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Tito, el hombre que venci¨® a Hitler y desafi¨® a Stalin

En 1943, Tito no era m¨¢s que un nombre para el Gobierno brit¨¢nico. En un intento por descubrir qui¨¦n era, qu¨¦ estaba haciendo y si val¨ªa la pena apoyarle en su lucha contra los alemanes, William Deakin (entonces comandante del Ej¨¦rcito y hoy historiador), se lanz¨® en paraca¨ªdas sobre la Yugoslavia ocupada por las tropas de Hitler para unirse a los partisanos de Tito. Logr¨¦ establecer contacto con ellos, luch¨® junto a Tito en los momentos m¨¢s duros de la guerra, juntos resultaron heridos y desde entonces conservan una gran amistad. He aqu¨ª su relato de la trayectoria pol¨ªtica y de la personalidad del hombre que cre¨® la Yugoslavia moderna y que es, sin duda, una de las figuras pol¨ªticas de la segunda mitad de este siglo.

Hace m¨¢s de treinta a?os, en los comienzos de la guerra, fui trasladado temporalmente del Ej¨¦rcito a un cuerpo de operaciones especiales. Una de sus funciones consist¨ªa en organizar misiones militares para establecer contacto con los movimientos de resistencia que estaban operando tras las l¨ªneas enemigas de Europa, y posteriormente, en el Lejano Oriente.Esta organizaci¨®n hab¨ªa establecido ciertos contactos con Yugoslavia desde El Cairo; se tard¨® alg¨²n tiempo porque varias misiones enviadas en 1942 hab¨ªan desaparecido sin dejar rastro. Sab¨ªamos que hab¨ªa zonas de Yugoslavia en las que grupos de resistencia, conocidos con el nombre gen¨¦rico de partisanos, estaban combatiendo a los alemanes y a las tropas del Eje; pero los brit¨¢nicos no sab¨ªan pr¨¢cticamente nada de ellos.

A comienzos de 1943 se decici¨® establecer contacto con esas zonas con el fin de identificar a los grupos de resistentes.

El primer paso era entablar contacto con los emigrantes croatas que estaban en Canad¨¢ y que eran miembros del Partido Comunista, ya que se pensaba que quienesquiera que fueran los resistentes tendr¨ªan simpat¨ªas izquierdistas. Ellos tendr¨ªan que establecer los contactos iniciales con los partisanos, un punto vital, ya que las anteriores misiones dirigidas por los brit¨¢nicos hab¨ªan fracasado.

Estos croatas se lanzaron en grupos cerca de pueblos en los que ten¨ªan familiares; el primer grupo aterriz¨® casualmente sobre el cuartel general del movimiento partisano de Croacia. El comandante local me dijo tras la guerra que al principio hab¨ªa supuesto que se trataba de agentes alemanes y que pens¨® que lo mejor era fusilarlos. Durante una noche, su suerte estuvo en el aire, pero cambi¨® de idea tras los interrogatorios. Tan pronto como les aceptaron, pudieron enviarnos mensajes por radio.

El siguiente paso fue dram¨¢tico. Por intermedio suyo nos lleg¨® un mensaje a El Cairo firmado ?Tito?. Esa era la primera vez que o¨ªamos ese nombre. El mensaje dec¨ªa: ?Aceptamos la llegada de la misi¨®n brit¨¢nica.? Daba su situaci¨®n en las monta?as de Montenegro, en el oeste de Yugoslavia. Hasta entonces no hab¨ªamos tenido ni remota idea de d¨®nde estaba, qui¨¦n era o ni siquiera de si exist¨ªa, aunque las se?ales de radio alemanas indicaban que se estaba combatiendo. El mensaje acababa con una nota de misterio: ?Vengan pronto.?

