El final de la d¨¦cada
Comentaba Borges de un antepasado suyo: ?Como a todos los hombres, le tocaron malos tiempos en que vivir. ? Quejarse, pues, de las zozobras del presente que padecemos no es hacer alarde de originalidad. Es infalible: en cuanto alguien no tiene nada que decir o va a tratar de vendernos un crecepelo te¨®rico o pol¨ªtico, hablar¨¢ de la ?crisis de nuestra ¨¦poca?. Por lo que se ve al frecuentar autores tan distintos e hist¨®ricamente remotos como Theognis, Gregorio Magno, William Morris y Daniel Bell, entre los que podr¨ªamos intercalar cien m¨¢s, la vivencia de estarse debatiendo en una grave crisis es lo ¨²nico que no hace crisis a trav¨¦s de los siglos. Nadie renuncia a testimoniar que sus d¨ªas son especialmente conflictivos. La sensaci¨®n de vivir entre un mundo que perece y otro que apenas se anuncia, hu¨¦rfanos de costumbres y valores en decadencia, estremecidos de esperanza o tribulaci¨®n ante las novedades devastadoras o salv¨ªficas que se aproximan, esta sensaci¨®n, digo, es la vulgaridad misma en el plano te¨®rico, el t¨®pico m¨¢s sobado, pero que nunca falla y que convierte a cualquier plum¨ªfero inane en profeta de lo que se acerca o nost¨¢lgico cronista de las buenas cosas que ya no volver¨¢n, El 95% de la sociolog¨ªa que se fabrica anualmente est¨¢ destinada a diagnosticar la crisis que, sin cesar, nos roe, crisis sin precedentes, ¨²nica, nunca vista a lo largo de la historia, decisiva como ninguna... caracter¨ªsticas hiperb¨®licas que la emparentan precisamente con la que ha estremecido la vida de cada hombre pensante desde la inauguraci¨®n de nuestra memoria escrita. El inmediato cambio de d¨¦cada acentuar¨¢, sin duda, la propensi¨®n a este tipo de l¨ªteratura. ?C¨®mo vivir la agon¨ªa perpetua del presente sin insertarla en un m¨¢s vasto, amenazante o euf¨®rico, flujo y reflujo que ascienda nuestras perplejidades a quiebra trascendental de paradigmas te¨®ricos, transforme nuestras querellas en esp¨ªritu del tiempo y aureole nuestros fracasos con el lenitivo de la decadencia universal del bien? Je ne vois quefolles etfous, la fin s'approche en verit¨¦... tout va mal..., cantaba el poeta Eustace Deschamps a finales del siglo XIV. Ten¨ªa raz¨®n, por supuesto, y seis siglos despu¨¦s, tal como seis siglos antes, todos estamos dispuestos a gemir con ¨¦l.En nuestro pa¨ªs, la d¨¦cada acaba con malos auspicios: ?acaso pod¨ªa ser de otro modo? Nuestra lucha es contra el tiempo, luego ¨¦ste nunca puede sernos favorable. Lo malo es que cada cual situar¨¢ las sombras ominosas seg¨²n su propio fuero y quiz¨¢ las que yo pueda se?alar sean luminarias de esperanza para otro. En todo caso se pondr¨¢, por lo menos, en claro que tal desacuerdo no puede auspiciar nada bueno. Perm¨ªtaseme oficiar de ave de mal ag¨¹ero y se?alar mis cinco alarmas de la fecha; quede al lector el consuelo -es mi aguinaldo l¨²gubre por su paciencia- de que, desde Eustace Deschamps hasta hoy, en otras nos hemos visto, y que, sea como fuere, siempre podemos pensar con Cioran, que ?quiz¨¢ todo mejore, a favor de alguna cat¨¢strofe ?.
