La clave del asesinato de Mart¨ªn-Pe?a puede estar en sus relaciones empresariales
Tal vez ninguno de los cr¨ªmenes perpetrados en Espa?a durante los ¨²ltimos a?os haya sufrido tantas interpretaciones como el asesinato de Rafael Mart¨ªn-Pe?a, ocurrido a medianoche del 4 de octubre de 1978. Abogado con bufete, letrado de la Presidencia del Gobierno, ex presidente de la Federaci¨®n Espa?ola de Judo, era hombre de activa vida social. Algunos cronistas de entonces estimaron que en el portal de su casa, alguien, seguramente un sicario, hab¨ªa cometido el crimen perfecto. Las primeras investigaciones eran un desierto poblado de pistas, m¨®viles y sutiles hip¨®tesis de traba o. Hoy, el sumario est¨¢ a punto de concluir. A finales del mes de enero pasado se conoci¨® la noticia del suicidio del empresario Carlos Serna Ant¨®n, que hab¨ªa mantenido relaciones muy estrechas con Rafael Mart¨ªn-Pe?a; largas relaciones amistosas y empresariales. Hab¨ªan estado juntos durante muchos a?os en el consejo de administraci¨®n de la compa?¨ªa Protecci¨®n y Asesoramiento, Sociedad An¨®nima, conocida por el anagrama Proasa. En el siguiente relato se estudian las relaciones conocidas entre ambos personajes y sus perfiles de personalidad en busca de nuevos cauces hacia la soluci¨®n del misterio.
A las doce de la noche del d¨ªa 15 de octubre de 1978, la clientela del cine Mola acababa de presenciar la proyecci¨®n de la pel¨ªcula Grease, que la sala anunciaba en riguroso estreno, y volv¨ªa a entender trabajosamente las claves de la calle despu¨¦s de los destellos y los pasos de baile; evidentemente, los taxistas y las farolas ten¨ªan muy poco que ver con Travolta y con los focos de plat¨®. Media hora antes, Rafael Mart¨ªn-Pe?a Manrique, abogao con bufete, letrado de la Presidencia del Gobierno y hombre fundamental en la compa?¨ªa Proasa hab¨ªa telefoneado a Carmen, su mujer. . ?Me he olvidado las llaves en casa: dej¨¢dmelas junto a la puerta, en el lugar de costumbre.? Carmen busc¨® el llavero, entreg¨® el llav¨ªn del portal a uno de sus hijos y le pidi¨® que lo disimulase a la entrada, por ejemplo, bajo el felpudo exterior de esparto; dentro de unos minutos, pap¨¢ iba a volver del trabajo. Cansado, seguramente.Hac¨ªa pocos meses que pap¨¢ hab¨ªa tenido un amago de infarto, que los familiares hab¨ªan logrado camuflarle en una lipotimia.
Aquel suceso fue para ellos, una prueba, la primera, de que una naturaleza tan fuerte como la de Rafael tambi¨¦n ofrec¨ªa puntos d¨¦biles, aunque a veces alguien pensar¨ªa que mejor as¨ª; tal vez ahora se decidiese a dedicar m¨¢s tiempo a la vida familiar. ?En la esquina del felpudo, ?no?? Ahora iba a llegar de un momento a otro.
Al salir de la oficina, Rafael Mart¨ªn-Pe?a record¨® que su coche no estaba cerca. Lo hab¨ªa estacionado junto al restaurante La Fragua. Pidi¨® a su amigo Nogueira que le acercase a la zona. Al fin Regaron junio al restaurante y se despidieron. Rafael quer¨ªa llegar pronto a casa. Hab¨ªa jornadas especialmente. duras, y la casa ten¨ªa para ¨¦l efectos bals¨¢micos. Una vez en ella, tal vez jugase una partida de billar con alguno de los chicos. S¨ª, no ser¨ªa mala idea.
Sobre las 12.30 lleg¨® a la entrada de su garaje, en la calle de Diego de Le¨®n. Aparc¨® r¨¢pidamente y se encamin¨®, andando, a General Mola, 82. Sal¨ªa gente cariacontecida del cine General Mola. ?Las llaves, en el felpudo?, recordar¨ªa.
Rafael Mart¨ªn-Pe?a abri¨® la puerta. Dio varios pasos hacia el ascensor. En el portal, a su izquierda, alguien desenfund¨® una pistola semiautom¨¢tica y le dispar¨® dos veces. Una de las balas le entr¨® por el occipital inferior y sali¨® por el auricular derecho. ?Mortal de necesidad?, dijo un forense. ?Ten¨ªa 46 a?os?, a?adi¨® una voz al dictar la esquela mortuoria.