Inmediatamente se reuni¨® en El Cairo una misi¨®n de cinco hombres, formada por dos oficiales -yo era uno de ellos-, dos operadores de radio y un croata refugiado en Canad¨¢. Nuestro objetivo era averiguar la identidad de Tito y si estaba luchando contra los alemanes. El otro oficial, Bill Stuart, era del servicio de espionaje militar, y su misi¨®n era obtener la mayor informaci¨®n que pudiera.

Aunque no sab¨ªamos por qu¨¦ Tito hab¨ªa dicho que era urgente que fu¨¦ramos, partimos sin esperar a que saliera la Luna; normalmente, cuando se saltaba en paraca¨ªdas, se esperaba a que hubiera luna

Primer contacto

Era terreno de alta monta?a, cerca del monte Durmitor, la monta?a m¨¢s alta de Yugoslavia. Cuando descend¨ªamos dejamos de ver las hogueras encendidas entre los abruptos barrancos de las colinas. Los cinco tocamos tierra sin problemas, en puntos diferentes y en total oscuridad.

Silb¨¦ y los otros acudieron junto a m¨ª. No hab¨ªamos ca¨ªdo ni en rocas ni en ¨¢rboles, algo sorprendente cuando nos paramos a pensarlo. Mientras vigilaban, me dirig¨ª al punto donde me parec¨ªa que estaban las hogueras.

No cabe duda de que, en tales circunstancias, siempre se siente miedo, pero todo era como si estuvi¨¦semos jugando a los indios; en este momento nada de lo que est¨¢bamos haciendo parec¨ªa importante. Recuerdo que andaba en la oscuridad con un rev¨®lver en la mano; de repente tropec¨¦ con un objeto humano que dio un fuerte grito: era uno de los partisanos que ven¨ªa en nuestra busca. Me dio dos besos, dispar¨® al aire y acudi¨® el resto de la patrulla. Estaba amaneciendo r¨¢pidamente. Apareci¨® un oficial con un uniforme elegante y dijo que Tito le hab¨ªa enviado a recibirnos y que se encontraba a unos veinte kil¨®metros con todo su estado mayor. Nos llevaron a la casa de un campesino y nos dieron co?ac de ciruelas, pan y queso.

Al amanecer nos pusimos en marcha. Pronto o¨ªmos disparos: est¨¢bamos muy pr¨®ximos al combate. Nuestra primera imagen clara fue la evacuaci¨®n de los heridos, descendiendo la colina sobre mulas, muy p¨¢lidos, sin vendajes adecuados. Frente a nosotros se extend¨ªa un lago negro, rodeado por un espeso bosque de hayas. Hab¨ªa un grupo de gente resguardado al pie de unos ¨¢rboles altos. Las chicas parec¨ªa que estaban pasando unas vacaciones en la sierra, con botas, pantalones y jerseis. Hab¨ªa entre ellas hombres con uniformes grises, los uniformes del Ej¨¦rcito real yugoslavo, aunque con galones diferentes.

Hubo un silencio. Uno de ellos se adelant¨® con aire de autoridad natural. Esbelto, con un uniforme gris sin galones; llevaba un gorro del Ej¨¦rcito y unas brillantes botas de montar negras. Era Tito.

Por entonces sab¨ªamos muy poco de ¨¦l. Algunas preguntas ten¨ªan primordial importancia para nuestra misi¨®n: ?era un agente sovi¨¦tico? ?Era ruso?

Las primeras palabras que dijo fueron: ?Supongo que la raz¨®n por la que no han venido antes es porque creen que nosotros matamos al agente brit¨¢nico.? En 1943 hab¨ªamos perdido tres misiones brit¨¢nicas, una de ellas en extra?as circunstancias.

En El Cairo nos hab¨ªan llegado rumores de que le hab¨ªan matado los partisanos. Le contest¨¦: ?No, no lo cre¨ªmos. Sabemos lo que pas¨®.? Mi respuesta pareci¨® sorprender a Tito.

