La poes¨ªa, al alcance de los ni?os
Un maestro de literatura le advirti¨® el a?o pasado a la hija menor de un gran amigo m¨ªo que su examen final versar¨ªa sobre Cien a?os de soledad. La chica se asust¨®, con toda la raz¨®n, no s¨®lo porque no hab¨ªa le¨ªdo el libro, sino porque estaba pendiente de otras materias m¨¢s graves. Por fortuna, su padre tiene una formaci¨®n literaria muy seria y un instinto po¨¦tico como pocos, y la someti¨® a una preparaci¨®n tan intensa que, sin duda, lleg¨® al examen mejor armada que su maestro. Sin embargo, ¨¦ste le hizo una pregunta imprevista: ?qu¨¦ significa la letra al rev¨¦s en el t¨ªtulo de Cien a?os de soledad? Se refer¨ªa a la edici¨®n de Buenos Aires, cuya portada fue hecha por el pintor Vicente Rojo con una letra invertida, porque as¨ª se lo indic¨® su absoluta y soberana inspiraci¨®n. La chica, por supuesto, no supo qu¨¦ contestar. Vicente Rojo me dijo cuando se lo cont¨¦ que tampoco ¨¦l lo hubiera sabido.Ese mismo a?o, mi hijo Gonzalo tuvo que contestar un cuestionario de literatura elaborado en Londres para un examen de admisi¨®n. Una de las preguntas pretend¨ªa establecer cu¨¢l era el s¨ªmbolo del gallo en El coronel no tiene quien le escriba. Gonzalo, que conoce muy bien el estilo de su casa, no pudo resistir la tentaci¨®n de tomarle el pelo a aquel sabio remoto, y contest¨®: ?Es el gallo de los huevos de oro?. M¨¢s tarde supimos que quien obtuvo la mejor nota fue el alumno que contest¨®, como se lo hab¨ªa ense?ado el maestro, que el gallo del coronel era el s¨ªmbolo de la fuerza popular reprimida. Cuando lo supe me alegr¨¦ una vez m¨¢s de mi buena estrella pol¨ªtica, pues el final que yo hab¨ªa pensado para ese libro, y que cambi¨¦ a ¨²ltima hora, era que el coronel le torciera el pescuezo al gallo e hiciera con ¨¦l una sopa de protesta.
Desde hace a?os colecciono estas perlas con que los malos maestros de literatura pervierten a los ni?os. Conozco uno de muy buena fe para quien la abuela desalmada, gorda y voraz, que explota a la c¨¢ndida Er¨¦ndira para cobrarse una deuda es el s¨ªmbolo del capitalismo insaciable. Un maestro cat¨®lico ense?aba que la subida al cielo de Remedios la Bella era una transposici¨®n po¨¦tica de la ascensi¨®n en cuerpo y alma de la virgen Mar¨ªa. Otro dict¨® una clase completa sobre Herbert, un personaje de alg¨²n cuento m¨ªo que le resuelve problemas a todo el mundo y reparte dinero a manos llenas. ?Es una hermosa met¨¢fora de Dios?, dijo el maestro. Dos cr¨ªticos de Barcelona me sorprendieron con el descubrimiento de que El oto?o del patriarca ten¨ªa la misma estructura del tercer concierto de piano de Bela Bartok. Esto me caus¨® una gran alegr¨ªa por la admiraci¨®n que le tengo a Bela Bartok, y en especial a ese concierto, pero todav¨ªa no he podido entender las analog¨ªas de aquellos dos, cr¨ªticos. Un profesor de literatura de la Escuela de Letras de La Habana destinaba muchas horas al an¨¢lisis de Cien a?os de soledad y llegaba a la conclusi¨®n -halagadora y deprimente al mismo tiempo- de que no ofrec¨ªa ninguna soluci¨®n. Lo cual termin¨® de convencerme de que la man¨ªa interpretativa termina por ser a la larga una nueva forma de ficci¨®n que a veces encalla en el disparate.
Debo ser un lector muy ingenuo, porque nunca he pensado que los novelistas quieran decir m¨¢s de lo que dicen. Cuando Franz Kafka dice que Gregorio Sarrisa despert¨® una ma?ana convertido en un gigantesco insecto, no me parece que eso sea el s¨ªmbolo de nada, y lo ¨²nico que me ha intrigado siempre es qu¨¦ clase de animal pudo haber sido. Creo que hubo en realidad un tiempo en que las alfombras volaban y hab¨ªa genios prisioneros dentro de las botellas. Creo que la burra de Ballam habl¨® -como lo dice la Biblia- y lo ¨²nico lamentable es que no se hubiera grabado su voz, y creo que Josu¨¦ derrib¨® las murallas de Jeric¨® con el poder de sus trompetas, y lo ¨²nico lamentable es que nadie hubiera transcrito su m¨²sica de demolici¨®n. Creo, en fin, que el licenciado Vidriera -de Cervantes- era en realidad de vidrio, como ¨¦l lo cre¨ªa en su locura, y creo de veras en la jubilosa verdad de que Gargant¨²a se orinaba a torrentes sobre las catedrales de Par¨ªs. M¨¢s a¨²n: creo que otros prodigios similares siguen ocurriendo, y que si no los vemos es en gran parte porque nos lo impide el racionalismo oscurantista que nos inculcaron los malos profesores de literatura.
Tengo un gran respeto, y sobre todo un gran cari?o, por el oficio de maestro, y por eso me duele que ellos tambi¨¦n sean v¨ªctimas de un sistema de ense?anza que los induce a decir tonter¨ªas. Uno de mis seres inolvidables es la maestra que me ense?¨® a leer a los cinco a?os. Era una muchacha bella y sabia que no pretend¨ªa saber m¨¢s de lo que pod¨ªa, y era adem¨¢s tan joven que con el tiempo ha terminado por ser menor que yo. Fue ella quien nos le¨ªa en clase los primeros poemas que me pudrieron el seso para siempre. Recuerdo con la misma gratitud al profesor de literatura del bachillerato, un hombre modesto y prudente que nos llevaba por el laberinto de los buenos libros sin interpretaciones rebuscadas. Este m¨¦todo nos permit¨ªa a sus alumnos una participaci¨®n m¨¢s personal y libre en el prodigio de la poes¨ªa. En s¨ªntesis, un curso de literatura no deber¨ªa ser mucho m¨¢s que una buena gu¨ªa de lecturas. Cualquier otra pretensi¨®n no sirve para nada m¨¢s que para asustar a los ni?os. Creo yo, aqu¨ª en la trastienda.
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