Las nuevas fronteras de la democracia / 1
La democracia no est¨¢ consolidada. La opini¨®n p¨²blica asiste con cierto desconcierto a un proceso de democratizaci¨®n que se produce desde la cumbre y en el que no se ve implicada, salvo en momentos electorales.El mismo fen¨®meno se aprecia en el resto de Europa, pero con la diferencia de que son pa¨ªses con democracia ya asentada.
Una democracia asentada se apoya en una aceptaci¨®n, en todos los sectores de la sociedad, de los principios democr¨¢ticos, y en una pol¨ªtica abierta y generalizada en la opini¨®n p¨²blica, con su reflejo en la ejecuci¨®n del, gobierno. De alg¨²n modo en Espa?a ocurre lo contrario. La aceptaci¨®n de los principios democr¨¢ticos es a¨²n incompleta en ciertos sectores de la sociedad y la dial¨¦ctica, d¨¦bil en la opini¨®n p¨²blica, est¨¢ sustituida por el consenso pol¨ªtico en la ejecuci¨®n del gobierno. De hecho, el ejercicio pol¨ªtico se limita a los ¨¢mbitos del Poder. En t¨¦rminos generales, la sociedad se encuentra ausente o pasiva, salvo en los momentos electorales, en los que se siente, de alg¨²n modo, ¨²til, pero manipulada por fines precisamente electorales. Concluido este tr¨¢mite formal, la pol¨ªtica vuelve a refugiarse en la cumbre.
La opini¨®n p¨²blica tiene una visi¨®n clara de lo que no quiere. No quiere la violencia, no quiere el terrorismo, no quiere la dictadura, no quiere crisis ni traumatismos. Pero la opini¨®n p¨²blica no tiene una visi¨®n clara de lo que quiere. Quiere, s¨ª, una democracia, un orden, una paz, una justicia. En grandes l¨ªneas est¨¢ de acuerdo con la evoluci¨®n llevada a cabo, pero no ve el ciudadano d¨®nde va esta evoluci¨®n ni c¨®mo puede ser protagonista de la misma. Tiene m¨¢s una actitud de espectador que una actitud comprometida con la vida de la propia sociedad, por no encontrar canales de participaci¨®n y por faltarle ver unas propuestas claras. El estado general es as¨ª lleno de pasividad, por lo menos moment¨¢neamente, la democracia se va configurando sin rumbo visible, y va naciendo d¨¦bil sin participaci¨®n efectiva.
El origen del aludido desencanto actual est¨¢ en esa libertad que parece servir m¨¢s para salvaguardar los privilegios anteriores y los h¨¢bitos de pasividad que para potenciar la justicia y la participaci¨®n activa ciudadana, sin la cual la palabra democracia carece de sentido. La consecuencia inmediata es la falta de credibilidad en la evoluci¨®n democr¨¢tica. Ha permitido, s¨ª, una salida pac¨ªfica del r¨¦gimen dictatorial, pero no ha permitido una construcci¨®n racional de una nueva democracia, sobre todo en un per¨ªodo de aceleraci¨®n hist¨®rica mundial. Los mismos sectores del Poder est¨¢n, hoy en d¨ªa, paralizados en sus esfuerzos, m¨¢s por temor, por inmovilismo y por la crispaci¨®n interna que por la actitud de los sectores situados en la ¨®rbita de la oposici¨®n. Estos sectores no se atreven a proponer sus proyectos y sus ideales; parecen estar bloqueados por el dogmatismo formal, por el electoralismo y por el simple miedo. No se atreven siquiera a salir de un sistema consensual, ¨²til en casos de graves peligros, pero nefasto cuando, ante los ojos de la opini¨®n p¨²blica, sustituye al di¨¢logo. La pol¨ªtica democr¨¢tica para ser comprendida tiene que ser dial¨¦ctica y abierta, no puede ser solamente consensual.
Los hechos actuales demuestran que el ciudadano es libre, pero no encuentra c¨®mo aplicar su libertad a la transformaci¨®n de la sociedad. La consecuencia es la apat¨ªa, el desenga?o, el descontento, la irresponsabilidad. No se siente responsable de algo que escapa a su acci¨®n. No se entusiasma por una sociedad que limita su protagonismo al papel de espectador.