Nos identificamos y explicamos nuestra misi¨®n. Dijo inmediatamente que colaborar¨ªa con nosotros, y lo repiti¨® varias veces. Le dije cu¨¢l era el objetivo principal de nuestra misi¨®n: intentar obtener la colaboraci¨®n de todos los grupos de la resistencia para sabotear las comunicaciones interiores (ferrocarriles, puentes y carreteras), con el fin de impedir el paso por Yugoslavia de los abastecimientos que le llegaban a Rommel en el norte de Africa desde Europa central. Al cabo de un cuarto de hora hab¨ªamos decidido cu¨¢l ser¨ªa el primer blanco. Por nuestra parte, y siguiendo las instrucciones que hab¨ªamos recibido, prometimos que los brit¨¢nicos enviar¨ªan a Tito explosivos y aprovisionamientos.

Tito parec¨ªa tener un perfecto control de s¨ª mismo. De 1,75 de altura, sus rasgos eran firmes y pronunciados; ojos penetrantes de un color gris claro; movimientos meditados y pausados; una voz calmada, sin alterar el tono en ninguna ocasi¨®n. Jam¨¢s alzaba la voz, ni siquiera para dar ¨®rdenes. Nuestro continuo ajetreo no parec¨ªa afectarle. Impecable y elegante, con manos nerviosas y delicadas, fumaba continuamente con una peque?a boquilla de ¨¢mbar que dijo haber comprado en Turqu¨ªa cuando regres¨® a Yugoslavia desde Rusia, en 1940. Estaba muy bien informado y le gustaba hablar de los acontecimientos mundiales de actualidad, y aunque era un curtido dirigente comunista, secretario general del Partido Comunista yugoslavo, no era doctrinario. El aspecto m¨¢s marcado de su personalidad era su capacidad para discutir sobre cuestiones actuales o hist¨®ricas, como si no tuviera ideas preconcebidas sobre ning¨²n tema. No era un ciego dirigente del partido, sino todo lo contrario. Ten¨ªa una mente extraordinariamente sutil, abierta a cualquier razonamiento.

Esa noche los cinco que form¨¢bamos la misi¨®n nos alojamos en una caba?a a unos cien metros de la de Tito. Repentinamente lleg¨® un mensaje suyo. Dec¨ªa: ?Partimos esta noche.?

Pasamos sobre la cima del Durmitor, de unos 3.300 metros de altura, y comprendimos que est¨¢bamos intentando romper un cerco. Los alemanes, junto con sus aliados italianos, ten¨ªan algo m¨¢s de 100.000 hombres. Desde el punto de vista de los partisanos, ¨¦sta era su operaci¨®n principal; los alemanes estaban intentando destrozar el movimiento partisano en una operaci¨®n de cerco.

Tito estaba haciendo un gran esfuerzo por romperlo, y nosotros hab¨ªamos ca¨ªdo en Yugoslavia en el punto culminante de la crisis. Fue un importante accidente hist¨®rico el que los brit¨¢nicos establecieran contacto fis¨ªco con Tito y su Estado mayor en este cr¨ªtico momento. Si hubi¨¦ramos llegado a una zona en calma, en un momento de tranquilidad, puede que hubi¨¦ramos tardado meses en crear lazos personales. El hecho de que lleg¨¢semos en el momento cumbre de su epopeya signific¨® la r¨¢pida y firme creaci¨®n de unas relaciones humanas b¨¢sicas. No hab¨ªa tiempo para hablar de qui¨¦n era Tito o de qui¨¦nes ¨¦ramos nosotros; corr¨ªamos y luch¨¢bamos todos juntos, y el peligro com¨²n supuso un lazo de uni¨®n m¨¢s importante que mil palabras. La situaci¨®n era ca¨®tica, todo se vino abajo, incluso las comunicaciones con algunas unidades.

Pocos d¨ªas despu¨¦s, Bill Stuart mor¨ªa en un ataque a¨¦reo alem¨¢n; me qued¨¦ solo con Tito. Los aviones enemigos hab¨ªan efectuado varias pasadas, volando bajo, lanzando bombas y disparando balas explosivas; en esta ocasi¨®n nos hab¨ªan sorprendido atravesando un bosque al amanecer.

