La farsa de Chile
EL ESTRENO oficial de la farsa plebiscitaria de Chile -condenada por el Congreso espa?ol en una moci¨®n votada tambi¨¦n por los diputados de UCD- no ha ofrecido novedades respecto a lo que ya se conoc¨ªa anteriormente por la lectura del libreto y por la distribuci¨®n de papeles en el reparto. Incluso el elevado porcentaje de votos negativos, ins¨®lito en un refer¨¦ndum ama?ado, hab¨ªa sido ya adelantado por los medios de informaci¨®n intoxicadora de la dictadura, seguramente convencidos de que el reconocimiento de casi un tercio de adversarios de Pinochet podr¨ªa dar verosimilitud a los otros dos tercios de presuntos partidarios de su r¨¦gimen.Sin embargo, ese c¨¢lculo, ingenuamente maquiav¨¦lico, se vuelve contra los manipuladores. La gente de buena fe que llegara a aceptar como fidedigno ese c¨®mputo tendr¨ªa que extrapolar, l¨®gicamente, ese 30% de noes en una mayor¨ªa abrumadora contra Pinochet, para el supuesto de que se realizara una consulta con todas las garant¨ªas democr¨¢ticas.
El plebiscito de anteayer se caracteriz¨® por la inexistencia de censos electorales, la designaci¨®n de los presidentes y vocales de las mesas por el Gobierno, la ausencia de interventores de la oposici¨®n, el amordazamiento de la libertad de expresi¨®n para la democracia cristiana y su radical supresi¨®n para la izquierda, el despilfarro de fondos p¨²blicos para la propaganda cuasi monopolista del s¨ª, el voto obligatorio, el estado de emergencia, la intimidaci¨®n policiaca y militar en las calles, la falta de control judicial en el recuento parcial y total de las papeletas, la inclusi¨®n de cuestiones diferentes en la ¨²nica opci¨®n presentada a los ciudadanos, y otras frioleras del mismo orden. Realmente habr¨ªa que estar muy ciego y muy sordo, o figurar en las n¨®minas de la dictadura chilena, o considerar ese r¨¦gimen de corrupci¨®n y de crimen como modelo de ciudad ideal, para tomarse m¨ªnimamente en serio esa burda tentativa de legitimaci¨®n popular de un sistema nacido de un golpe de fuerza y asentado sobre la violaci¨®n de los derechos humanos y el secuestro de la soberan¨ªa nacional.
La dictadura chilena, en cualquier caso, tiene en su contra -y los dem¨®cratas a su favor- el perfil impresentable y vagamente familiar para los espa?oles del caudillo que la personifica y representa. Ni siquiera Filipinas le permiti¨® a Pinochet romper el cerco internacional de desprecio que te rodea y que se fortaleci¨® con la afrenta de aquel viaje hacia Manila interrumpido a mitad de camino. Ahora Pinochet ha prometido que no se presentar¨¢ a las elecciones de 1989, olvidando tal vez que la palabra de quien traicion¨® al presidente Allende, en cuyo equipo ministerial permaneci¨® agazapado hasta las v¨ªsperas del golpe del 11 de septiembre, y ampara a los mercenarios que asesinan a miembros de la oposici¨®n chilena incluso en el exilio, vale todav¨ªa menos que la de un vulgar caballero de industria.
Ese atroz desprestigio de la figura del dictador, que a?ade todav¨ªa mayor ludibrio al sistema que preside, es seguramente una de las claves que explican las fisuras del bloque que hasta ahora lo apoyaba. Las distancias tomadas por el general Leigh y otros altos mandos militares respecto a Pinochet pueden converger con la l¨ªnea de enfrentamiento con la dictadura de la democracia cristiana chilena, seguramente irreversible despu¨¦s de la decicida campa?a de Eduardo Frei en favor del voto negativo. Mientras en Espa?a, despu¨¦s de la guerra civil, no surgieron figuras de reconocido prestigio dentro de las Fuerzas Armadas que se opusieran al caudillaje vitalicio de Franco, la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica bendijo y apoy¨® al sistema hasta bien entrada la d¨¦cada de los sesenta, y la democracia cristiana se convirti¨® -sobre todo desde 1945- en uno de los pilares del r¨¦gimen, Pinochet tiene ya su propia casa tomada. Del resultado de las elecciones presidenciales norteamericanas de noviembre depender¨¢ la aceleraci¨®n o el retraso del proceso de descomposici¨®n de la dictadura y de aparici¨®n de una alternativa democr¨¢tica viable. Y tambi¨¦n, por supuesto, de la capacidad que tenga la democracia cristiana chilena para hacer compatibles sus ofertas a los sectores aperturistas de la dictadura y el entendimiento con las formaciones pol¨ªticas y las fuerzas sociales que conservan vivas sus lealtades al r¨¦gimen derrocado por las armas el 11 de septiembre de 1973, y que se muestren dispuestas a buscar una salida a la asfixiante situaci¨®n actual mediante la negociaci¨®n y el acuerdo.
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