La situaci¨®n en Ir¨¢n y Afganist¨¢n, un reto para la OTAN
Los principales pilares de la OTAN desde su constituci¨®n han sido la cooperaci¨®n multilateral, en provecho de la com¨²n seguridad, y el bienestar econ¨®mico; el fin de conseguir la seguridad de Occidente y de facilitarla recuperaci¨®n econ¨®mica y el desarrollo occidental. En las ¨²ltimas semanas ha resultado patente que la situaci¨®n en Ir¨¢n y la invasi¨®n sovi¨¦tica de Afganist¨¢n suponen el m¨¢s grave reto para la unidad de la Alianza desde su creaci¨®n. Hasta ahora la naturaleza de la cooperaci¨®n de la OTAN ante estas crisis ha sido alentadora. Dada la gravedad de estos y de otros problemas que nos aguardan en el venidero decenio, resulta oportuno pasar revista al historial de la OTAN al reflexionar sobre su porvenir.Pese a peri¨®dicas dificultades que surgen en el seno de la Alianza y de los tiempos en que los conflictos internos de la Alianza parecen ocupar el centro del escenario, la Alianza del Atl¨¢ntico Norte ha contribuido a dar a Europa paz y seguridad sin precedentes en los ¨²ltimos treinta a?os. En cualquier caso, hemos conseguido en el moderno mundo industrial un nivel sin precedentes de prosperidad econ¨®mica. Buena parte de este ¨¦xito se ha conseguido merced a la cumbre de poder alcanzada por Estados Unidos al final de la segunda guerra mundial.
La necesidad de una muy estrecha colaboraci¨®n entre Estados Unidos y Europa fue arrolladora en comparaci¨®n con los menores conflictos entre los intereses pol¨ªticos y econ¨®micos de los distintos pa¨ªses europeos y de Estados Unidos y Europa. Exist¨ªan diferencias, pero se anularon en favor de preocupaciones m¨¢s fundamentales y acuciantes de seguridad y restablecimiento.
Hoy, la guerra en Europa es muy improbable. El motivo procede en nada escasa medida de lo aportado por los miembros europeos de la OTAN. M¨¢s del 75% de las fuerzas a¨¦reas de la OTAN, 75% de sus fuerzas navales y 90% de sus fuerzas de tierra proceden de los miembros europeos de la OTAN. Europa tiene claramente la poblaci¨®n, y los recursos -en todos los casos superiores a los de la Uni¨®n Sovi¨¦tica- para hacer cuanto pueda ser necesario, incluso sin Estados Unidos.
Confianza europea
El hecho de que los europeos no hagan m¨¢s, por mucho que lo sientan los planificadores norteamericanos algunas veces al hacer proyectos relativos a la seguridad, y en cuanto a Estados Unidos, pol¨ªticamente, es parad¨®jicamente una confirmaci¨®n de la relativa confianza que prevalece en la Europa de hoy. Uno de los resultados de esta aumentada confianza es, una vez m¨¢s parad¨®jicamente, una mayor energ¨ªa para defender sus puntos de vista por parte de los europeos occidentales. Si los europeos se sienten m¨¢s seguros y menos amenazados, se encuentran m¨¢s dispuestos a defender los intereses nacionales en campos en los que ¨¦stos chocan con los de Estados Unidos.
Una segunda causa fundamental de esta mayor seguridad en s¨ª mismos de los europeos en el campo de la pol¨ªtica y de la econom¨ªa es la sensacional recuperaci¨®n econ¨®mica de Europa.
Aunque ya hace mucho tiempo que se dio cima a la reconstrucci¨®n econ¨®mica de Europa, Estados Unidos y sus aliados todav¨ªa deben llegar m¨¢s all¨¢ para cambiar la percepci¨®n de las realidade econ¨®micas con que hoy nos en frentamos. Reconozco que las di ferencias econ¨®micas entre nosotros son inevitables, y probablemente incluso m¨¢s probables hoy, pero sus consecuencias para el sistema econ¨®mico internacional deben sopesarse muy cuidadosamente.
Europa debe ahora, junto con Estados Unidos, aceptar una mayor responsabilidad en cuanto al mantenimiento del sistema econ¨®mico internacional. Respecto al comercio y las finanzas internacionales y en cuanto a la ayuda econ¨®mica a los pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo. Estados Unidos seguir¨¢ procurando hacerlo, pero se precisa un mayor esfuerzo de Europa y del Jap¨®n.
