La historia de un resentimiento (El Tiberio de Mara?¨®n)
A los veinte a?os de la desaparici¨®n de la gran figura de don Gregorio Mara?¨®n, la vitalidad de su nombre y de su obra permanece inalterable, pese a los cambios y mutaciones que se han operado en nuestra dif¨ªcil Espa?a en estos dos decenios transcurridos con tan aparente velocidad. De haber vivido ahora, ?cu¨¢ntos comentarios har¨ªa el insigne autor de ?El Conde Duque de Olivares? ante los apasionantes momentos que se nos ofrecen desde el campo social, pol¨ªtico y econ¨®mico! El que diagnostic¨® a fondo la ?Historia de un resentimiento?, a trav¨¦s de la figura de Tiberio, se horrorizar¨ªa contemplando los ?resentimientos? de la Espa?a de la transici¨®n, que obstaculizan lo que queda -no poco precisamente- del proceso de cambio para que la democracia se consolide y sea cauce fertilizante de vida civil que afiance la paz, el orden y la justicia. Aunque don Gregorio escogiera al emperador Tiberio como prototipo del rencor y escribiera su historia en el tiempo que vivi¨® en Argentina, la realidad es que no apart¨® sus ojos y su memoria de la Espa?a anterior a la guerra civil y de la propia guerra civil, que le ofreci¨® tristes modelos y tremendos ejemplares de resentimientos, incre¨ªblemente manifestados.Sin embargo, no voy a tocar el tema, tan manido como end¨¦mico, del resentimiento en nuestro pa¨ªs, con constantes brotes y rebrotes en la vida pol¨ªtica de lo que va de siglo. Deseo tan s¨®lo enfrentarme como la figura de Tiberio, el prisionero voluntario de s¨ª mismo en Rodi, en la ¨¦poca de su juventud, y en Capri en los ¨²ltimos a?os de su misantr¨®pica existencia. El magistral estudio de Mara?¨®n se centra en una historia que quiz¨¢ desilusione a muchos de los que buscan en Capri las fant¨¢sticas org¨ªas del ?Caprineus?. Tiberio no era -pese a todo cuanto se ha escrito con verdad o con mentira- un degenerado tipo Cal¨ªgula, o Claudio, o el Ner¨®n de la leyenda. Los nost¨¢lgicos saben, a trav¨¦s de don Gregorio, que el emperador romano, que supo de la presencia de Cristo en sus dominios, era un casto por necesidad fisiol¨®gica, o, quiz¨¢s, un sobrio de espartana frugalidad, salvo en el beber, que, por sus excesos, le llamaron ?Biberius?. Adem¨¢s, era fundamentalmente vegetariano, y su pasi¨®n la constitu¨ªan los esp¨¢rragos, que hac¨ªa cultivar con diligente cuidado en la isla encantadora.
Tiberio hab¨ªa sufrido mucho desde su ni?ez a causa del car¨¢cter de su madre, la ambiciosa y autocr¨¢tica Livia. Desde luego, la naturaleza, la familia y la vida en general no le fueron propicias. Hab¨ªa visto al propio anciano padre abandonado de su madre, al estar enamorada del joven Octaviano Augusto, con el consiguiente repudio. Por tantas menomaciones, vilipendios e iniquidades sufridas, germin¨® en su esp¨ªritu el rencor, alimentado, a su vez, por un marcado sentimiento de inferioridad y por la existencial angustia. Fue a los 67 a?os, ya Tiberio emperador, cuando se le abrieron los encantos protectores de la fabulosa y alucinante isla de Capri. Hoy, todav¨ªa esta isla sigue sugestionando la mente de escritores y poetas y enciende la imaginaci¨®n de cuantos a¨²n sue?an con las antiguas org¨ªas y los s¨¢dicos erotismos que se le imputaban a Tiberio. No obstante, el emperador, refractario a las incontinencias de que se le acusa, hab¨ªase hecho construir doce ?villas?, cada una dedicada a un dios -en ninguno de los cuales cre¨ªa-, para aislarse del mundo como un anacoreta. La necesidad de concentrarse para sustraerse a la repugnante visi¨®n de s¨ª mismo no pod¨ªa crear en ¨¦l aquel estado de ¨¢nimo que resultara propicio a las bacanales de que se le culpa. Suced¨ªa al contrario. En la in¨¢s alta de las ?villas? reun¨ªa cada jornada una caterva de astrMogos caldeos que ten¨ªan la misi¨®n de adivinarle el futuro. Con ellos discut¨ªa sobre el misterio de la vida y sobre la inconsistencia rid¨ªcula de la teolog¨ªa pagana. All¨ª, arriba, transcurr¨ªa horas angustiosas interrogando a las estrellas. Present¨ªa un cambio universal de los valores, una promesa que har¨ªa hundirse al viejo mundo por todas partes, una ?mutatio mentis? que se anunciaba en el aire de una nueva primavera.
