La confianza del Gobierno
SOLO EL acorralamiento del Gobierno puede explicar la insistencia de los portavoces de UCD en recalcar que el fracaso del PSOE para conseguir la mayor¨ªa absoluta en favor de la moci¨®n de censura era lo ¨²nico que contaba en el debate que concluy¨® ayer. Es obvio que los socialistas han perdido-hab¨ªan perdido ya en el momento mismo de su planteamiento- la moci¨®n en su dimensi¨®n constructiva desde el punto de vista jur¨ªdico-const¨ªtucional. Pero es tambi¨¦n evidente que el Gobierno de UCD ha perdido la moci¨®n en su aspecto de censura, al no conseguir que los votos en contra de la propuesta socialista ( 166) superaran en n¨²mero a la suma de los votos a favor (152) y de las abstenciones (21).
No se trata de arrojar la menor sombra de duda sobre la constitucionalidad de la derrota socialista y del derecho del Gobierno a seguir en su lugar, con arreglo a lo establecido por el art¨ªculo 113 de la norma fundamental, como consecuencia del fracaso de la moci¨®n. Pero es un enga?o la afirmaci¨®n de los hombres de UCD de que la cuesti¨®n se agota en este punto.
El mecanismo de la moci¨®n de censura constructiva, tomado del derecho constitucional alem¨¢n, garantiza la estabilidad de los Gobiernos mediante el procedimiento de condicionar su derribamiento por el Parlamento a la investidura simult¨¢nea de un nuevo jefe del Ejecutivo. Esta f¨®rmula tiene sus partidarios y sus adversarios, pero, en ¨²ltima instancia, es la que los constituyentes espa?oles, incluidos los socialistas, eligieron entre otras muchas posibles y a la que es preciso atenerse.
Pero, por otra parte, deben hacerse algunas consideraciones despu¨¦s de la votaci¨®n de ayer. Su¨¢rez ha perdido, desde su investidura, el apoyo de Coalici¨®n Democr¨¢tica y del Grupo Andalucista, no ha conseguido unir a su causa a la Minor¨ªa Catalana y s¨®lo ha contado con la disciplina de voto de los hombres de su partido para decir expresamente que no a la moci¨®n socialista. Presentar la derrota Socialista como una victoria del Gobierno no viene as¨ª a cuento, y demuestra una casi patol¨®gica insensibilidad para captar el pulso de la opini¨®n p¨²blica y admitir las cr¨ªticas procedentes de la sociedad. Antes bien, es tan grande el deterioro del Gobierno que, desde el punto de vista pol¨ªtico, no le queda casi otro remedio que recurrir de nuevo a la C¨¢mara en busca de un apoyo m¨¢s s¨®lido que el actual. En este sentido, el art¨ªculo 112 de la Constituci¨®n prev¨¦ la posibilidad de que el presidente del Gobierno plantee al Congreso la cuesti¨®n de confianza, para perderla o ganarla por mayor¨ªa simple. Cuesti¨®n de confianza, que, caso de ser derrotada, implica la dimisi¨®n del presidente del Gobierno.
Fraga pronunci¨® ayer y anteayer dos magn¨ªficos discursos y confirm¨® sus grandes dotes para los debates parlamentarios, colocando contra las cuerdas a Su¨¢rez al pronunciarse en favor de la abstenci¨®n y al requerir al. Gobierno para que se arme de valor, recuente sus fuerzas y plantee esta cuesti¨®n de confianza. Los socialistas se sumaron a la sugerencia. Y es, en verdad, lo ¨²nico honesto y razonable que el Gobierno puede hacer ahora. Por lo dem¨¢s, Felipe Gonz¨¢lez ha dado, en este debate, un notable ejemplo de honestidad pol¨ªtica, de pundonor como l¨ªder de la oposici¨®n y de capacidad parlamentaria al defender personalmente su programa, cosa que el presidente no quiso, no pudo o no supo hacer.
Es verdad que Su¨¢rez hizo una intervenci¨®n final lucida, inteligente y eficaz en su tradicional l¨ªnea de uomo qualumque, de hombre de la calle que ha llegado a la cumbre del poder como hubiera podido sucederle a cualquier otro muchacho modesto de alguna provincia espa?ola. Pero, pese al buen discurso del presidente, la opini¨®n p¨²blica ha echado de menos, en el largo Pleno, su participaci¨®n activa en el debate. Tal vez no tengan raz¨®n, pero s¨ª razones, los que sospechan que la resistencia de Adolfo Su¨¢rez a la confrontaci¨®n directa con Felipe Gonz¨¢lez y la encomienda a sus ministros para que realicen esa tarea esconde un temor a las comparaciones, un miedo al deterioro que para su imagen puedan implicar equivocaciones o torpezas en las r¨¦plicas improvisadas. Ojal¨¢ sea s¨®lo eso y no una incapacidad de viejo estilo para asumir las funciones de presidente de un Gobierno constitucional ante el Congreso que lo ha elegido, que lo puede eventualmente deponer y que lo tiene, en todo caso, que controlar.
Digamos, por ¨²ltimo, que los debates de esta y de la anterior semana han mostrado las grandes posibilidades que encierra el sistema parlamentario para acercar a los ciudadanos a la vida pol¨ªtica de las instituciones. Pero conviene advertir del eventual peligro de empacho parlamentario que amenaza ahora a la opini¨®n tras una larga abstinencia de contacto entre el Congreso y la calle. Si el Parlamento hubiera funcionado mejor, si el llamado consenso no hubiera convertido la vida pol¨ªtica en cantera de argumentos para novelas de misterio o pel¨ªculas de conspiraciones, si la Televisi¨®n no hubiera sido manipulada como instrumento de informaci¨®n y censurada como escenario para confrontaciones de ideas, el terrible marat¨®n de los pasados d¨ªas, durante largos ratos fatigado por intervenciones inanes o discursos tediosos, no habr¨ªa pesado tanto sobre los ciudadanos, en cualquier caso agradecidos por la oportunidad que se les brinda de mirar a trav¨¦s del ojo de la cerradura el interior del Parlamento. Por esa raz¨®n es preciso fomentar los plenos Con contenido monogr¨¢fico, agilizar la actividad de las comisiones multiplicar los debates pol¨ªticos en Televisi¨®n e idear alg¨²n procedimiento para que la voz de los diputados llegue en directo a los electores, a trav¨¦s de los medios de comunicaci¨®n estatales. Que los debates televisados sean m¨¢s frecuentes y breves, de forma que su transmisi¨®n no mantenga insomnes a los espectadores y no aburra a quienes desean iniciarse en el aprendizaje de las pr¨¢cticas del sistema parlamentario.
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