El Tiz¨®n
Mary repiti¨® su ataque.??Qu¨¦ poeta prefiere usted entre todos los contempor¨¢neos??, le pregunt¨®.
Maldita muchacha, ?no podr¨ªa dejarle en paz?
?El Pulg¨®n, el Mildeu y el Tiz¨®n?, contest¨® con el laconismo propio de quien est¨¢ seguro de su cr¨ªtica.
Envidiable desparpajo. ?Qui¨¦n pudiera hacer uso de ¨¦l, aun a costa de abonar el correspondiente royalty al autor de la sexagenaria novela, para salir al paso de tantas cuestiones engorrosas acerca de nuestra cultura? ?Qui¨¦n es nuestro pensador m¨¢s estimulante? ?Qui¨¦n nuestro poeta m¨¢s inspirado? ?Qui¨¦n nuestro mejor narrador? ?Cu¨¢l de nuestros alcaldes es el m¨¢s necio?
?El Pulg¨®n, el Mildeu y el Tiz¨®n... ?
Mary se sent¨ªa perpleja y desolada. Quiz¨¢ no hab¨ªa o¨ªdo bien. Quiz¨¢ lo que hab¨ªa dicho en realidad era: ?Squire, Binyon y Shanks? o ?Childe, Blunden y Earp?, o acaso ?Abercrombie, Drinkwater y Tagore?.
De todos los se?ores ministros de Cultura, ?cu¨¢l le parece a usted que ha sido el m¨¢s inepto? El Pulg¨®n. Pasemos ahora a los grandes santones de la izquierda y la acracia cultural, ?cu¨¢l, a su parecer, es el m¨¢s corrosivo? Sin duda alguna, el Mildeu. Y por ¨²ltimo, ?qui¨¦n cree usted que est¨¢ mejor preparado para redimir a nuestra cultura de sus viejas lacras? Hombre, por Dios, ?qu¨¦ pregunta! El Tiz¨®n, naturalmente, el Tiz¨®n.
Mary se vio obligada, bien a pesar suyo, a admitir que Dennis hab¨ªa en efecto pronunciado aquellas palabras inadmisibles. Deliberadamente hab¨ªa rechazado su tentativa de entablar una discusi¨®n seria.
El Tiz¨®n, como ustedes bien saben, es el redentor nato. Como todo buen redentor, viene de fuera: es uno de nosotros, pero no es cabalmente uno de nosotros; hay algo que le distingue; nos conoce a fondo, nos ha estudiado con todo ah¨ªnco y minuciosidad pero est¨¢ libre de nuestros tradicionales prejuicios, nuestras inveteradas costumbres, nuestros males patrios. Rigor cient¨ªfico, universidades extranjeras, infinitos seminarios, m¨¢s seminarios que Comillas, estrechas colaboraciones, un cuerpo de disc¨ªpulos, toda una nueva escuela del pensamiento m¨¢s moderno. Todo eso le distingue, adem¨¢s de un coro de mujeres avanzadas pero no muy atractivas. No, no es el sant¨®n; el sant¨®n es otra cosa, aunque en algo se parezcan. El sant¨®n de cuando en cuando escribe un poema; el redentor, jam¨¢s.
El redentor tiene una gran preparaci¨®n t¨¦cnica. No pasa por movimiento mal hecho, el Tiz¨®n. Su gran arma es la contundencia y su secreta aspiraci¨®n ser¨¢ derribar a sus adversarios de un ¨²nico y certero pu?etazo. Me temo que el inconfesado ¨ªdolo de los redentores es Urtain. Conf¨ªan no s¨®lo en el primer round, sino en el primer intercambio de golpes. Para algo han conseguido a lo largo de muchos a?os -lejos de nosotros pero observ¨¢ndonos- una gran preparaci¨®n t¨¦cnica, pu?os de acero. Por supuesto, no les gusta llegar al segundo round, las cosas se ven entonces menos claras, un directo esquivado es una v¨ªa abierta hacia una mand¨ªbula de cristal; y en el tercero y siguientes no digamos, pueden fallar las piernas, ay del bazo.
Tal vez por eso al primer golpe del gong abandona el taburete y se lanza al centro del cuadril¨¢tero con tal bravura, el redentor. Tienen prisa, siempre tienen prisa, adem¨¢s de una formidable preparaci¨®n t¨¦cnica y cient¨ªfica, los redentores. Pues tambi¨¦n hay que a?adir que con el Tiz¨®n lleg¨® la ciencia. ?Qu¨¦ co?o iba a haber ciencia antes del Tiz¨®n! Viv¨ªamos una era precient¨ªfica, se?ores, en un manipulado mar de confusiones. ?Pues qu¨¦ otra redenci¨®n, sino la cient¨ªfica, nos tiene preparada el Tiz¨®n?
