, Hugo Eckener, Dolly Gann, Jimmy Walker, ?Doug y Mary?, Legs Diamond...

La prosperidad se da por descontado. En Chicago, Samuel Insull se halla en la cumbre de su carrera; ve c¨®mo las acciones de Inversiones Insull Utilities alcanzan un alto precio, ese d¨ªa de 115, unas acciones que le llegaron a ¨¦l, hace menos de un a?o, a un precio por debajo de ocho. Est¨¢ preparando el lanzamiento de otra s¨²per-s¨²per compa?¨ªa m¨¢s, y se dispone a presenciar la primera temporada de ¨®pera popular, que se celebrar¨¢ en el gigantesco edificio que ¨¦l le ha preparado... En Detroit, grandes hombres de negocios est¨¢n discutiendo una jugada para combinar docenas de bancos en grandes grupos... En Nueva York, el edificio Chrysler est¨¢ creciendo, y ya se han tendido los primeros cables a trav¨¦s del Hudson para la construcci¨®n de lo que todo e mundo llama el puente del r¨ªo Hudson, pero que, m¨¢s tarde, aprender¨¢n a llamar el puente de George Washington... Los inversionistas se preguntan si deber¨ªan cambiar sus acciones de primera clase por acciones del nuevo grupo de inversi¨®n Blue Ridge... El volumen de negocios del d¨ªa, seg¨²n lo refleja el gran tablero, es de 4.438.910 acciones; el dinero a 1 vista para los especuladores est¨¢ a 9%, y el redactor-jefe de la secci¨®n financiera de uno de los peri¨®dico neoyorquinos est¨¢ escribiendo s art¨ªculo para la edici¨®n matutina de ma?ana: ?Las operaciones sider¨²rgicas han descendido, per puede perdon¨¢rsele a Wall Street que no considere el asunto con total seriedad, ya que el tradicional descenso veraniego se ha aplazado hasta el final del verano.? Quiz¨¢ s est¨¢ usted diciendo a s¨ª mismo ??Por qu¨¦ no comprar ahora s tengo dinero en el banco o puedo conseguir un pr¨¦stamo? ?Por qu¨¦ no comprar antes de que los grupo de inversi¨®n retiren del mercado todas las buenas acciones??

La lecci¨®n del pasado

La perspectiva y una excesiva simplificaci¨®n nos dan a veces una falsa impresi¨®n del estado de cosas en cualquier momento del pasado, y, en particular, del ambiente en el que los dirigentes p¨²blicos realizaban su trabajo diario y se enfrentaban a sus problemas cotidianos. Por algunos de los libros que se han escrito recientemente sobre la neutralidad norteamericana en el per¨ªodo 1914-1917, se podr¨ªa deducir que Woodrow Wilson pudo prever que la guerra europea continuar¨ªa hasta 1917, y que los alemanes se engarzar¨ªan en una guerra submarina ilimitada. Y, lo que es m¨¢s, se podr¨ªa decir que la cuesti¨®n de la neutralidad fue la ¨²nica cuesti¨®n de pol¨ªtica importante a la que Wilson tuvo que hacer frente. Seg¨²n algunas versiones de historia m¨¢s reciente, se podr¨ªa sacar la idea de que Franklin Roosevelt, que se hallaba haciendo campa?a

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para la presidencia, en 1932, debe haber previsto el colapso total del sistema bancario en 1933, y que, por consiguiente, deber¨ªa haber explicado que, al acaecer este desastre, sentir¨ªa la necesidad de hacer algunas cosas que no hab¨ªa incluido en su manifiesto electoral de 1932. Y, seg¨²n otras versiones de historia reciente, se pod¨ªa suponer que el 3 de septiembre de 1929, Herbert Hoover debe haber previsto un p¨¢nico que llevar¨ªa a una depresi¨®n prolongada, y que todo lo que ten¨ªa que hacer era decidir c¨®mo hacer frente a esta situaci¨®n apurada. Podr¨ªamos llegar a olvidamos qu¨¦ variadas y apremiantes eran las responsabilidades de la presidencia, y qu¨¦ espesa era la niebla que cubr¨ªa el futuro.