Diecis¨¦is meses despu¨¦s, el empresario Carlos Serna Ant¨®n, el hombre a quien algunos hab¨ªan considerado, con m¨¢s o menos reticencia, ?el mentor de Rafael?, extrajo dos frascos de barbit¨²ricos de alg¨²n lugar de su mesilla o de su traje, en una de las habitaciones del hotel Eurobuilding. Desde alg¨²n tiempo atr¨¢s, las personas m¨¢s pr¨®ximas hab¨ªan cre¨ªdo observar en ¨¦l un cambio de car¨¢cter e, incluso, de costumbres. Repentinamente hab¨ªa empezado a vestir de un modo que un camarero calific¨® de ?extravagante?, una se?ora provinciana de ?impropio? y un joven ejecutivo de ?liberal?. La multitud de observadores que acompa?a a toda persona importante propal¨® un d¨ªa ciertos rumores seg¨²n los cuales hab¨ªa intentado suicidarse sin ¨¦xito por segunda vez. Ahora iba a intentarlo por tercera. Persuadido quiz¨¢ de que hab¨ªa perdido un status social irrecuperable.
El pasado 25 de enero, el diario EL PAIS titulaba, en la quinta columna de su p¨¢gina 21: ?Probable suicidio de un empresario?. En el breve texto inferior se explicaba que el finado hab¨ªa tenido relacio nes empresariales con el abogado Rafael Mart¨ªn-Pe?a.
La autopsia y el estudio pericial del lugar de autos confirmaron las primeras impresiones: ni un solo indicio que sugiriese una pelea; como casi siempre que sobreviene un suicidio, es decir, la m¨¢s natural de las muertes violentas, cada cosa estaba en su sitio, incluso los dos frasquitos de p¨ªldoras. El doctor Esp¨ªn, forense del Instituto Anat¨®mico de Santa Isabel, resumi¨® en dos palabras los resultados de la investigaci¨®n. ?Suicidio confirmado?, dijo. ?No habr¨ªa cum plido los sesenta a?os?, a?adi¨® un amigo al enterarse de la desgracia.
Si un hombre pudiera resumirse en dos palabras, Carlos Serna Ant¨®n ser¨ªa simplemente ?un emprendedor?. En su casa sevillana de la calle de Pedro Ni?o hizo en su juventud muchos planes: planes rom¨¢nticos, planes fr¨ªos y divergentes, planes. En todos ellos, detr¨¢s de la frialdad y de un singular romanticismo, la riqueza parec¨ªa ser el fin primero y ¨²ltimo. ?Es que Carlos valora a los hombres, y quiz¨¢ se valora a s¨ª, por millones en propiedades y cuentas corrientes?, pensaban personas que cre¨ªan conocerle, pero ¨¦l apreciaba m¨¢s los ornamentos que las cajas fuertes. Su sue?o no terminaba en el Rolls: ¨¦l quer¨ªa un avi¨®n. Como bien sab¨ªan los grandes magnates de Am¨¦rica, para llegar al este del Ed¨¦p hab¨ªa que pasar por Gigante. Aqu¨ª, en Espa?a, tendr¨ªa que haber petr¨®leo en alguna parte.
Por el momento, sus poderes eran muy limitados. Al comienzo de los a?os cincuenta, sus allegados le consideraban ?un h¨¢bil agente de seguros; muy h¨¢bil, pero quiz¨¢ excesivamente fantasioso?. Carlos Serna jam¨¢s concedi¨® demasiada importancia a sus detractores. Sab¨ªa que a veces se le tildaba de inculto y de provinciano. Sus desajustes gramaticales nunca le preocuparon. Decir ?se me hace el camino largo? no ofrec¨ªa m¨¢s beneficios que decir ?me se hace?. Las ideas eran buenas o malas, al margen de las palabras que se utilizasen para etiquetarlas.
El d¨ªa 1 de abril de 1955 inici¨® sus operaciones, la que ser¨ªa su obra maestra: Proasa. Las siglas sintetizaban la leyenda Protecci¨®n y Asesoramiento, Sociedad An¨®nima. El fundador asign¨® a Ciriaco Serna, su padre, la presidencia del consejo de administraci¨®n; Amalia S¨¢nchez, su mujer, aparec¨ªa como secretaria. El se reservar¨ªa la vicepresidencia y la posterior designaci¨®n de director gerente, ?con el nombre de director general?.
