La hora del cambio
En los ¨²ltimos seis a?os nuestro pa¨ªs ha experimentado una profunda transformaci¨®n en sus estructuras comerciales. Hemos pasado en un abrir y cerrar de ojos del tendero de la esquina al gran almac¨¦n, de la furgoneta que vend¨ªa pescado por las calles al moderno hipermercado. Es un salto notable, porque la aceleraci¨®n de los usos sociales en Espa?a ha sido -y es todav¨ªa en tantas cosas- terriblemente lenta. El proceso de cambio ha venido enmarcado en una serie de modificaciones del rol de los clientes y, al mismo tiempo, en una serie de reivindicaciones de los consumidores, que no se conforman ya con cualquier cosa.Cada vez que se pasa revista a todos estos cambios hay que recordar las implantaciones masivas de nuevos productos que se convierten r¨¢pidamente en l¨ªderes del mercado. Los congelados est¨¢n presentes en todas las despensas nacionales porque la variedad de productos es espectacular: desde patatas fritas preparadas a croquetas, pasando por verduras, carnes y pescados; el yoghourt es casi un alimento b¨¢sico en las dietas infantiles; los pantalones tejanos desplazan comercialmente a todas las vestimentas tradicionales, los muebles informales y de bajo precio han hecho olvidar las artesanales piezas de encargo que se transmit¨ªan de padres a hijos. Se ha producido una alteraci¨®n en el consumo como consecuencia de la prioridad de nuevos valores consumidores: higiene, calidad y precio. Y este es, en definitiva, el reto que se plantea la moderna distribuci¨®n en momentos de crisis como los actuales. Es fundamental reducir el coste de los productos b¨¢sicos que integran la ?cesta de la compra? como un elemento clave para corregir la inflaci¨®n. Nuestros estudios de mercado nos dicen que, a la hora de apretarse el cintur¨®n, los ciudadanos -todos nosotros- regateamos las compras de prendas de vestir, los viajes, las peque?as diversiones tradicionales: cine, teatro, cafeter¨ªas, restaurantes, etc¨¦tera. Pero en ning¨²n caso se reduce el presupuesto destinado a cubrir las necesidades b¨¢sicas.
Ahora mismo,la distribuci¨®n de los gastos mensuales de una familia media revela c¨®mo la propia vivienda y la alimentaci¨®n se llevan el bocado de le¨®n de la bolsa dom¨¦stica. Se nos va la vida en comer. Y adem¨¢s hemos aprendido a elegir. En la preocupaci¨®n de los consumidores, seg¨²n datos estad¨ªsticos recientes, prima saber que los productos que sirven a sus hijos son sanos, re¨²nen los m¨¢s altos requisitos de calidad e higiene, est¨¢n avalados por una marca comercial de prestigio y, adem¨¢s, son baratos. La batalla a librar est¨¢, por tanto, en vender esos productos con unos precios ajustados, con unos m¨¢rgenes comerciales m¨ªnimos.
La hora de la modernizaci¨®n de las estructuras come rciales ha llegado con dos compromisos b¨¢sicos: en primer lugar, modernizar la actividad para poder garantizar la calidad que se exige, y en segundo lugar, racionalizar la venta para poder reducir costos y, consecuentemente, rebajar los precios. Se trata, simple y llanamente, de servir mejor a los consumidores.
Hace unos a?os, el Ministerio de Comercio descubr¨ªa en un estudio sectorial en Catalu?a que un elevad¨ªsimo porcentaje de establecimientos de alimentaci¨®n carec¨ªan de balanzas para pesar los alimentos que vend¨ªan y no ten¨ªan c¨¢maras frigor¨ªficas para conservar los productos. Esta situaci¨®n va cambiando con demasiada lentitud. Y, paralelamente, no se arbitran desde la Administraci¨®n las medidas necesarias para impulsar la implantaci¨®n de los nuevos centros que garantizan, junto a la calidad y la higiene, los precios reducidos.
En Espa?a hay una docena larga de empresas dedicadas a la explotaci¨®n de hipermercados y otras tantas, de grandes almacenes y almacenes populares. Son muy pocas. Como ocurre en otros pa¨ªses, el sector de la distribuci¨®n puede dar cabida a diferentes f¨®rmulas cooperativas que servir¨ªan para relanzar un cap¨ªtulo fundamental de la actividad comercial, permitir¨ªa a las peque?as tiendas dar un mejor servicio a sus clientes y ayudar¨ªa a resolver un tema econ¨®mico de gran importancia: la lucha contra la inflaci¨®n.
Este reto de modernizaci¨®n deben asumirlo de manera singular las corporaciones locales, que tienen en sus manos la posibilidad de dinamizar todo el complejo proceso de creaci¨®n de nuevos centros. Ellas tienen ahora la llave. Pero se les est¨¢ oxidando entre las manos. En Francia, con m¨¢s de quinientos hipermercados, los municipios controlados por la izquierda han sido decisivos impulsores de esta f¨®rmula comercial, porque reconocen que sirve a los consumidores modestos. En Espa?a, muchas posibilidades de modificar y mejorar el equipamiento comercial de las ciudades se encuentran atrapadas en la burocracia municipal, atascadas en la discusi¨®n superficial de demagogias partidistas, olvidadas en los archivos urban¨ªsticos, muertas de risa en proyectos que nunca se convertir¨¢n en realidad. Los perjudicados son, m¨¢s que nadie, los propios consumidores. Y, a estas alturas, renunciar a tomar el tren de la higiene, la calidad y los buenos precios es poco menos que un suicidio colectivo.
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