Del art¨ªculo 35
La cifra de espa?oles que no encuentran trabajo alcanza ya el mill¨®n y medio. Pero lo horrible no es solamente el volumen impetuoso de esa cifra, ni que ella suponga m¨¢s de un 10% de la poblaci¨®n activa del pa¨ªs; lo inmisericorde, lo extraordinariamente injusto, es que tiende a olvidarse que bajo las palabras mill¨®n y medio, o bajo el porcentaje 10%, cada uno de esos marginados de la maquinaria social tiene su propio coraz¨®n con el que sufre su calamidad, con el que no puede dejar de medir las verdaderas dimensiones de esa especie de segregaci¨®n en que consiste siempre el desempleo, con el que, en fin, personaliza la abstracci¨®n de una cifra y arrebata de un imp¨¢vido n¨²mero cuanto contiene de agresi¨®n y de sufrimiento; lo espantoso es que tiende a olvidarse o callarse que casi todos esos ciudadanos de segunda, que casi todos esos desdichados que rumian su impotencia al otro lado de la Constituci¨®n, casi expulsados de ella (en su art¨ªculo 35 nuestra Constituci¨®n afirma que ?todos los espa?oles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo?), viven con su orgullo maltrecho, resbalan d¨ªa tras d¨ªa hacia el barranco de la extra?eza y de la n¨¢usea, caen de bruces, y por supuesto que sin complacencia, en ese desencanto del que tan fr¨ªvola o interesadamente, seg¨²n los casos, suelen hablar algunos pasotas de pro, los nost¨¢lgicos de la dictadura y los desmemoriados. El desencanto de los desempleados no encubre a la nostalgia de tiempos abolidos de forma multitudinaria, no se parece en nada al pasotismo (tan a menudo mero nombre exquisito de lo que en castellano se llama insolidaridad) y no se nutre de la desmemoria civil. Es un desencanto leg¨ªtimo, almacenado con dolor cotidiano, afianzado por la verg¨¹enza de saberse in¨²til sin serlo, y erizado por la pavorosa quietud del que no tiene ad¨®nde ir. Creo que llamarle desencanto a ese estado de ¨¢nimo, aunque es verdad que carga de sentido real a la palabra desencanto, no deja de ser un eufemismo, un abuso bautista; tal vez su verdadero nombre sea m¨¢s rotundo y menos educado; tal vez ese estado de ¨¢nimo se llame desesperaci¨®n.El 12 de febrero pasado supimos por la Prensa que uno de esos mill¨®n y medio de parados tiene veintis¨¦is a?os, una familia, y que se llama Antonio Roca. Llevaba ya casi diez a?os trabajando ?de eventual?. Tras siete meses sin trabajo, y con dos hijos cuya sonrisa posiblemente a su padre le dar¨¢ fr¨ªo, ese muchacho hizo p¨²blico su prop¨®sito de vender un ri?¨®n. ?Si no puedo vender un ri?¨®n tendr¨¦ que salir adelante como sea, aunque tenga que robar?. Ese muchacho habr¨¢ considerado que por un ri?¨®n joven alguien puede pagar una suma estimable. Habr¨¢ considerado que ofrecer una buena mercanc¨ªa puede servir para alimentar a los hijos. Quiz¨¢ no haya pensado que si vende un ri?¨®n y se le enferma el otro no podr¨¢ pagar ni una sola sesi¨®n de hemodi¨¢lisis. Quiz¨¢ s¨ª lo ha pensado.
No es el ¨²nico caso de un desesperado dispuesto a su mutilaci¨®n: el d¨ªa 25 de agosto del a?o pasado aparec¨ªa en la Prensa un reportaje en donde un ferrolano llamado Manuel Mart¨ªnez Tejeiro, parado y sin seguro de desempleo, hac¨ªa la siguiente declaraci¨®n: ?Aqu¨ª lo ¨²nico que queda por hacer es descuartizarse o robar lo que sea para alimentar la familia?. El se?or Mart¨ªnez Teijeiro, 36 a?os, casado, tres hijos, pretend¨ªa donar un ojo y un ri?¨®n a cambio de un puesto de trabajo.
