El ¨¦xodo vietnamita, entre la realidad y la mitificaci¨®n
La medicina m¨¢s cara en Vietnam, a principios de agosto, eran las pastillas contra el mareo. Desde hac¨ªa varias semanas estaban agotadas en las farmacias, donde antes costaban un poco m¨¢s de un d¨®lar el frasco de doce pastillas, y hab¨ªan vuelto a aparecer en el mercado negro a cinco d¨®lares cada una. Sin embargo, no era este el requisito m¨¢s caro ni el m¨¢s dif¨ªcil para fugarse de Vietnam en barcos ilegales. En la ciudad de Ho Chi-Ming -la antigua Saig¨®n-, todo el que quer¨ªa irse pod¨ªa hacerlo cuando quisiera, si ten¨ªa dinero bastante para pagar el precio y estaba dispuesto a asumir los riesgos enormes de la aventura. El c¨¦lebre escritor colombiano Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, autor de Cien a?os de soledad, que decidi¨® hace tiempo abandonar la narraci¨®n para dedicarse al periodismo pol¨ªtico, visit¨® Vietnam el pasado verano. En este reportaje, transmitido por la agencia IPSI, cuenta su visi¨®n sobre el controvertido tema de los millares de refugiados vietnamitas.
Lo m¨¢s f¨¢cil era el contacto con los traficantes. En los vericuetos del mercado p¨²blico del inmenso y abigarrado barrio de Cholon, donde se pod¨ªa comprar con moneda dura cualquier cosa del mundo, lo ¨²nico que se consegu¨ªa gratis era la informaci¨®n sobre barcos clandestinos. El pago hab¨ªa que hacerlo por adelantado, en oro puro y con tarifas variables seg¨²n la edad. De seis a diecis¨¦is a?os se pagaban, para empezar los tr¨¢mites, 3,5 onzas de oro, que costaban unos 1.500 d¨®lares al cambio oficial. De diecinueve a 99 a?os se pagaban seis onzas de oro, o sea, diez veces m¨¢s de lo que ganaba en un mes un viceministro vietnamita.A esto hab¨ªa que agregar el soborno a los funcionarios venales, que daban salvoconductos ileg¨ªtimos para viajar dentro del pa¨ªs: cinco onzas de oro. De modo que el precio total para cada adulto era de 2.000 a 3.000 d¨®lares. Los ni?os menores de cinco a?os, as¨ª como los t¨¦cnicos y los cient¨ªficos que eran indispensables para el renacimiento de un pa¨ªs devastado por treinta a?os de guerra no ten¨ªan que pagar nada. M¨¢s a¨²n: agentes de viajes ilegales visitaban en sus casas a los m¨¦dicos m¨¢s eminentes, a los ingenieros y maestros, y aun a los artesanos m¨¢s capaces, y les ofrec¨ªan gratis y servida en bandeja la oportunidad de fugarse del pa¨ªs para que ¨¦ste se quedara sin recursos humanos.
No costaba mucho trabajo convencerlos. Las condiciones en la ciudad de Ho Chi-Ming, como en todo el sur del pa¨ªs reunificado, eran dram¨¢ticas, y sin perspectivas inmediatas. La poblaci¨®n de origen chino, que pasaba del mill¨®n, estaba al borde del p¨¢nico por la amenaza de una nueva guerra con China. Los c¨®mplices del antiguo r¨¦gimen que no pudieron escapar a tiempo y la burgues¨ªa despojada de sus privilegios por el cambio social no quer¨ªan nada m¨¢s que escapar a cualquier precio. Una muchedumbre de desocupados deambulaba por las calles.
S¨®lo los que ten¨ªan una conciencia pol¨ªtica a toda prueba, que no eran muchos en una ciudad pervertida por largos a?os de ocupaci¨®n norteamericana, estaban dispuestos a quedarse. El resto, la inmensa mayor¨ªa, se hubiera ido de todos modos sin preguntarse siquiera cu¨¢l ser¨ªa su destino.