La metralla hiri¨® a Tito en un hombro

Tito y yo nos arrojamos a una zanja; cay¨® una bomba a unos cuantos metros; en el momento justo de la explosi¨®n, el perro lobo de Tito le cubri¨® el cuerpo y qued¨® muerto. La metralla hiri¨® a Tito en un hombro, y la explosi¨®n me arranc¨® la bota izquierda y me hizo una peque?a herida en la pierna. Bill Stuart corri¨® a refugiarse en los ¨¢rboles, pero un trozo de metralla o una bala, incrustado en la cabeza, le mat¨® instant¨¢neamente.

Bill hablaba serbocroata; yo no hab¨ªa tenido tiempo de aprenderlo. Pero Tito hablaba alem¨¢n con soltura, con acento austriaco, de manera que, ir¨®nicamente, hablamos los dos en alem¨¢n todo el tiempo, hasta a?os despu¨¦s de la guerra.

Hab¨ªa un punto especial que determinaba la naturaleza del combate durante nuestro intento por romper el cerco alem¨¢n. Tito ten¨ªa que proteger a m¨¢s de 3.000 hombres heridos, lo cual condicionaba el planteamiento t¨¢ctico de la operaci¨®n, ya que los hombres ten¨ªan que luchar para salvar a los heridos de una matanza cierta por parte de los alemanes. No hab¨ªa ninguna regla de guerra. La uni¨®n entre los heridos y los combatientes era profundamente conmovedora. Las vidas de aqu¨¦llos depend¨ªan de sus camaradas, y hab¨ªa que proteger a los heridos. Todo ello obstaculizaba las operaciones, pero, al mismo tiempo, los esfuerzos por salvarlos aumentaban la moral; si se hubiera abandonado a los heridos, la moral de los combatientes se hubiera venido abajo.

Los hombres de Tito se vieron obligados a quitar los vendajes a los moribundos para pon¨¦rselos a aquellos a los que exist¨ªa alguna posibilidad de salvar. No ten¨ªan ni anestesia ni medicamentos. Las condiciones eran horribles; era prioritario mandar material sanitario, y luego ropa. No llegaban en grandes cantidades, pero ten¨ªan un gran efecto sobre la moral de los partisanos, y en esta etapa de Ia contienda, la moral era vital.

El combate que se estaba desarrollando cuando llegamos nosotros era la batalla de Sutjeska nombre que le dieron los yugoslavos por un r¨ªo que divid¨ªa en dos e campo de batalla. Los alemanes ten¨ªan la iniciativa. Los yugoslavos atacaban a las columnas mediante emboscadas que estaban perfectamente planeadas, pero, en t¨¦rminos generales, la parte principal de la lucha consist¨ªa en movimientos de tropas alemanas para intentar aniquilar a todas las tropas de la resistencia que se encontraban en un ¨¢rea determinada.

Ten¨ªamos que atravesar terreno monta?oso; esto supon¨ªa descender por unas escarpadas laderas y cruzar un no de aguas r¨¢pidas, con los alemanes atacando con la aviaci¨®n para intentar volar los pocos puentes que quedaban en pie. En ciertos momentos nosotros est¨¢barmos en una cumbre con los aviones alemanes bajo nosotros. Cada sector de la batalla era una carrera para llegar a la cima de las monta?as, ya que desde all¨ª se pod¨ªa disparar; si te sorprend¨ªan abajo te disparaban o arrojaban bombas. La carrera por las alturas era vital. Los yugoslavos se mov¨ªan con asombrosa rapidez; muchos de ellos proven¨ªan de las monta?as.

