?A qui¨¦n tem¨ªa Blas de Otero?
Ibamos en un coche, Blas, Sabina, mi hijo, de siete a?os, y yo. El chico le dec¨ªa a Blas que hab¨ªa escrito dos poes¨ªas para el colegio. Blas de Otero se volvi¨® hacia ¨¦l y coment¨® sonriendo: ??Sabes?, yo tambi¨¦n soy poeta?.Blas de Otero pose¨ªa una inmensa ternura de la que quiz¨¢ se avergonzaba. Como si fuera un s¨ªntoma de debilidad. Daba la impresi¨®n de hombre introvertido, de alguien que ha de cuidar estrictamente su salud, pero a veces se pon¨ªa a hablar, con ese lenguaje suyo tan sencillo, lenta, ordenadamente, y daba gusto o¨ªrle. Y luego estaba su sonrisa, no pr¨®diga, capaz de establecer por s¨ª sola un aire de fraternidad en el ambiente.
Era un hombre de cuya bondad nadie podr¨ªa dudar. Pero no hay que equivocarse: a veces estos individuos, aparentemente fr¨¢giles, sacan a relucir una fortaleza asombrosa, un car¨¢cter ind¨®mito desconocido por todos. Blas de Otero era de esos. Fue un luchador ¨ªntegro contra la dictadura, no se concedi¨® descanso ni ocultamiento. Ah¨ª est¨¢n sus poemas inequ¨ªvocos. Su peripecia vital no fue f¨¢cil y, en cualquier caso, hizo enormes esfuerzos por sobreponerse a los bajonazos en los que le hac¨ªa caer su exacerbada sensibilidad.
La fidelidad fue una de sus claves personales. Jam¨¢s dijo no a sus amigos. Nunca se desvi¨® de su l¨ªnea de conducta y supo mantener sus convicciones pol¨ªticas hasta el final. No le hac¨ªa falta el carn¨¦ de comunista, a quien nunca neg¨® serlo. (Por cierto, que el carn¨¦ se lo entregaron finalmente delante de todo el mundo, en una librer¨ªa madrile?a, una tarde de 1977, aprovechando la presentaci¨®n de no s¨¦ qu¨¦ libro.)
Ciertamente, Blas de Otero ten¨ªa miedo, como cada hijo de vecino. Miedo a s¨ª mismo, miedo a la represi¨®n, miedo a las c¨¢rceles y a la tortura. Blas de Otero seguramente ten¨ªa miedo de individuos como Xavier Domingo.
Este periodista ha publicado recientemente en un semanario un trabajo en el que acusa al PCE de haber destrozado la vida ¨ªntima de Blas de Otero y su primer matrimonio. Recogiendo las informaciones que le proporciona la primera mujer del poeta, compone una historia alucinante, entre infantil y escandalosa, a caballo entre la inexactitud y la injur¨ªa, con el ¨²nico objeto de arremeter como sea contra el partido comunista. En este relato, Blas de Otero queda convertido en una especie de pelele oligofr¨¦nico en manos del demoniaco Comit¨¦ Central del PCE. Desde los tiempos en que el famoso matutino madrile?o public¨® aquella infamia sobre Enrique Ruano, no se hab¨ªa vuelto a ver en la Prensa espa?ola nada tan villano como el escrito de X. Domingo, que esta vez ha llevado demasiado lejos su paranoia anticomunista.
Los que fuimos amigos de Blas hemos sentido un latigazo de indignaci¨®n al leer el libelo. Imposible callar (aun a riesgo de que el desdichado autor me encuadre en alguna oscura campafia dirigida por el PCE); el silencio hubiera sido como una traici¨®n al amigo.
La instrumentalizaci¨®n pol¨ªtica que se hace de Blas de Otero es un ejemplo de los subproductos a los que no deber¨ªa dar lugar la libertad de expresi¨®n. X. Domingo deber¨ªa buscar otros motivos y pretextos en su lucha contra el PCE, en la que el fin parece j ustificar todos los medios. No es decente convertir en chivo expiatorio a un hombre que fue respetado y querido por todos y que no puede defenderse. Domingo pod¨ªa haber encontrado a alg¨²n hombre-guadiana de los muchos que hay. Pero en Blas de Otero no se daba este tipo de fisuras: fue comunista en Madrid, en Mosc¨², en Pek¨ªn y en La Habana, sin vacilaciones ni imposiciones.
El periodista ha realizado, en su manipulaci¨®n fr¨ªvola, una inversi¨®n de valores y personajes. Todo lo basa en el testimonio de la primera esposa, la cubana Y olanda Pina, que, a mijuicio, no es ?una pobre se?ora, denigrada, perseguida, reducida a la pobreza y a la soledad, simplemente por haber amado a Blas de Otero y haber sido amada por Blas de Otero, sin permiso de los jefes del PCE?. Esta se?ora, que antes que a Cambio 16 ya intent¨® enjaretar su peculiar narraci¨®n a otras publicaciones, carece de autoridad moral para enjuiciar a quien fue su desafortunado esposo, por muy decepcionada que est¨¦ al comprobar que legalmente nada puede hacer por quedarse con la modesta herencia de Blas de Otero. As¨ª de simple es la historia. No hay necesidad de inventarse m¨¢s entretelas.
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