Los cat¨®licos y el Papa
El viaje del Papa por Estados Unidos ha constituido un triunfo indescriptible. Y en medio de esa verdadera apoteosis, estando literalmente en la cresta de la onda, fulmin¨® un no rotundo al uso de anticonceptivos, a las relaciones sexuales prematrimoniales, al divorcio y a cualquier tipo de aborto procurado.Es innegable que Juan Pablo II est¨¢ dotado de una gran dosis de coraje. Y que no est¨¢ dispuesto a comprar la popularidad a cualquier precio. Pero resulta, adem¨¢s, que en la apuesta sale vencedor. Se impone de un modo aplastante. Porque mantiene todo el fervor de las masas a pesar de sus desaf¨ªos.
Tanto f¨ªsica como moralmente, Wojtyla es un atleta (rubio como el rey David y sonriente), que se lleva a la gente de calle.
M¨¢s del 60% de los cat¨®licos americanos est¨¢n convencidos de que los anticonceptivos son l¨ªcitos. El Papa dice que no lo son. Ellos se callan y siguen manifestando un entusiasmo sin reservas. Carlos Wojtyla, en Filadelfia, ha sido m¨¢s afortunado que Jes¨²s de Nazaret en la sinagoga de Cafarna¨²n.
Metodol¨®gicamente ser¨ªa de rigor hacerse una pregunta: la persistencia de esa euforia sin nubes en el p¨²blico, ?se basa en que piensan seguir haciendo de los anticonceptivos o de las relaciones prematrimoniales el mismo uso que hac¨ªan antes? Dicho de otra manera: si se hubieran tomado en serio operativamente las negativas del Papa, ?habr¨ªan mantenido el entusiasmo en el mismo grado?
Juan Pablo II se neg¨® tambi¨¦n a admitir la posibilidad del acceso de mujeres al sacerdocio ministerial de la Iglesia cat¨®lica. Ante esto, los varones no se atrevieron a rechistar. S¨®lo se atrevi¨® una mujer valerosa. Una especie de Judit americana. Una gloria de la Jerusal¨¦n monacal.
"Responder con franqueza es como besar en los labios"
En v¨ªsperas de la llegada del Papa a Norteam¨¦rica, parec¨ªa que, a instancias de un grupo de sacerdotes cat¨®licos (el movimiento Sacerdotes por la Igualdad), iba a producirse una discreta forma de contestaci¨®n frente a la actual discriminaci¨®n de la mujer en el seno de la Iglesia. Pero, al final, todo qued¨® anegado en las aguas del clamoroso j¨²bilo colectivo.
Y, sin embargo, una mujer, Teresa Kane, presidenta de la conferencia de superioras de las ¨®rdenes religiosas femeninas, tuvo el coraje de nadar contra la corriente. Se atrevi¨® (bendita sea) a manifestarse p¨²blicamente en contra de los puntos de vista del papa Wojtyla. Dijo:
?Es necesario dar respuesta a la posibilidad de que las mujeres, en cuanto personas, tengan parte en todos los ministerios de la Iglesia?.
Esta mujer, generosa y l¨²cida, que se atrevi¨® a escaparse del pelot¨®n, fue severamente reprendida por un grupo de gregarias. Una congregaci¨®n de hermanas de Illinois hizo publicar en el Washington Post un remitido, en que ped¨ªan perd¨®n al Papa por el acto contestatario de Teresa Kane. La notificaci¨®n afirmaba, entre otras cosas, que ?una persona sin ning¨²n cargo de ense?anza en la Iglesia no debe tener la presunci¨®n de enmendar la plana a aquel a quien le ha sido confiada por Cristo la totalidad del reba?o. La hermana Teresa no s¨®lo ha sido impertinente con respecto al Santo Padre, sino que ha ofendido tambi¨¦n a millones de nosotras, que lo amamos y aceptamos alegremente sus ense?anzas?.