Un ¨¦xodo de ese tama?o no hubiera sido posible sin una organizaci¨®n grande con contactos en el exterior. Y, por supuesto, sin la complicidad de funcionarios oficiales. Ambas cosas eran f¨¢ciles en el Sur, donde el brazo del poder popular apenas si ten¨ªa recursos para impedir otros males peores. La gente con mejor formaci¨®n pol¨ªtica y profesional hab¨ªa sido asesinada de un modo sistem¨¢tico por el r¨¦gimen anterior en el curso de la llamada ?Operaci¨®n F¨¦nix?, y el Norte no estaba en condiciones de llenar ese inmenso vac¨ªo humano.
Hasta donde se ha podido establecer, el tr¨¢fico de fugitivos o hac¨ªan al principio cinco empresas mayores, establecidas en los puertos de pescadores del extremo meridional, y en el delta del Mekong, donde el control policial era m¨¢s dif¨ªcil. Los intermediarios que hab¨ªan hecho los contactos previos encaminaban a sus clientes hacia los lugares de embarque.
Salir con lo puesto
Provistos de salvoconductos falsos, muchos no ten¨ªan m¨¢s equipaje que sus ropas y las p¨ªldoras contra el mareo, pero la mayor¨ªa llevaba consigo el patrimonio familiar concentrado en barras de oro y piedras preciosas. El viaje hasta los puertos clandestinos era largo y azaroso, sobre todo por los ni?os, y no hab¨ªa ninguna garant¨ªa.
En general, los barcos eran pesqueros, maltrechos, de no m¨¢s de veinticinco metros, tripulados por fugitivos inexpertos. Su capacidad m¨¢xima era para cien personas, pero los traficantes embut¨ªan como sardinas en lata hasta m¨¢s de trescientas. La mayor¨ªa, seg¨²n las estad¨ªsticas, eran ni?os menores de doce a?os; muchos tuvieron la suerte de eludir a las patrullas navales, a los malos humores del mar y aun a los tifones imprevistos, pero ninguno logr¨® escapar a los asaltos sucesivos de los piratas en el mar de China. Piratas malayos y tailandeses, como en las novelas de Emilio Salgari. Se ha calculado que cada barco fugitivo sufri¨® un promedio de cuatro asaltos antes de llegar a su puerto final. En el primero saqueaban el oro y todas las cosas de valor, violaban a las mujeres j¨®venes y echaban por la borda a quienes intentaran defenderse.
En los asaltos siguientes, cuando ya no encontraban nada que robar, los piratas parec¨ªan inspirados por el placer puro de la violencia. Tanto, que en Hong Kong no se descartaba la idea de que aquellas bandas de salvajes fueran inventadas por los Gobiernos de Malasia y Tailandia para ahuyentar a los refugiados. Era un drama real y apremiante, Y no s¨®lo merec¨ªa la atenci¨®n humanitaria que se le estaba dando en el mundo entero, sino mucha m¨¢s. Pero la explotaci¨®n pol¨ªtica promovida por Estados Unidos hab¨ªa confundido la naturaleza del problema y hab¨ªa hecho imposible la soluci¨®n.
Los ¨¦xodos masivos del sureste asi¨¢tico son ya legendarios. Pero s¨®lo los de Vietnam en el presente siglo han sido aprovechados con fines de propaganda pol¨ªtica. ?l primero fue en 1954. cuando casi un mill¨®n de cat¨®licos del norte siguieron a los franceses hasta el sur, despu¨¦s de la divisi¨®n del pa¨ªs por los acuerdos de Ginebra.
El ¨¦xodo actual empez¨® en marzo de 1975, cuando las tropas de Estados Unidos evacuaron el pa¨ªs y dejaron sin amparo a la inmensa mayor¨ªa de sus c¨®mplices locales, a pesar de que hab¨ªan prometido llevarse bajo su manto protector a casi 250.000. Una muchedumbre de antiguos oficiales del Ej¨¦rcito y la polic¨ªa del sur, de esp¨ªas y torturadores conocidos, as¨ª como los asesinos a sueldo de la ?Operaci¨®n F¨¦nix?, se fugaron del pa¨ªs como mejor pudieron.