Poco despu¨¦s de llegar, Tito dio una orden que hizo llorar a algunos de sus soldados: ten¨ªan que deshacerse de todo menos de las ametralladoras ligeras, los rifles, los rev¨®lveres y las granadas de mano. Si hubi¨¦ramos conservado el resto de las armas no habr¨ªamos podido movernos con soltura, y la movilidad era nuestra salvaci¨®n. Recuerdo un intento desesperado de un oficial partisano para romper el cerco de los alemanes y unirse al grueso de las tropas de Tito. Me encontraba muy cerca de ¨¦l, a unos cuatrocientos metros quiz¨¢. Pens¨® que tendr¨ªa que dirigir el ataque personalmente, de manera que se lanz¨® adelante. En cuanto sali¨® de entre los ¨¢rboles con un rev¨®lver en la mano, un oficial alem¨¢n oculto en un refugio frente a ¨¦l se puso en pie. Dispararon al mismo tiempo y se mataron uno al otro, como si estuvieran en un torneo medieval.

Apenas le habl¨¦ a Tito durante la confusi¨®n del combate, pero anteriormente me hab¨ªa dicho que no me alejara de su vista: ?Mant¨¦ngase cerca de m¨ª. Si no, no s¨¦ qu¨¦ va a pasar.? De cuando en cuando, durante un descanso en la lucha, me explicaba lo que estaba ocurriendo, lo que pretend¨ªan hacer los alemanes y c¨®mo iba a contraatacarles ¨¦l; explicaba todo claramente y con calma; jam¨¢s se quejaba o culpaba a nadie. Ten¨ªa un sentido del humor algo seco, que nunca le abandonaba.

Posteriormente, Tito y yo hablamos mucho m¨¢s. Una vez le pregunt¨¦ lo que sab¨ªa de Inglaterra. Se ri¨® y dijo que cuando estuvo en Viena, en los a?os treinta, en la sede central del clandestino Partido Comunista, y m¨¢s tarde en Par¨ªs, uno de sus peri¨®dicos favoritos era The Economist. No hablaba ingl¨¦s, pero hab¨ªa aprendido suficiente en la c¨¢rcel para leerlo. Entonces no entend¨ªa ingl¨¦s; ahora, s¨ª.

Poco a poco se pod¨ªa reconstruir su pasado. En su juventud hab¨ªa trabajado en f¨¢bricas en Austria, Bohemia y Alemania. Habl¨® un poco de Espa?a y de la guerra civil espa?ola, aunque dej¨® claro que ¨¦l mismo no hab¨ªa ido all¨ª. Todav¨ªa sigue habiendo leyendas de que fue uno de los organizadores militares de los republicanos en Espa?a, pero en 1943 me dijo que no hab¨ªa estado jam¨¢s all¨ª, y lo ha re

(Pasa a p¨¢gina 6.) (Viene de p¨¢gina 5.)

petido en numerosas ocasiones.

Jam¨¢s se mencion¨® si era o no marxista. Ni habl¨¢bamos de Marx. No hablaba como un marxista, pero ¨¦l, sus oficiales, y los simples soldados, emocionalmente, se sent¨ªan profundamente unidos a la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Opinaban que los rusos estaban desempe?ando un papel primordial en la guerra, que estaban soportando lo peor de la contienda. M¨¢s tarde supe que ir¨®nicamente, en el sitio exacto en el que nosotros descendimos en Montenegro, hab¨ªan estado aguardando una misi¨®n rusa en 1942; esperaron en vano durante tres semanas. Este incidente les desilusion¨®. No lo reconocieron en ese momento, pero m¨¢s tarde sali¨® a la luz que, despu¨¦s de nuestra llegada, hab¨ªan enviado un telegrama a Mosc¨²: ?Ha llegado una misi¨®n brit¨¢nica; ?por qu¨¦ diablos no pod¨¦is venir vosotros??

No defend¨ªan ciegamente a los rusos, pero Rusia significaba todav¨ªa mucho para Tito y sus oficiales. Al fin y al cabo, Tito hab¨ªa estado en la guerra civil rusa, prisionero de guerra del Ej¨¦rcito austro-h¨²ngaro. En los a?os treinta hab¨ªa pasado all¨ª algunas largas temporadas.

