Alvaro Pombo
?lvaro Pombo me env¨ªa un gran estuche de cart¨®n, el embalaje de una cafetera Moulinex 5009/348, pesado tarjet¨®n posnavide?o unido a una larga carta: ?Querido Umbral: ruego a usted tenga a bien aceptar la cafetera Moulinex que le entregar¨¢ el portador de la presente. Vienen a salir de nueve a catorce tazas de caf¨¦ excelente. El sabor es, como usted dir¨ªa, "tipo retro, para el alterne carroza, tronco, que esta vez don Pombo se ha pasado".?Siguen varios folios de pastiche l Umbral, que Pombo ejecuta magistralmente, dejando sentado, cuando menos, que me lee. ?He procurado en lo anterior plagiar a usted lo mejor posible porque me parecieron sumamente certeras y adecuadas las observaciones de su columna de ayer acerca de la radical funci¨®n creadora que siempre ha cumplido y cumplir¨¢ la imitaci¨®n mutua y el noble plagio.?
Despu¨¦s de tanto rollo, lo que viene en el cartonaje de la Moulinex no es una cafetera (que tanta falta me hace para, barman de m¨ª mismo, prepararme un expr¨¦s entre art¨ªculo y art¨ªculo), sino sesenta ejemplares del libro Protocolos, de Pombo, editado en el 73 con pr¨®logo de Vivanco, lo cual. que se lo he agradecido a don Alvaro como fuerza del sin o, ya que la lectura de cualquiera de sus poemas equivale a un caf¨¦ doble y literario, le da a uno marcha para escribir.
?Sobre el retrato de/Leonardo. Lored¨¢n / he vuelto a ver a este incisivo Leonardo Lored¨¢n.? Sobre su autorretrato andante por Madrid -?¨²ltima y noble m¨¢scara de a pie?-, veo yo a Alvaro Pombo, como un Unamuno galaico que quisiera ser Valle-Incl¨¢n, como un Valle-Incl¨¢n unamuniano que se pregunta por la falta de substancia. Alvaro Pombo, telefonista en un Banco de Londres, poeta en Madrid, narrador en corto, ahora narrador en largo -El parecido-, poco pelo rubio y poco rubio, gafas desequilibradas en la nariz unamuniana, los ojos de una claridad casi inhumana, la interrogaci¨®n, la insolencia de los ojos azules y agudos, boca sumida, barbilla/ barbita de rector salmanticense en el caf¨¦ Ruiz de los pases.
?l, en su carta, me recuerda nuestros encuentros en el Ruiz, con precisi¨®n de fechas que es la precisi¨®n de los sabios y los locos (y que me hace sospechar que lleva un diario ¨ªntimo). Alvaro Pombo, pasota carroza, es como un ¨²ltimo noventayochista pasado ya por Adorno y Althusser, dispuesto a destrozarse contra todas las esquinas de la literatura y la ciudad, ese fil¨®sofo peripat¨¦tico que hace un poco Atenas de cualquier lugar, de este Madrid, de ese Madrid minoritario y tumultuoso, elitista y espeso, que ¨¦l frecuenta toda la noche, todas las noches, buhardilla/Malasa?a, cafetera expr¨¦s de hombre solo, de poeta abuhardillado y solo, los muchos escritores que hay en ¨¦l, como en todo gran escritor: el poeta, el narrador, el ensayista, el fil¨®sofo, el traductor, el creador, el profesor incluso.
-?Y sobre qu¨¦ versa su ¨²ltima novela?, le pregunto.
-Sobre la verdad.
-Debe usted recordar, se?or Pombo, que el objetivo de la novela no es la verdad, sino la veracidad.
(Media hora de lat¨ªn y griego para rebatirme esto). Cuando los reporteros con prisa me preguntan eso de qu¨¦ ha tra¨ªdo literariamente la democracia, si es que ha tra¨ªdo algo (ellos creen que ha tra¨ªdo a Vizca¨ªno-Casas), ya contesto siempre lo mismo:
-Alvaro Pombo.
Se despierta en lat¨ªn, se desayuna en griego, lee el peri¨®dico en ingl¨¦s, habla con sus amigos en franc¨¦s, a m¨ª me saluda en castellano y siempre de usted, como a casi todo el mundo. Frecuenta c¨®cteles cultos de media tarde y ¨¦l y yo hemos desenmara?ado /enmara?ado a Shakespeare bajo el ruido y la furia de la discoteca Cerebro. Luego empiezan sus noches de amor y filosofia, de amistad y poes¨ªa cada d¨ªa. M¨¢s que lo mucho que se ha logrado y se va a lograr en ¨¦l, me interesa todo lo que en ¨¦l se va a malograr por exceso de facultades. Entre Duchamp (el ready-made de la cafetera que ni siquiera existe) y Pascal, Alvaro Pombo se hace un caf¨¦ en su buhardilla llena de cad¨¢veres exquisitos.
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