Gala con Nati Mistral: lo humano y lo divino
Descender a una nueva discoteca madrile?a, Windsor: acerados espejos, vegetales ardientes, asientos plateados, moqueta con motivos romboides, mesas colmadas de licores y de bombones. P¨²blico variopinto: como en el bingo, conviven los vestidos transparentes y las s¨®lidas faldas plisadas, la corbata de seda y el cuero deste?ido, los bailones de la m¨²sica-disco y los apasionados por Frank Sinatra, las luces jaspeadas y la penumbra mate.Cuando Nati Mistral aparece, a la una y media de la madrugada, toda de blanco, en el cuello una boa de plurrias carmelitas, pelo hacia atr¨¢s y blanca flor a la altura de la oreja izquierda, hace alg¨²n tibio gesto de extra?eza. An¨®nima pregunta: ??Qu¨¦ te pasa??. Y ella: ?Me pasa, condesa, que estoy acostumbrada a ser la estrella cuando llego a un local. Y esta noche la estrella es la propia sala.? Primorosos piropos al empresario de la misma, Juli¨¢n Reyz¨¢bal, ?un espa?ol que, al rev¨¦s que otros, no se va a lomar helados a Suiza, sino que tiene fe aqu¨ª y ahora. Y hay que tener fe para eso...?. Se declara al instante ?m¨¢s vieja que todos ustedes?, mientras el p¨²blico, caballeroso, protesta. Hay de qu¨¦: misteriosamente, Nati Mistral conserva el mismo rostro de hace ya casi veinte a?os.
Al menos, yo as¨ª la recordaba de su vibrante intervenci¨®n en Divinas palabras, all¨¢ por los comienzos de los a?os sesenta, bailando en camisa y cantando, tal vez, una habanera. No ha cambiado tampoco su estilo. O, mejor dicho, nadie le ha dado est¨ªmulos para cambiar. Ah¨ª ha permanecido, v¨ªctima del olvido de un p¨²blico exigente (o que se cree tal) y del recuerdo fiel de otro que ve en la mezcolanza inm¨®vil toda la gama del buen gusto..Drama constante bajo estos turbios cielos de la patria far¨¢ndula, donde Marylin Monroe hubiera tenido que eleyir, tr¨¢gicamente y a buen seguro, entre Roc¨ªo Jurado y Nuria Espert.
Provocadora o irresponsabie, Nati Mistral se adentra en la espesa humareda discotequera con dibujos de sangre: ?Ser extranjero en Espa?a / para que no me doliera. / Tierra de amar s¨®lo a muertos / tierra qae a vivos destierra ... ? Focos de luces rojas se ensa?an sobre la blancura del vestido. Habla ahora de Lorca. Dice y canta Los mozos ae Monle¨®n con un elaror y una costumbre tensa que pueden dar la espalda y todo a las toses, magreos y susurros ebrios que recorren la sala. Su primer ¨¦xito comprobable llega, no obstante, con La linda tapada, donde despliega una voz muy antigua para fijar con todos sus poderes el oscuro delito de amar.
Y empieza un recorrido evocador de Am¨¦rica. De entrada, tierra cubana: ?Voy viviendo ya de tus mentiras. / S¨¦ que tu cari?o no es sincero, / s¨¦ que mientes al besar / y mientes al decir: "Te quiero". / Me resigno porque s¨¦ / que pago mi maldad de ayer.? Baila, gesticula con sobriedad, subraya que la vida es puro enga?o. Llega luego a Colombia, armada de un discurso socioecon¨®mico en torno a un pa¨ªs que se ve obligado a importar todo lo que come y donde, dice y redice, ya es m¨¢s cara una merluza que una esmeralda. La pasada es de ¨®rdago: ?Pronto llevaremos al cuello una merluza.? Para acaso evitar el peso del escamado escapulario, de nuevo irresponsable o provocadora, jugando con lo ambiguo hasta las cimas, pide en una canci¨®n de tizne algo social que el campesino vuelva al campo, que abandone la calle asfaltada y camine otra vez por salvajes y bellas veredas, queacepte, en fin, su condici¨®n fatal: ?Campesino naciste, / campesino ser¨¢s.? Por narices ? Hace falta tenerjeta. Para cantarlo aqu¨ª. Para aplaudirlo aqu¨ª.
Un popurr¨ª de M¨¦xico -con pajarillos de pechos amarillos y Guadalajara en un llano- alivia el ¨ªntimo malestar. Voz potente, atildada dicci¨®n, Nati Mistral desciende al mismo tiempo que la m¨®vil tarima de Windsor, se mezcla con el p¨²blico, es aplaudida con estruendo y fervor. Pasa a ser madrile?a (?A mi menda le gusta el turr¨®n de almendra?) y nada como un pez en las aguas picarescas de un chotis manual: Ay, C¨ªpriano. Mas, de pronto, introduce esta morcilla azul: ?Cipriano, rico, que pareces del Partido Comunista: que te crees que todo es tuyo.? El p¨²blico mastica con ruidoso placer.
Salto mortal hacia un soneto m¨ªstico: ?No me mueve, mi Dios, para quererte ... ? Una moza comenta a mi lado: ?Anda, si eso es lo de 300 Millones... ? Encadena con otra cancioncilla a lo divino, presenta a los m¨²sicos, canta a los sue?os imposibles y a un ferviente ideal.
Aplausos finales, desfile de rumbosos camareros cargados con cien ramos de flores. Ella va dando rosas, cierra su recital con Balada de un loco, espl¨¦ndida en la pena esperp¨¦ntica, deja una huella densa de desconcierto radical.
Babelia
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