Los partidos pol¨ªticos y el cors¨¦ electoralista
El haber llegado a establecer un sistema de partidos ha sido la condici¨®n de la transici¨®n. Pero no es menos evidente que los partidos pol¨ªticos est¨¢n perdiendo credibilidad ante la opini¨®n p¨²blica. A los ojos de la mayor¨ªa representan m¨¢s un instrumento de conquista del Poder para algunos profesionales pol¨ªticos, que un instrumento de formaci¨®n y de representaci¨®n de la misma opini¨®n p¨²blica. Los partidos aparecen empe?ados en una lucha por el Poder y, aunque aporten soluciones pr¨¢cticas a nivel legislativo y de programa de gobierno, no hacen propuestas ideol¨®gicas. Todos quieren Regar a una sociedad mejor, pero no acaban por presentar su proyecto. filos¨®fico y arquitect¨®nico de sociedad.
No lo hacen los grupos radicalizados, sean de derechas o de izquierdas, porque saben que no tendr¨ªan aceptaci¨®n. No lo hacen la mayor¨ªa ni la oposici¨®n por temor a que se rompa la evoluci¨®n democr¨¢tica y porque perjudicar¨ªa a sus estrategias electorales. Saben estos partidos que el ciudadano, que es cr¨ªtico frente a las ideas innovadoras, pudiera no votarlo. Hoy, proponer metas de sociedad no parece rentable electoralmente, y se considera prioritario el planteamiento electoralista.
En resumen, los partidos pol¨ªticos no aparecen ante la opini¨®n p¨²blica como portadores de ideales.
Por ello, los partidos aparecen ante la opini¨®n p¨²blica como si no se acordaran del pueblo, salvo en los momentos en que necesitan su voto. Pero esto continuar¨¢ mientras se limiten a ser instrumentos de conquista electoral del Poder, en vez de ser, adem¨¢s, instrumentos de conquista de la voluntad popular, que s¨®lo se puede lograr con la aportaci¨®n de un proyecto asumible por la sociedad.
Las autonom¨ªas
El solo hecho de que se reconozca constitucionalmente el derecho auton¨®mico es un extraordinario avance hacia la construcci¨®n de otro de los fundamentos de la democracia, de la participaci¨®n ciudadana. Pero dif¨ªcilmente podemos decir que se ha emprendido la realizaci¨®n de un modo racional. Dominado por el miedo al sector que a¨²n confunde autonom¨ªa con separatismo, se ha ido progresando solamente en la medida en que la amenaza del separatismo aconsejaba un planteamiento autonomista. La autonom¨ªa se presenta desde el Poder como un mal menor, un remedio, y no como un ideal.
Eso explica la extraordinaria incoherencia del proceso.
En ausencia de una concepci¨®n general arquitect¨®nica, se recurre a la improvisaci¨®n frente a la imposici¨®n y a la amenaza, se potencian las autonom¨ªas centr¨ªfugas y no la concepci¨®n auton¨®mica solidaria. Los ¨¦xitos auton¨®micos aparecen entonces como desmembraci¨®n del Estado; los fracasos, como retrocesos constitucionales. El Poder aparece como el protagonista de un regateo entre el Estado y el sentimiento diferenciado de cada pueblo o nacionalidad, no como promotor y moderador de la evoluci¨®n del conjunto de la sociedad en su marcha hacia la construcci¨®n del Estado de las autonom¨ªas que contempla nuestra, Constituci¨®n.
Otro factor esencial de la transici¨®n ha sido la construcci¨®n democr¨¢tica de los nuevos sindicatos. No podemos de nuevo dejar de constatar la improvisaci¨®n del Poder, dominado por el miedo a la unidad del mundo del trabajo. Se promovi¨® o se dej¨® promover la fragmentaci¨®n sindical en corrientes partidistas. As¨ª no solamente se transformaron los aparatos sindicales en instrumentos de los partidos pol¨ªticos, sino que se debilit¨® la afiliaci¨®n y por tanto la capacidad para asumir la plena responsabilidad frente tanto a la clase obrera como a toda la sociedad. Uno de los m¨¢s importantes instrumentos de di¨¢logo y participaci¨®n ciudadana se vio condenado a ser, por su misma debilidad y divisi¨®n, una plataforma ¨²nicamente reivindicativa, sin potenciarse como medio de conquista de responsabilidad ciudadana.
