Los miedos de Blanco Amor
No pudo llegar a la cama del hospital vigu¨¦s. La trombosis, viajera en el mismo taxi, se avalanz¨® sobre Eduardo Blanco Amor, hasta acogotarle. Corr¨ªa la noche del 1 de diciembre de 1979.En estos fr¨ªos d¨ªas de 1980 su ciudad natal le recuerda y dedica un homenaje. Han puesto su nombre a una calle del barrio de las Lagunas, entorno en que vivi¨® sus ¨²ltimos a?os. A su tumba del cementerio de San Francisco se han llegado sus paisanos para ponerle unas flores. A Blanco Amor se le aprecia y valora en Auria -Orense-, por lo que se hacen verdad las palabras de su amigo mediterr¨¢neo Juan Gil-Albert, que, as¨ª, rezan: ?Como un fegonazo vivificador al esp¨ªritu de quienes seguimos viviendo, rasgando las claras aguas de la existenc:ia con una estela,de profundidad.
Galicia ha sido, y es, rica cantera de novelistas, sean o no biling¨¹es. De sus vetas,, la prodigiosa y culta capacidad fabuladora de Torrente-Ballester, la sentenciosa y potente prosa de Cela, la magia fresca y creadora -llena de meigas y filtros- de Cunqueiro, la fr¨ªa y laber¨ªntica realidad de Dieste; la barroca, l¨ªrica y humor¨ªstica obra de Blanco Amor. Como padre de todos ellos, Valle-Incl¨¢n, el de las barbas de chivo. Un sello diferenciador con respecto a los novelistas de otras geograf¨ªas espa?olas: lo gallego, que no es otra cosa que la imaginaci¨®n, ese bello ejercicio literario que camina entre la raz¨®n y lo m¨¢gico. Es Torrente- Ballester quien mejor defirte la importancia de la ra¨ªz: ?Cuando yo me encuentro seco meto la mano en el fondo y saco experiencias gallegas?. El factor gallego -paisaje, mitos, viejas culturas y tra dicciones-, producto de una derrota cultural -ante la romanizaci¨®n-, y que, al mismo tiempo, sirve de condimento y est¨ªmulo para enhebrar una excepcional fabula-ci¨®n, bajo el eco musical -esa cadencia peculiar- de un lenguaje local y milenario aplicado al castellano.
Eduardo Banco Amor o cincuenta a?os de exilio. Hab¨ªa nacido en 1897 y con veintid¨®s a?os agarra la escueta maleta de la emigraci¨®n para afincarse en Buenos Aires. Es el mayor de tres hermanos de una familia peque?o-burguesa venida a menos. Un autodidacta que llegar¨¢ a impartir docencia en las universidades de Chile y Uruguay, en la Escuela Superior de Bellas Artes de la Universidad de la Plata, en la Comedia Nacional Argentina. Forma parte y es el ¨²ltimo representante de la generaci¨®n de la Revista NOS -Castelao, Otero Pedrayo, Risco, B¨®veda, etc¨¦tera-, la que va de 1920 a 1936. Blanco Amor, un pro fesor de humanidades que ense?a a leer a los emigrantes, el agitador cultural de la editorial EMECE, el secretario y confidente de Castelao; el gallego, que se incorpora al grupo SUR y al Centro Gallego, junto a Carlos Maside y Rafael Dieste, el emigrante que hace de cireneo con el exilio pol¨ªtico de nuestra guerra civil, el amigo fiel de la generaci¨®n del 27, de Lorca sobre todo. Blanco Amor periodista -fue director de la revista C¨¦ltica, fundador y director de A Terra; fundador, con V¨ªctor de la Serna, de la revista Ciudad y corresponsal de La Naci¨®n en Madrid-, ensayista, cr¨ªtico, dramaturgo, poeta, no velista y pol¨ªtico -su ¨²ltimo mitin anticaciquil del brazo de Alberti, en 1977-Blanco Amor, un escritor todo terreno, de profunda conciencia social y civil, con una obra cercana al compromiso. Pose¨ªa lo que Octavio Paz se?ala para el escritor aut¨¦ntico: ?Sensibilidad moral para las cosas de los otros?.