Ese d¨ªa, el presidente Hoover acababa de regresar al cegador calor de Washington, despu¨¦s de un fin de semana en su residencia campestre de Rapidan. Estuvo reunido con el Gabinete de diez y media a doce.

Como el Comit¨¦ Nacional deb¨ªa reunirse pronto, se puede suponer que ciertas cuestiones de organizaci¨®n del partido, de nombramientos, as¨ª como de estrategia pol¨ªtica, ocupaban al menos parte de la atenci¨®n del presidente y de sus invitados durante su estancia en la Casa Blanca. Estas cuestiones eran numerosas y urgentes. No tenemos ning¨²n registro de lo que discuti¨® el Gabinete esa ma?ana, pero s¨ª sabemos cu¨¢les eran algunos de los problemas que les preocupaban, en especial al presidente.

Estaban, por un lado, las negociaciones de armamento con Gran Breta?a, con una serie de problemas t¨¦cnicos y diplom¨¢ticos. Hoover hab¨ªa averiguado que tres compa?¨ªas constructoras de buques norteamericanas hab¨ªan contratado a un experto naval, un tal William B. Shearer, como observador en una reciente conferencia de desarme, con la intenci¨®n, seguramente, de que intentase bloquear la reducci¨®n de equipo naval. ?Deber¨ªa sacarlo a la luz p¨²blica? (lo hizo tres d¨ªas despu¨¦s).

Por otro lado, estaba la espinosa cuesti¨®n de los aranceles, sobre la cual un comit¨¦ del Senado iba a presentar un informe al que Borali y un grupo de progresistas acababan de anunciar su oposici¨®n: hab¨ªa aqu¨ª otra fuente de dificultades t¨¦cnicas y otros problemas de conciliaci¨®n y adaptaci¨®n. Hab¨ªa el peligro de que Rusia y China entraran en guerra por el Ferrocarril Oriental chino del norte de Manchuria, un peligro que olvidamos ahora porque fue superado. Hab¨ªa tambi¨¦n la cuesti¨®n de la prohibici¨®n, de la ayuda a la agricultura, y de la pol¨ªtica mexicana, y as¨ª sucesivamente, en una lista largu¨ªsima de problemas.

Resulta caracter¨ªstico del temperamento de la ¨¦poca que cuando el 4 de septiembre el Herald Tribune, de Nueva York, dedic¨® un largo editorial a una alabanza de los seis primeros meses de Hoover en la presidencia citase muchos logros y se refiriese a muchos problemas, pero no dijera ni una palabra sobre la Bolsa, ni insinuara al menos en una l¨ªnea que el presidente es responsable del mantenimiento de la estabilidad econ¨®mica. Perm¨ªtaseme volver a repetir que la prosperidad que el pa¨ªs ven¨ªa disfrutando se consideraba como algo natural. Much¨ªsima gente pensaba que la Bolsa estaba peligrosamente alta y que alg¨²n d¨ªa se vendr¨ªa abajo y har¨ªa mucho da?o, y el presidente mismo se encontraba molesto ante la situaci¨®n. Pero entre las nubes de tormenta que se divisaban en el horizonte poca gente ve¨ªa una depresi¨®n econ¨®mica de grandes proporciones. Nadie sabe probablemente con exactitud qu¨¦ pas¨® por la mente de Herbert Hoover durante las opresivas horas del 3 de noviembre, e incluso puede que ¨¦l mismo no lo recuerde, pero es posible que ni en una sola ocasi¨®n prestase atenci¨®n, durante el d¨ªa, a la situaci¨®n econ¨®mica general o que sintiese ning¨²n presentimiento de hundimiento econ¨®mico.

Esta conjetura no va ni en defensa de Hoover ni intenta condenarle. Tan s¨®lo intento dar una idea de c¨®mo parec¨ªa estar todo en Washington el 3 de septiembre de 1929. Hab¨ªa mucho por hacer, hab¨ªa problemas, cuestiones complejas y confusas; pero el hombre de la Casa Blanca, y aquellos otros que caminaban lentamente bajo el resplandeciente sol de Washington para conversar con ¨¦l en la reuni¨®n del Gabinete no se daban cuenta de que tambi¨¦n ellos se encontraban a punto de traspasar la l¨ªnea divisoria.

