Gitano
Se adaptan a cualquier circunstancia; soportan un medio hostil; si los echan al r¨ªo, les crecen aletas. Mientras la discusi¨®n trate sobre el arte indiscutible de Marchena, aguantan el envite con burlona sutileza, pero si alguien osa hablar de ?minor¨ªas ¨¦tnicas?, ellos exigen que se acepte otra palabra: la palabra libertad.Hace pocos d¨ªas, en una magn¨ªfica entrevista que Rosa Montero le hizo en EL PAIS SEMANAL, Arrabal citaba a uno de ellos que, aun d¨¢ndole la raz¨®n a Durruti, se negaba a luchar, a matar a un hermano. ?Yo he venido de cualquier parte y me ir¨¦, cuando me d¨¦ la gana, a cualquier parte ?, sentenci¨® en otra ocasi¨®n el hijo del jefe de una tribu a la que pretend¨ªan echar no s¨¦ cu¨¢ndo de no s¨¦ d¨®nde.
Porque los gitanos -de ellos se trata, s¨ª se trata de los gitanos- tendr¨¢n que irse, no siempre por las buenas, a cualquier parte hasta que en Espa?a no aparezca un fiscal como el sueco Birri Olssen, que hace unas semanas conden¨® en Estocolmo a un energ¨²meno por haber colocado en un camping de su propiedad una pancarta que dec¨ªa: ?Aqu¨ª los gitanos no son personas gratas?. El castigo consisti¨® en una multa igual a la recaudaci¨®n obtenida por el due?o del negocio durante cuarenta d¨ªas de trabajo.
A esos lugares, los campings, se suele acudir con rouloties, pues bien, en uno de ellos, en una de esas roulottes del n¨®mada verdadero que son las caravanas, vino al mundo uno de los gitanos m¨¢s importantes de todos los tiempos. Jean Baptiste Reinhardt, Django para todo el mundo, naci¨® en Liberchies (B¨¦lgica), en 19 10, un detalle que consignan todos los expert¨®logos en m¨²sica y que, a mi juicio, es un dato sin importancia para aquellos que, adelant¨¢ndose en siglos a la ilusi¨®n de los ?payos?, ya viven en un planeta sin fronteras, en una especie de Mercado Com¨²n Mundial, sin papeles sellados ni pactos de Varsovia. Como buenos n¨®madas, los Reinhard estaban hoy aqu¨ª, ma?ana all¨¢; estaban en cualquier parte. El exquisito Jean Cocteau, en una bell¨ªsima pel¨ªcula producida y financiada por ¨¦l, una pel¨ªcula s¨®lo para sus ¨ªntimos y los de Reinhardt, escoge para la narraci¨®n en off no al eb¨²rneo Jean Marais, sino que busca la partisana voz de Ives Montand, quien comienza diciendo: ?Django pertenec¨ªa a esa raza de hombres que d¨ªa a d¨ªa le disputa el destino a Dios?; pues la tribu de los Reinhardt viv¨ªa adivinando el porvenir con los naipes o consultando el hor¨®scopo en las l¨ªneas de las manos.
A los doce a?os, Django no s¨®lo desconoc¨ªa su futuro, sino que ignoraba en qu¨¦ d¨ªa estaba viviendo. Pero sab¨ªa fumar Gitanes, tocar a la perfecci¨®n la guitarra, el bajo y el viol¨ªn, y tambi¨¦n sab¨ªa deslumbrar a veteranos billaristas anot¨¢ndose doscientas carambolas de una sola tacada. Nadie le ense?¨® m¨²sica, nadie c¨®mo practicar el billar a tres bandas, pero la vida tiene extra?os rumbos.
Accidente grave
A los dieciocho a?os, Django estaba en Par¨ªs y hab¨ªa tocado ?musettes? en algunos antros y hecho carambola en todos los billares de la ciudad. Entonces le ocurre algo que si a un ?payo? puede destrozarle la vida, a un gitano le conduce a la ruina: se incendia el carromato donde viv¨ªa, sufre terribles quemaduras en medio cuerpo y quedan totalmente inutilizados para siempre los dedos anular y me?ique de su mano izquierda, esos que los guitarristas usan para tensar las cuerdas y, en consecuencia, modificar los sonidos.
A los ocho meses sale del hospital con una mano que se asemeja a las ramas de un sarmiento mineralizado, y tambi¨¦n con el invento de una pasmosa digitaci¨®n que miles de guitarristas han intentado en vano imitar, y descubre el jazz.
En 1934, Django forma con Stepliane Grappelly el quinteto del Hot Club de Francia. Legiones de aficionados de Espa?a, Holanda, B¨¦lgica y Suiza quedan pasmados ante la t¨¦cnica e inspiraci¨®n de Django. Se puede sentir el lirismo hasta en los t¨ªtulos de sus creaciones: Parfume, Finesse, Daphne, M¨¦lodie au cr¨¦puscule y, claro est¨¢, Nauges...