Sin embargo, era un hombre muy independiente. Nada indicaba un control por parte de los rusos, no hab¨ªa ninguna misi¨®n sovi¨¦tica ni indicaciones de ayuda material sovi¨¦tica. Los partisanos luchaban evidentemente solos, como el primer movimiento nacional comunista que hab¨ªa surgido en la Europa ocupada.

Aunque Tito y sus hombres eran fuertemente nacionalistas, consideraban tambi¨¦n la guerra como una revoluci¨®n social. Era evidente que los partisanos acabar¨ªan ganando, tanto a los alemanes como a sus propios enemigos nacionalistas, pues al tiempo que se estaba desarrollando una guerra contra el Eje, se estaba dando tambi¨¦n una guerra civil de tipo ideol¨®gico. El 60% o el 70% de los soldados de Tito no eran comunistas, pero se estaba llevando a cabo un intenso adoctrinamiento pol¨ªtico. Durante la guerra me tropec¨¦ con un peque?o grupo de soldados sentados bajo un ¨¢rbol que estaban siendo instruidos en el marxismo. Eran campesinos que no sab¨ªan qui¨¦n era Marx, pero el adoctrinamiento comenz¨® pronto y continu¨®. Ten¨ªan clases a cuatrocientos metros de donde se estaba derramando la sangre.

El Ej¨¦rcito de Tito no era el ¨²nico de Yugoslavia

El ej¨¦rcito de Tito no era el ¨²nico que hab¨ªa en Yugoslavia. Nos enteramos, en 1941, de que un tal coronel Mijailovich, un distinguido oficial del Ej¨¦rcito Real yugoslavo, hab¨ªa comenzado a reclutar gente para combatir a las fuerzas de ocupaci¨®n de Yugoslavia. En esa ¨¦poca, Gran Breta?a estaba buscando ansiosamente alguien en la Europa ocupada que estuviera haciendo algo contra los alemanes.

Sin esperar a tener suficiente informaci¨®n, Mijailovich sirvi¨® de base para la pol¨ªtica de ayuda de Gran Breta?a. Era, al menos, una figura simb¨®lica que combat¨ªa a los alemanes. A partir de octubre de 1941 nos mantuvimos en contacto regular por medio de la radio con Mijailovich, durante dieciocho meses, prepar¨¢ndole para combatir a las fuerzas de ocupaci¨®n bajo nuestras ¨®rdenes. Pero ¨¦l pensaba que los aliados efectuar¨ªan una gran operaci¨®n de desembarque en los Balcanes; esto hizo que, finalmente, su situaci¨®n resultara insostenible. La verdad es que en ning¨²n momento tuvimos la intenci¨®n de llevar a cabo una gran operaci¨®n estrat¨¦gica de desembarco en los Balcanes; es un punto discutido que yo, como historiador, considero cierto. Sin esta operaci¨®n, Mijailovich no pod¨ªa resistir indefinidamente, ya que estaba tambi¨¦n envuelto en la guerra civil contra los partisanos. A medida aue se iba retrasando la fecha del hipot¨¦tico desembarco, su situaci¨®n se fue deteriorando hasta verse obligado a permitir que sus oficiales aceptasen armas y alimentos de los italianos.

Cuando los italianos se hundieron, en septiembre de 1943, la tragedia fue total. Para protegerse y proteger a sus unidades, a Mijailovich y sus oficiales no les qued¨® m¨¢s opci¨®n que llegar a un acuerdo con los alemanes.

Los contactos con Tito y el abandono de Mijailovich iban unidos al hecho de que no hab¨ªamos logrado llegar a un acuerdo con los rusos sobre la cuesti¨®n de Yugoslavia. Hab¨ªa el peligro de que los rusos apoyasen a Tito y dejaran a los brit¨¢nicos con Mijailovich. As¨ª pues, otro de nuestros objetivos era evitar la extensi¨®n de la guerra civil, aunque nuestros esfuerzos resultaron poco realistas.

