El poder de los ancianos
BRUNEV, KOSSIGUIN, figuraban a la cabeza de una inmensa muchedumbre de ancianos que el Partido Comunista de la Uni¨®n Sovi¨¦tica presentaba, el domingo, a las elecciones para una supuesta renovaci¨®n de las asambleas locales y federativas. Las elecciones carecen de inter¨¦s, en el sentido habitual y democr¨¢tico del t¨¦rmino. Hay un candidato ¨²nico en cada circunscripci¨®n, como hay una propaganda ¨²nica que se vuelca sobre ¨¦l: la ¨²nica libertad del ciudadano consiste en borrar el nombre propuesto, pero no seleccionarlo por otro. En teor¨ªa, podr¨ªan ser derrotados todos, puesto que la legislaci¨®n exige la mitad m¨¢s uno de los votos para la proclamaci¨®n; en la pr¨¢ctica, esa desgracia s¨®lo le ocurre cada a?o a un n¨²mero que oscila entre cincuenta y cien candidatos, y la prensa occidental se vuelca con fruici¨®n sobre ese dato, procurando no relacionarlo con el n¨²mero total de los elegidos, que es de unos 2.250.000, con lo que el porcentaje de los fracasados es milesimal. Estas elecciones son s¨®lo un rito, tienen algo de fiesta o de costumbre, pero nada m¨¢s.Lo que s¨ª parece honestamente digno de se?alar es la reiteraci¨®n de nombres elecci¨®n tras elecci¨®n: el triunfo de la ancianidad. Se sabe que en el mundo antiguo se reservaba el genio juvenil para la guerra y la ancianidad para la pol¨ªtica. La palabra senado es, literalmente, una reuni¨®n de ancianos, pero esto debe considerarse dentro de una brevedad de la vida humana ya superada.
En la Uni¨®n Sovi¨¦tica, como en otros pa¨ªses donde la configuraci¨®n del poder y de la sociedad ha brotado de un movimiento profundo, de una revoluci¨®n, se han entronizado los ideales, fijado unos dogmas que parten del punto de vista de lo inmejorable: del hallazgo de la verdad definitiva. Cuando se prolonga en el tiempo -sobre todo, en un tiempo como el contempor¨¢neo: veloc¨ªsimo, mutante- esta fijaci¨®n de lo inmejorable supone una lucha contra la realidad. Un intento de adaptar la realidad a las formas de gobierno y al molde ideol¨®gico, y no a la inversa.
En 1917, la revoluci¨®n sovi¨¦tica ten¨ªa un car¨¢cter enteramente juvenil frente a un mundo caduco, m¨¢s a¨²n que anciano: dominado por el ?cad¨¢ver reinante?, seg¨²n frase famosa de Pl¨¦janov (que, finalmente, morir¨ªa exiliado por Lenin). Hoy es senatorial. Se trata de sostener la viabilidad del dogma, de lo inconmovible de entonces. Ha sido minado por la vida, por la historia, por los sucesos, por la acci¨®n exterior, por una legi¨®n de t¨¦rmites que han devorado los enormes cimientos.
Los revolucionarios de entonces casi han desaparecido: van sucedi¨¦ndoles los que eran ni?os, los que lo fueron en los largos y dif¨ªciles a?os de la guerra civil. En ellos, la palabra renovaci¨®n no tiene sentido. Se trata de eso. Si la verdad es ¨²nica, quien quiera modificarla ser¨¢ un insensato, indigno del Gobierno.
No es enteramente un problema de generaciones. Tito, que ahora agoniza, era un superviviente de aquella revoluci¨®n: supo, sin embargo, recibir y captar el aire del tiempo. No puede suceder as¨ª en un pa¨ªs donde la palabra revisionista es peyorativa, donde la palabra desviacionista es ¨ªndice de lo punible. Incluso cuando en determinados momentos se ha comprendido la necesidad del cambio y la busca del innovador -la desestalinizaci¨®n, Krutschev-, el peso del viejo dogma ha podido m¨¢s: han sido movimientos efirneros.
Una imaginaria renovaci¨®n de mandos hecha sobre la base de reponer a los m¨¢s antiguos de cada localidad (o j¨®venes, pero con el alma antigua) indica, sobre todo, una imposibilidad de adhesi¨®n a las nuevas realidades. Las fotograf¨ªas de un Brejnev agotado, de un Kossiguin de facciones deshechas, revelan una aut¨¦ntica esclerosis institucional. La gerontocracia es uno de los males que minan hoy a la Uni¨®n Sovi¨¦tica por dentro. S¨®lo un mundo sin libertades, como el all¨ª construido, es capaz de sujetar un andamiaje como ese.
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