En ese 3 de septiembre muri¨® el ¨²ltimo superviviente de la guerra contra M¨¦xico. Hac¨ªa diecis¨¦is a?os y medio que William H. Taft hab¨ªa descendido por la avenida de Pensilvania, camino del Capitolio, con el presidente Wilson, sonriente, a su lado; ahora, Taft era juez supremo de Estados Unidos, pero su salud era mala; s¨®lo le quedaban unos pocos meses de vida. Thomas A. Edison, a sus 83 a?os de vida, con todos sus ¨¦xitos como inventor a sus espaldas, se hallaba, en este d¨ªa tan caluroso convaleciente de un ataque de pulmon¨ªa, sentado en una silla, fumando puros y declarando que esperaba regresar a Dearborn dentro de algunas semanas para celebrar los cincuenta a?os de la bombilla incandescente. Sus esperanzas estaban justificadas: el d¨ªa de la celebraci¨®n se encontraba all¨ª; todav¨ªa le quedaban dos a?os completos de vida.

La herencia de Sacco y Vanzetti

Pero resulta m¨¢s interesante, examinado 1929 desde la perspectiva de 1937, echar un vistazo a los t¨ªmidos nacimientos de corrientes de influencia o de agitaci¨®n popular, que hab¨ªan de convertirse m¨¢s tarde en disturbios.

Walt Disney llevaba alrededor de un a?o realizando pel¨ªculas del Rat¨®n Mickey y acababa de estrenar su primera Sinfon¨ªa est¨²pida, aunque todav¨ªa no estaba seguro de que hubieran acabado sus a?os de amargo desaliento y necesidades; las nuevas pel¨ªculas iban bien, pero su fama era todav¨ªa algo limitada, y la niebla ocultaba todav¨ªa a Los Tres Cerditos y el Lobo Feroz.

En el observatorio Lowell, de Flagstaff, Arizona, los astr¨®nomos se hallaban enfrascados en una b¨²squeda rutinaria de un planeta cuyo descubrimiento en el borde exterior del sistema solar hac¨ªa tiempo que se hab¨ªa predicho. Era un trabajo desalentador, pues la b¨²squeda llevaba realiz¨¢ndose intermitentemente en Flagstaff desde 1905. El 3 de septiembre, Clyde W. Tombaugh estaba engrasando el mecanismo impulsor del telescopio de trece pulgadas, tomando una serie de notas de observaci¨®n, disponiendo el suministro de placas fotogr¨¢ficas para preparar el traba o de dos semanas durante las cuales iban a fotografiar una regi¨®n del cielo donde se supon¨ªa que se encontraba el planeta. No sab¨ªa que esta b¨²squeda ser¨ªa infructuosa, pero que al cabo de cinco meses dar¨ªan, por fin, con la regi¨®n correcta del cielo y que el descubrimiento por el doctor Tombaugh del planeta Plut¨®n ser¨ªa aclamado como el m¨¢s importante acontecimiento astron¨®mico del a?o 1930...

El hombre entonces gobernador de Nueva York era grandemente conocido como un atractivo y popular dirigente del Partido Democr¨¢tico, y como amigo y disc¨ªpulo de Al Smith. Resulta interesante se?alar que el 3 de septiembre de 1929 el gobernador Franklin D. Roosevelt estaba esperando las respuestas a un cuestionario que acababa de enviar a los alcaldes y presidentes de consejos de todo el Estado de Nueva York, pregunt¨¢ndoles si sus pueblos recib¨ªan la energ¨ªa el¨¦ctrica de compa?¨ªas privadas o de centrales municipales, y cu¨¢l era el coste. Esta acci¨®n podr¨ªa parecer prof¨¦tica, pero a los mortales, a los que se les niega el don de la profec¨ªa, no les pareci¨® muy importante en ese momento. Cualquier habitante de Albany les hubiera dicho que Franklin D. Roosevelt estaba recogiendo la informaci¨®n que cre¨ªa necesaria para ?llevar a cabo la pol¨ªtica energ¨¦tica de Al Smith?.

