La corrida del amor
De Nagisa Oshima nos llega, al cabo de cuatro a?os de peregrinaje, por festivales m¨¢s o menos exquisitos, su imperio del amor total, basado en hechos reales sucedidos en el Jap¨®n de los a?os 37. A lo largo de una breve saga de d¨ªas y noches, casi toda cumplida en peque?os y exquisitos interiores, se nos cuenta la historia de Sada y Kichizo, que, como toda tragedia de amor y posesi¨®n, acaba en muerte. Tales d¨ªas de amor, entre im¨¢genes que tan pronto aluden al incesto como consagran a su protagonista femenina convirti¨¦ndola en poco menos que hero¨ªna contra un militarismo en ciernes, sit¨²an a su creador muy por encima de la temida o deseada pornograf¨ªa, aunque, en cierta medida, la reglamentac¨ª¨®n de ¨¦sta en Francia viniera a ser causa inmediata de su rodaje en Jap¨®n.El filme, aun partiendo de una cuestionable realidad fisiol¨®gica, relacionado ya desde su aparici¨®n con la literatura de Bataille, se sit¨²a no en contra del cristianismo, sino al margen, en una relaci¨®n m¨¢s normal, a pesar de sus im¨¢genes ex¨®ticas.
El imperio de los sentidos
Direcci¨®n y gui¨®n: Nagisa Oshima. Fotograf¨ªa: Ken¨ªchi Okamoto. -Decorados y ambientaci¨®n: Jusho Toda. M¨²sica: Minoru Miki y cantos tradicionales japoneses. Int¨¦rpretes: Eiko Maisuda, Talsuya Fufi. Er¨®tico. Francia-Jap¨®n. Locales de estreno: Alexandra y Drugstore.
Tratados de igual a igual, hombre y mujer combaten su duelo eterno en t¨¦rminos a la vez generales y concretos, duelo del que se desprende como siempre el miedo eterno del hombre en el momento de la verdad suprema. Quiz¨¢ por ello su t¨ªtulo original venga a ser Aino Korida, algo as¨ª como ? La corrida del amor?, respetado en algunas versiones europeas.
Aluda o no a nuestra fiesta, esta otra donde diestro y v¨ªctima se confunden, acometen y embisten, juegan, temen y gozan, concluye como mandan los c¨¢nones, con un sangriento trofeo en manos de la mujer, clave y resumen de esta aventura a un tiempo cotidiana y eterna.
Oshima, pr¨¢cticamente in¨¦dito en Espa?a, el m¨¢s importante realizador del joven cine japon¨¦s, ¨¢cido en ocasiones, agresivo siempre, en la brecha de la alusi¨®n sociopol¨ªtica en anteriores ocasiones, salva el escollo del erotismo de consumo gracias a su talento responsable, capaz de recrear situaciones que, rozando la iron¨ªa, el sadismo o el simple melodrama, nos enfrentan cara a la desnuda realidad de un singular auto de fe cuyas llamas devoran condenados y verdugos en la consagraci¨®n de un rito corporal sabiamente ofrecido. En su erotismo libre, directo, sin alusiones manidas o torpes, puede rastrearse una larga tradici¨®n que va desde Utamaro a hoy, renovada con ciertos toques tiernos y s¨¢dicos. Fotograf¨ªa, ambientaci¨®n y m¨²sica responden a una idea unitaria y s¨®lida del filme.
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