Las autonom¨ªas y su ordenaci¨®n administrativa
El t¨ªtulo VIII de la Constituci¨®n espa?ola ha venido a certificar la defunci¨®n del viejo Estado unitario espa?ol. La configuraci¨®n de Espa?a como un Estado compuesto por comunidades aut¨®nomas que roza -para unos- las lindes del Estado federal y que -para otros- coincide plenamente con ¨¦l, ha abierto una dif¨ªcil etapa de definici¨®n y de ordenaci¨®n pol¨ªtica y administrativa.Una serie de concausas -que no es momento de analizar- ha provocado que en un brev¨ªsimo per¨ªodo de tiempo se hayan quemado, sin poner en pr¨¢ctica, una serie de fases previas que hubieran hecho menos incierto el presente y el futuro inmediato de las comunidades aut¨®nomas. Porque incitados a la equiparaci¨®n con vascos y catalanes, es Imposible ya proponer a las dem¨¢s regiones espa?olas que inicien una primera fase de descentralizaci¨®n administrativa para acceder poco a poco a lo que han llegado tan pronto aqu¨¦llos. En este par de a?os hemos quemado muchos conceptos sin haberlos usado, por ese af¨¢n emulador, l¨®gico o no.
Sea como fuere, hay que partir de presupuestos realistas, y es lo cierto que, al momento presente, el fen¨®meno de las autonom¨ªas es irreversible, lo irreversible que puede ser el propio sistema democr¨¢tico en que se enmarca.
Podr¨¢ decirse que se ha provocado en Espa?a un sentimiento autonomista que no exist¨ªa, en gran medida. Que se ha concebido la autonom¨ªa como un arma reivindicativa de las regiones frente al poder central o a las dem¨¢s regiones. Que se han mitificado sus factores positivos y despreciado los negativos. Podr¨¢ decirse que el hecho auton¨®mico crea m¨¢s problemas que evita. Pero argumentos como estos (hay muchos m¨¢s) carecen de utilidad ante la realidad incuestionable de las autonom¨ªas.
Si se ha llegado a este punto en el proceso sin haber previsto ni agotado las fases anteriores, habr¨¢ que extremar la cautela y el esfuerzo racionalizador, pero es imposible volver atr¨¢s.
Y este esfuerzo racionalizador, ordenador y coordinador de los distintos entes auton¨®micos y preauton¨®micos es el que me interesa destacar, porque, adem¨¢s, no ha existid¨® hasta el d¨ªa 20 de mayo.
Circunstancias personales que no son del caso me han permitido, por una parte, examinar con detalle el funcionamiento de una comunidad preauton¨®mica y, por otra, comprobar los criterios de los m¨¢s cualificados t¨¦cnicos con que cuenta la Administraci¨®n del Estado con relaci¨®n a aqu¨¦llas. Y de ambos contrastes he llegado, no s¨¦ si con error, a una doble conclusi¨®n: la primera, que las comunidades preauton¨®micas est¨¢n funcionando, y aun asumiendo competencias de importancia con una evidente falta de garant¨ªa de eficacia, unas veces porque las competencias transferidas exceden con mucho de las posibilidades organizativas del ente, y otras veces porque la Administraci¨®n central no ha respondido con igual disponibilidad de sus medios presupuestarios y materiales a las exigencias de las funciones que ha transferido. En definitiva, que las comunidades tienen una escasa operatividad administrativa y que la Administraci¨®n central no ha racionalizado el proceso de transferencias. La segunda conclusi¨®n es que los t¨¦cnicos del Estado en esta disciplina, aunque crean, lo que no es frecuente, en el fen¨®meno de las autonom¨ªas, no se atreven, tal vez por temor a que los acontecimientos pol¨ªticos les desborden, a dise?ar, t¨¦cnicamente la administraci¨®n auton¨®mica con criterios de homogeneidad. Ciertamente, el factor pol¨ªtico condiciona sensiblemente, hasta hacerlo casi imposible, cualquier intento ordenador con criterios t¨¦cnicos. Pi¨¦nsese, por ejemplo, que la potenciaci¨®n de las diputaciones est¨¢ supeditada por los partidos pol¨ªticos a su hegemon¨ªa sobre ellas, aunque lo nieguen. Y, en caso de no tenerlas, tratan de anularlas. Es este el motivo por el que se observa un claro escepticismo. y aun un cierto fatalismo, sobre el curso que lleven las administraciones aut¨®nomas.
Con todo, en esta frecuente incapacidad de los entes preauton¨®micos para descender a cuestiones t¨¦cnicas por culpa de la situaci¨®n pol¨ªtica en que se desenvuelven, radica, a mi juicio, uno de los m¨¢s claros riesgos del futuro Estado auton¨®mico. Y, por contra, el mayor o menor ¨¦xito que se obtenga por aquellos en la tarea de normalizar su funcionamiento administrativo y en armonizarlo con su funcionamiento pol¨ªtico, redundar¨¢, en mayor o menor medida, en la consolidaci¨®n de las autonom¨ªas.
Porque, en definitiva, cuando la emotividad que envuelve al tema auton¨®mico remita y los administrados racionalicen sus criterios, la credibilidad del sistema depender¨¢, en grand¨ªsima medida, de que los entes auton¨®micos sean capaces de ofrecer al administrado servicios m¨¢s eficaces, decisiones m¨¢s acertadas y una distribuci¨®n m¨¢s racional de los recursos. Mientras esto no sea as¨ª (y hoy no lo es) estaremos distra¨ªdos con la charanga autonomista.
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