El 3 de septiembre de 1929, un tal Adolf Hitler era el cabecilla de un grupo pol¨ªtico en crecimiento en la Rep¨²blica alemana, si bien pocos alemanes bien informados le tomaban en serio. Jorge V era rey de Inglaterra, y al pr¨ªncipe de Gales, que llevaba algunas semanas aprendiendo a volar, le pas¨® inadvertida la presencia en Inglaterra de la joven se?ora de Ernest Simpson.

La madeja hist¨®rica

En la madeja de la historia hay incontables hilos individuales semejantes al anterior, as¨ª como un n¨²mero infinito de combinaciones. La historia de cada empresa de negocios es una serie de combinaciones, al igual que la de cada comunidad, grupo profesional, arte, deporte, industria. Si le preguntasen a un pol¨ªtico de Chicago qu¨¦ estaba haciendo el 3 de septiembre de 1929, la mejor manera de situarle la fecha en la memoria ser¨ªa recordarle que fue el d¨ªa en que muri¨® el antiguo alcalde Denver. Ese hecho habr¨ªa tenido en su propia corriente hist¨®rica mayor importancia que cualquiera de los otros que he mencionado hasta ahora. Para un le?ador de Idaho, el 3 de septiembre podr¨ªa ser ese d¨ªa de preocupaci¨®n en el que los incendios forestales se aproximaban a su demarcaci¨®n; para un entusiasta de las carreras de caballos ser¨ªa el d¨ªa en que Nut gan¨® el Handicap Hourless, convirti¨¦ndose en el principal aspirante al Trofeo Lawrence; para un qu¨ªmico, el d¨ªa en que finalmente decidi¨® acudir a la reuni¨®n de la Sociedad Norteamericana de Qu¨ªmica en Minne¨¢polis, en la que Bonhoffer habr¨ªa de leer su ponencia sobre la divisi¨®n de hidr¨®geno en parahidr¨®geno y ortohidr¨®geno. Cuando un hombre se sienta a escribir una historia del ferrocarril norteamericano, o de la ciudad de Schenectady, o de la poes¨ªa californiana, combina algunos de estos hilos. E, inmediatamente, el problema comienza a confundirle. ?Qu¨¦ acontecimientos, qu¨¦ tendencias deber¨¢ incluir y qu¨¦ importancia debe darle a cada una? Hasta cierto punto, toda decisi¨®n que tome depender¨¢, naturalmente, del n¨²mero de gente que se vea afectada por esos acontecimientos o tendencias. Los incendios forestales de Idaho, por ejemplo, afectan claramente a m¨¢s gente que el hecho de que t¨ªa Sarah pueda ya sentarse en el porche. La decisi¨®n depender¨¢, hasta cierto punto, de la duraci¨®n del efecto: los incendios pueden afectar el trabajo de los le?adores o el comportamiento de los r¨ªos de Idaho mucho tiempo despu¨¦s de que Nut haya sido ya retirado a pasar los ¨²ltimos a?os de su vida en una granja. El historiador intenta conseguir una especie de com¨²n denominador de nuestras experiencias colectivas, corregido por lo que sus conocimientos le dicen sobre su importancia a largo plazo. Pero en todas sus decisiones interviene un poco el arte de la adivinanza.

Variar¨¢n seg¨²n sus prejuicios personales, sus opiniones, sus ¨¢reas de conocimientos y de ignorancia. A un comunista, el 3 de septiembre de 1929 le puede parecer el d¨ªa en que el capitalismo norteamericano comenz¨® su ¨²ltima (o casi ¨²ltima) crisis camino del colapso total. A un conservador republicano le puede parecer el d¨ªa en que comenz¨® una crisis causada por un exceso de entusiasmo especulativo, acelerada por el p¨¢nico europeo resultante de la guerra y prolongada por la demagogia econ¨®mica de los dem¨®cratas.

