Un tel¨¦fono, un micr¨®fono y un humorista: Gila
Tras un a?o de ausencia, Gila ha vuelto a Madrid. Para dar otra serie de c¨®micas galas en la madrile?a sala de Florida Park. Para recordarnos que desciende de un buzo, que toda la amargura se vuelve carcajada en su garganta y que los mutilados agujerean con resortes de golondirina cualquier mensaje telef¨®nico. Y para demostrar, de paso, que ¨¦l sigue siendo el n¨²mero uno del humor, el uno y todos lios restantes n¨²meros, sin desde?ar siquiera el fatigado e incansable cero a la izquierda. Porque Gila filtra la arena de las palabras a trav¨¦s de sus dedos de ciego, aparta las cortinas de nuestra obscenidad hist¨®rica y le saca la lengua a la gloria en sordina de la raza.
Un tel¨¦fono, un micr¨®fono y un desenga?o de camello ap¨¢trida. Traje que puede ser azul marino, oscura pajarita, camisa roja, dentadura burlona de cad¨¢ver. Entre sus manos, un ejemplar de EL PAIS. Y, como aquel que piensa en otra cosa, empieza: ?Me siento como una lombriz que se meti¨® en un plato de fideos creyendo que era una org¨ªa?.El es el pregonero fascinante de la sopa boba. Y colma el v¨¦rtigo de la nada con periodismo de envidiable grito: ?Esta ma?ana, el presidente Pinoche saldr¨¢ en visita oficial para visitar los pa¨ªses amigos?. Pausa. Fin del comunicado interno: ?Regresar¨¢ esta tarde?.
Tambi¨¦n regresa Gila al inmediato ayer, cuando El Zorro, el padre Venancio Marcos y ¨¦l eran los ¨²nicos c¨®micos de esta tierra org¨¢nica. La paz del cementerio es enterrada en beneficio soleado de la violencia del presente. Y hay ni?os engendrados en manifestaciones, que ahora repiten por pasillos marchitos: ??Su¨¢rez, Gir¨®n, / queremos biber¨®n!? Hay ni?os en la casa y ninos en la sala. Gila sondea con sarcasmo el nivel de inhibici¨®n del respetable. Los de la derecha dir¨¢n: ? ?Teta! ?. Los de la izquierda: ??Culo!?. Izquierdas y derechas, a coro: ??Teta! ?Culo!?. El personal se desfoga con ganas. Gila les tiende vaselina democr¨¢tica: ?Ahora da gusto. Ya se puede hablar?.
Memoria popular
Pero ¨¦l planea sin cesar en el comienzo del horror y recuerda a un censor de Valencia -?que Dios tenga en la mierda?-, a Col¨®n y a nuestros primeros padres. Tapa el naufragio con mil corchos: diversiones idiom¨¢ticas, letras de cambio, m¨¦todos para aprender ingl¨¦s, chistes de negros, el museo de la Ubre, el matrimonio... Su memoria, no obstante, se acerca siempre al pueblo, Aldeamiugre, como aliento esencial: ?Son m¨¢s burros ... ?.Y lo son todos: don Clemenciano, el cura p¨¢rroco; el maestro; Eusebio, y, en especial, aquel abuelo suyo, tan sabio, que quer¨ªa inventar la radio en colores. Gila echa mano del tel¨¦fono como llev¨¢ndole la contraria a Barthes. El no espera, sino que marca n¨²meros con los ojos en blanco, alucina con su torva esposa, coquetea con el infarto.
Luego evoca las Fiestas pueblerinas, bajo la boina fiel, deteni¨¦ndose en las barbaridades de las bodas. Y, al final de este c¨ªrculo vicioso, se ofrece como v¨ªctima desgajada, como alumno nocturno y analfabeto ante una profesora que es su propia mujer. Y all¨ª, aureolado de a?os y de picoteada credibilidad, nos da una gran lecci¨®n de historia universal, casi sagrada, h¨²meda, irresistible y espa?ola.
Babelia
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