El capital primario de la empresa ser¨ªa de 100.000 pesetas, representadas por doscientas acciones. En el art¨ªculo segundo, t¨ªtulo primero, de aquellos estatutos fundacionales se explicaba, como s¨ªntesis de la declaraci¨®n de voluntades de sus fundadores: ?su objeto ser¨¢ la explotaci¨®n de una oficina t¨¦cnica dedicada a la gesti¨®n de negocios ajenos...? Se tratar¨ªa de fichar un equipo de abogados capaces de asesorar a cualquier hombre o a cualquier compa?¨ªa. Si alguien deseaba practicar un estudio econ¨®mico de empresas y mercados, ah¨ª estar¨ªa Proasa; si alguien quer¨ªa conocer el modo m¨¢s directo y tajante de cobrar una vieja deuda, Proasa diipondr¨ªa del mejor sistema. Las grandes oficinas de asesoriaj ur¨ªdica no ten¨ªan por qu¨¦ ser privativas de los trust norteamericanos. S¨ª: tal vez una idea genial.
Carlos Serna domicili¨® su empresa en la calle del Arenal, n¨²mero 18, de Madrid. Abri¨® su agenda y rehizo su posible selecci¨®n de hombres-Proasa. Hab¨ªa un muchacho,'de"veintitr¨¦s a?os, que pod¨ªa ser el guanteen que encajasen -las manos de la compa?¨ªa. ?Rafael Mart¨ªn-Pe?a Manrique?, ley¨® en voz baja.
A los veintitr¨¦s a?os, Rafael Mart¨ªn-Pe?a ten¨ªa ya un notable prestigio entre los que hab¨ªan sido sus compa?eros de facultad, y aun entre profesionales de mayor presencia en la abogac¨ªa.. Era bajo y recio; ten¨ªa la complexi¨®n de un peleador del peso welter y los reflejos de un sprinter. Siempre hab¨ªa concedido una importancia ilimitada a su dial¨¦ctica personal. Manejaba a la perfecci¨®n los recursos dram¨¢ticos que distinguen a un buen abogado de un empoll¨®n. ?Sabe cu¨¢ndo hay que gritar y cu¨¢ndo hay que ir inmediatamente al juzgado?, comentaba un amigo del joven Rafa. Evidentementeo, Carlos Serna Ant¨®n hab¨ªa elegido bien.
El 21 de septiembre de 1956, Manuel de la C¨¢mara Alvarez, no
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tario de Madrid, daba fe de que, en escritura otorgada ante ¨¦l, Carlos Serna Ant¨®n hab¨ªa conferido poder a Rafael Mart¨ªn-Pe?a, ?soltero, abogado y secretario del consejo de administraci¨®n de esta sociedad? y a otros cinco hombres m¨¢s. A Rafael se le extend¨ªa una autorizaci¨®n excepcional ?para que pueda sustituir al director general en todas sus funciones y facultades?.La vida profesional de Rafael no se limitar¨ªa a Proasa. Puso bufete, recibi¨® a cuantos clientes lo solicitaron, se hizo un sitio en la sociedad madrile?a. Sus amigos m¨¢s ¨ªntimos admiraban su vitalidad y su desenfado, a veces un poco ¨¢cido o al menos un poco agresivo.
En los a?os siguientes, Proasa fue extendi¨¦ndose inconteniblemente. A los ojos de los profesionales de la ¨¦poca era ?una oficina t¨¦cnica muy bien montada, con delegaciones provinciales que rend¨ªan buenos dividendos a la central?. Como era de esperar, sufri¨® dos ampliaciones de capital y varias en el esquema de su consejo de administraci¨®n, con el establecimiento de vocal¨ªas y sucursales. Las 100.000 pesetas iniciales se transfiguraron en cien millones.
El notario Jos¨¦ Moreno Sa?udo daba fe, el 21 de diciembre de 1967, de una modificaci¨®n del art¨ªculo segundo de sus estatutos y, por tanto, de una modificaci¨®n de los objetivos de la compa?¨ªa. De all¨ª en adelante ser¨ªan, entre otros, la ?promoci¨®n de empresas y negocios; estudios econ¨®micos y financieros de empresas y mercados; servicios de informaci¨®n; representaci¨®n y asesoramiento en materia laboral, contable, mercantil y fiscal; tramitaci¨®n y defensa de asuntos sociales; financiaci¨®n de operaciones mercantiles...; operaciones de seguro; operaciones de banca...? Proasa iba viento en popa, hab¨ªa bromeado Rafael en mitad de un whisky, acentuando la part¨ªcula proa. Entonces, Carlos Serna ostentaba ya la presidencia del consejo de administraci¨®n, y Rafael Martin-Pe?a, la vicepresidencia.
