La sociedad norteamericana un juego de suma cero
La campa?a electoral de Estados Unidos es la ocasi¨®n para el lanzamiento de todo tipo de hip¨®tesis acerca de los problemas nacionales, y es el momento en que las grandes universidades y los hombres-mito: cantantes, cineastas o economistas del mundo, se alinean tras los candidatos en liza.Despu¨¦s del libro de Milton Friedman Free to Choose, que es una heroica defensa de los principios del mercado, y ante la machacona insistencia de Galbraith en los controles de precios y salarios para salir de la crisis, el partido dem¨®crata en el poder parece poco asistido. En esta ocasi¨®n, el profesor Lester C. Thurow se ha lanzado a la arena con una obra que no sabemos hasta qu¨¦ punto podr¨ªa hacerle sombra, desde la oposici¨®n, a la de Friedman, y que lleva el, para muchos, extra?o t¨ªtulo de La sociedad: un juego de suma cero, con subt¨ªtulo ya m¨¢s expresivo: Distribuci¨®n y posibilidades de cambio econ¨®mico.
La tesis central del libro de Thurow es que los problemas econ¨®micos son de naturaleza distributiva y, en consecuencia, lo que unos ganan otros lo pierden. La situaci¨®n de la econom¨ªa norteamericana se explicar¨ªa entonces por la incapacidad del actual dispositivo pol¨ªtico de la democracia norteamericana para tomar medidas que, necesariamente, han de favorecer a un sector de la sociedad, perjudicando a otro. El profesor del MIT, que parece seguir los pasos que en su d¨ªa marcase Galbraith en el espectro de lo que Sobel ha llamado, con acierto, economistas mundanos -para diferenciarlos de aquellos que no acostumbran a descender a la arena-, es un economista m¨¢s sofisticado que aqu¨¦l; posee una pluma menos brillante a cambio y una visi¨®n muy americana del acontecer econ¨®mico.
Estados Unidos no ha salido nunca de su asombro al contemplar la r¨¢pida evoluci¨®n de las econom¨ªas europeas y japonesa que sigui¨® a la segunda guerra mundial. En los a?os sesenta, un economista norteamericano tambi¨¦n, Angus Maddison, escribi¨® un delicioso libro. en el que atribu¨ªa ese fen¨®meno a la r¨¢pida implementaci¨®n en Europa de las pol¨ªticas keynesianas. Digo delicioso, que lo era, porque esa tesis producir¨ªa hoy en Europa cuando menos, una sonrisa bastante generalizada, y es que los economistas parecemos dejados de la mano de Dios.
Adaptaci¨®n a la crisis energ¨¦tica
La adaptaci¨®n a la crisis energ¨¦tica ha vuelto a excitar el animo de ese gran pa¨ªs, porque lo cierto es que tanto Alemania Occidental como Jap¨®n -esta vez no puede decirse que como consecuencia de la aplicaci¨®n de pol¨ªtica keynesiana alguna- han llevado a cabo un ajuste bastante exitoso y los norteamericanos lo perciben con claridad al ver sus carreteras inundadas de coches europeos, vendidos a precios no m¨¢s econ¨®micos que los suyos, pero, eso s¨ª, m¨¢s apreciados. Milton Friedman nos dir¨¢ que ¨¦ste es un problema de la industria norteamericana, pero Thurow indicar¨¢ que es un tema distributivo.
En efecto, una de las caracter¨ªsticas m¨¢s singulares del proceso de ajuste de la econom¨ªa norteamericana a la crisis energ¨¦tica es que se han negado a situar el precio de su petr¨®leo al nivel de los precios internacionales, y para ello han acudido a un complicado proceso de intervenci¨®n de los precios que hace las delicias de Friedman, pues nunca se lo pudieron poner m¨¢s a tiro.
El profesor Thurow no est¨¢ tan seguro, y la raz¨®n que apunta tiene naturaleza distributiva. En ning¨²n caso considera que los productores norteamericanos de petr¨®leo debieran alcanzar la situaci¨®n de los jeques ¨¢rabes por el simple hecho de que un holding manipule el precio internacional del producto. Al fin y al cabo -nos dice Thurow en m¨¢s de una ocasi¨®n-, si el precio de treinta d¨®lares el barril lo hubiera fijado la madre naturaleza contestar¨ªa afirmativamente a las propuestas de Friedman de aplicar una pol¨ªtica realista de precios, pero ¨¦l no est¨¢ dispuesto a admitir que el tributo que los dem¨¢s pa¨ªses debemos pagar a los ¨¢rabes se lo paguen unos americanos a otros. Es una forma muy particular de ver las cosas, sobre todo si, como consecuencia, el despilfarro de energ¨ªa en aquel pa¨ªs sigue estando a la orden del d¨ªa. Este ver los problemas econ¨®micos como juegos de suma cero, en los que unos ganan y otros pierden, es una elegante manera de presentar un libro; pero, creo, puede convertirlo en negativo. Esto lo digo no en detrimento de la obra del potencial heredero de Galbraith, que ofrece no pocas ideas brillantes, sino porque, pienso, es una forma inadecuada de abordar problemas econ¨®micos. Los problemas sociales son distributivos y cuando se les quiere presentar como irregularidades monetarias se comete, tal vez, el mayor de los errores, coincido con Thurow; pero no hay salida a los problemas distributivos en una econom¨ªa que quiere ser libre, sin crecimiento econ¨®mico. El estancamiento reciente de la econom¨ªa espa?ola, en buena medida, es la consecuencia -no deliberada- de una pol¨ªtica acuciada por temas distributivos que han querido resolverse, sin m¨¢s, al margen de los del crecimiento.
Encauzar el juego social
Mis colegas economistas deben disculparme, pero cuando la profesi¨®n se libere de un buen n¨²mero de esos mitos que ven nubarrones a izquierda y derecha, es cuando podremos encauzar un juego social que en el pasado se ha tornado peligroso.
Dec¨ªa Hayek, que no tiene pelos en la lengua -lujo permisible a sus 81 a?os-, que la profesi¨®n no perder¨ªa mucho si se librara de una buena parte de sus efectivos. Dir¨ªa yo que, en efecto, alguna clase de actitudes deber¨ªamos exportarlas para siempre.
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