Suena el gong y el Tiz¨®n abandona la esquina del cuadril¨¢tero con una relampagueante trayectoria tierra-aire: ?No hay tal lista de reyes godos?. ?Zas! Todo el personal espa?ol -sin distinci¨®n de sexos ni clases, esta vez- a besar la lona. Penosamente -apoy¨¢ndose con el pu?o derecho para mantener la tregua y un ¨²ltimo contacto casi espiritual con el suelo patrio, mientras en su cabeza Recaredo se marca un pasodoble con Victoria Kent-, el personal espa?ol se incorpora, se recupera del, golpe y (ya sin reyes godos para siempre) trata de eludir el acoso del Tiz¨®n, huyendo por las cuerdas en espera del golpe de gong salvador. Mucho aire, mucha esponja, jugo de lim¨®n, agua fresca sobre el cr¨¢neo, mientras en la esquina de enfrente el Tiz¨®n...
El segundo gran directo es todav¨ªa m¨¢s terrible: ?La Reconquista es el producto de una historia precient¨ªfica e ideologizada?. ?V¨¢Igame el cielo! De nuevo al suelo, esta vez por la cuenta de ocho. No, no parece que hay recuperaci¨®n posible, hasta los segundos vacilan si arrojar la toalla. Hac¨ªa ya tiempo que el personal hab¨ªa visto c¨®mo ten¨ªa que renunciar, en beneficio de una disciplina m¨¢s al d¨ªa, a su arriable Santiago sobre su caballo blanco, pero ?esto! El Salado y Las Navas, Zalaca y Ucl¨¦s, ?se ha ido todo a la mierda? ?Nos quitar¨¢n tambi¨¦n los Al Mamunes y las bellas Zaidas? ?Y los Miramamolines? Todo a la mierda. Poco menos que llevado a rastras hasta la esquina, el personal espa?ol -malamente recostado entre taburete y cuerdas, sin aliento, bajo un viento de toalla y una lluvia de zumo de frutas, mientras en su cabeza el general Espartero se dispone, a conquistar el Grand Prix de Montecarlo sobre un cohete de cart¨®n dise?ado por Berceo- tiene que reconocer sin ambages que su historia ha sido tergiversada.
Enfrente, en la otra esquina del cuadril¨¢tero... El Tiz¨®n. Ahora se explica todo. Su alta preparaci¨®n, t¨¦cnica, sus pu?os de acero, su implacable decisi¨®n de acabar con toda manipulaci¨®n. Un ¨¢ngel vengador en calzoncillos de raso, una sonrisa de triunfo; ahora cobran todo su sentido los a?os de retiro cispirenaico, lejos pero estudi¨¢ndonos a fondo, con rigor cient¨ªfico, con colaboradores entusiastas, una manera de hacer que ha hecho escuela; universidades extranjeras, infinitos cursos, mujeres devotas aunque poco atractivas, todo se explica, todo cobra su esplendor y se resume en el violento y fugaz combate. El Tiz¨®n sonr¨ªe. En su d¨ªa, la historia hab¨ªa sido injusta -y hasta cruel- para con ¨¦l, pero ?qu¨¦ respuesta, se?ores, qu¨¦ respuesta! Sin duda val¨ªa la pena. Nada como la almeta para convertir al ni?o en hombre. ?Y qu¨¦ hombre! La historia no es nada para ¨¦l: la historia, con may¨²scula, se la ha merendado. Me-ren-da-do.
?Que importancia tendr¨¢n los siguientes golpes? ?Qu¨¦ le puede importar ya al personal espa?ol lo que venga despu¨¦s? ?Que Espartero acabar¨¢ cuarto en Montecarlo? ?Que lo que descubri¨® Col¨®n fue Punta Umbr¨ªa, tras dar cuatro vueltas a las Canarias, entusiasmado con una guanche? ?Minucias! ?Qu¨¦ m¨¢s dar¨¢ todo! La manipulaci¨®n de la pluralidad nacional, la sistem¨¢tica violaci¨®n de la historia en los ¨²ltimos cuarenta a?os o, tal vez, la circuncisi¨®n ling¨¹¨ªstico-cultural de: los pueblos prepeninsulares, ?qu¨¦ importancia pueden tener?
Se puede decir, se?ores, y con justicia, que el combate ha terminado. En el centro del cuadril¨¢tero, el Tiz¨®n... sonr¨ªe. Ha sido duro y largo, pero al final lo ha conseguido. Nos ha dejado con los rabos. Empero, tal vez no acabe ah¨ª su labor. Acaso el Tiz¨®n se haya propuesto llevar a cabo una tarea de reconstrucci¨®n tras. la pelea. Acaso se proponga -all¨¢ cada cual con sus gustos- reconstruir el himen de esa se?ora violada durante cuarenta a?os. Va a t¨¦ner que tejer m¨¢s que Pen¨¦lope, el Tiz¨®n. Una labor meritoria, sin duda, pero ingrata. Y mucho menos vistosa que el combate con que ha aniquillado las agridulces quimeras de nuestra historia.
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