Una aldea gallega, enfrentada desde hace diez a?os con la jerarqu¨ªa de la Iglesia cat¨®lica
Las propias caracter¨ªsticas, tan singulares, de un conflicto socio-religioso de esta envergadura, ajeno a cualquier modo de pintoresquismo, distanciado de las formas que rigen la lucha social y pol¨ªtica habituales, muy localizado en una comunidad no urbana de la Galicia litorale?a, lo convirtieron en opaco, en embarazoso para el comentarista habitual. Tarago?a, enclavada en el municipio de Rianxo, es la m¨¢s densa y poblada de las rurales que componen el viejo partido judicial de Padr¨®n, en la provincia de La Coru?a. Con econom¨ªa mixta, muy dependiente de sus tradiciones emigrantes, destaca hoy por el dr¨¢stico remozamiento de sus caser¨ªos, pecando m¨¢s por modernismo que por el tradicionalismo desde hace muchos a?os. Naturalmente, tambi¨¦n jug¨® papel en este silencio el inter¨¦s que la mitra compostelana puso en mantenerlo localizado y oculto, en la medida de lo posible.Los conflictos sociales contempor¨¢neos de inspiraci¨®n religiosa -tan desconocidos, nada estudiados- son de muy diferentes clases, pero casi siempre se configuran en torno al alg¨²n cl¨¦rigo. El de Tarago?a tambi¨¦n. Brota como prueba de solidaridad de esta parroquia con su cura (don Vicente) cuando ¨¦ste resulta trasladado a Sobrado dos Monxes, en el ya lejano julio de 1970.
Naturalmente, en todo estallido popular por solidaridad con un cl¨¦rigo (caso, por cierto, bastante excepcional, much¨ªsimo menos frecuente que su contrario), cuenta su labor como cura y su comportamiento vecinal (al propio tiempo, las razones jer¨¢rquicas que tratan de justificar ese traslado). En Tarago?a ha podido verse claro, desde el principio, que ni la parroquia se resignaba a prescindir de don Vicente, ni le parecieron justificadas las razones que la curia compostelana (Palacio) ofreci¨® a las diversas y sucesivas embajadas que por entonces se organizaron para explicar a la jerarqu¨ªa la postura parroquial. Es m¨¢s: la comunidad crey¨® siempre entender que en la decisi¨®n jer¨¢rquica de la mitra hab¨ªa un evidente margen de negaci¨®n para aquello que Tarago?a entiende como m¨¢s positivo en el comportamiento del cl¨¦rigo: un hombre, este don Vicente, ajeno -por lo que he podido averiguar a cualquier modo establecido de lucha pol¨ªtica, con una formaci¨®n de corte human¨ªstico nada fuera de lo com¨²n, recelosa del materialismo (que en sus versiones marxianas tanto atra¨ªa ya a otros compa?eros de oficio, por entonces), pr¨®ximo a determinados tipos de personalismo, suave, moderado como su aspecto, entre t¨ªmido, retra¨ªdo, triste. Pero -eso s¨ª- dotado de cierto carisma humilde, de una bondad patente, sencilla, solidaria -en el sentir general- con los viejos y con los pobres m¨¢s pobres de Tarago?a. Don Vicente contrasta, de manera notoria, con el p¨¢rroco que durante lustros le hab¨ªa precedido (uno de aquellos, por lo que se dice, que Castelao dibuja en pleno usufructo monopol¨ªstico del purgatorio, con m¨¢s de un ?pecado capital? a sus espaldas). Adem¨¢s, casi iniciando una pr¨¢ctica -rara entonces, algo usual despu¨¦s- innovadora, dej¨® de cobrar por sus servicios eclesi¨¢sticos, cosa que lo enfrent¨® inmediatamente con todos los compa?eros de oficio de los contornos. Y, por cierto, es aqu¨ª donde la parroquia ve¨ªa
en la actitud adoptada por Palacio una confirmaci¨®n del ideotipo popular: la prueba de alineamiento, de solidaridad jer¨¢rquica, con el punto de vista del cl¨¦rigo tradicional, interesado, acochambado, caciqueril, frente al apostolado del nuevo cura que aparece, por contraposici¨®n, como mod¨¦licamente posconciliar.