Estas inefables hermanitas de Illinois me conmueven y, a la vez, me dan un poco de pena. No por ellas, que puede que sean tan felices en su simplicidad, sino por la Iglesia y por la humanidad.
Buscando consuelo a mi tristeza. me vino a la memoria otro delicioso vers¨ªculo del Libro de los Proverbios (24, 26). Pertenece a la ?Colecci¨®n de los sabios? y dice as¨ª: ?Responder con franqueza es como besar en los labios. ?
Para m¨ª Teresa Kane, lejos de haber ofendido al papa Wojtyla (a quien tanto aman las hermanitas de Illinois), ha sido capaz de darle un beso en la boca, con tanta discreci¨®n, que no ha vulnerado en un ¨¢pice la severa ¨¦tica sexual del Pont¨ªfice. En cambio, las monjitas de Illinois habr¨¢n logrado, a lo sumo, besarle (o, a lo mejor, lamerle) los pies.
Yo me quedo con la presidenta. Todo mi respeto y mi afecto (y tambi¨¦n la debida obediencia) al Papa. Pero tambi¨¦n toda mi libertad cristiana, que es irrenunciable, porque la gan¨® Cristo para nosotros. En este punto san Pablo es taxativo.
Los cat¨®licos tenemos frente al Papa la misma libertad de conciencia que frente a los obispos. Porque el Papa no es otra cosa que un obispo: el de Roma.
Seg¨²n el Concilio Vaticano I, la primac¨ªa del Papa consiste en que tiene jurisdicci¨®n directa e inmediata sobre todos los fieles en todo el orbe terr¨¢queo (a aquel concilio no se le pas¨® por las mientes la posibilidad inquietante de que los cat¨®licos pudiesen trasladarse a otros planetas). Es decir, que los cat¨®licos de fuera de Roma somos como burros con dos albardas. Porque tenemos a nuestro propio obispo y al de Roma, mientras que los romanos s¨®lo tiene a su obispo, que, por lo dicho antes, es tambi¨¦n nuestro. Resulta un poco de galimat¨ªas. Pero no importa demasiado, porque en la Iglesia lo jur¨ªdico es secundario. Lo primario es la libertad del esp¨ªritu y el amor de la fraternidad.
La Iglesia no es la iglesia de Wojtyla
El excelente cronista italiano Gregorio Donato terminaba una relaci¨®n muy ponderada del viaje del Papa a Irlanda y a Estados Unidos con estas graves palabras: ?Los que se consideran cat¨®licos progresistas caer¨¢n en la cuenta de que en esta Iglesia cat¨®lica hay poco espacio; m¨¢s all¨¢ de ciertos l¨ªmites fijados con ruda franqueza por Juan Pablo II no se puede ir. Quien piensa de modo radicalmente diverso, mejor que entregarse a los avatares del disenso interno, tendr¨¢ que tomar en cuenta la otra gran tradici¨®n cristiana, la protestante.?
Al amigo Donato, yo, cat¨®lico progresista, le dir¨ªa con cari?osa familiaridad: ??Macho, te has pasado! ? Estimo mucho la tradici¨®n, protestante, que, por lo dem¨¢s, tiene tambi¨¦n sus m¨¢s y sus menos. Pero yo no me voy del catolicismo. Porque la Iglesia cat¨®lica no es ?esta Iglesia del papa Wojtyla?, sino la Iglesia de todos.
San Pablo les dijo con singular energ¨ªa a los corintios que el Cristo no le ha sido dado en exclusiva a ninguno: ni a Pablo, ni a Apolo, ni a Pedro (I-Cor.1, 12-13). Pues tampoco a Wojtyla.
Ciertamente Juan Pablo II es el Papa de nosotros los cat¨®licos. Que Dios le bendiga. Pero no puede ser nuestro l¨ªder. Porque, seg¨²n unas palabras que el Evangelio de Mateo pone en labios de Jes¨²s, para los cristianos (sean cat¨®licos, protestantes u ortodoxos) ?el ¨²nico l¨ªder es Cr¨ªsto? (Mt. 23, 10).
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