Moral burocr¨¢tica y Espa?a real
?Por qu¨¦ tenemos en Espa?a M¨¢s desempleo que en el resto de los pa¨ªses industrial izados? ?Por qu¨¦ todo el mundo est¨¢ esperando el relevo de los pol¨ªticos, desde el presidente del Gobierno hasta el alcalde de su pueblo? ?Por qu¨¦ tanta gente quiere trabajar para el Estado? ?Por qu¨¦ existe incluso el desencanto del desencanto en materia pol¨ªtica y social? ?Qu¨¦ pasa en Espa?a?Nunca como hasta ahora hubo una generaci¨®n espa?ola con tanto potencial. Por primera vez en nuestra historia, somos una sociedad a la vez joven (el 43% de la poblaci¨®n tiene menos de veinticinco a?os), con un alto nivel medio de vida (dentro del 10% m¨¢s rico de la poblaci¨®n mundial), relativamente en paz, vinculada a las corrientes econ¨®micas y culturales mundiales, urbanizada (casi la mitad vive en ciudades de 50.000 o m¨¢s habitantes). Ese potencial, sin embargo, no se aprovecha. Un ejemplo: aunque la inflaci¨®n espa?ola ha llegado a tasas del mismo orden que en pa¨ªses de la OCDE y aun igual a la de la OCDE-Europa, el desempleo espa?ol est¨¢ casi seis puntos por encima de la media de esos pa¨ªses, y lo estar¨¢ durante algunos a?os. Nuestras tasas de crecimiento est¨¢n por debajo de las de Francia e Italia. Eso no es mala suerte ni culpa de los gobernantes -que son menos importantes de lo que creemos-, sino el reflejo de una sociedad que no acaba de ajustarse a los nuevos tiempos.
Moral burocr¨¢tica
Al pueblo espa?ol le gusta ver la sangre del torero y le distrae ver cambios de ministros. A la clase pol¨ªtica madrile?a le gustar¨ªa ver sustituir al presidente del Gobierno o, al menos, a su vicepresidente para temas econ¨®micos. Aqu¨ª todo lo arreglamos cambiando a las personas, olvidando que los intereses de grupos hacen la histori¨¢: las personas la paran, como hemos comprobado recientemente. Vayamos al fondo de las cosas: a m¨ª me parece que la causa principal del potencial desocupado, el manido desencanto y la perplejidad del espa?ol es la falta de Creatividad, la aversi¨®n al riesgo y la rigidez de la sociedad espa?ola, producto de la moral burocr¨¢tica. En el per¨ªodo 1960-1975 se desat¨® toda la creatividad econ¨®mica de que era capaz Espa?a y se obtuvieron tasas de crecimiento ins¨®litas y quiz¨¢ irrepetibles. Cuando, por fin, lleg¨® la democr¨¢cia, los espa?oles quisieron tomar el Estado (?¨¦l Estado somos todos?), olvidando que el meollo del progreso no es tanto la toma del poder, sino su transformaci¨®n por la fuerza de las ideas y las innovaciones en un mercado de votos y transacciones; por la obsesi¨®n con el Estado, pocos se han acordado de la sociedad. La cosa dura desde los Reyes Cat¨®licos -no sin cierta ?eficiencia hist¨®rica? (Mar¨ªas)-; contrariamente a lo que ocurre en los pa¨ªses anglosajones, venimos respetando m¨¢s al pasado del que ha servido al Estado (guerreando en colonias; ganando una oposici¨®n) que el futuro del que ha de servir a la sociedad (investigando los rayos c¨®smicos, la circulaci¨®n de la sangre o exportando mu?ecas a Jap¨®n).