Vemos de nuevo que las adivinanzas del historiador variar¨¢n de acuerdo con el momento en que sean hechas. Hace ahora casi dos

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a?os que pens¨¦, por primera vez, escribir el art¨ªculo que est¨¢ leyendo ahora. En esa ¨¦poca redact¨¦ un borrador del texto sobre el Graf Zeppelin. Escrib¨ª que desde ? 1930 ninguna nave m¨¢s ligera que el aire hab¨ªa cruzado el Atl¨¢ntico Norte, a excepci¨®n del Graf Zeppelin?. Unas semanas despu¨¦s le¨ª que un nuevo zeppelin iba a sobrevolar el Atl¨¢ntico Norte durante la primavera de 1936, y entonces me di cuenta de que en muy poco tiempo pod¨ªa cambiar todo el panorama. Pronto se considerar¨ªa el triunfal vuelo del Graf Zeppelin, en 1929, no como el falso amanecer de una era de vuelos transatl¨¢nticos en dirigibles, sino como un amanecer aut¨¦ntico, aunque prematuro. Y, consiguientemente, correg¨ª el borrador. Lleg¨® el Hindenburg, realiz¨® con ¨¦xito toda una serie de vuelos rutinarios, confirmando aparentemente lo acertado de mi correcci¨®n. Mientras tanto, yo hab¨ªa dejado el art¨ªculo a un lado, in¨¦dito. Entonces sucedi¨® el desastre del Hindenburg, y de nuevo, la aparente importancia relativa de los dos acontecimientos de aviaci¨®n del 3 de septiembre de 1929 dio un brusco cambio. ?Qui¨¦n sabe hoy lo que estos dos acontecimientos le dir¨¢n al historiador de 1950 o del a?o 2000?

?E incluso, qui¨¦n sabe qu¨¦ opini¨®n merecer¨¢ lo que he escrito sobre John L. Lewis? Si por casualidad lee este art¨ªculo en 1950, en una colecci¨®n encuadernada de la revista Harpers, ?le extra?ar¨¢ que dedicase m¨¢s espacio a Lewis que a Howard Scott o al doctor Townsend, o le extra?ar¨¢ que no tuviese la inteligencia de dedicarle toda una p¨¢gina? (Si est¨¢ totalmente seguro de la respuesta, escr¨ªbala ahora, gu¨¢rdela hasta 1950 y luego compare su previsi¨®n, con, digamos, la del se?or Hoover y sus ayudantes, en 1929.)

Son ejemplos peque?os, pero caracter¨ªsticos, de la forma en la que los nuevos acontecimientos cambian constantemente nuestra opini¨®n sobre hechos pasados.

Jam¨¢s cesa de haber cambios. La gente habla a la ligera del veredicto de la historia, como si fuera alguna vez un¨¢nime o segura. No lo es. ?Cu¨¢l fue la grandeza de Karl Marx? ?Qu¨¦ provoc¨® la ca¨ªda de Roma?

Sin embargo, el paso del tiempo hace menos dif¨ªcil nuestras adivinanzas. Nadie que est¨¦ escribiendo una historia de Estados Unidos, en 1937, sugerir¨ªa que las diferencias de opini¨®n sobre la ley de aranceles de los republicanos en septiembre de 1929 ten¨ªan mayor importancia que los acontecimientos de la Bolsa de Nueva York. Nadie que haya presenciado los cambios econ¨®micos que han tenido lugar desde entonces y los cambios pol¨ªticos que han provocado puede negar que est¨¢bamos en un punto divisorio, que atravesamos, inconscientemente, ese caluroso martes de comienzo de septiembre. Poco a poco se van acumulando las pruebas, y empezamos a tener una idea m¨¢s clara del tama?o y la forma de los bloques con los cuales se levanta el edificio de la Historia.

Pero, incluso ahora, no tenemos todas las pruebas. ?Qui¨¦n sabe si a los hijos de nuestros hijos el 3 de septiembre de 1929 puede recordarles principalmente el nacimiento de alg¨²n muchacho que est¨¢ hoy todav¨ªa en la escuela?

Este art¨ªculo fue escrito por Frederick Lexis Allen y publicado por Harper's Magazine, en 1937. Copyright, by 1937 Harper`s Magazine. Todos los derechos reservados. Traducci¨®n R. Palencia

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