Di¨¢logos en la puerta de la Casa de Lot, las memorias inacabadas que deja el escritor orensano al verse sorprendido por la muerte. Ya no podr¨¢ finalizarlas -ni tampoco seguir escuchando a Brahms- este novelista que, seg¨²n confesi¨®n propia, se sent¨ªa tributario de Proust, Gide, Freud, Joyce, Heriry James, Meredith y, por encima de todos, de Valle-Incl¨¢n. Eduardo Blanco Amor empez¨® a ser novelista con cincuenta a?os -dir¨¢: ?Escritor de decisi¨®n o desverg¨¹enza tard¨ªas?-, y la primera novela larga que escribe en gallego -Aquella gente- le pilla con sesenta. Novelista biling¨¹e, que traduce sus propias obras en ambos sentidos. Siempre tuvo fama de buen orador; tambi¨¦n la prosa se le daba f¨¢cilmente. Gracias al homenaje que, en el Buenos Aires de 1949, le montan -Por sus treinta a?os de servicios a la democracia- sus amigos exiliados -los Alberti, los Casona, los Jim¨¦nez As¨²a, la Xirg¨², el doctor del R¨ªo Hortega, Dieste, posiblemente tambi¨¦n Gil-Albert-, este ex ni?o ?enfermizo, ojiabierto y siete lenguas? se pone a novelar. Y lo hace en la forma cong¨¦nita de la expresi¨®n gallega: el barroco. Blanco Amor ser¨¢ en su narrativa barroquizante -por vocaci¨®n y por nacionalidad-, al par que intimista, coloquial, l¨ªrico y humorista. Todo un modo de ser y realizar un oficio -el de escritor.
Una pequena autobiograf¨ªa en cuentos (Las musara?as), en la que uno de sus personajes se pronunciar¨¢ por el tema central de su vida, la emigraci¨®n. Sus palabras son atinadas: ?Uno va llenando la casa de extranjeros, y se termina no siendo ni de ac¨¢ ni de all¨¢, ?la gran perra!; y si no haces plata, a¨²n es peor?..., ?que entonces pierdes tambi¨¦n la esperanza de volver y te quedas, as¨ª, como a media vida?. Bajo la constante presencia de la catedral de Orense -ese inagotable y enigm¨¢tico juguete de piedra de la propia infancia- redactar¨¢ La catedral y el ni?o, la cr¨®nica de su ciudad, en la que tardar¨¢ tres a?os. La novela antiburguesa es Aquella gente, y en ella se describen las luchas pol¨ªticas de principios de siglo en Orense. Dentro de ese retrato de ¨¦poca, las vivencias y los pelajes de su pueblo -?raza sufriente e hiriente, por tanto condenada a tener paciencia?-, en su lengua de origen, el gallego -?sin letra de molde en casi todos los siglos de imprenta; una lengua de necesidad?- Y La parranda, su obra maestra, una novela corta, jugosa y, a la vez, recia, de gran poder narrativo en trama, lengua y personajes.
?El silencio era tanto que no se sab¨ªa qu¨¦ hacer con ¨¦l?, escribir¨¢ en la novela finalista del Nadal, que luego ser¨ªa Premio Nacional de Literatura. Lleva por t¨ªtulo Los miedos. Blanco Amor no quer¨ªa estar solo; lloraba mejor si estaba con alguien, y le produc¨ªa tristeza -que no l¨¢stima- la gente pobre. Se pas¨® el d¨ªa y la noche buscando compa?¨ªa. Ten¨ªa miedo de hacerse viejo y hambreaba la amistad de los j¨®venes. A Eduardo Blanco Amor le frecuentaban los miedos m¨¢s dispares. Ahora, a lo mejor, se siente definitivamente acompa?ado, mientras que por la profunda humedad de una corredoira fluye el silbo de una gaita con dulce voz de abuela.
Babelia
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