Tener un avi¨®n, entrar en la "Jet-Set"
A Carlos Serna Ant¨®n, el hoqlbre que se hab¨ªa propuesto conquistar Madrid, sus detractores hubieron de reconocerte siempre una extraordinaria capacidad de iniciativa. Su obsesi¨®n era extenderse, padec¨ªa un desdoblamiento cr¨®nico de personalidad; de personalidad jur¨ªdica, se entiende. En sus horas m¨¢s intensas maquin¨® negocios inmobiliarios, sistemas expeditivos de cobranza de p¨®lizas de seguros: una empresa de compraventa de obras de arte, ?hasta cafeter¨ªas?, se dijo. Un d¨ªa, Carlos Serna comenz¨® a ser Proasa, Prose, SA, Serarte... Comenz¨® a padecer lo que sus detractores se?alaban como una esquizofrenia. de las finanzas. El se acostumbr¨® a vestir trajes nuevos que nunca dejaron de parecer demasiado nuevos. Su porte, aplomado, ojos negros, bigote negro y dientes blanqu¨ªsimos. hicieron decir a varias damas en alg¨²n c¨®ctel: ?Miradle, parece un caballero hind¨²; reci¨¦n llegado de la India, eso s¨ª?.
Nadie pod¨ªa poner en duda, sin embargo, que Carlos Serna estaba ah¨ª, en el frente comercial donde se conquistaban los grandes imperios financieros. Sus empresas parec¨ªan sujetas a un amplio margen de riesgo y, no obstante, ¨¦l nunca hab¨ªa cre¨ªdo en la suerte. Confiaba en la habilidad personal, en el poder de recuperaci¨®n que brindaban las ideas felices. Todo hombre cuyo valor era la inventiva podr¨ªa esperar que, a la larga, los aciertos respaldaran los posibles fallos. Nadie pod¨ªa poner en duda que, al menos, Proasa hab¨ªa sido un acierto absoluto.
Rafael Mart¨ªn-Pe?a era uno de los hombres convencidos de que Proasa merec¨ªa todos los cuidados.
Su gran vitalidad le permit¨ªa, en todo caso, diversificarse, mantener en actividad permanente su bufete, desempe?ar su cargo de letrala Presidencia del Gobierno y dedicar las horas restantes a una vida social cuya constante era la competici¨®n. Jam¨¢s volv¨ªa la cara en una ronda de g¨¹isqu¨ªes, en una partida de p¨®quer o en un campeonato de billar. Su capacidad para desarrollar esfuerzos r¨¢pidos le convirti¨® en un excelente jugador de ping-pong, y uno de sus amigos le sugiri¨® un d¨ªa que practicase el tiro al plato, seguro de que un deporte cuyos secretos eran la concentraci¨®n y la velocidad estaba hecho a su medida.
Muy pronto se revel¨® como un tirador selecto y sigui¨® en dos terceras parte el circuito usual de los tiradores ascendentes: tiro al plato, tiro de pich¨®n, asesor jur¨ªdico del campo de tiro de Somontes.
Al fin, Rafael Mart¨ªn-Pe?a alcanz¨® la vicepresidencia de la Federaci¨®n Espa?ola de Judo, que hab¨ªa conseguido con el apoyo de Antonio Garc¨ªa de la Fuente, titular de la presidencia. Aquella Federaci¨®n era un permanente foco de conflictos; los intereses deportivos se cruzaban con intereses comerciales: el boom de las cadenas de gimnasios, la homologaci¨®n de categor¨ªas y las pol¨¦micas sobre la figura del presidente se encadenaron con varios pleitos, el misterioso incendio de un local de la sede federativa regional y la dimisi¨®n de Garc¨ªa de la Fuente. A consecuencia del torbellino, durante unos meses, Rafael Mart¨ªn-Pe?a ocup¨® la presidencia y se enfrent¨® a un hecho sorprendente: su nombre estaba en los peri¨®dicos, gracias a sucesos indeliberados y a uno de los cargos en que ¨¦l menos influencia hab¨ªa tenido en realidad. Se hab¨ªa sentado en aquel sill¨®n por una solidaridad casi dom¨¦stica con Garc¨ªa de la Fuente, pero era el segundo en quien todos piensan secretamente m¨¢s como un mecenas que como un ejecutivo eficaz. Ten¨ªa su casa de General Mola, una finca en Navacerrada, un Rolls Royce un Laborghini; los signos de prosperidad que acreditan a un multimillonario.