El argumento jer¨¢rquico, no por legalista y autoritario, dejaba de aparecer como real y l¨®gico dentro de la Iglesia: don Vicente, por ser un cura ec¨®nomo en disfrute de parroquial importante, no pod¨ªa saltar como si nada a p¨¢rroco de Tarago?a, con agravio de tercero (nombrado ya), y sentando peligroso precedente -por la misma presi¨®n popular- en tiempos ?tan revueltos?. Esta postura, siempre invariable, no fue aceptada ni comprendida comunitaria mente (y yo mismo me resisto mucho a entender que fuera esta la base exclusiva de una disputa en la que, probablemente, del cardenal Quiroga abajo, ninguno pens¨® que superase las primeras escaramuzas, como en tantos otros conflictos similares).
Pero, en aquel momento, con una perspectiva holandesa muy debatida, dispuesta a recuperar para las comunidades su derecho antiguo a elegir pastor, con cierta ambientaci¨®n antitridentina, propensa a revalorizar formas ?primitivas?, ind¨ªgenas, originarias, diferenciadas, el conflicto de Tarago?a se fue trocando en mod¨¦lico y recubri¨¦ndose de razones y argumentaciones del m¨¢s diverso car¨¢cter. Ellas, si bien no tanto como la jer¨¢rquica e inapelable altaner¨ªa de Palacio, dieron fuerza -ideol¨®gica incluso- al movimiento popular.
Todo fue puesto en cuesti¨®n a partir de ese momento. Don Vicente, motivo del conflicto, qued¨® marginado de ¨¦l, como resulta ser ley en este tipo de litigios (donde nada, por cierto, importa que haya empezado la cosa por solidaridad e por rechazo, pues ya se convierte en asunto del grupo, en cuesti¨®n exclusivamente comunitaria). Felipe, el sacrist¨¢n, como en las ?historias? valleinclanescas, pas¨® a protagonizar -desde entonces hasta su muerte- el papel m¨¢s visible en la revuelta. El nuevo p¨¢rroco no pudo siquiera encontrar casa y asiento en la parroquia. La propiedad de todos los recintos eclesi¨¢sticos fue igualmente cuestionada. Muy en la vieja l¨®gica de las comunidades no urbanas de Galicia se entendi¨® que antes eran comunitarias que eclesi¨¢sticas, y se pas¨® a hacer uso de las principales: la campana, el cementerio, el adro...
Un d¨ªa oto?al de 1970, convocada en el adro la parroquia, Felipe acert¨® con la f¨®rmula lapidaria que orientaba el fondo del conflicto: ?Sia ¨¦ste (don Vicente) non no lo dan, nos a outro non queremos?. De poco sirvi¨® que su sustituto tratara de imponer ?cordura?, que recordase la importancia de la Iglesia para la ritualizaci¨®n de la vida cotidiana de Tarago?a. Ante sus preguntas por los oficios concretos, fundamentales, que quedar¨ªan interrumpidos, fue recibiendo respuestas aplazativas, con expresiones ritualizadas: ?Xa veremos?. Y, en efecto, los veci?os probaron con la pr¨¢ctica que dispon¨ªan de variados recursos, sorprendiendo a todos, sentando las bases de un litigio que, previ¨¦ndose de corta duraci¨®n, cuenta ya con un decenio a sus espaldas, d¨¦cada en la que tuvo y supo sortear dificultades y angustias sin cuento.
Del boicoteo a la solidaridad
Las tres grandes pruebas de un conflicto de este corte, aquellas que permiten medir su hondura, su radicalidad, se refieren a c¨®mo, de que manera, se burlan las exigencias establecidas por costumbres y tradiciones en los llamados ritos de Paso: c¨®mo bautizar los hijos, c¨®mo casar los mozos, c¨®mo enterrar los muertos. M¨¢s en el trasfondo: c¨®mo lograr la solidaridad vecinal necesaria para soportar las previsibles modificaciones en costumbres ancestrales que afectan a ¨¢mbitos, simb¨®licos e ideol¨®gicos, donde las gentes se muestran especialmente sensibles y sensibilizadas. En suma: el conflicto con el exterior jer¨¢rquico -cat¨®lico se interioriza como tensi¨®n entre tradiciones y rupturas que afectan al grupo como totalidad.
