Balada de gamberros
En el cine Fuencarral, coraz¨®n de un Chamber¨ª ruidoso de m¨¢quinas tragaperras y otros inventos de Milo Quesada, populoso de freidur¨ªas y Metros, se estrena una pel¨ªcula de Eloy de la Iglesia sobre la delincuencia juvenil y, como me hab¨ªa preanunciado Omar en la convocatoria, hay gran movida macarra en tomo al tema. Una agresividad de cremalleras, cuero negro, un aura de porro y de suburbio, una passadaEloy de la Iglesia supone o parece suponer (grandes cr¨ªtico tiene este peri¨®dico que explicar¨¢n mejor el flin), que la delincuencia juvenil hay que identificarla autom¨¢ticamente con la democracia, o porque as¨ª lo quieren ciertos pseudodem¨®cratas, o porque as¨ª lo quieren los autoritarios o porque esta democracia no vale y est¨¢ mal hecha. Yo creo que esta democracia s¨ª vale, aparte la delincuencia juvenil y otras inquisiciones m¨¢s o menos borgianas, y tengo que recordar que ahora se reedita mi primera novela, Balada de gamberros, editada en los sesenta y que se refiere a la delincuencia juvenil de los cincuenta -pleno franquismo- cuando uno era una especie de Jaro de provincias vestido de ropa dada la vuelta por la S¨ªnger de mi t¨ªa. O sea, que no nos liemos solos. Delincuencia juvenil ha habido siempre, o casi. Con motivo del centenario de Quevedo me est¨¢n breando a conferencias y art¨ªculos, lo cual que El busc¨®n y toda la picaresca son ya una movida delincuente y juvenil en el coraz¨®n carcomido del imperio y entre el oro podrido del Siglo de Oro. La soledad del corredor de fondo nos explic¨® hace muchos a?os que en la Europa industrial avanzada no s¨®lo hab¨ªa delincuencia juvenil, sino que ¨¦sta era consecuencia de la industrializaci¨®n.
Mi vecino el ultra, que lee la Prensa ¨¦pica de la tarde metido en la armadura medieval del vest¨ªbulo, para que no le incordie su se?ora, sostiene, con los periodistas y pensadores contradem¨®cratas que se re¨²nen todas las noches en torno a los delfines de la madrile?a fuente de los delfines, que la delincuencia juvenil la ha tra¨ªdo la democracia y que con Franco no habla de eso. A m¨ª me lo van a decir, que he sido delincuente juvenil dentro de un orden y siempre bajo la mirada aplaciente de Franco, como cuento en ese libro y en otros que no cito porque el director no me grave el sueldo en publicidad. En el estreno de la pel¨ªcula de Eloy de la Iglesia se aplaud¨ªan los cortes de los j¨®venes jaros a la autoridad y se re¨ªan los fallos de ¨¦sta o su brazo armado (demag¨®gicamente prolongados por el realizador). Esto no es nada modernoso, contra lo que pueda creerse, sino que estamos en West Side Story en manchego (as¨ª como hay quien dice que Opera Prima es un Manhattan madriles). Yo, como soy reinona, me voy m¨¢s atr¨¢s; me parece que estamos en Golfos de Nueva York, de Jacquie Coogan, a?os treinta. Los gamberros, con uno u otro nombre, han escrito siempre su balada de sangre en las grandes ciudades. Naturalmente que esto es un mal sociol¨®gico, una enfermedad de la sociedad y no del individuo (averg¨¹enza tener que recordarlo), pero una enfermedad de cualquier cuerpo social, democr¨¢tico o absolutista. E incluso un s¨ªntoma negativo de lo positivo: a mayor libertad, mayor delincuencia. Es f¨¢cil restar delincuencia sin disminuir la libertad. Toda la basca estrenista del Fuencarral, practicante de un navajerismo esteticista que ha pasado de mirarse en los espejos de hojalata del barrio a mirarse en los espejos art / nouveau de los cines, todo ese gent¨ªo presidido por la lozana andaluza /belga que es Claudia Gravy, me revela que la rebeld¨ªa social del delincuente joven (el joven es siempre Narciso) se ha hecho ya est¨¦tica, est¨¢ prisionera entre espejos. Los espejos son los coraceros de la democracia, mas que los guardias.
En Madrid hay menos delincuencia que hace un a?o. Cuando se hace una pel¨ªcula o novela sobre un problema, el problema est¨¢ fosilizado. El Jaro empieza a decaer y flipar (¨¦l que no flipa) cuando se ve sublimado/denunciado en los grandes espejos de la democracia: los peri¨®dicos.
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