En 1941, Tito y Mijailovich tuvieron dos encuentros personales, y hubo un tercer encuentro entre sus representantes, con el objetivo de lograr un modus operandi para una acci¨®n conjunta contra los alemanes. Seg¨²n Tito, Mijailovich le tom¨® por un, agente sovi¨¦tico al frente de unidades comunistas. Tito consideraba a Mijailovich simplemente como el representante de un ej¨¦rcito regular derrotado, que no era, por consiguiente, de mucha utilidad para una resistencia prolongada. Mijailovich pensaba que Tito y sus oficiales no ten¨ªan la capacidad necesaria para organizar ning¨²n tipo de resistencia militar.

Mijailovich esperaba el restablecimiento de la monarqu¨ªa serbia al t¨¦rmino de las hostilidades, en el seno de un nuevo Estado yugoslavo. Por otra parte, Tito traz¨® todo un programa te¨®rico sobre la base de derrumbamiento del Estado yugoslavo. En su opini¨®n, el derrumbamiento del Ej¨¦rcito yugoslavo en 1941 hab¨ªa abierto camino a la revoluci¨®n social. Seg¨²n Tito, el ¨²nico punto de diferencia entre ellos era que ¨¦l estaba dispuesto a combatir a los alemanes bajo las ¨®rdenes de Mijailovich, pero a condici¨®n de que los comit¨¦s locales de los pueblos liberados a los alemanes estuviesen en manos de los comunistas. Mijailovich no quer¨ªa aceptar la propuesta, de forma que la ruptura estaba ya impl¨ªcita desde el mismo comienzo de las conversaciones.

Por entonces, yo ya hab¨ªa enviado un cable a El Cairo diciendo que hab¨ªa comprobado la existencia de un ej¨¦rcito de 70.000 hombres a las ¨®rdenes de Tito, que era evidente que estaban enfrent¨¢ndose a las fuerzas del Eje, y que me parec¨ªa el momento de enviar un oficial de categor¨ªa superior, que mi misi¨®n hab¨ªa terminado, y si pod¨ªa abandonar el pa¨ªs y explicarles la situaci¨®n en El Cairo.

No sab¨ªa que en Londres ya hab¨ªan decidido enviar a Yugoslavia una misi¨®n de mayor categor¨ªa. Se hab¨ªan adelantado a mi mensaje con el nombramiento del general de brigada Sir Fitzroy Maclean como representante directo de Churchill y del Gobierno brit¨¢nico ante los combatientes yugoslavos. Eso significaba el fin de mi misi¨®n.

Fitzroy Maclean lleg¨® en septiembre de 1943, tras la rendici¨®n de los italianos. Su misi¨®n, acreditada ante Tito por el mismo primer ministro, era sobre una base diferente a la m¨ªa. La m¨ªa hab¨ªa consistido en comprobar la existencia del movimiento de Tito, que era eficaz, y que era el grupo que deber¨ªamos apoyar.

Cuando lleg¨® Fitzroy Maclean, me qued¨¦ como componente de su misi¨®n, a sus ¨®rdenes, hasta principios de diciembre de 1943.

Se crey¨® oportuno que era hora de que una misi¨®n yugoslava acudiera a El Cairo en representaci¨®n de Tito; Maclean y yo les acompa?amos. Nuestra llegada a El Cairo coincidi¨® casualmente con el regreso de Churchill de la conferencia de Teher¨¢n. Churchill nos llam¨® a Fitzroy y a m¨ª, juntos y por separado. Nos sometieron a un severo interrogatorio. La primera reuni¨®n, quiz¨¢ la m¨¢s importante, dur¨® toda una ma?ana. Churchill, echado en la cama, fumaba un cigarro. Tras los interrogatorios, Churchill, que llevaba tiempo pensando que posiblemente fuera en inter¨¦s de los brit¨¢nicos obtener el m¨¢ximo apoyo de la resistencia yugoslava, y que esto s¨®lo pod¨ªa conseguirse con Tito, vio confirmada su opini¨®n por nuestras palabras.