Tenemos que reconocer que el problema ha cambiado fundamentalmente. El orden econ¨®mico internacional se ha transformado fundamentalmente en la ¨¦poca de la posguerra. Las posibilidades de las principales potencias industrializadas para dirigirlo se han reducido considerablemente, en buena parte por nuestra cr¨ªtica dependencia de otros en cuanto a recursos naturales, especialmente los energ¨¦ticos. Una consecuencia de esta cr¨ªtica dependencia (y algunas veces niveles dram¨¢ticamente distintos de dependencia entre las naciones industrializadas) es que los choques, de intereses acerca de cuestiones de recursos y pol¨ªticas, especialmente entre Estados Unidos, nuestros aliados europeos y el Jap¨®n, son m¨¢s intensos que nunca.
La dependencia de Europa del petr¨®leo de la OPEP ya ha llevado a diferencias con Estados Unidos acerca de la pol¨ªtica iran¨ª y acerca de las compras espor¨¢dicas en el mercado del petr¨®leo.
En Estados Unidos no me sorprender¨ªa ver doblarse el coste real al consumidor de la energ¨ªa para finales del decenio de 1980. Esto solamente significar¨ªa la vigencia en Estados Unidos de precios del petr¨®leo que ya soportan muchos de nuestros aliados.
En el campo de la pol¨ªtica tambi¨¦n hemos de comprender que no podemos permanecer cruzados de brazos mientras se desarrolla un violento y extendido ataque contra los fundamentales valores y premisas del mundo occidental. Hemos de decir basta ya.
Los miembros de la OTAN tienen que aprender a dejar a un lado los ego¨ªstas intereses nacionales para defender el sistema de valores pol¨ªticos sobre el que est¨¢n fundados el mundo occidental y la Alianza.
Volviendo a la cuesti¨®n de la seguridad, la lecci¨®n que la Alianza debe volver a aprender para el porvenir es antigua. Aunque he insinuado que Europa est¨¢ m¨¢s segura que nunca en cualquier momento de la posguerra, tambi¨¦n debemos recordar que esta seguridad solamente se ha alcanzado como resultado de un gran esfuerzo y de sacrificarnos durante muchos a?os. Pero hoy no debemos bajar la guardia, pues todav¨ªa nos enfrentamos con un mundo y con un adversario que nos obligan a mantenernos alerta y a proseguir con nuestros esfuerzos y sacrificios.
Aunque es poco probable que las posibilidades militares crecientes que se est¨¢n disponiendo en contra de la OTAN induzcan a los sovi¨¦ticos a realizar un acto de agresi¨®n militar calculada, no podemos garantizar que no vayan a actuar, sea por acertado o err¨®neo c¨¢lculo. Nuestro seguro es mantener las posibilidades militares para que los sovi¨¦ticos no crean percibir ventaja alguna en cometer tal acto.
Esto significa decidirnos a mantener el necesario presupuesto y a desplegar las necesarias fuerzas y armas para hacer frente a las posibilidades militares desplegadas contra la OTAN.
En mi opini¨®n, esto es desgraciado, pues todos saldr¨ªamos ganando si reduj¨¦ramos las tiranteces y la cuant¨ªa de los gastos militares a que tales tiranteces conducen inevitablemente. Por tanto, cualquiera que sea el estado actual de las relaciones entre Oriente y Occidente, hemos de mantener vigente la invitaci¨®n permanente a la Uni¨®n Sovi¨¦tica de ajustarse y negociar respetando nuestras mayores diferencias para que podamos restringir los gastos militares los unos y los otros. Pero nuestra invitaci¨®n ha de ser a negociar seriamente, y hemos de resistir las ofertas de propaganda tejidas para sembrar la discordia en la Alianza.
No debemos esperar resultados sensacionalmente r¨¢pidos: eso, al menos, es una lecci¨®n que debemos sacar del SALT II. Las relaciones entre Este y Oeste son tales que las perspectivas m¨¢s bien apuntan hacia resultados limitados y paulatinos, e incluso esto requiere una gran paciencia.
El plan a largo plazo de defensa de la OTAN supone un planteamiento gradual y adecuado. Busca fortalecer y racionalizar la postura defensiva de la Alianza. Los sovi¨¦ticos deben considerarlo como lo que es una respuesta a su persistente tentativa de conseguir ventajas militares en Europa. La modesta modernizaci¨®n de las fuerzas nucleares de campa?a de largo alcance emprendida por la OTAN no debe interpretarse err¨®neamente tampoco. En t¨¦rminos presupuestarios, no aumentar¨¢ las inversiones en fuerzas nucleares de campa?a gran cosa a lo largo del pr¨®ximo decenio.
Siempre estaremos dispuestos a hacer alto si los sovi¨¦ticos lo est¨¢n a hacer serias propuestas de control de armamentos. Mas no podemos quedarnos indefinidamente cruzados de brazos bas¨¢ndonos en vagas promesas de propaganda. Para apreciar verdaderas perspectivas de negociaci¨®n tenemos que estar plenamente dispuestos a hacer lo necesario en ausencia de mutuas restricciones.
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