Sin embargo, el problema m¨¢s grave con que se encontr¨® Vietnam despu¨¦s de la liberaci¨®n, no fue el de los criminales de guerra, sino el de la burgues¨ªa del sur, que era casi toda de origen chino. Esa doble condici¨®n de burgueses y chinos facilit¨® a los enemigos de Vietnam la distorsi¨®n maliciosa de una realidad que era en esencia un problema de clase, y no un problema racial.
Muchos de esos ricos comerciantes lograron escapar con sus fortunas en el desorden de los primeros d¨ªas. Pero la mayor¨ªa se qued¨® en su barrio tradicional de Cholon, aumentando sus riquezas con la especulaci¨®n de las cosas de primera necesidad. Cholon significa mercado grande en lengua vietnamita, y no por casualidad. All¨ª se estableci¨® el monopolio del oro. los diamantes y las divisas, y se hizo desaparecer toda la mercanc¨ªa importada que hab¨ªan dejado los norteamericanos en la estampida.
Desde all¨ª se mandaban agentes a los campos para rematar cosechas enteras de arroz y comprar de contado la carne de toda una provincia, v todas las legumbres y el pescado del pa¨ªs, que luego aparec¨ªan a precios de diamantes en el mercado negro. Mientras el resto de los vietnamitas padec¨ªan un racionamiento dr¨¢stico, en el suburbio chino se pod¨ªan conseguir, tres veces m¨¢s caras que en Nueva York, todas las porquer¨ªas de la vida f¨¢cil que sustentaban durante la guerra el para¨ªso artificial de Saig¨®n. Era una ¨ªnsula capitalista en medio del pa¨ªs m¨¢s austero de la tierra, con toda clase de extravagancias nocturnas para solaz de sus propios due?os. Hab¨ªa casas de suerte y azar, fumaderos de opio, burdeles secretos, cuando ya todo eso estaba prohibido y restaurantes de delirio donde serv¨ªan plato tan exquisitos como orejas de oso con orqu¨ªdeas y vejigas de tibur¨®n en salsa de menta. En marzo de 1978, cuando el Gobierno resolvi¨® ponerle t¨¦rmino a ese absurdo, casi todo el oro y las divisas del pa¨ªs estaban escondidos en el distrito babil¨®nico de Cholon. Fue una acci¨®n fulminante. En una sola noche, el Ej¨¦rcito y la polic¨ªa desmantelaron aquel enorme aparato de especulaci¨®n, y el Estado se hizo cargo del comercio.
El problema "hoa"
No se intent¨® ninguna acci¨®n judicial contra los acaparadores, sino que el Gobierno les pag¨® sus mercanc¨ªas a precios normales, y lo oblig¨® a invertir su dinero en negocios leg¨ªtimos. A pesar de eso muchos prefirieron irse. Hasta entonces el promedio de fugas ilegales hab¨ªa sido de unas 5.000 personas al mes, y entre ellas hab¨ªa tantos vietnamitas como chinos. Despu¨¦s de la nacionalizaci¨®n del comercio privado, el promedio mensual de fugas empez¨® a subir.
La propaganda contra Vietnam ha dicho que aquella fue una represalia contra los hoa, que es el nombre vietnamita de los residentes de origen chino. La verdad es otra. Del mill¨®n y medio de hoas que viv¨ªan en Vietnam durante la guerra, m¨¢s de un mill¨®n estaban recluidos en su reducto de Cholon, y el resto eran pescadores, cultivadores de arroz y obreros de minas, y viv¨ªan en las fronteras cercanas a la frontera China. Era una corriente migratoria que empez¨® hace m¨¢s de 2.000 a?os y hab¨ªa sobrevivido a toda clase de calamidades, de modo que la mayor¨ªa de los hoa eran ya vietnamitas, con todos sus derechos y deberes.
Tres fueron elegidos desde hace poco para la Asamblea Nacional, cinco para los concejos municipales populares y treinta para los concejos de distritos, en el Norte; 3.000 segu¨ªan siendo empleados del Estado, y m¨¢s de ciento en muy alto nivel. Ngi Doan, el alcalde de Cholon, es una hoa de la tercera generaci¨®n.