La construcci¨®n de las tres grandes estructuras de la democracia moderna: partidos pol¨ªticos, sindicatos y autonom¨ªas se est¨¢n realizando, adem¨¢s, en pleno clima de crisis econ¨®mica. La liberalizaci¨®n del sistema de mercado, que presupone hacerlo funcionar racionalmente, se ha quedado en gran parte paralizado por los intereses creados y por mantener la rigidez del paternalismo anterior. Los fracasos parten del mismo capitalismo. Ni siquiera se ha planteado en nuestro pa¨ªs una soluci¨®n socialista.
La crisis econ¨®mica actual se manifiesta en dos hechos principales: una inflaci¨®n del 15% anual y un paro real que ronda los dos millones, si se une al paro oficialmente registrado el descenso de la poblaci¨®n activa. Estos dos hechos son inadmisibles en el mundo moderno, porque demuestran simplemente la falta de capacidad organizativa de nuestro sistema productivo. En una sociedad moderna hay medios y m¨¦todos para llegar tanto al pleno empleo como para vencer la inflaci¨®n, ¨ªntimamente vinculada con el anterior problema. Sobre todo en un pa¨ªs que ha alcanzado altas cotas de desarrollo.
Esta alarmante situaci¨®n de inflaci¨®n con desempleo lleva a la desesperaci¨®n de amplios sectores obreros, privados del derecho al trabajo, que afecta con especial gravedad a la juventud, y el aumento del gasto p¨²blico para mantener un seguro de paro. Todo esto est¨¢ haciendo correr el riesgo de desestabilizaci¨®n democr¨¢tica, ya que la democracia no debe ser solamente un sistema pol¨ªtico mejor, debe, adem¨¢s, mostrarse como un sistema eficaz.
Entre los fallos causantes de la crisis conviene subrayar que la problem¨¢tica econ¨®mica se ha tratado fundamentalmente desde una perspectiva global, no se ha tratado desde la perspectiva de una pol¨ªtica empresarial. Las excesivas cargas sociales, debidas, sobre todo, al sistema de recaudaci¨®n de la Seguridad Social, sit¨²a a muchas peque?as y medianas empresas en una situaci¨®n de gran dificultad. Adem¨¢s una distribuci¨®n extremadamente desigual de los recursos financieros est¨¢ ahogando el desarrollo de amplios sectores de las PYME. Se ha medido con el mismo rasero las empresas que est¨¢n en condiciones muy distintas, sin considerar las situaciones concretas. La resultante es una crisis que lleva a la suspensi¨®n de pagos, primero; a la quiebra, luego; para acabar en el paro.
De lo coyuntural a lo estructural
Lo coyuntural es el debate electoralista, los vaivenes auton¨®micos, la guerra del movimiento sindical, incluso la crisis econ¨®mica. Estos son los fen¨®menos visibles, las problem¨¢ticas inmediatas.
La sociedad debe contestar a todas estas problem¨¢ticas en su labor de cada d¨ªa, pero tambi¨¦n debe contestar a la otra problem¨¢tica, la estructural.
Lo estructural es la construcci¨®n o la transformaci¨®n de aquellos grandes instrumentos de participaci¨®n ciudadana: los partidos pol¨ªticos, las autonom¨ªas y los sindicatos. Por no construir las estructuras participativas, la democracia puede fracasar por falta de responsabilidad y por exceso de intereses partidistas.
La ¨²nica forma de disipar el fantasma de las dos Espa?as, que existe en el ¨¢nimo de los mediocres y de los irresponsables, y que representa un peligro real, consiste en comprometer a toda la sociedad, solidaria y colectivamente con los problemas que implican establecer la democracia como r¨¦gimen permanente que garantice la estabilidad pol¨ªtica y econ¨®mica.
Necesitamos poder responsabilizamos con un proyecto concreto y audaz, coherente con la realidad cr¨ªtica que nos circunda. Porque, como hemos indicado anteriormente, la sociedad tiene que disponer de cauces de participaci¨®n a trav¨¦s de unos partidos que respondan a las exigencias de sus afiliados y de sus electores, de unos sindicatos que sean la base de una reconstrucci¨®n econ¨®mica partiendo de la liberalizaci¨®n de la clase trabajadora y su entendimiento con el resto de la sociedad y de la patronal; y con la participaci¨®n territorial a trav¨¦s de unos entes auton¨®micos surgidos por iniciativa de la propia sociedad, sin desequilibrios ni alarmas, y aproximando las gestiones de poder a las mismas entra?as del pueblo, a los distintos niveles de participaci¨®n.
?Un proyecto basado en estas estructuras puede despertar inter¨¦s en una sociedad llena de desencanto pol¨ªtico?
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