Cuando la se?ora Thatcher quiso reformar la Administraci¨®n brit¨¢nica, la encarg¨® a un ejecutivo de Mark & Spencer, la cadena de grandes almacenes; aqu¨ª hemos puesto, uno tras otro y con escaso ¨¦xito, altos funciona r¨ªos. La moral burocr¨¢tica, esa embriagadora pasividad, ha paralizado incluso las mejores iniciativas de los gobernantes, que, por no venir de las elites de mandarines y haber vivido una profesi¨®n como los dem¨¢s mortales, despertaron una esperanza de imaginaci¨®n y creatividad en toda Espa?a. Para cualquier Estado, la tradici¨®n, la autoridad carism¨¢tica y la autoridad burocr¨¢tica son las tres bases de legitimidad. Franco comenz¨® con la autoridad carism¨¢tica, sigui¨® con la burocr¨¢tica/nacional-sindicalista y se asent¨® por una mezcla de las tres. El pueblo espa?ol opt¨® desde junio de 1977 por la ruptura con la tradici¨®n a trav¨¦s de una nueva Constituci¨®n y nuevos modos pol¨ªticos. El Rey es el ¨²nico que a estas alturas tiene la suficiente autoridad carism¨¢tica frente a los ciudadanos. ?Qu¨¦ les queda, pues, a los gobernantes? Les queda la autoridad burocr¨¢tica que es el modo legal/racional que algunos encuentran de expresar la legitimidad pol¨ªtica, la rutina del carisma, carisma con alma de tabaco y caf¨¦ con leche. Hubo -y hay- en el Gobierno intentos de introducir profesores, empresarios, intelectuales, ejecutivos; pero son minor¨ªa: de los doscientos m¨¢s altos cargos de la Administraci¨®n, solamente unos quince no proceden de la funci¨®n p¨²blica y han tenido una experiencia con el sector privado. La consecuencia es que la autoridad burocr¨¢tica dominante engendra su moral dominante: la moral burocr¨¢tica, que no es exclusiva de los funcionarios -v¨ªctimas, no verdtkgos-, sino que puede acaecer en empresas decadentes, iglesias, partidos. Bajo esa moral, lo importante es sobrevivir (como los pol¨ªticos o empresas en crisis), en lugar de crecer (como los innovadores, empresas en ev¨®luci¨®n). Como dir¨ªan los economistas, se hace m¨¢s importante no incurrir en costes, m¨¢s que conseguir beneficios. ?No gastarse? para sobrevivir puede ser posible a plazo corto, pero lleva a la par¨¢lisis a plazo largo. El modelo de comportamiento que resulta es regresivo. La acci¨®n p¨²blica, con esas miras, se burocratiza, y al final el Gobierno, c¨²spide pol¨ªtica, se convierte en un escalaf¨®n; el objetivo de los individuos no es cambiar la sociedad, sino ascender jubilando a los mejor colocados.
La Espa?a real
La moral burocr¨¢tica tiene consecuencias paralizantes. La primera y m¨¢s importante es una insolidaridad (evitable) bajo el lema ?S¨¢lvese quien pueda?, propia del subdesarrollo de muchas bocas y pocos recursos naturales. En esto, el paradigma de la moral burocr¨¢tica es la misma Administraci¨®n del Estado, cuya tasa de desempleo es cero, mientras que es un 13% en el sector privado.