Alarma 1. En enero de 1969, comenzado el ¨²ltimo a?o de la d¨¦cada pasada, fue asesinado por la polic¨ªa franquista mi amigo y compa?ero Enrique Ruano. El Abc de Torcuato Luca de Tena -?cu¨¢nto le debemos en santa c¨®lera contra la repulsiva derecha ?caballerosa? espa?ola!- public¨® un reportaje de singular vileza (incluso dentro de sus paradigmas) sobre Enrique y un nauseabundo editorial (?V¨ªctima, s¨ª; pero ?de qui¨¦n??) que fue entusi¨¢sticamente le¨ªdo en el Telediario. Dichosa ¨¦poca en la que el dictador y sus c¨®mplices cargaban con c¨ªnico descaro con los cr¨ªmenes necesarios que acababan con los provocadores irresponsables. Hoy tambi¨¦n tenemos dos estudiantes (estudiantes, s¨ª, se?or Seara; provocadores, no, se?or Ib¨¢?ez Freire, se?or Carrillo) muertos, una responsabilidad policial clara, aunque los responsables est¨¦n confusos por el embrollamiento deliberado de los portavoces gubernamentales, y la misma informaci¨®n manipuladora en Televisi¨®n, id¨¦nticas insinuaciones calumniosas, las mismas presuposiciones de ?ocultas manos en la sombra? o ?planes perfectamente urdidos?, la misma compasi¨®n hip¨®crita y est¨¦ril, tanto entre los gobernantes de derecha como entre los aspirantes de izquierda, todos los cuales est¨¢n firmemente convencidos de la imprescriptibilidad pol¨ªtica de estas necesidades criminales. Ayer se lamentaban del ?desencanto pol¨ªtico? de la juventud que ?pasa? de todo; si al que no se desencanta solo lo desencantan a tiros, ser¨¢ prudencia juvenil irse desencantando de aficiones que dan empachos de plomo y comenzar a preparar oposiciones o la guerrilla.
Alarma 2. Treinta y nueve abogados presentan una querella para que se investiguen los malos tratos de la c¨¢rcel de Herrera de la Mancha, de los cuales hay indicios m¨¢s que suficientes, y el juez les exige una fianza de tres millones de pesetas, a conseguir en treinta d¨ªas, con el claro fin de bloquear esta iniciativa de acci¨®n popular. Se secuestra la pel¨ªcula de Pilar Mir¨® El crimen de Cuenca porque en ella se narran torturas y coacciones ejercidas hace m¨¢s de medio siglo por la Guardia Civil, aunque tales procederes est¨¢n verificados con escrupulosa exactitud hist¨®rica. Las reiteradas denuncias de Juan Mar¨ªa Bandr¨¦s al Parlamento sobre las torturas en Euskadi son desestimadas y se dificulta de diversas formas la creaci¨®n de un comit¨¦ que indague la existencia de este tipo de brutalidades en el Pa¨ªs Vasco. Se dir¨ªa que en este pa¨ªs se persigue m¨¢s la denuncia de la tortura que la tortura misma. Pero quede claro que el desafuero viene por parte de los torturadores y quienes los encubren o toleran, y no por el lado de quienes los denuncian y urgen actuaciones contra ellos: ?Arrojar la cara importa, que el espejo no hay por qu¨¦...?.
Alarma 3. Se conceden los suplicatorios contra Letamend¨ªa y Monz¨®n, quienes es indudable que no han hecho sino expresar el sentir y el pensar de sus votantes, suponiendo ¨¦stos un n¨²mero nada desde?able de ciudadanos, pues fue, por cierto, suficiente para alcanzar representaci¨®n parlamentaria. Intentar acallar esas voces en lugar de aprovecharlas como expresi¨®n e ¨ªndice de uno de los puntos de vista m¨¢s decisivos en el conflicto vasco equivale a fomentar el di¨¢logo de las metralletas. Y adem¨¢s supone una concepci¨®n trivial y unanimista del Parlamento, privado de su dimensi¨®n de confrontaci¨®n radical, que es precisamente la que mejor podr¨ªa rescatar sus restantes insuficiencias.
