Homil¨ªa del rat¨®n
Cada vez m¨¢s, rnir¨¢ndolos a la luz que discrimina los buenos y los malos, se dir¨ªa que los hombres viven en un crudo planeta sin atm¨®sfera, tan tajante es la raya, tan intenso el gradiente en que se parten la sombra y el sol. No media entre uno y otra ni el m¨¢s leve vapor de difusi¨®n o temblor de reverbero capaz de dar lugar a raras transiciones, a m¨ªnimas, arduas v¨ªas de mutaci¨®n por las que los sombr¨ªos pudiesen esperar en alg¨²n caso pasarse a los solares o un hijo de la luz se permitiese alguna vez dejarse deslizar y confundir entre los hijos de las sombras. Mas no parece sino de que de la mism¨ªsima afogonada y tenebrosa bocana del infierno el fat¨ªdico aviso de la eternidad: Lasciate ogni speranza subiese a anticiparse sobre los propios valles terrenales, como si el viejo, aunque nunca entero, albedr¨ªo de los humanos, habiendo ya alcanzado su pleamar, estuviese empezando a retirarse hacia el pasado, y por el otro frente viniese ya emergiendo de las entra?as de la tierra, montando y avanzando hacia las vastas playas que las verdes, l¨ªmpidas aguas del albedr¨ªo, entre un ¨²ltimo y ef¨ªmero fest¨®n de espumas, van abandonando, viscosa, humeante, lenta, horrenda ola de pez, negra colada hirviente en espaciada sucesi¨®n de amortiguadas explosiones, comp¨¢s de densas, chatas y enormes ampollas que revientan, la certidumbre de la perdici¨®n. Salvado est¨¢ el que est¨¢ entre los salvados, o por mejor decir, el que es de los salvados. Ya aqu¨ª, ya en este mundo, en este aborrecido guardamuebles, incluso a mitad camino de su vida -sin los que pilla el rayo ni estrumpe la granada-, tienen los hombres hoy, por lo que se comenta, ya resuelto su caso, arreglado su problema, o sea ya decidido su signo irrevocable. A cada paso se va sintiendo m¨¢s desesperanzado cualquier intento en contra, cualquier pro nunciamiento sedicioso, cual quier insurrecci¨®n del alma toda que temerariamente arroje en un ¨²nico golpe la entera guarnici¨®n contra la f¨¦rrea raya que reparte a uno y otro costado sombra y luz. All¨ª se estrellar¨¢. ?Pero yo os digo que no os entregu¨¦is! Sino, por el contrario, a semejanza de aquel bravo e ind¨®mito doncel de El triunfo de la muerte, juntad, tensad, alzad todas las fuerzas de la desesperaci¨®n y, contra toda posible esperanza de victoria, sacad la espada y resistid. Que el Criador que os iiii. concedido el albedr¨ªo con el ¨²nico fin de daros movimiento, para poder solazarse, desde su prepotente omnipotencia, jugando con vosotros ?como juega el gato maula con el m¨ªsero rat¨®n?, tenga siquiera que pagar su triunfo cierto todo lo caro que vuestras ¨²ltimas fuerzas, extremas iras y postrer encono sepan dar de s¨ª, demostr¨¢ndole al menos, aunque haya de ser al fin a vuestra costa, que es mucho coraz¨®n, mucho rat¨®n, m¨¢s del que ¨¦l puso, m¨¢s del que ¨¦l se esperaba, el que hay en este rat¨®n, el que hay en este valeroso y esforzado coraz¨®n de rat¨®n.
Si no, ?para qu¨¦ espada?, ?para qu¨¦ albedr¨ªo?, ?para qu¨¦ haber llevado espada toda vuestra vida, como los hombres libres, como los caballeros, sino para darle brega y darle agitaci¨®n, llegada la hora de desenvainar, y cuandoquiera que tal hora suene, aunque sea vuestra propia hora postrera?
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