La "sangr¨ªa" econ¨®mica de Hunosa trasciende a la penosidad de la mina
ENVIADO ESPECIALHunosa, la segunda empresa p¨²blica de Asturias, que aporta el 12,4% de la masa salarial de la regi¨®n, da empleo a casi el 10% de la poblaci¨®n activa del principado y produce el 56% de la hulla del pa¨ªs, constituye la cita obligada al enunciar el desacierto que caracteriza la gesti¨®n de la empresa p¨²blica en el Estado espa?ol.
Sus enormes p¨¦rdidas -m¨¢s de 18.000 millones de pesetas en 1979-, el absentismo -casi un 21 % en el pasado a?o- y la conflictividad -en La Camocha naci¨® Comisiones Obreras, en 1958- constituyen la trilog¨ªa negra que a la hora de hablar de Hunosa trasciende a la opini¨®n p¨²blica.
En un segundo plano queda la penosidad de un trabajo que ha de recurrir al absentismo como medio natural de autorregulaci¨®n de la jornada laboral y cuya ¨²nica identificaci¨®n posible ser¨ªa la vocaci¨®n artesanal por un trabajo que cada d¨ªa supone un nuevo reto de la naturaleza ante el hombre.
Como amenaza constante, con la seguridad siempre de que la vida profesional concluir¨¢ con la aparici¨®n de la silicosis a una edad en la que los protagonistas del mundo que no es la mina alcanzan la madurez profesional, la explosi¨®n de una bolsa de gris¨² o el derrumbe de una galer¨ªa por la que llegan hasta el mineral.
En lo que va de a?o, los pozos de Hunosa han registrado cuatro, muertos, cifra que resulta ¨®ptima si .no se olvida que en la ¨²ltima d¨¦cada fueron 215 las muertes contabilizadas en las diferentes explotaciones mineras de la empresa.
En este contexto, conocida la realidad cuantificable del trabajo en la mina, la Comisi¨®n de Industria del Congreso -por donde han de pasar las soluciones empresariales pensadas desde la Administraci¨®n para Hunosa- podr¨ªa visitar en breve una explotaci¨®n minera de la empresa, cualquier pozo, si es que el portavoz socialista en dicha comisi¨®n, Pedro de Silva, convence a sus miembros para descender a la realidad del trabajo sobre cuyo presente y futuro deben legislar.
La visita de los diputados, podr¨ªa realizarse en t¨¦rminos similares a la efectuada por los enviados especiales de este peri¨®dico al pozo San Jos¨¦, en Tur¨®n, donde ser¨ªan recibidos por el ingeniero jefe de la explotaci¨®n, Francisco Rosell Clari, valenciano, de Alcira.
"Ni riesgo, ni fr¨ªo"
El se?or Rosell tiene un tono de voz que recuerda al profesor Tierno Galv¨¢n, sobre todo cuando trata de tranquilizarte. ?No existe ning¨²n riesgo. Ni siquiera hace fr¨ªo en el interior de la mina?. Junto a ¨¦l sustituimos nuestras ropas por el equipo que habitualmente viste el minero. Mono, camisa, chaquetilla, camiseta, calzoncillos, calcetines, botas y guantes. Despu¨¦s todo quedar¨¢ ennegrecido, formando un conjunto con el cuerpo que sustenta el vestuario y como reflejo externo del oscurecido polvo que cada d¨ªa se apodera un poco m¨¢s de la salud del minero.
Dotados de la l¨¢mpara que ha de constituir pr¨¢cticamente la ¨²nica iluminaci¨®n en el interior del pozo, el visitante se encuentra ante la bocamina, en la que se abre la ca?a de hormig¨®n por la que discurre en vertical la jaula que sirve de transporte al minero hasta su mundo diario.
El descenso vertical y acelerado apenas si permite ver, en paralelo a la superficie, primero una, despu¨¦s otra, sendas galer¨ªas, la primera y la segunda, a cincuenta metros de profundidad cada una, hasta que la jaula se deposita suavemente en ¨¦l suelo y aparece ante los visitantes una oscura galer¨ªa. Es la tercera galer¨ªa, tiene ocho metros cuadrados de secci¨®n y se encuentra a 150 metros bajo la superficie.
?Ahora tenemos que andar dos kil¨®metros?, nos dice el se?or Rosell. ?Vamos, os ir¨¦ explicando lo que veamos. Esto?, se refiere a lo que nos rodea, y qu¨¦ apenas si vemos iluminado en los puntos donde se concentra el foco de luz que arroja la l¨¢mpara sobre nuestras cabezas, ?es todo roca entibada con cuadros met¨¢licos?. Por el centro discurren dos v¨ªas f¨¦rreas, muy estrechas, por las que circula el tren de vagonetas que retira la producci¨®n diaria de carb¨®n.
Cuando se llevan casi kil¨®metro y medio andados, con el aire a nuestras espaldas, lo que nos aporta una cierta fatiga m¨¢s acentuada por la continua descomposici¨®n de la figura a causa de las alteraciones que han de salvar nuestros pasos, la curiosidad interroga por la profundidad a la que nos encontramos. ?Qu¨¦ m¨¢s da, estamos abajo, en la mina, y en la mina no hay profundidades?. Insistimos. ?Pues, no s¨¦, podemos tener encima de nosotros quinientos metros de tierra. Estamos debajo de la monta?a de Cutiellos?.
Dos kil¨®metros de oscuridad
Sigue la marcha por la tercera galer¨ªa. Cruza nuestro recorrido un tren con 45 vagonetas y otras tantas toneladas de carb¨®n ganadas a la mina. Al frente de las unidades, el maquinista, en la soledad de la galer¨ªa. Ante ¨¦l, kil¨®metro y medio de oscuridad, s¨®lo rota por su l¨¢mpara.
