Respuesta sindical a la crisis
El final del a?o, que siempre constituye un excelente momento para la reflexi¨®n, presenta en este mes de diciembre de 1980 una serie de factores que le diferencian de otras ocasiones similares, cuando todas las organizaciones, entre ellas los sindicatos, planifican su actuaci¨®n para el a?o siguiente.Yo situar¨ªa para UGT el comienzo de este a?o no en el habitual 1 de enero, sino en aquel 19 de noviembre de 1979, cuando en Madrid se celebra el XII congreso de la CIOSL y se introduc¨ªa al pa¨ªs, junto a todo Occidente, en una d¨¦cada en la que habr¨ªa que buscar un nuevo orden econ¨®mico y social. Y la referencia no es gratuita. Desde ese momento, el contraste entre lo que ser¨ªan las aspiraciones de los trabajadores y sindicalistas libres de este pa¨ªs y la propia realidad que nos ha tocado vivir, ha sido cada d¨ªa m¨¢s dura, m¨¢s evidente. Porque siendo precisamente las organizaciones sindicales las que m¨¢s han perdido en el recorrido de este ya extra?amente largo proceso de transici¨®n, s¨®lo al final de 1980 hemos conseguido alcanzar un cierto protagonismo, a trav¨¦s de las elecciones sindicales, y es s¨®lo ahora cuando se empieza a conocer nuestra aportaci¨®n al proceso normalizador iniciado aquel 1977.
Una de esas aportaciones, seguida a trav¨¦s de los comicios sindicales que ahora finalizan oficialmente, ha sido la clarificaci¨®n del espectro sindical espa?ol como punto de partida para el fortalecimiento del poder de los trabajadores. Clarificaci¨®n cuya caracter¨ªstica m¨¢s destacada, a mi entender, es una evidente bipolarizaci¨®n entre UGT y CC OO. Este hecho, a su vez, representa un importante ascenso de UGT y una muestra palpable de que la pol¨ªtica de responsabilidad desarrollada por nuestra central durante el a?o que finaliza, pese a todas las cr¨ªticas en su contra sobre una supuesta ?moderaci¨®n?, ha encontrado el eco esperado entre la clase trabajadora.
M¨¢s a¨²n, hay que ser optimista entre los resultados de estas elecciones, por lo que representan de afianzamiento de las centrales de clase, frente a las descaradas manipulaciones de unos -Gobierno- y otros -empresarios- por alzar hasta el 10% exigido a una ficticia tercera fuerza sindical, amalgama de siglas, intereses y obediencias.
Es evidente que el principal aval de este apoyo, el apartado por el Gobierno de UCD ha fracasado. Ser¨ªa no obstante una an¨¦cdota m¨¢s en la historia del movimiento obrero espa?ol si este fracaso no fuese acompa?ado de otros en terrenos mucho m¨¢s dolorosos para los trabajadores, como son el econ¨®mico y el propiamente pol¨ªtico.
Amenazas del Gobierno sobre topes salariales
Que el final de estas elecciones coincida con el conocimiento, a trav¨¦s de los ¨²ltimos datos hechos p¨²blicos por el Gobierno, de que 1980 puede acabar con una tasa de desempleo oficial del 12%, aboca a los sindicatos a esa doble responsabilidad que ser¨¢ encontrar alternativas a la crisis econ¨®mica que motiva ese paro, y, a la vez, soportar las m¨¢s graves secuelas del mismo en nosotros mismos, los trabajadores. M¨¢xime cuando lo cierto es que ese 12% ya es alcanzado en cifras reales -en las que se incluir¨ªa a los trabajadores comprendidos entre los catorce y los diecis¨¦is a?os- y los vaticinios del Ministerio de Econom¨ªa se?alan un nuevo incremento, menor que el registrado en el tercer trimestre de 1980, pero continuo.
Esta misma cifra, como ¨ªndice de la gravedad de la actual crisis, ha corrido y corre paralelamente a una ca¨ªda en la inversi¨®n, cuyos or¨ªgenes cabr¨ªa buscar, es cierto, en otra crisis de ¨¢mbito internacional -cuya gravedad y persistencia no se puede negar-, pero tambi¨¦n en la propia ineficacia del Gobierno y la desconfianza empresarial, no tanto ya en las perspectivas democr¨¢ticas del pa¨ªs como en las de obtener un beneficio cuando menos similar en a?os anteriores.
