Dos Miura de infarto
Los cuatro primeros miuras y el sobrero de Carmen Ord¨®?ez salieron m¨¢s o menos toreables y la corrida transcurr¨ªa sin demasiados sobresaltos hasta que aparecieron los dos ¨²ltimos, tremendos de trap¨ªo y p¨¢jaros de buena cuenta, cuya lidia fue de infarto.En lo ocurrido durante el quinto y sexto toros hay tanto o m¨¢s para la cr¨®nica de sucesos que para la taurina, y el p¨²blico tuvo su parte de culpa. Era el quinto un impresionante miura de 640 kilos, casta?o albardado, aleonado, largo, alto de agujas, cornal¨®n, el cual acuchill¨®, m¨¢s que corne¨®, al caballo en la primera vara y lo de o con tres cornadones visibles, mas los que deb¨ªa llevar invisibles por debajo de los recovecos del peto.
Plaza de Pamplona
Quinta corrida de sanfermines. Cinco toros de Eduardo Miura, bien presentados, mansos, tres nobles y dos peligros¨ªsimos; el segundo, sobrero de Carmen Ord¨®?ez, poderoso y manso. Ruiz Miguel: tres pinchazos. aviso, tres pinchazos m¨¢s y tres descabellos (pitos). Estocada atravesada, otra muy baja y descabello; la presidencia le perdon¨® un aviso (silencio). Antonio Jos¨¦ Gal¨¢n:, dos pinchazos sin soltar y media estocada baj¨ªsima (silencio). Cuatro pinchazos sin soltar a paso de banderillas, y dos en los bajos (esc¨¢ndalo may¨²sculo). Currillo: media atravesada, que ahonda un pe¨®n; cuatro descabellos, aviso con retraso y otro descabello (ovaci¨®n y saludos). Pinchazo y media delantera atravesada (bronca y almohadillas). El banderillero de Currillo, Manolo Ortiz, puso cuatro grandes pares de banderillas, sobre todo los del peligroso sexto toro, que fueron impresionantes. El p¨²blico le hizo saludar montera en mano y ped¨ªa que diera la vuelta al ruedo. Al acabar el festejo hubo bronca para los tres espadas, m¨¢s acentuada para Gal¨¢n y Ruiz Miguel, a quien confundieron con Currillo.
Manso, se qued¨® sin picar y lleg¨® a la muleta descompuesto, con una embestida violenta, que por el pit¨®n izquierdo era claramente el bulto. Gal¨¢n libr¨® los mortales derrotes como pudo y entr¨® a matar de cualquier forma, mientras en el grader¨ªo explotaba una bronca descomunal, con lanzamiento de toda clase de objetos, entre los que abundaban pan y botellas. Con un pinchazo en los bajos consigui¨® Gal¨¢n librarse del miura, pero no del p¨²blico, que le arm¨® uno de los esc¨¢ndalos mayores que hab¨ªamos visto por esas plazas. El de Bujalance, despu¨¦s de ponerse blanco, adquiri¨® un color verde como la hierba. Si tirar¨ªan cosas al ruedo los mozos que los areneros tuvieron que estar casi diez minutos rastrill¨¢ndolas, para amontonarlas en los estribos de las barreras, y que pudiera continuar normalmente la lidia. Pero de normalidad, nada, pues apareci¨® por el chiquero otro miura gigant¨®n, de 660 kilos, manso absoluto, al que hubo que castigar por todo el redondel, a pellizcos, y pr¨¢cticamente se qued¨® sin picar. En este toro tom¨® la direcci¨®n de la lidia Ruiz Miguel, y adem¨¢s se responsabiliz¨® de la brega y sin dejar intervenir a los peones estuvo luchando a brazo partido para acercar el toro al caballo. La torer¨ªa y el valor demostrados por Ruiz Miguel con este miura le absuelven de su fracaso con los que le correspondieron, que ten¨ªan nobleza y con ellos estuvo, para decirlo sin rodeos, hecho un pelmazo.
Tocaron a banderillas y se emplaz¨® el toro, venga a nos el tu reino, a ver qui¨¦n era el guapo que se le acercaba. Pero el guapo, con perd¨®n, exist¨ªa: un ex matador de toros, malague?o por m¨¢s se?as, llamado Manolo Ortiz, que ya en el tercero de la tarde hab¨ªa tenido que saludar montera en mano por dos pares soberbios. Andando despacioso, dej¨¢ndose ver, provoc¨® la arrancada y reuni¨® en la cara, a un mil¨ªmetro de los pitones que el toro le alarg¨® hasta el cuello, mientras clavaba un inmenso par en lo alto.
La emoci¨®n ya puede imaginarse, pero apenas tiene importancia con la que produjo el par siguiente, en el que Ortiz sali¨® de tablas -el toro poco m¨¢s all¨¢ de las rayas-, de frente, reuni¨® de nuevo con toda la verdad del mundo y sali¨® apoyado en los palos en tanto el miura, que esperaba con sentido, le prend¨ªa por un muslo y le rasgaba de abajo arriba la taleguilla. No es que este par pusiera al p¨²blico en pie; es que lo hizo saltar de sus asientos y, enardecido, ped¨ªa la vuelta al ruedo del gran banderillero.
Marrajo terror¨ªfico el miura, Currillo se lo quit¨® de enmedio sin complicaciones, bajo otro torrente de almohadillas, botes, botellas, pan y hielo. El p¨²blico estuvo injusto con los toreros, y en el ruedo pamplon¨¦s se vivi¨® un drama que muy bien pudo desembocar en tragedia. As¨ª no puede ser la corrida. Que un pueblo est¨¦ en fiestas y sea de talante bullicioso, y coma y beba, no justifica estas cosas. Anotaremos, finalmente, que Gal¨¢n supo meter en la muleta al manso y poderoso sobrero, que med¨ªa las embestidas, y esto tuvo gran m¨¦rito, mientras Currillo no acert¨® a torear al noble miura que sali¨® en tercer lugar, y en cambio le aplaudieron. Para el toro de infarto, el quinto, lleg¨® a pedir el p¨²blico, por aclamaci¨®n, la vuelta al ruedo. Alguien vio ayer la corrida al rev¨¦s.
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