Alarma 4. Podr¨ªamos decir que el mundo, en general, sufre un proceso de jomeinizaci¨®n o woitilizaci¨®n, como se prefiera. En Espa?a concretamente, la Iglesia redobla su multisecular br¨ªo reaccionario: quienes proscribieron el librepensamiento hablan en nombre de la libertad de ense?anza y apelando a la ley natural (?) se condena el divorcio y se defienden los escandalosos enjuagues de los tribunales eclesi¨¢sticos. Quiz¨¢ no haya nada tan triste en este final de los setenta corno la decadencia del anticlericalismo, una de las m¨¢s s¨®lidas expresiones de salud mental que se conocen en Occidente desde el Renacimiento hasta nuestros d¨ªas. Y no s¨®lo esto: prolifera el entusiasmo sietemesino por los diversos renaceres del monote¨ªsmo, hasta en medios supuestamente antiautoritarios, libertarios y qu¨¦ s¨¦ yo. Florecen neoevangelismos tutti-frutti y retorna la vieja ley mosaica, v¨ªa Lacan y Mayo del 68. Gentes que, con buen criterio esc¨¦ptico y ¨¢crata, abrigan serios recelos hacia las ciencias oficiales y su necesidad, no vacilan en cambiar un positivismo por otro y se entregan a ciencias ocultas y m¨¢gicas, en lugar de responder a los propagandistas de atl¨¢ntidas y extraterrestres oficiosos, tal como el campesino gallego del cuento respond¨ªa al misionero protestante: ?Si no creemos en las otras ciencias, que son las verdaderas, mire si vamos a creer en ¨¦stas, que son falsas.?
Alarma 5. Retorna, junto a otros embelecos oscurantistas, la vieja mitolog¨ªa de la Bomba (con may¨²scula, por favor). Se nos detallan con minuciosidad digna de una pel¨ªcula de cat¨¢strofes, los efectos devastadores que tendr¨ªan los proyectiles sovi¨¦ticos al alcanzar los principales n¨²cleos de poblaci¨®n en Espa?a. As¨ª se nos venden los misiles que han de defendernos y, de paso, la supremac¨ªa de los especialistas que los manejan, la t¨¦cnica multinacional que los fabrica, el Estado-Patricio que los distribuye, etc¨¦tera... Este tipo de juegos nucleares s¨ª que son verdadero terrorismo, en el sentido m¨¢s aut¨¦ntico, extenso y repulsivo de la palabra. La amenaza de fuera justifica el autoritarismo de dentro; para evitar la bomba del vecino, nada mejor que acostumbrarme a vivir a la sombra de mi propia bomba.... aunque ¨¦sta tambi¨¦n me venga, a fin de cuentas, de fuera. La renovaci¨®n y administraci¨®n de la amenaza de guerra, que constituye el fundamento del Estado -?qui¨¦n os defender¨ªa de los dem¨¢s y de vosotros mismos si no os defendiera yo, contra quien, por tanto, ya no tendr¨¦is defensa?-, se enlaza aqu¨ª con el sue?o apocal¨ªptico del final de la historia, reverso sim¨¦trico del milenarismo optimista: para bien o para mal, esto tiene que acabar, y m¨¢s vale un final con horror que un horror sin final. Que esto, el repetirse id¨¦ntico y nuevo de los d¨ªas, el cocktail de espanto y esperanza que nos urge, haya sido siempre as¨ª y vaya a ser as¨ª por siempre, es lo ¨²nico que nos resulta intolerable. Bien lo saben quienes nos venden sus profec¨ªas o quienes trafican con las amenazas que nos coaccionan. Pero todo milenarismo se derrumba, todo holocausto c¨®smico palidece ante el argumento mudo que expresan los grandes ojos saquedos de esos ni?os laosianos que han derivado hasta Espa?a arrastrados por el ruido y la furia de esta d¨¦cada que se extingue.
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