Todas esas circunstancias -paro, falta de inversi¨®n, resultado electoral- habr¨¢ de influir inevitablemente en la pr¨®xima negociaci¨®n colectiva para 1981. Ser¨¢ ese el momento de que cada sindicato ponga a prueba la fiabilidad de su alternativa electoral; la ocasi¨®n de enfrentarse con una negociaci¨®n colectiva en la que van a entrar en juego no ¨²nicamente aspectos sala?ales, sino, tambi¨¦n y sobre todo, la defensa de los puestos de trabajo, el mantenimiento del poder adquisitivo, las propias condiciones de trabajo y su incidencia en la productividad, el enfoque adecuado a las necesarias reestructuraciones sectoriales y un quinto elemento, como ser¨¢ el de avanzar en el reforzamiento del poder sindical de los trabajadores, a trav¨¦s de su presencia en las instituciones del Estado y en la empresa.
De otra parte, es muy probable que en ese mismo camino de la negociaci¨®n surja un nuevo obst¨¢culo, ya apuntado durante el debate de los Presupuestos Generales del Estado. Las amenazas del Gobierno, veladas o no, sobre topes salariales como los del ex vicepresidente Abril Martorell, intentan situarse sobre los propios sindicatos en un af¨¢n de contener las aspiraciones reivindicativas de ¨¦stos. Este reto, por tanto, no ser¨¢ suficientemente condenado si, paralelamente, las centrales sindicales no presentan alternativas viables y responsables.
Racionalizaci¨®n de la negociaci¨®n colectiva
Aun as¨ª, incluso para UGT, que ha potenciado un elemento de negociaci¨®n ¨²til como el AMIC, cuya validez ha quedado suficientemente demostrada durante 1980, el proceso de negociaci¨®n colectiva pr¨®ximo provoca incertidumbres por ese mismo intento de ingerencia gubernamental y por la duda de que el esfuerzo desarrollado por UGT -esfuerzo, no se olvide, absolutamente respaldado ya en las elecciones sindicales- encuentre su correspondencia en una actitud similar de la Administraci¨®n y los empresarios. Esa misma incertidumbre es la que hace pensar incluso en un 1981 conflictivo en tanto al objetivo de dicha negociaci¨®n no podr¨ªa ser exclusivamente salarial, sino que abarcar¨ªa aspectos como una pol¨ªtica de desempleo gubernamental con intenci¨®n de ser puesta en pr¨¢ctica, lucha contra la inflaci¨®n de forma que no vuelva a recaer sobre los trabajadores de forma esencial y desaparici¨®n de pr¨¢cticas antisindicales en las empresas, alcanz¨¢ndose de una vez esa relaci¨®n laboral que todos deseamos y algunos empresarios se obstinan en dificultar.
Son estas dudas las que, de materializarse, impedir¨ªan la renegociaci¨®n del acuerdo-marco interconfederal.
Quedar¨ªa un elemento m¨¢s en este panorama sindical que, a grandes rasgos, he tratado de aventurar para 1981. La aprobaci¨®n del Estatuto de los Trabajadores en el comienzo de la primavera de este a?o supon¨ªa el primer paso en el desarrollo de una faceta legislativa tan importante como es la referida a las relaciones laborales, que hasta ese momento hab¨ªa permanecido estancada, por no decir que era inexistente. Ya qued¨® claro entonces que este no es nuestro estatuto y que en aquel momento y ahora condenamos el t¨ªtulo I. Pero no se puede ignorar que el estatuto, junto al acuerdo-marco, han sido los ¨²nicos elementos racionalizadores de la negociaci¨®n colectiva en particular y de las relaciones laborales en general. El pr¨®ximo a?o habr¨¢ que presenciar un desarrollo mucho m¨¢s amplio de esa legislaci¨®n laboral m¨ªnima y otros proyectos como el de huelga y ley org¨¢nica de libertades sindicales, sin las que no cabe hablar de Estado democr¨¢tico.
La relaci¨®n de esperanzas, dificultades, objetivos y obligaciones para las centrales sindicales de clase es, como se ve, amplia. Pero ser¨¢ hora, dejando un margen de confianza a la voluntad de todos, de que se inicie el verdadero proceso democr¨¢tico en lo laboral. Porque corremos el riesgo de que la ?d¨¦cada de los ochenta?, en todo lo que supone de convocatoria para iniciar una nueva etapa en Espa?a, no comience nunca.
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