Despu¨¦s de la guerra he visto a Tito en muchas ocasiones. Como historiador, estoy intentando escribir sobre Yugoslavia y su historia pasada, y siempre que le veo est¨¢ dispuesto a hablar de ello. Le gusta. Le gusta dejar, de cuando en cuando, a un lado los asuntos de Estado y hablar del pasado. Recuerda detalles insignificantes; no hace mucho, por ejemplo, dijo a sus amistades, en su pueblo de Brioni, que durante los combates de 1943 me hab¨ªa ense?ado a comer hierba. Me hab¨ªa mostrado un tipo de tr¨¦bol comestible, y lo hab¨ªamos comido juntos.

Tito est¨¢ firmemente convencido de que las ra¨ªces de la sociedad yugoslava moderna est¨¢n s¨®lidamente afincadas en su pasado revolucionario, y que cuando se muera dejar¨¢ a sus seguidores una empresa en marcha, en la que se han tomado en cuenta todas las posibilidades futuras. En el XIII Congreso del partido, celebrado en junio de 1978, afirm¨®:

?La Yugoslavia socialista, autogestionaria y no alineada cuenta con unas bases firmes y duraderas para el futuro.?Su contribuci¨®n a la sucesi¨®n a la presidencia de Yugoslavia ha consistido en justificar, pol¨ªtica e hist¨®ricamente, su conducta como dirigente de la revoluci¨®n yugoslava en una serie de reuniones, tanto p¨²blicas como del partido. Lo ha explicado m¨¢s detalladamente en sus obras completas. El objetivo de todas estas revelaciones es demostrar, narrando los significativos acontecimientos hist¨®ricos de la lucha del Partido Comunista yugoslavo desde su fundaci¨®n, en 1919, hasta la toma del poder revolucionario, en 1945, que la actual estructura de la Rep¨²blica yugoslava, pol¨ªtica, social y militarmente, ha surgido, ?de manera l¨®gica?, de las luchas del pasado.

A Stalin le faltaba valorpara confiar en la gente

Despu¨¦s de haber considerado el problema de su sucesi¨®n, encara con satisfacci¨®n el riesgo ¨²ltimo y m¨¢s audaz de su carrera pol¨ªtica: creer que el pueblo yugoslavo es capaz, con una buena direcci¨®n, de gobernarse a s¨ª mismo. Recientemente, dijo de Stalin: ?Le faltaba valor para confiar en la gente.? Tito conoce perfectamente los problemas de transmitir la autoridad suprema, cuando est¨¢ identificada en una personalidad, a una direcci¨®n colectiva. Pero est¨¢ convencido de que la transmisi¨®n del poder se har¨¢ con ¨¦xito, f¨¢cil y pac¨ªficamente, siempre que no haya injerencias exteriores en los asuntos de Yugoslavia.

Se especula siempre sobre la intervenci¨®n sovi¨¦tica tras la muerte de Tito. En mi opini¨®n, intervendr¨ªan solamente si hubiera alguna raz¨®n de orden externo, como, por ejemplo, una guerra en Oriente Pr¨®ximo, en la que podr¨ªan necesitar pistas de aterrizaje y puertos en Yugoslavia. O en una fase grave de conflicto estrat¨¦gico por el control del Mediterr¨¢neo, los rusos podr¨ªan intentar controlar los puertos yugoslavos y la ruta del Adri¨¢tico a Europa central. Pero no creo que interviniesen en Yugoslavia simplemente porque haya muerto Tito, incluso si hubiera dudas sobre la sucesi¨®n. Tito est¨¢ seguro de que la Rep¨²blica yugoslava, creada en el curso de una encarnizada guerra, resistir¨¢ las tensiones de su desaparici¨®n fisica.

Copyright 1980, The Observer

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