AC/DC en Madrid: una m¨²sica excesiva para un p¨²blico excesivo
El primer gran concierto del a?o, y adem¨¢s por uno de los grupos m¨¢s salvajes del momento, AC/DC, en el Pabell¨®n del Real Madrid, el s¨¢bado por la noche. Esa es la historia.Un cuento que comienza en realidad varios d¨ªas antes, cuando las entradas se agotan con toda rapidez para ir a caer en las manos de una poco escrupulosa e incontrolable reventa que acab¨® en las puertas del pabell¨®n pidiendo (y obteniendo) 3.000 pesetas por un boletillo de setecientas. Demasiado cara y alguna m¨¢s partida en una entrada defendida por el servicio de orden y las fuerzas del mismo con gran entrega y contundencia. Ser¨ªa cuesti¨®n de estudiar el voluntarismo que muestra una parte del p¨²blico potencial madrile?o, una compulsi¨®n extra?a y nunca vista que lleva a cientos de personas a aguantar en pie firme y congelado una actuaci¨®n desde fuera del recinto, sin entender nada y esperando menos. No ocurre en ninguna parte salvo aqu¨ª, y es que probablemente no haya otra cosa que hacer, algo triste y contradictorio en una ciudad tan entretenida como se pretende ¨¦sta.
Una vez dentro del pabell¨®n comienza el show. No la m¨²sica, sino el espect¨¢culo incre¨ªble de gente profundamente embriagada, con caras desencajadas, vomitando al paso o a la carrera, tumb¨¢ndose como sacos sobre cajas de equipo. Pocas veces se ha visto un estado general tan desasistido, donde los pasillos se convert¨ªan en un territorio resbaladizo sumido bajo una fina capa de no se sabe qu¨¦. Y a todo esto, hay personajes tambaleantes que afirman con poca energ¨ªa encontrarse muy bien, al tiempo que otros de parecidas caracter¨ªsticas aseguran todo lo contrario. La polic¨ªa se pasea por el marasmo olfateando aqu¨ª y all¨¢, escogiendo de cuando en cuando a alguno de aspecto similar al resto. Medio tr¨¢gico, medio divertido, medio triste, medio todo: aquello se pasaba de cualquier expresi¨®n. Porque adem¨¢s hab¨ªa quienes segu¨ªan queriendo colarse y abr¨ªan puertas laterales para ser rechazados a patadas por servicios de orden y porteros engallados. Un p¨²blico sorprendente este del rock duro madrile?o, cristales que saltan hechos a?icos y luces que se apagan.
Para encenderse, Maggie Bell y su grupo. Muslorra, tetona y con buena intenci¨®n, Maggie Bell, hist¨®rica cantante de rythm and blues que estuvo en Stone de Crows, all¨¢ por el cambio de la anterior d¨¦cada, y que desde 1973 consigue mantenerse cantando en solitario delante de cualquier estrella. Tanto ella como el grupo que la lleva son r¨¢pidos y son rock and roll y blues. Funcionan bien y la gente baila, aunque ella, la verdad, no sea la misma y se mueva algo masivamente. Ahora bien, iba de telonera, y la gente suele estar esperando su otra cosa. Pero Maggie Bell o la marcha repentina. (fruto de la combusti¨®n interna, m¨¢s bien) del p¨²blico hicieron que la media hora que estuvo sobre el, escenario quedara para un agradable recuerdo.
Las luces se encienden, y por entre la neblina que coloca se observa un patio sin butacas lleno de gente de extracciones variadas y media de edad ya no tan ni?a. Tampoco carroza perdida, pero s¨ª con recuerdos que pueden remontarse a Deep Purple.
Un martillo de metal
Y suena un ta?ir enorme. Y se abre el tel¨®n. Y lentamente baja eso, una enorme campana que se sit¨²a a la altura de la cabeza, con gorra de portuario, de Brian Johnson, el nuevo cantante de AC/DC, que agarra un pesado (?) martillo de metal y golpea sa?udamente la campana. Es todo m¨²sculos y con un aspecto tan protot¨ªpicamente machortera como cab¨ªa esperar. Y en seguida comienza la fiesta.
Todo el tiempo va a ser igual, con un sonido tan potente que es cuesti¨®n de preguntarse si resulta sano pasar las dos horas siguientes al concierto con un insistente pitido en las orejas. Deb¨ªa serlo o, por lo menos, resultaba divertido, con aquella garganta soltando graznidos aprendidos del Robert Ptant o los Slade, menos refinados. Canciones como El infierno no es un mal sitio para estar o Campanas del infierno o Rock?n roll no es poluci¨®n sonora. Estaba muy claro, con Angus Young, el guitarrista loco saltando electrizado con su traje de colegio brit¨¢nico, como lo har¨ªa Guillermo si le hubiera tocado la ¨¦poca del rock en vez de la de Richmal Crompton. Porque el tipo era el espect¨¢culo, botando, corriendo, tocando su guitarra y mostrando el culo. Y ya, en un arrebato de dominio y valor, se lanza al ruedo y, sobre los hombros de un asistente, sale entre la gente, que le vitorea, y no le pasa nada. S¨®lo con ello ya lo ten¨ªan todo hecho, el resto era rock pesad¨ªsimo, con grandes luces y marcha en carne viva. Fue un gran concierto de la m¨²sica m¨¢s excesiva que se pueda escuchar hoy en d¨ªa. Y la gente supo estar a la altura.
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