No faltar¨¢ quien sea capaz de sospechar, con afrentosas dotes deductivas, que esos tan estridentes vendedores de sus propias v¨ªsceras mienten, que s¨®lo quieren escandalizar, publicitar su caso. ?Qu¨¦ responder a la impiedad de esa sospecha? ?Ser¨ªan capaces esos suspicaces de poner en venta un ri?¨®n? ?Ser¨ªan capaces de hacer el rid¨ªculo a la hora de rechazar al comprador? ?Ser¨ªan capaces, por lo menos, de trabajar? En ese ofrecimiento macabro de una v¨ªscera hay una desesperaci¨®n que es infame regatear. Quiz¨¢ tambi¨¦n haya una dignidad poco com¨²n: lo que de verdad quieren esos hombres no es vender un ri?¨®n (aunque posiblemente est¨¦n dispuestos a acusar a la sociedad entera en la mesa de operaciones), sino encontrar trabajo, llegar a fin de mes con dinero para alimentar a los cr¨ªos sin deb¨¦rselo a nadie: cinco d¨ªas despu¨¦s de la fecha del reportaje, Manuel Mart¨ªnez Tejeiro rechazaba unos donativos: ?Lo que necesito es un puesto de trabajo para ganarme la vida dignamente; no me env¨ªen dinero, aunque agradezco el gesto?. Pocas veces un hombre ha levantado tan alta la dignidad de su derecho a trabajar. Pocas veces se ha agradecido tan dignamente la limosna. Pocas veces se le han re-
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cordado a un sistema social sus obligaciones para con el ciudadano con tanta dignidad como lo hizo este padre de familia desempleado.
La tentaci¨®n de suponerle a esa venta tumultuosa o a esa donaci¨®n desesperada un motivo publicitario es una tentaci¨®n deshonesta. Quien la tenga, prueba con ella no s¨®lo que carece de memoria personal de lo que significa el desempleo, sino tambi¨¦n que no tiene imaginaci¨®n para medir la desaz¨®n del marginado. Es decir: que carece de solidaridad: que casi no es persona. Aunque reacciones tan extremas no se producen a menudo en el mundo del desempleo, en el castigado injusta y ferozmente en medio de su orgullo (y no escasean otras reacciones que hacen tambi¨¦n chirriar la maquinaria de una sociedad desnivelada: el robo, la delincuencia, la drogadicci¨®n), aunque no todos y cada uno de los desempleados sientan su orgullo y su necesidad preteridos y soliviantados hasta resoluciones tan radicales, es absolutamente cierto que en ocasiones el nivel de desesperaci¨®n sube hasta l¨ªmites intolerables. El d¨ªa 14 de no viembre ¨²ltimo un alba?il en paro, llamado Antonio Leva Criespo, 38 a?os y habitante en una colonia cercana a Villaverde, muri¨® de un navajazo en la garganta por resistirse a unos atracadores. No muri¨® por defender una fortuna: viv¨ªa con 16.000 pesetas mensuales de una pensi¨®n que recib¨ªa por haber trabajado en Suiza. Cinco d¨ªas antes, en Puerto Real, provincia de C¨¢diz, un muchacho de veintid¨®s a?os llamado Alberto Mart¨ªn G¨®mez ?arroj¨® a su hijo de seis meses por el balc¨®n de su domicilio, en un cuarto piso, y se tir¨® ¨¦l despu¨¦s?. La gacetilla en donde se menciona ese horror no proporciona informaci¨®n ni hip¨®tesis sobre tal decisi¨®n. S¨®lo se nombra la palabra paro.
Para obtener un diagn¨®stico honrado sobre el fen¨®meno del desempleo no basta manejar estad¨ªsticas, extraer porcentajes, elaborar organigramas. Y ni siquiera es suficiente con prestarle atenci¨®n al subsidio de paro. Para obtener un buen diagn¨®stico sobre esa enfermedad social es necesario aproximarse al coraz¨®n de los trabajadores sin trabajo. Aunque sintamos v¨¦rtigo. Y muy grave ser¨¢ si no sentimos v¨¦rtigo. Conviene no aguardar a que se pongan a la venta mill¨®n y medio de ri?ones.
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