Culminados los ¨²ltimos quinientos metros, a la izquierda de la galer¨ªa, un. hueco en la pared. Apenas s¨ª cabe un cuerpo. Nuestras luces iluminan su interior, sorteado de maderos, que sirven de entibaci¨®n de la galer¨ªa, que a lo largo de diez metros, con una pendiente de sesenta grados que obliga a gatear aferrados a los maderos hasta llegar a un espacio m¨¢s abierto, conduce al nicho o sobregu¨ªa del taller mecanizado. Este pozo es uno de los m¨¢s mecanizados de los que dispone Hunosa, por el car¨¢cter horizontal de la capa de mineral en explotaci¨®n.
En el nicho, sobre el carb¨®n reci¨¦n arrancado, dos hombres, dos picadores, cuyo rostro no es posible distinguir, al permanecer ocultos tras la mascarilla, que algo les protege del polvo que desprende el mineral, se afanan con el martillo picador en el arranque del mineral. Al chirriar de la barrena, que una vez hundido el acero en la veta cesa para permitir el desprendimiento del mineral arrancado, le sigue, con ritmo acompasado, las paladas del minero encargado de aliviar el camino al picador.
Simult¨¢neamente se cortan los maderos, que, sabiamente ajustados a las paredes y el techo, aseguran que el nicho se tenga en pie, que no haya derrumbamiento. En esta labor artesana se afanan cada jornada los dos turnos de picadores, que, desde que acceden a la galer¨ªa, a las siete de la ma?ana o a las dos de la tarde, permanecen en el interior de la mina siete horas. Durante este tiempo habr¨¢n empleado media hora en llegar hasta el taller, denominaci¨®n que recibe el puesto de trabajo del minero picador, habr¨¢n comido el bocadillo durante otra media hora y desde una hora antes de la salida a la superficie, incluida la media hora del regreso por la galer¨ªa, iniciar¨¢n las tareas de recogida de materiales y preparaci¨®n de la zona para el relevo.
Pero si el acceso desde la galer¨ªa al nicho resulta dif¨ªcil, el llegar hasta el taller mecanizado anexo al nicho ha de realizarse totalmente identificado con el suelo, arrastrando la respectiva humanidad entre las maderas y la maquinaria que posibilita el trabajo del cepillo mec¨¢nico, que en la explotaci¨®n horizontal sustituye al picador.
A rastras por la "calle"
En paralelo a la capa de mineral, y a lo largo de 250 metros, un transportador blindado asido al suelo de una galer¨ªa de noventa cent¨ªmetros de altura y una profundidad siempre variable en funci¨®n del nivel de explotaci¨®n en que se encuentre la capa de mineral. La galer¨ªa recibe el nombre de calle, por la que se arrastran los mineros -los visitantes, tumbados, reciben las explicaciones del se?or Rosell- entre el transportador blindado y los pilares (estemple es el t¨¦rmino exacto) hidr¨¢ulicos de aleaci¨®n ligera que aseguran la fijaci¨®n de la roca que tenemos sobre nosotros como techo. A la derecha de los visitantes, el techo aparece derruido una vez retirados los pilares para acompa?ar siempre el desplazamiento en horizontal del transportador paralelo a la capa de mineral en explotaci¨®n.
A los quince minutos de recibir explicaciones del se?or Rosell, entre peque?os golpes en la cabeza cada vez que te incorporas para
La "sangr¨ªa" econ¨®mica de Hunosa
seguir con detalle las indicaciones del anfitri¨®n y con un cierto sentimiento ajeno al mundo que protagonizan los mineros que se mueven con soltura por la calle cumpliendo con su trabajo, se le sugiere al jefe de la explotaci¨®n la conveniencia de retornar a la superficie para fotografiar la salida del primer turno. El pretexto es aceptado y comienza el regreso del taller mecanizado al nicho y del nicho a la galer¨ªa. El recorrido por ¨¦sta se hace m¨¢s ligero, con el aire que sirve de ventilaci¨®n a los habitantes del mundo que queda tras nosotros, y la presencia de la jaula, que nos devuelve a la superficie acompa?ados de los primeros integrantes del turno que ha cumplido su jornada, resulta ya familiar.Convivir con suciedad
Ya en la calle, mientras te desprendes de la ropa ennegrecida y te duchas para limpiar de tu cuerpo la suciedad con la que cada d¨ªa han de convivir los mineros, te enteras que el picador que m¨¢s gana en esta explotaci¨®n -informaci¨®n no facilitada por el se?or Rosell, exquisito cumplidor de su labor t¨¦cnica- no sobrepasa en l¨ªquido las 100.000 pesetas mensuales.
La producci¨®n media por hombre en el interior del pozo es de unos 2.700 kilos por jornal. La producci¨®n lavada se reduce a 1.300 kilos por hombre y jornal.
La producci¨®n bruta del pozo San Jos¨¦ -donde la ¨²ltima huelga que se recuerda fue ahora hace un a?o, a causa del paro protagonizado durante tres d¨ªas por los maquinistas de tracci¨®n, en reivindicac¨ª¨®n salarial- se sit¨²a en torno a las 300.000 toneladas/a?o, de las que, una vez lavado el mineral, como carb¨®n resultan 140.000 toneladas. Esta producci¨®n responde al trabajo de los 620 hombres que integran su plantilla, de los que tan s¨®lo noventa trabajan en el interior de la explotaci¨®n.
Cuando abandonas la mina te despide el mismo conserje que te llev¨® ante el se?or Rosell, un antiguo minero que hubo de abandonar el trabajo en el interior del pozo, afectado de silicosis.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.