Ingeniosamente pl¨²mbeo
Dice Berlanga que el cine, antes que entrar en la Academia, deber¨ªa volver a las barracas de feria donde inici¨® sus d¨ªas. Muchos otros realizadores lo afirman, sobre todo en Am¨¦rica, pero, una vez obtenido el ¨¦xito del p¨²blico y el dorado pasaporte de los oscar, se empe?an en una mal entendida profundidad o trascendencia a trav¨¦s de la modesta imitaci¨®n, cuando no de un pu?ado de frases ingeniosas.Tal sucede con Woody Allen. Padre feliz, en sus comienzos, de un humor cerebral, pero efectivo, en el que la palabra ten¨ªa tanto valor como su imagen desmedrada, esa palabra ha ido creciendo, no s¨®lo en sus pel¨ªculas, sino en libros de modestas proporciones, convertidos en evangelio especial para multitud de admiradores. Imitador no demasiado afortunado de Bergman anteriormente, ahora apunta en su periplo europeo, nada menos, que a Fellini. Este ya realiz¨® hace tiempo su Ocho y medio, en, el que tambi¨¦n un director de cine, a lo largo de un rodaje, echaba su mirada atr¨¢s cont¨¢ndonos su vida entre el recuerdo, la fantas¨ªa y el psicoan¨¢lisis. No es cuesti¨®n de descubrir ahora lo que el maestro de La dolce vita es capaz de alcanzar cuando anda de por medio su mundo interior, su b¨²squeda de un sentido de la vida.
Recuerdos
Gui¨®n y direcci¨®n: Woody Allen. Fotograf¨ªa: Gordon Willis. Int¨¦rpretes: Woody Allen, Charlotte Rampling, Jessica Harper, Marie Christine Barrault, Tony Roberts, Daniel Stern. Comedia. Blanco y negro. EE UU. 1980. Local de estreno: cine Pompeya.
Su al alumno Allen se inspira en ¨¦l, incluso en sus rostros grotescos, en su deforme galer¨ªa de retratos, donde se mezclan, en primeros planos, familia, fans y frustraciones.
Recuerdos es en s¨ª, m¨¢s que una historia, una larga entrevista coartada que el director se hace a s¨ª mismo para sacar a la luz sus opiniones, donde se justifica, en la que ¨¦l mismo se pregunta y se responde. Sin embargo, el ingenio servido as¨ª puede llegar a resultar cargante, salvo dotes excepcionales o brillantes. No es este el caso, en parte, porque al, mofarse de sus admiradores, en, el fondo los cita para pr¨®ximos cap¨ªtulos en los que volver¨¢ a contarnos retazos de su vida, no demasiado pr¨®diga en lances originales.
Allen es uno de los pocos realizadores a los que se permite el lujo de rodar en blanco y negro, lo que, por otra parte, resulta demasiado exquisito y convencional, m¨¢s cerca del cine de ensayo mal entendido que de un p¨²blico ya dispuesto a re¨ªr apenas iniciados los t¨ªtulos de cr¨¦dito. La risa es su modo de demostrar su admiraci¨®n, su aceptaci¨®n al menos. Cuando la risa falla, por mucho que se diga a prop¨®sito de secretas intenciones, el rostro del actor, sus planos en el vac¨ªo para entrar una vez el di¨¢logo iniciado, los exteriores vagos, las estaciones de ferrocarril exquisitas, los interiores refinados, s¨®lo reflejan un manierismo gratuito en el que insiste el empe?o en mirarse o, mejor, admirarse a s¨ª mismo.
Es verdad que todo el mundo, desde Bob Fosse a Allen, est¨¢ en su derecho de mirarse en el espejo de s¨ª mismos, que para nadie hay nada m¨¢s importante que sus propias preguntas y sus propias respuestas...
Lo importante, sin embargo, es comunicar a los dem¨¢s las propias inquietudes. Groucho Marx, sin ir m¨¢s lejos, maestro y precursor de Allen, al cual se dedican en el filme constantes homenajes murales, aunque escribi¨® tambi¨¦n, nunca llev¨® al cine su propia biograf¨ªa, seguramente por no aburrir a los dem¨¢s, por intuir quiz¨¢ que el ingenio verdadero, por encima del ¨¦xito, siempre se niega a abandonar el cobijo de los propios libros.
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