Julio Cer¨®n, en memoria
Lloremos en Julio Cer¨®n a un espa?ol singular que no tuvo vocaci¨®n de ministro. Lloremos al amigo, la elegancia secreta de su entendimiento, la viva llama que en su centro ard¨ªa, las ins¨®litas dotes de su figura p¨²blica, tan apenas visible, la notable acuidad, el recatado amor y la tenue iron¨ªa. Llor¨¦moslo con pudor y casi sin llorarlo, como ¨¦l habr¨ªa hecho con nosotros de haberlo precedido.Que se nos haya adelantado ¨¦l es un consuelo. No han de malentenderse estas palabras. Dudo, en efecto, que ninguno de nosotros, de haber llegado antes que ¨¦l a su lugar de ahora, nos hubi¨¦ramos dado, como ¨¦l nos da, un tan ¨ªntimo, tan adentrado, tan consolador difunto. De ah¨ª que en la venerable y an¨®nima labor a la que se entregan hoy sus albaceas al publicar los in¨¦ditos, semiin¨¦ditos y fragmentos que ¨¦l dej¨® (1), uno de los aciertos mayores sea el de haber llegado casi a eliminar su nombre para mencionarlo s¨®lo con la entra?able y casta designaci¨®n de nuestro muerto.
Hay, ciertamente, calor y consuelo en la lectura de sus textos, en sus decires y desdecimientos y en el esp¨ªritu de soledad y afectuosa burla con que a todos, en definitiva, dir¨ªase que a¨²n nos tiene presentes. El mismo hecho de que muchos de sus presuntos amigos de otros tiempos, hoy subrilinistros de superministros o antropoministeroides o nninisterop¨¢usicos, hayan olvidado o tratado de olvidar, incluso como fantasma de los sue?os de remordimiento que, seg¨²n dicen, acometen alguna vez a los grandes personajes de la historia, aquella ?su digna amargura t¨¢cita?, a la que en alg¨²n lugar hacen los albaceas referencia, da calidad m¨¢s honda y mas perdurable existir a nuestro muerto.
Fue ¨¦l, en rigor, un desconocido, y sigue si¨¦ndolo. No quiso ser nunca, para fortuna suya y nuestra, hombre ele pensamiento, que tanto sobreabundan. El mismo indica, en alguna parte de sus publicaciones p6stumas, que estuvo cinco a?os sin pensar. Pero, aun siendo una persona que no pensaba demasiado, no escribi¨® -nos dicen sus albaceas- gran
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cosa. Su delicadeza fue, en todo, extrema. Tuvo el arte, poco apreciado por intelectuales, cupleteras y ministros, de no hacerse visible. Fund¨®, hacia 1956, el ?lamado Frente de Liberaci¨®n Popular o Felipe. Nuestra historia, dicho sea de paso, ha sido y es pr¨®diga en felipes de desigual cuant¨ªa y m¨¦ritos. Aquel Felipe de entonces (ioh! bodas nuestras con los ma?anas que cantan) estuvo lleno de leales. ?Ser¨ªa la historia patria una pugna entre la ins¨®lita continuidad de los felipes y la ins¨®lita versatilidad de los leales?
No mucho tiempo despu¨¦s de aquello, viajando yo, seg¨²n recuerdo, de Londres a Ginebra, fue ¨¦l alevosamente conducido de Ginebra a Madrid mediante el conocido truco del ?cabestro?. Pas¨® as¨ª de la clandestinidad a la prisi¨®n y, luego de ¨¦sta, al exilio y a la vida interior, cosas todas ellas, como se ve, no para ser muy visto.
Tambi¨¦n su obra, me refiero ahora a los escasos textos que hab¨ªa publicado en vida, fue objeto de un elegante y total desapercibimiento. El ¨²nico texto suyo que tuvo, con independencia del autor, ¨¦xito mencionable, fue un art¨ªculo del a?o 1967 que, en la excelente versi¨®n italiana de la baronesa Cecilia Cope di Valromita, fue literal y abundantemente utilizado, sin la menor menci¨®n de nuestro muerto, por el eminente l¨ªder de la izquierda socialista Onorevole Riccardo Lombardi. La justa prisa y la natural desaprensi¨®n de nuestros grandes promotores de historia hizo que ninguno de ¨¦stos tuviera tiempo para reparar en ¨¦l y lo olvidaron sin reparos. Se entiende as¨ª que al frente de lo que hoy se considera su testamento pol¨ªtico, una colecci¨®n de mil palabras cruzadas, pusiera nuestro muerto esta dedicatoria: A Luis Mart¨ªn Santos, que tiene tiempo de sobra.
Sobre su misma extinci¨®n o tr¨¢nsito tampoco hay. noticia detallada. Algunos devotos de provincias han llegado a asegurar que no hab¨ªa muerto. Pero esta actitud, adem¨¢s de emanar de un sebastianismo peligroso, contradice la sencilla e irrebatible aseveraci¨®n de los albaceas, seg¨²n los cuales, la muerte lo llev¨® a las urnas por primera vez, pues fue incinerado, a los cincuenta a?os de edad.
Lloro, pues, hoy en ¨¦l al hombre y al amigo, y al ¨²nico jefe pol¨ªtico al que he podido, en cuanto tal, reconocer las dotes, la pasi¨®n, la calidad y el merecimiento. Propongo que con ¨¦l o en su memoria y con algunos pocos amigos que a¨²n le quedan, todos vagamente difuntos, fundemos un partido de oposici¨®n permanente, una especie de trotskismo de las ¨¢nimas, que cabr¨ªa intitular Frente de la Santa Compa?a. Adem¨¢s de aparecer de sopet¨®n en los m¨¢s sumergidos y oscuros cenagales de la vida espa?ola, tendr¨ªa el Frente la ventaja de que ninguno de sus miembros podr¨ªa nunca llegar a ser ministro ni gravar¨ªa los p¨²blicos haberes ni la atenci¨®n comunitaria m¨¢s que con la m¨ªnima demanda de una breve oraci¨®n.
1. Albaceas de Cer¨®n: Mil palabras cruzadas, 1977. Albaceas de Cer¨®n (aut¨¦nticos): Dos libros en uno, 1978. Convergencia de Albaceas: Pr¨®logo y entrevista, 1978.
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