Siempre locuaz y sonriente, Ngi Doan me asegur¨®, y me mostr¨® pruebas escritas, que el p¨¢nico de su comunidad fue provocado por la propaganda china. Esa propaganda divulgada en forma de rumores Y hojas clandestinas, planteaba a los hoa un dilema sin soluci¨®n: o se pon¨ªan de parte de China. Y en ese caso corr¨ªan el riesgo de una represalia vietnamita, o se pon¨ªan de parte de Vietnam, y en ese caso corr¨ªan el riesgo de las represalias de China.
Convencidos de que todo hoa era un esp¨ªa potencial, los vietnamitas los concentraron lejos de la frontera. Terminado el conflicto les hicieron decidir entre adoptar la nacionalidad vietnamita de un modo formal, radicarse lejos de la frontera o abandonar el pa¨ªs. Al mismo tiempo, Vietnam lleg¨® a un acuerdo con el alto comisionado de la ONU, mediante el cual se reglamentaron las salidas legales. A pesar de lo que se dec¨ªa en el exterior, el costo de los tr¨¢mites de salida era de s¨®lo diecis¨¦is d¨®lares, pero en cambio -como condici¨®n de la ONU- se requer¨ªa de una visa de residente en el lugar de origen.
Las solicitudes se acumulaban sin esperanzas, y la fuga ilegal terminaba por ser la ¨²nica posible.
El p¨¢nico estimul¨® el tr¨¢fico humano. El negocio artesanal se convirti¨® en una empresa f¨¢cil en la cual participaban compa?¨ªas navieras de grandes dimensiones.
En aquel desorden, las salidas ilegales subieron a 15.000 en marzo 22.000 en abril, 55.000 en mayo y 56.000 en junio. Las pastillas contra el mareo se agotaron en julio. En esa fecha, 190.000 personas hab¨ªan llegado a los pa¨ªses vecinos, sobre todo Tailandia y Hong Kong. La cifra exacta de cuantos murieron en el mar por diversas causas es algo que no se sabr¨¢ nunca.
Para entonces, la campa?a de prensa contra Vietnam hab¨ªa alcanzado un tama?o de esc¨¢ndalo mundial, fundada en el supuesto de que el Gobierno estaba expulsando a sus enemigos y meti¨¦ndoles a la fuerza en los pesqueros de la muerte. Yo pas¨¦ por Hogn Kong a fines de junio. El mar de China era una inmensa cacerola en ebullici¨®n. El Gobierno de Malasia hab¨ªa expresado su voluntad de ametrallar a los barcos errantes que se acercaran a sus costas. Las aguas territoriales de Singapur estaban patrulladas por naves de guerra. Los turistas c¨¢ndidos que viajaban en los transbordadores de Macao, para conocer las ¨²ltimas nostalgias de Portugal, se cruzaban en el remanso de la bah¨ªa con las barcazas cargadas de moribundos, que unidades de la marina brit¨¢nica remolcaban hacia Hong Kong. El Gobierno de Tailandia se declar¨® desbordado por la afluencia de fugitivos de diversos or¨ªgenes a trav¨¦s de sus fronteras.
Seg¨²n datos de las Naciones Unidas, all¨ª hab¨ªa 140.000 refugiados: 115.000 de Laos, 23.000 de Camboya y s¨®lo 2.000 de Vietnam. Sin embargo, la misma prensa tailandesa, que ten¨ªa los datos dentro de su propia casa, afirmaba que todos eran de Vietnam. Se public¨® tambi¨¦n, sin preocuparse por la contradicci¨®n flagrante, que el propio Gobierno vietnamita cobraba a los fugitivos una cuota oficial de 3.000 d¨®lares por el permiso de salida.
Despu¨¦s, en febrero, cuando el ¨¦xodo alcanz¨® la curva m¨¢s alta, se dijo que la persecuci¨®n se hab¨ªa ensa?ado contra los hoa, como represalia por la invasi¨®n china. Se publicaban fotos terror¨ªficas donde los n¨¢ufragos parec¨ªan fugitivos de un campo de exterminio. Eran aut¨¦nticas: despu¨¦s de varias semanas a la deriva, aniquilados por el hambre y la intemperie y maltratados por los piratas, los millonarios de Cholon se hab¨ªan vuelto iguales a los chinos pobres.
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