M¨¢s democracia en los partidos
Algo tendr¨¢n que Inventarse los genios de la pol¨ªtica para evitar que esto cristalice en una democracia cuadriculada. No se trata de la discusi¨®n sobre si es suficiente o no el reconocimiento formal de las libertades, que me parece que no, pues de nada sirve ?tener derecho a? o ?ser libre para?, si no se dispone de los medios y recursos necesarios para ejercer de verdad esa libertad y ese derecho.Lo que me obsesiona es que la democracia quiebre por el interior de s¨ª misma, de sus entra?as -que son los partidos pol¨ªticos-, si no funcionan con criterios imperiosamente democr¨¢ticos. Ser¨ªa como predicar y no dar trigo, como sucumbir en el dime de qu¨¦ presumes y te dir¨¦ de qu¨¦ careces. Ser¨ªa como un fatigoso tejer y destejer, con la democracia como nueva tela de Pen¨¦lope.
Los partidos tienen sus l¨ªderes y unos reducid¨ªsimos estados mayores, cosa necesaria y conveniente, siempre que sean s¨®lo la c¨²spide de una pir¨¢mide en la que las capas inferiores no sean un ej¨¦rcito de enanos sometidos al ordeno y mando. El liderazgo solamente se justifica cuando se fundamenta, no ya en la aceptaci¨®n de las bases, sino en la ejecuci¨®n de una pol¨ªtica marcada por ellas, a trav¨¦s del entramado org¨¢nico-representativo propio de todo partido democr¨¢tico.
No ser¨¦ yo quien discuta las ventajas del liderazgo o la naturalidad de una cierta identificaci¨®n de los partidos con su Adolfo, su Felipe, su Santiago, su Manolo, su Jordi o su Carlos. Estar¨ªa en la estratosfera. Lo inaceptable ser¨ªa una identificaci¨®n irracional, o que el l¨ªder fuera un dictador indiscutido, o que la minor¨ªa dirigente se trocara en omnipotente oligarqu¨ªa.
No creo que las cosas est¨¦n as¨ª en nuestros partidos, aunque a veces se asegure lo contrario. Pero el riesgo siempre acecha, al menos en algunos de ellos. Lo que ahora puede ser caricatura, ma?ana podr¨ªa convertirse en el vivo retrato de la realidad. Todas las cautelas ser¨¢n pocas.
Pero sucede que las culpas hay que anotarlas a menudo en la cuenta de los cuadros bajos y de los militantes, tocados de ese sentido reverencial del poder -aunque sea el poder interno de los partidos- a que tan dados dicen que somos los espa?oles. ?No ser¨¢ que cuarenta a?os de eso que llamaban poder carism¨¢tico al final nos contagi¨® un poco a todos?
Porque creo que nadie, o casi nadie, se habr¨¢ librado del ramalazo de entusiasmo alguna vez ante el encanto de Su¨¢rez, la honradez de Felipe, la inteligencia de Carrillo o la energ¨ªa de Fraga. No digo nada de los partidarios de cada uno de ellos al contemplar a su propio l¨ªder.
El invento de los genios para salvar tan esencial aspecto de la .democracia habr¨¢ de ser el saber armonizar una profunda democratizaci¨®n interna de los partidos con la conservaci¨®n del lado positivo del liderazgo. Hace nueve meses, Felipe Gonz¨¢lez tuvo aquel gran gesto de marcharse a casa porque no quer¨ªa ser secretario de un partido cuyo congreso sosten¨ªa mayoritariam ente tesis contrapuestas a las suyas. Todo el mundo se hizo lenguas de la honradez del l¨ªder y de la democracia interna de un partido en el que tales cosas pod¨ªan suceder.
Si en aquella ocasi¨®n vimos que esa armon¨ªa era posible, lo cierto es que se produc¨ªa en el escenario de los grandes gestos, mucho m¨¢s visibles que los comportamientos cotidianos. Pero en estos a?os no hemos visto tantos grandes gestos en los partidos que puedan contarse con los dedos de las dos manos.
El presidente Adolfo Su¨¢rez me dijo una vez: ?Tranquilo, que nunca me dominar¨¢ la er¨®tica del poder. ? Luego vino lo de los 107 a?os y algunos libros, como pretendida demostraci¨®n de que la er¨®tica esa ya le estaba dominando. Pero todo quedar¨ªa bien si en el congreso de UCD, previsto para octubre pr¨®ximo, asisti¨¦ramos a un espect¨¢culo impecablemente democr¨¢tico, tras una preparaci¨®n que mereciera id¨¦ntico calificativo.
Santiago Carrillo y el PCE vienen pasando su particular calvario desde que ?partieron las peras? con Su¨¢rez, y se les comenz¨® a llamar de todo. Tendr¨¢n que extremar la democratizaci¨®n interna como mejor respuesta a las acusaciones que ya se les ven¨ªa dirigiendo antes de ?lo de Afganist¨¢n?. Despu¨¦s de la invasi¨®n sovi¨¦tica de aquel pa¨ªs y de algunos excesos sindicales, el PCE se muestra m¨¢s comedido y prudente y dispuesto a volver al amor...
El caso de Fraga y Alianza Popular tal vez sea m¨¢s simple, si se piensa que el partido fue una construcci¨®n a la medida del l¨ªder, pero m¨¢s complejo si AP est¨¢ dispuesta, de verdad, a no jugar m¨¢s juego que el de la democracia parlamentaria. Si fuera as¨ª loado sea el Se?or, y con ello habr¨ªa que conformarse.
Salvemos a los partidos del horrible riesgo de quedarse en una min¨²scula y bullente cabeza sobre un enorme cuerpo muerto. Impidamos la dictadura del l¨ªder y del aparato sobre los cuadros y la militancia. Un partido no puede ser un monstruo seco y correoso, una caja de resonancia, una f¨¢brica de aplaudir y de asentir, un colectivo acr¨ªtico y adulador, un mont¨®n de cerebros esterilizados, una legi¨®n de meros ejecutantes de las ¨®rdenes de arriba. Eso ser¨ªa triste, empobrecedor, in¨²til. No nos los merecemos.
Y que los grandes y peque?os dirigentes se vayan haciendo a la idea de que su partido no es lo mejor del mundo, ni una zona exenta para la cr¨ªtica, ni un recinto repleto de virtudes y vac¨ªo de pecados, ni el principio y fin de todas las cosas, ni el fin que justifica los medios, ni un sindicato de intereses, ni un club social, ni una plataforma de vanidades.
Tienen que hacerse a la idea de que su partido s¨®lo es un instrumento para la acci¨®n pol¨ªtica y la participaci¨®n, al servicio primordial de los intereses nacionales, una cantera de hombres sacrificados y valiosos entregados a su pa¨ªs y a su pueblo, una organizaci¨®n llena de defectos y de miserias que hay que corregir y criticar, una agrupaci¨®n de ciudadanos movidos por una ideolog¨ªa y una ilusi¨®n, en la que las leg¨ªtimas ambiciones personales ocupen un lugar secundario. Que conste que no me estoy haciendo el ingenuo, aunque m¨¢s de uno lo piense.
Con los partidos est¨¢ en juego la democracia toda. Y la credibilidad del nuevo sistema. Y las posibilidades de acabar con el desencanto y de recuperar la esperanza. Nada menos.
es periodista. Comentarista pol¨ªtico de varios peri¨®dicos y revistas espa?olas.
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