La reforma carcelaria
Ya en tiempos de Franco se intentaba comer el coco a la gente cuando se aseguraba que no exist¨ªa en el mundo un r¨¦gimen penitenciario m¨¢s justo, humano y cristiano que el espa?ol. Pero, claro, la gente no se lo cre¨ªa, y con raz¨®n. Hoy es distinto. Ahora que pol¨ªticamente estamos casi a nivel europeo, que nos hemos dado unas instituciones democr¨¢ticas en las que nos vemos representados, ahora es f¨¢cil dudar que en las c¨¢rceles espa?olas se est¨¦ literalmente masacrando a seres indefensos.Lo cierto es que hoy en las c¨¢rceles se reprime m¨¢s y mejor que en la ¨¦poca franquista. Las condiciones de vida se acercan a moldes propios de pa¨ªses tercermundistas. Y no es que lo digamos s¨®lo los presos, parte interesada, sino que tambi¨¦n, incluso corriendo el riesgo de expediente disciplinatorio, lo mantienen los propios funcionarios. O por los menos aquellos que se niegan a torturar y no pueden soportar que otros lo hagan. Y lo denuncian tambi¨¦n los m¨¢s de veinte presos que se han suicidado en los ¨²ltimos diez meses, y los que se abren las venas, y los que se comen bombillas, tenedores, cucharas, etc¨¦tera.
Todo esto ocurre porque a estas alturas no existe una real voluntad de cambio. Se intenta, como en otros tantos campos de la sociedad, cambiar la forma, pero no el fondo. Que no se nos diga que la reforma encuentra una firme oposici¨®n en algunos elementos del funcionariado. Eso no vale. La oposici¨®n viene, en todo caso, de aquellos que, tienen la facultad de expedientar o cesar a los que se oponen al cambio. Ning¨²n funcionario torturar¨ªa a un preso si tuviera la certeza de que le iba en ello su empleo.
En la actualidad, reivindicar los derechos que proclama la ley General Penitenciaria supone ser ?fichado? inmediatamente como elemento subversivo, etiqueta que asegura una persecuci¨®n constante.
Cuando se trata de presos sociales, los organismos pro derechos humanos se inhiben totalmente. Amnist¨ªa Internacional, por ejemplo, en sus informes excluye lo relativo a estos presos.
La ley General Penitenciaria se ha quedado, un a?o despu¨¦s de su aprobaci¨®n, en simple papel mojado. Es cierto que esta ley no resuelve por s¨ª sola todos los problemas carcelarios, pero no menos cierto es que su aplicaci¨®n reducir¨ªa enormemente la tensi¨®n que existe hoy en los medios penitenciarios.
Para terminar, las c¨¢rceles deben abrirse. Debe posibilitarse que todos los presos accedan al r¨¦gimen abierto, como garant¨ªa de que su reinserci¨®n en la sociedad se llevara a cabo./ Preso social de la c¨¢rcel de Carabanchel.
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