El cargo de presidente, sometido a una publicidad forzosa en la agitada Federaci¨®n, le llevaba y le tra¨ªa a las p¨¢ginas de los peri¨®dicos, fuera de sus propias posibilidades de control. El d¨ªa en que dimiti¨® del cargo, probablemente suspir¨® con alivio. La leyenda adquirida le relacionaba ya con fuertes partidas de p¨®quer, con acaloradas apuestas en el campo de tiro, con rumores de tr¨¢fico de guardaespaldas. Adem¨¢s ten¨ªa licencia de arma corta; era un hombre que llevaba o pod¨ªa llevar pistola.
Pero, m¨¢s all¨¢ de leyendas, Rafael Mart¨ªn-Pe?a segu¨ªa siendo un hombre de negocios o, m¨¢s exactamente, un abogado que gustaba de apurar los recursos propios de su profesi¨®n como en un juego supremo. En los peores momentos, cuando nada hac¨ªa suponer que un asunto de negocios tuviese soluci¨®n, nuevamente volv¨ªa a confiar en su ingenio dial¨¦ctico, se?alaba a su oponente una silla en su despacho, al tiempo que dec¨ªa, ayud¨¢ndose de un gesto que invitaba a reemprender la negociaci¨®n: ?Bueno: vamos a hablar.?
Recta final: defender a Proasa
Sobre 1978 se confirmaron los rumores de que algunas empresas tuteladas o dirigidas por Carlos Serna Ant¨®n incurr¨ªan en quiebra o suspensi¨®n de pagos. Su fuerte inclinaci¨®n a disponer de sus negocios con una autonom¨ªa ilimitada inspir¨® nuevos rumores de que, en el momento decisivo, ¨¦l respond¨ªa ante sus acreedores con Proasa. Toda amenaza de ruina tendr¨ªa como defensa el paquete de acciones en la que habla sido su idea m¨¢s brillante. Proasa, se dec¨ªa, puede avalar un cr¨¦dito salvador, y, un cr¨¦dito cubre una deuda, y un deudor satisfecho es un enemigo neutralizado. Pero la situaci¨®n podr¨ªa llegar a complicarse si persist¨ªa su mala racha. ?Qu¨¦ habr¨ªa de suceder si el m¨¢s importante paquete de acciones en la compa?¨ªa fuera, sometido a embargo? ?En qui¨¦n se depositar¨ªa la influencia? ?C¨®mo podr¨ªa garantizarse el futuro de la empresa?
En c¨ªrculos financieros acreditados se comentaba que, si Proasa llegara a estar en peligro, el ¨²nico hombre cualificado para decir basta seria precisamente Rafael Martin-Pe?a. Ello implicar¨ªa el reconocimiento de que, despu¨¦s de muchos a?os de intereses comunes, ¨¦l y Carlos Serna Ant¨®n comenzaban a estar en bandos distintos.
El 14 de abril de 1978, la junta general universal de accionistas de Proasa se reuni¨® una vez m¨¢s. Sus acuerdos fueron consignados en escritura. La redacci¨®n de los dos primeros fue recogida el 19 de mayo en el Registro Mercantil de la provincia de Madrid. ?Primero. Quedar enterada de la dimisi¨®n del consejo de administraci¨®n en pleno, conforme el mismo ya hab¨ªa acordado..., quedando por consiguiente relevados de su cargo: Carlos Serna Ant¨®n, presidente y director general; Rafael Mart¨ªn-Pe?a Manrique, vicepresidente, Alberto La Calle Belmonte, secretario, y los vocales Jos¨¦ Joaqu¨ªn Oficialdegui Ariz, Antonio Tom¨¢s Tena y Francisco Javier Oliver Lostao... Segundo. Designar nuevo consejo de administraci¨®n, constituido de la siguiente forma: presidente, con funciones de director general..., Rafael Mart¨ªn-Pe?a Manrique...; vicepresidente y secretario, Alberto La Calle Belinonte...; vocales, Enrique Mart¨ªn-Pe?a Manrique, Francisco Javier Oliver Lostao, Antonio Tom¨¢s Tena, Francisco Alvarez L¨®pez... y Jos¨¦ Joaqu¨ªn Oficialdegui Ariz. Tercero. Determinar que el consejo elegido se hace con car¨¢cter indefinido, hasta que sea renovado total o parcialmente, por acuerdo adoptado en junta general...?