Tiberio se agitaba en la aspiraci¨®n de liberar el esp¨ªritu de una vida intolerable. Y con este deseo no ocultaba una cierta simpat¨ªa por el pueblo hebreo, que, en su honor, hab¨ªa cambiado el nombre del lago de Glnezaret por el de Tiber¨ªades. Porodio a todas las religiones hab¨ªa hecho crucificar a los sacerdotes drusos y
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egipcios que viv¨ªan en Roma, pero ahorrando la vida de losjud¨ªos y deport¨¢ndoles a Cerde?a. Quiz¨¢s, por aquella simpat¨ªa o indulgencia, que sinti¨® ante la religi¨®n enemiga de los ¨ªdolos y creyente en un Dios-Esp¨ªritu, cuando supo que el Profeta revelador del Esp¨ªritu, condenado por su procurador Poncio Pilatos -marido de Pr¨®cula, que era una Claudia- hab¨ªa vencido la muerte, subiendo al cielo entre c¨¢ndidas nubes, mostr¨® admiraci¨®n y estupor. Una po¨¦tica leyenda medieval narra que, gracias a aquella sorprendente benevolencia, la Ver¨®nica se traslad¨® a Capri, antes de que Tiberio muriese -seis a?os despu¨¦s de la resurreci¨®n de Jes¨²s- y lo cur¨¦ de las f¨¦tidas ¨²lceras, pas¨¢ndole por el rostro el lienzo impregnado de lo que fue el sudor de Cristo. El emperador estaba al corriente de los orientales rumores seg¨²n los cuales el ?Ave f¨¦nix? hab¨ªa resurgido de sus cenizas. El propio
T¨¢cito, tan habitualmente esc¨¦ptico, dej¨® escrito ?que si en las voces hab¨ªa una parte de f¨¢bula, ninguno duda que el "Ave f¨¦nix" existe, y, de tiempo en tiempo, hace su aparici¨®n entre los hombres?.
Mara?¨®n comenta que el mitol¨®gico p¨¢jaro no se dej¨® ver m¨¢s despu¨¦s del a?o 34 del nacimiento de Cristo. El ?F¨¦nix? representa en la mente precristiana la forma de la eterna sed de espiritualidad y de inmortalidad a que aspira el ¨¢nima del hombre. Tiberio no cre¨ªa en los mitos, pero quiz¨¢s sinti¨® el puro eco de una voz sobrehumana en los m¨¢s rec¨®nditos meandros de su tumultuosa conciencia. El gran resentido fue quiz¨¢s el m¨¢s importante romano que tuvo cerca la Verdad, con may¨²scula, aunque sin alcanzar a conocerla. ?Acaso se lo impidieron las ¨²lceras de su alma? El caso es que, gracias a la palabra cient¨ªfica y a la pluma se?era de Gregorio Mara?¨®n, el original perfil del emperador Tiberio, a manera del ?Ave f¨¦nix?, renaci¨® en horas de voluntario exilio en Buenos Aires, cuando el doctor por excelencia mascaba la nostalgia de la patria querida, convulsa por los horrores de la guerra civil.
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