El Estado burocr¨¢tico es de hecho, el primero en crear insolidaridades ilegitimando las iniciativas sociales. En las sociedades anglosajonas, por ejemplo, se reconoce capacidad transaccional a los individuos; la fe p¨²blica la dan los individuos y la registra un tercero (mi secretaria en Washington era no tario p¨²blico; aqu¨ª los notarios son delegados solemnes del Estado); las asociaciones profesionales res paldan a sus miembros; los registros son censos computarizados, y no ejercicios caligr¨¢ficos. La sociedad espa?ola todav¨ªa requiere certificados del alcalde, patr¨®n, padre y, lo que es m¨¢s grave, abogados del Estado, interventores, registra dores, notarios, colegios profesionales legislados desde. el Estado paternalista para actuar de intermediarios entre el Estado y la sociedad civil. Los partidos caen en la trampa del consenso continuo en la c¨²spide (del Estado) sin beber en las fuentes del cambio (de la socie dad). Esa intermediaci¨®n crea mandarinatos (moral de primera), pero, sobre todo, resulta en que la Espa?a real, vitalista y joven, pasa de esa moral burocr¨¢tica; se reh¨²yen los contratos p¨²blicos; las autonom¨ªas se erigen para rejuvenecer al Estado (y no para atentar contra ¨¦l); la p¨¦rdida de popularidad de los pol¨ªticos es dram¨¢tica, y, en definitiva, se va haciendo cada vez m¨¢s grande el foso de acci¨®n y lenguaje entre la Espa?a oficial y la real. En este sentido, no me cabe la menor duda de que el tema principal de los ochenta en Espa?a ser¨¢ la dial¨¦ctica entre dos morales y dos clases: burocr¨¢tica y creadora, estatal y no estatal. El reparto de excedentes (cr¨¦dito, impuesto, d¨¦ficit fiscal), poder (autonom¨ªas, empresa p¨²blica y privada) e influencia (ense?anza privada/ p¨²blica, medios de comunicaci¨®n privados/p¨²blicos) entre Estado y sociedad civil es el gran reto otra vez, como lo fue en siglos anteriores. La segunda consecuencia es la insistencia en los criterios arcaicos de gesti¨®n. La moral burocr¨¢tica cree dominar el mundo homogeneiz¨¢ndolo a trav¨¦s de la palabra (Bolet¨ªn Oficial del Estado, por ejemplo), mitifica el uso de los recursos (el fuego de la tribu se hace sagrado y, por tanto, escaso), reh¨²ye la competencia creando oligopolios artificiales. La falta de movilidad entre cuerpos especiales estancos de la Administraci¨®n es ejemplo de insolidaridad y resistencia a los cambios tecnol¨®gicos. La moral burocr¨¢tica impulsa comportamientos refiri¨¦ndose a un antecedente; la moral civil creadora se basa en imaginar futuros y gestionarlos. Por eso, la palabra m¨ªtica y trascendente es un arma espa?ola; la invenci¨®n ad hoc y aplicable y el management es un arma anglosajona. En la moral burocr¨¢tica, en definitiva, priman los dogmas sobre el derecho a la diferencia, los escribanos sobre los artesanos, los ?oficinistas? sobre los ?makinatakos?.
La tercera consecuencia de la moral burocr¨¢tica es el empobrecimiento relativo de Espa?a en t¨¦rminos internacionales. Por una parte, en Washington, Bruselas, Par¨ªs, no impresionan nuestros de cretos, sino nuestros hechos. Por otra parte, la subutilizaci¨®n de nuestros recursos humanos, f¨ªsicos y tecnol¨®gicos nos empobrece frente al mundo. Los casi seis puntos de desempleo por encima de la media de pa¨ªses comparables son costosos, porque se interrumpe el 13% del mejor potencia? creador del pa¨ªs durante algunos a?os. Esta generaci¨®n no se repondra nunca de tan tremendo coste.
No parece aceptable legar a las generaciones venideras una Espa?a disminuida internacionalmente porque no supimos pulsar la fuerza de nuestra sociedad.
La soluci¨®n, claro est¨¢, no es disolver el Estado y/o eliminar la Administraci¨®n -aunque las tentaciones sean crecientes y justificadas- ni reemplazar a los gobernantes, aunque no pasa nada si se reemplazan democr¨¢ticamente. La soluci¨®n es modernizar el Estado y su gesti¨®n, pero sobre todo la sociedad. Modernizar es racionalizar y utilizar mejor todos los potenciales humanos y f¨ªsicos disponibles. Ello exige una educaci¨®n m¨¢s futurista, devolver el gusto por la innovaci¨®n, introducir una nueva gesti¨®n p¨²blica de m¨¢s acci¨®n y menos decreto, una desburocratizaci¨®n, en suma, de la cultura, la informaci¨®n, la econom¨ªa y la pol¨ªtica exterior.
Frente a la moral burocr¨¢tica existente, que perpet¨²a los usos y costumbres de la intervenci¨®n, la regulaci¨®n y el uso repetitivo del pasado, hay que propugnar una moral civil m¨¢s creativa.
El partido que convenza de esto a los electores tendr¨¢, creo yo, los votos masivos de la Espa?a real.
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