En los meses siguientes no se consign¨® cambio alguno de la estructura de Proasa en los libros del Registro. Carlos Serna habla desaparecido del consejo de administraci¨®n, cuya presidencia ocupar¨ªa a partir de ahora, con car¨¢cter indefinido, Rafael Mart¨ªn-Pe?a. Un hermano de Rafael desempe?ar¨ªa tambi¨¦n una vocal¨ªa del consejo. Casi nadie se pregunt¨® entonces en qu¨¦ situaci¨®n quedar¨ªan las otras empresas de Carlos Serna, sus presuntas suspensiones de pagos, sus acreedores...
Balas y barbit¨²ricos
En septiembre, Rafael Mart¨ªn-Pe?a confes¨® a uno de sus mejores amigos : ?Creo que van a matarme?, y coment¨® a su cu?ado Paco, ?si me ocurriese algo, mi mujer y mis cinco hijos tendr¨ªan el futuro resuelto?. Pensaba en la p¨®liza de seguros que hab¨ªa extendido a su mujer por valor de cincuenta millones de pesetas. Sobre el d¨ªa 1 de octubre, pregunt¨® s¨²bitamente a la propia Carmen: ??T¨² crees que yo soy alguien a quien se pueda tener miedo??
El d¨ªa 5 de octubre, a las 12.30 de la noche, Rafael Mart¨ªn-Pe?a estacion¨® su autom¨®vil en el garaje. Aquel era el lugar que habr¨ªa elegido un asesino a sueldo para matarle, f¨¢ciles escondrijos entre los coches, ausencia de testigos, inmediata salida al exterior. Muy sencillo para un tirador marsell¨¦s.
Sin embargo, Rafael sali¨® indemne a la calle Diego de Le¨®n, para salvar los metros que le separaban de su casa, en General Mola, 82. Seguramente, all¨ª estar¨ªan esper¨¢ndole, contrariados por la proximidad del p¨²blico del cine Mola. ?En el portal? No. Unos minutos antes hab¨ªan bajado sus hijos con la llave. Esconderse detr¨¢s del mostrador vacante del portero impondr¨ªa una espera indeterminada y el peligro de que cualquier vecino descubrirse el plan. ?En cuclillas, bajo un mostrador durante diez minutos, quiz¨¢ un cuarto de hora? Luego habr¨ªa que salir de ¨¦l, sin hacer ning¨²n ruido, porque Rafael era muy r¨¢pido y pod¨ªa ir armado. Demasiado riesgo.
Ser¨ªa m¨¢s razonable abordar a Rafael en la calle. ?Hola, Rafael: venimos a charlar contigo.? Dos hombres, seg¨²n la hip¨®tesis m¨¢s inmediata. (?Mi marido era desconfiado; no habr¨ªa propuesto subir a casa a alguien con quien no tuviese mucha confianza?, dice Carmen todav¨ªa). Rafael ha extra¨ªdo la llave del felpudo. Conf¨ªa en la luz tutelar de madrugada, en uno de los dos hombres que seguramente acaban de saludarle y, sobre todo, en el supremo recurso de tantas otras veces. ?Bueno, vamos a hablar.?
Abre la puerta. Se?ala el interior con la mano. Uno, dos, tres escalones. Se adelanta para abrir el ascensor.
Tal vez el acompa?ante de confianza le pregunt¨® algo desde la derecha. La bala le entr¨® por el occipital inferior izquierdo. Hab¨ªa sido disparada desde tan cerca que el fogonazo le chamusc¨® el pelo.
Desde entonces, el trabajo de los polic¨ªas judiciales ha sido complejo, hab¨ªa que prescindir de todas las pistas falsas. Durante el desarrollo del largo sumario, Carlos Serna fue visto cuando acud¨ªa a prestar declaraci¨®n sobre el caso Mart¨ªn-Pe?a al juzgado de instrucci¨®n correspondiente.
Y parece que el sumario sobre la misteriosa muerte del abogado sprinter est¨¢ en fase decisiva.
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