Una nueva devaluaci¨®n: lo "moral" y lo "testimonial"
El marat¨®n parlamentario de la moci¨®n de censura al Gobierno ha estado todo ¨¦l atravesado por una especie de alergia a dos adjetivos que casi siempre se presentaban juntos: "moral" y "testimonial". Y as¨ª, por ejemplo, los partidarios de la moci¨®n de censura parec¨ªa que se contentaban con una victoria "testimonial" o meramente ?moral? de su gesto, mientras que los adversarios pol¨ªticos tecnificaban la victoria o la derrota, dej¨¢ndola reducida a sus puras estructuras t¨¦cnicas o quiz¨¢ cient¨ªficas. Con esto nos encontramos que en este pa¨ªs, donde cada d¨ªa se deval¨²a alguno de los poquitos valores que nos van quedando, ya ni siquiera van a tener posibilidad de ser estimados esos otros valores que anta?o tanto nos enorgullec¨ªan y de los que ahora parece que nos avergonzamos.Sin embargo, esta nueva devaluaci¨®n no deja de ser una trampa para la democracia. R¨¦gis Debray, el consejero del Che, en un recient¨ªsimo libro -Le scribe. Gen¨¨se du politique. Par¨ªs, marzo 1980-, acaba de hacer unas enjundiosas observaciones a este prop¨®sito. En efecto, el derecho del m¨¢s fuerte (que algo de eso ser¨ªa la victoria puramente t¨¦cnica y purificada de todo moralismo o testimonialismo), como lo ha demostrado definitivamente Rousseau en el Contrato social, es una contradicci¨®n en los propios t¨¦rminos que se invalida asimismo. La pura fuerza es una abstracci¨®n filos¨®fica. Ninguna subordinaci¨®n real es posible en tres sujetos sin la intervenci¨®n de un elemento simb¨®lico, idealidad l¨®gica o valor moral. El inter¨¦s de todo poder pol¨ªtico consiste entonces en exponerse como sujeto metaf¨ªsico, soporte de valores universales, para ocultar la f¨ªsica de sus propios juegos.
Se podr¨¢ decir que en realidad no hay metaf¨ªsica del poder, ya que su objeto es f¨ªsico, pero lo
cierto es que no hay poder sin metaf¨ªsica. Por brutal o represivo que sea, se remite por necesidad a una virtualidad fundadora que hace de la coerci¨®n una obligaci¨®n ejercida en nombre de un nombre: ley o pueblo, raza o naci¨®n, clase, Dios, Al¨¢, progreso, civilizaci¨®n, humanidad, etc¨¦tera. Y todo ello con sus traducciones de superficie, a la vez urbanas y simb¨®licas: el Vaticano y el Quirinal, La Meca y Riad. La Haya y Amsterdam, Qom y Teher¨¢n, etc¨¦tera.
Y es que, como contin¨²a advirtiendo Debray, un grupo que quiere seguir siendo grupo no puede echarle ning¨²n mejunge biodegradable a la clave de su historia. Ya sea la tumba del profeta, el nacimiento de Cristo o la gesta del h¨¦roe ep¨®nimo; el punto cero del mundo no es jam¨¢s de este mundo, porque este mundo es podredumbre, pero su origen es incapaz de putrefacci¨®n. La historia de todos los pueblos se origina en una metahistoria, y ah¨ª est¨¢ la prueba suplementaria del teorema de la completez pol¨ªtica. O sea, que lo pol¨ªtico, como organizaci¨®n de los seres vivos, con sus energ¨ªas y sus afectos, se aprehende con el cuerpo, se ejerce en la pasi¨®n y descubre su realidad por la creencia. Su ley suprema se llama la fe. El fide¨ªsmo es el racionalismo de lo pol¨ªtico. Por eso, un poder agn¨®stico es un poder al alcance del primero que llegue. El vac¨ªo de lo "moral" y de lo ?testimonial? podr¨¢ ser f¨¢cilmente llenado por el m¨¢s avispado de los pretendientes a la gesti¨®n del poder.
Con todo esto quiero decir que esa alergia a lo ?moral? y a lo ?testimonial? que han expresado con tanto ah¨ªnco muchos de nuestros parlamentarios es tremendamente peligrosa para la verdadera democracia, que exige los taqu¨ªgrafos y... televisi¨®n. Sabemos que es imposible que un grupo pol¨ªtico funcione con esa asepsia de cifras marcadas en una calculadora electr¨®nica y legitimada por la indeceptibilidad de las mejores m¨¢quinas ordenadoras. Lo m¨¢s probable es que lo ?moral-testimonial? sea esa carta escondida en la manga, que el poder de turno enmascara para que no se descubran sus inevitables verg¨¹enzas. Ahora bien, una ideolog¨ªa no declarada en la aduana de un Parlamento democr¨¢tico es como una bomba de efecto retardado.
En otras palabras, los ciudadanas de a pie, los electores, los televidentes, ya no nos creemos el cuento del agnosticismo pol¨ªtico, y sabemos valorar lo ?moral? y lo ?testimonial?, aun cuando f¨ªsicamente no cuadre con una determinada aritm¨¦tica de votos.
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