Edward Kennedy ?Duke? Ellington se asombra cuando le Dye tocar; ¨¦l, que era acogido en Christian Dior con la majestuosidad propia de la casa; ¨¦l, que de un s¨®lo golpe compraba cincuenta corbatas analiz¨¢ndolas una a una: ?Esta ir¨¢ muy bien para cenar en Maxim's; ¨¦sta es ideal para combinar con los atardeceres de Vermont, y esta es perfecta para, hacer una visita a las se?oras de la Com¨¦die ... ?. El ?Duke?, que ya hab¨ªa escrito la ¨®pera Black brown and beige, present¨¢ndola en el Carnegie Hall de Nueva York, con Mahalia Jackson como estrella; s¨ª, el ?Duke? se meti¨® en el carromato de Django y le dijo: ??Sabes lo que es el jazz? Yo te lo dir¨¦. Es tan s¨®lo una palabra de cuatro letras?; luego marc¨® tres compases con sus dedos con las u?as esmaltadas, y prosigui¨®: ??Sabes cu¨¢l es la verdad? ?La m¨²sica, Django, la m¨²sica! Eso es tan importante como la misma vida. Ven conmingo a Estados Unidos?.
La gira americana de Django fue un ¨¦xito impresionante que dej¨® patidifuso al mismo ?Duke?, el cual ten¨ªa necesidad, para ensayar, de alinear encima del Steinway dos paquetes de Pall Mall, dos envases de Kleenex, una caja con seis Coca Colas, una libra de az¨²car en terrones marca C&H, una cuchara de caf¨¦, un abrebotellas de los que regala la cadena de hoteles Hilton, un cenicero de aluminio, una nevera port¨¢til con ocho litros de hielo y un bolso de viaje de cualquier l¨ªnea a¨¦rea mientras llevara tres toallas dentro. El z¨ªngaro Django le preguntaba si hab¨ªa lugar para una botella de Pernod, y todos re¨ªan. El ?Duke?, que era gran experto en mujeres y que hab¨ªa visto guerras, jefes de Estado y hasta el Gobierno de Liberia le hab¨ªa encargado el himno nacional, que no s¨®lo escribi¨®, sino que una tarde lo ampli¨® a su colosal ?Liberian suite?, ?Duke?, que en Par¨ªs viv¨ªa en el hotel Tremoailles, rodeado de Bach y Vivaldi, de chocolatinas y de mujeres que hac¨ªan cola para comer con ¨¦l esas chocolatinas; ?Duke?, que iba siempre acompa?ado de Biblias, de tratados de pintura y arquitectura, de botellas de colonia fabricadas exclusivamente para ¨¦l; ?Duke? no pudo aprender a jugar al billar. ?Te envidio, Django; yo soy libre, pero t¨² lo eres m¨¢s?. Y es que, mientras miles de m¨²sicos habr¨ªan aprendido hasta el tam-tam con tal de tocar una sola vez con Ellington, Django lo dejaba plantado por una partida de billar apalabrada en cualquier tugurio de Manhattan.
?La vida, amigo, es el arte de lo cotidiano?, dec¨ªa el poeta Giuseppe Ungaretti. Eso es precisamente lo que amaba Diango. Compartir el vino, besar a la madre, dialogar con la portera, ac¨¢nciar un perro. El se perd¨ªa detr¨¢s de la palabra innoble o r¨²stica, sofisticada o literaria, como si una tendencia desconocida invirtiera la suprema finalidad del arte introduci¨¦ndolo por caminos peligrosos que Django se negaba a recorrer. Odiaba los contratos formales, las rutas programadas, los horarios estrictos. Para Django, vivir las cosas cotidianas era meterse por los poros a los seres que amaba, atrapar la fragilidad misma de los objetos y los sonidos que estaban bullendo en su alma y en las calles de Par¨ªs.
Entr¨® en la intimidad de la gente por las venas de la m¨²sica, repartiendo, generoso, el tesoro de su guitarra con la humanidad entera, gitanos y ?payos?; pero compartir los bienes de un hombre como ¨¦l -o como Ellington, Sabicas, Ella Fitzgerald o la Ni?a de los Peines-, un genio que eligi¨® la m¨²sica como la ¨²nica manera de comunicarse y expresarse, requiere el despojamiento y la sensibilidad del auditor al que Django se dirige siempre en un tono estrictamente personal.
Romanticismo vital
Trat¨¢ndose de un gitano como Django es muy f¨¢cil mentar el romanticismo, ese inconstante sentimiento que se resiste a morir en un siglo que todo lo agosta, como queriendo eludir el hueso de la historia, se?alado por un mu?eco agonizante en la puerta de un hotel, y que Paul Eluard, como una premonici¨®n, lo convirti¨® en poema antes que John Lennon viniera al mundo y se fuera de ¨¦l en un suspiro: ?Comprenda quien quiera; / mi remordimiento fue / la desdicha que qued¨® / sobre el pavimento?.
El d¨ªa en que Django se encontr¨® con su guitarra no qued¨® mucho por decir y hacer en esa materia. Desde su muerte, en 1953, todo lo que se ha dicho y hecho con ella ha sido inferior a su obra. Con mayor o menor inocencia, el pueblo siempre lo recuerda. Me alegro. Los gitanos gozan de buena memoria, incluso cuando est¨¢n muertos. Ellos vienen de cualquier parte para irse, cuando les da la gana, a cualquier parte.
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