Se comprender¨¢, por lo dem¨¢s, que la jerarqu¨ªa no estuvo cruzada de brazos, a verlas venir. Se moviliz¨® con todo lujo de recursos, presiones y argucias, tratando siempre de cortar la rebeld¨ªa por lo sano. As¨ª, a conseguir la solidaridad intraparroquiana hubieron de encaminarse todos los esfuerzos de los tarago?eses partidarios de la resistencia. La parroquia, por tanto, se compartiment¨® en dos segmentos tensos e incomunicados: el uno, muy minoritario, opta por aceptar la soluci¨®n jer¨¢rquica (y el signo externo de su actitud fue la asistencia a los oficios de la iglesia, cuyo interior consider¨® recinto propio, insistiendo en esta pr¨¢ctica incluso cuando la tibieza practicante caracterizara su comportamiento anterior al conflicto); el otro, integrado por la gran mayor¨ªa, era partidaria de resistir y su forma de presi¨®n consiste, muy por el contrario, en declararse en huelga cat¨®lica, absteni¨¦ndose de asistir a cualquier oficio que tenga cl¨¦rigo alguno por protagonista, (en esta posici¨®n destaca, evidentemente, la presencia de gente ?muy de iglesia?, que pasaban por ser las m¨¢s practicantes de Tarago?a hasta el conflicto). El choque entre estos dos bandos irreconciliados, como en tantas otras ocasiones de la historia gallega, adopto una forma espec¨ªfica de resistencia activa: el boicoteo, la t¨¦cnica irlandesa por excelencia, se practica en las aldeas del pa¨ªs con extraordinaria maestr¨ªa. Las familias asistentes a los rituales cat¨®licos de la iglesia fueron duramente boicoteadas durante meses.
La instalaci¨®n como veci?o, como parroquiano, adquiere as¨ª una intenci¨®n previa y diferenciada de la de feligr¨¦s, y resulta muy dif¨ªcil romper, en caso de conflicto, esta l¨®gica profunda, caracter¨ªstica de la parroquia no urbana de Galicia.
Silencio vecinal
La jerarqu¨ªa, por su parte, orient¨® sus investigaciones en torno a este asunto al modo policial. Sus bur¨®cratas padec¨ªan el s¨ªndrome espec¨ªfico del polic¨ªa pol¨ªtico (incluso la polic¨ªa gubernativa se dej¨® ver por los velatorios y por los entierros de Tarago?a con cierta reiteraci¨®n en esta fase). Buscaba, para sus contactos, instigadores, cabecillas, y algo de esto suced¨ªa tambi¨¦n con los compa?eros encargados de hacer la informaci¨®n period¨ªstica. Unos y otros, todos, tropezaron con un verdadero muro de silencio. Fuenteovejuna, la extraordinaria tradici¨®n popular espa?ola, tiene en Galicia variantes fundamentales, dotadas de extraordinaria belleza. La leyenda que mitologiza la figura arosana de O Meco (reactualizada ahora por la maestr¨ªa del inolvidable Luis Seoane) es una de ellas. Un cl¨¦rigo -O Meco- resulta ajusticiado por los veci?os de 0 Grove. La copla tradicional da cuenta del di¨¢logo entre la comunidad vecinal y la Xusticia: -?Qui¨¦n matotu ¨® Meco? -Mat¨¢moslo todos. F¨®molo aforcar o r¨ªo dos fornos. ??Qui¨¦nes iniciaron este asunto??, ??Qui¨¦nes sus l¨ªderes??, ?Qui¨¦nes los instigadores??, preguntaban en Tarago?a. ?Todos?, la invariable respuesta. El boicoteo, como la resistencia activa, que rigoriza el m¨¢s impenetrable silencio vecinal, fueron armas caracter¨ªsticas de todas y cada una de las fases agudas del litigio tarago?¨¦s.
Pero, aun conseguida esa solidaridad de base (que se estima necesaria para conducir la lucha popular a buen puerto, a la resoluci¨®n favorable del conflicto), no resulta f¨¢cil vencer aquellas exigencias de los ritos de paso, que ya el nuevo p¨¢rroco les anunciaba. Veremos otro d¨ªa c¨®mo Tarago?a fue burlando, uno a uno, estos atrancos, comprobando con ello la hondura del litigio y la grave crisis que atraviesa en su momento presente.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.